Gerónimo de inmediato aclara que no era a ellos a quienes perseguían, sino a la chica que había salvado. Parecía que ella había escapado de su boda y era hija de un mafioso. Filipo frunce el ceño de inmediato, tratando de averiguar si era de Italia, como ellos. Ambos niegan, ya que no saben absolutamente nada de Cristal. —Como puedes ver, el nombre parece que es griego —le señala Guido. —¿Y qué pasó después? Todavía no me dices por qué estás en este lío —dice Filipo, sentándose con los brazos cruzados y mirándolo fríamente. Aunque son de la misma edad, Filipo es el heredero de Fabrizio Garibaldi, el jefe de la familia, lo que lo convierte en el próximo líder al que ya están subordinados los de la nueva generación, incluyendo a Gerónimo. Éste sigue explicando todo lo ocurrido desde que salvó a su ahora esposa. —Fuimos a parar a un yate, en el que se estaba realizando una boda, y nos mezclamos con ellos para escondernos —cuenta en el mismo tono—. Ella solo lloraba, y bebimos y bebim
Cristal vuelve a colocar la cabeza debajo del chorro de agua fría de la ducha mientras sigue pensando en cuántos secretos les contó a Helen y a Jarret sobre sus verdaderos padres. Sin revelar quiénes eran en realidad, se refería a ellos como sus poderosos tíos. ¡Claro! Ella, y solo ella, hizo que casi su padre quedara en bancarrota. Había facilitado toda la información a Jarret. ¡Eres una estúpida, Cristal! ¿Cómo pudiste pensar que los enemigos de tu papá no se aprovecharían de la que decía ser su sobrina? Las rodillas le fallaron, y se sienta en el piso, sollozando. Su tía no dejaba de alardear de que era la hermana de uno de los mayores capos de Italia. ¡Del dueño de casi toda Roma e Italia! Esa era su frase favorita. Y ella también, cuando sentía que la trataban como a una niña mojigata de una familia de ricos refinados, hacía lo mismo. Hablaba del poder de su tío. Sacude la cabeza y se pone de pie. ¡Cristal, ya está bueno de escapar! ¡Tienes que regresar, tienes que aceptar
Gerónimo se quedó mirando a Filipo, quien hablaba vehementemente, y, sí, era verdad todo lo que decía su primo. Recordó cómo la conoció fugazmente en Roma una noche; apenas un instante bastó para que la besara. Luego, al cabo de un año, el destino la puso en su camino nuevamente, esta vez huyendo de una boda, para terminar casándose con ella al otro lado del mundo.—¡Tienes razón, primo! —exclamó, poniéndose de pie con determinación—. ¡Lo haré! ¡Buscaré a Cristal y la conquistaré! ¡No la dejaré escapar!Filipo y Guido intercambiaron sonrisas al escuchar la resolución de Gerónimo. Riendo con satisfacción, abrazaron a su primo, celebrando juntos la decisión que acababa de tomar. A pesar del nudo en el estómago que sentía, Gerónimo no pensaba retroced
Cristal se había vestido con un conjunto de pantalones negros, unas grandes gafas de sol y un pañuelo junto a una gorra que cubrían su cabello, completando así su atuendo. Salió del apartamento, que se encontraba en uno de los barrios de Nueva York: la Pequeña Italia. Había años desde que su familia la había abandonado, dejándola al cuidado de su tía, momento en el que comenzó a vivir en América.Cuando su hermano llegó después de cinco años sin verla, le compró ese apartamento por si alguna vez necesitaba esconderse. Para todos sus conocidos, ella era la hija de su tía y su esposo; incluso su nombre y apellido habían cambiado. Ni siquiera a Helen se lo había mencionado. Era una lección que había aprendido de su familia mafiosa: había secretos que solo debían pertenecer a uno mismo, pues la vida
Al escuchar esto, Gerónimo colgó el teléfono, visiblemente abatido. La noticia de que Cristal se había marchado a Italia no era fácil de digerir, pero lo que verdaderamente le atormentaba era la mención de aquel hombre que la había acompañado. —¿Qué pasó, Gerónimo? ¿Qué dijo el tío? —preguntó Guido, incapaz de ocultar su impaciencia. —Sí… y no. —respondió Gerónimo, dejando escapar un largo suspiro—. Dieron con el taxi que la llevó hasta un apartamento, pero la perdieron de vista cuando un tipo la recogió. Se fue con él en un avión privado rumbo a Roma. —¡Eso es fantástico! Ahora sabemos dónde está, ¡podemos ir a buscarla! —exclamó con una mezcla de entusiasmo y alivio. —¡Se fue
El bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá! —¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no p
La claridad de la ventana hace que abra sus ojos. Está solo en el hotel que reservaron el día anterior para la celebración de su graduación, sin saber cómo regresaron ni a qué hora.—¡Diantres! ¿Por qué tuve que beber tanto ayer? Me mata la cabeza —dice mientras rebusca en la maleta un calmante. La resaca es muy grande, no recuerda apenas nada. Se dirige, después de tomar la pastilla, al baño y se mete en la ducha dejando que el agua bien fría lo ayude a despertar. Tras un rato se siente un poco mejor. Sale y empieza a prepararse para afeitarse cuando algo en su dedo llama su atención. Sí, es un anillo de matrimonio. Y las imágenes de la mujer más bella que ha visto en su vida diciéndole, ¡sí acepto!, en una ceremonia de boda, llegan a su mente.—¡¿Con quién diablos me casé?! —pregunta desesperado, gritando a todo pulmón mientras abandona el baño. Busca respuestas mientras revisa su cama, por si acaso, pero no, no hay nadie en ella. Sale corriendo por la habitación, incapaz de calmar
El peso del vestido es lo primero que siente antes de abrir los ojos. La seda roza su piel y el corsé aprieta su cintura. No necesita mirar para saber que todavía lo lleva puesto. Su cuerpo está rígido, como si la tela fuera una prisión que le niega el aliento. Su cabeza le estalla de un dolor tan intenso que parece imposible soportarlo. Abre los ojos y la claridad hace que los cierre de golpe, dejando escapar un leve quejido. Vuelve a intentarlo, esta vez despacio, hasta que su vista se aclara. Mira alrededor y reconoce el lugar de inmediato: su pequeño apartamento número dos. Ese refugio secreto que su hermano le compró tiempo atrás, para esos momentos en los que todo se desmoronara y tuviera que desaparecer. ¿Cómo vino a parar ahí? La pregunta retumba en su mente confusa mientras intenta desenredar sus últimos recuerdos. Se sienta en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, buscando alivio.—¡Dios, cómo me duele la cabeza! —exclama, mientras su respiración intenta ac