Cristian era todo lo opuesto a su padre. Un joven tranquilo que solo tenía ideas de montar su propia empresa algún día. Mientras que su padre intentaba meterlo en la mafia que lo vio nacer. Lo que al principio parecía un juego excitante y peligroso pronto se convirtió en una condena de por vida. En ese mundo de traiciones y sangre, conoció a Vittorio Carbone, un joven arrogante y despiadado que se creía intocable. Vittorio era un dios en su propio imperio, pero detrás de su mirada de hielo ocultaba secretos que nadie más se atrevía a descubrir… hasta que Cristian llegó a su vida. Entre las sombras de la mansión Carbone, cuando el peligro dormía y el silencio reinaba, sus cuerpos hablaban un lenguaje prohibido, hecho de deseo y secretos inconfesables. Pero en la mafia, el amor es un lujo que pocos pueden permitirse… y un error que podría costarles la vida. ESTE ES EL LIBRO 3 DE LA TRILOGÍA OBSESIÓN LETAL. LEER LIBRO 1 Y 2 PRIMERO
Leer másMansión Carbone – Oficina principal, 9:46 p.m.Meses después del destierro de CristianLa lluvia golpeaba con fuerza los ventanales de la mansión. El cielo estaba cubierto de nubes espesas y oscuras, como si el infierno mismo se hubiese abierto sobre Palermo. Dentro, el aire se sentía tenso, enrarecido, como el preludio de una tormenta aún más feroz que la que caía afuera.Vittorio cruzó el umbral del despacho de su padre con pasos firmes. Iba vestido de negro de pies a cabeza. Su cabello desordenado por el viento, la mirada cortante como una hoja recién afilada. Llevaba días acumulando papeles, testimonios, números, contratos… Y también rabia.Juan Carlos Carbone lo esperaba sentado tras su enorme escritorio, con una copa de coñac entre los dedos. Alzó una ceja al ver entrar a su hijo sin golpear, sin pedir permiso.—Vaya —dijo con voz rasposa—. El hijo pródigo decide volver a la oficina. ¿Has venido a lloriquear otra vez por el maricón que tuvimos que echar?Vittorio se detuvo frent
Días después de la separaciónMansión Carbone – 2:37 a.m.La mansión estaba en silencio. El aire olía a cigarro, a licor añejo y a rabia. Vittorio estaba en el despacho, con la camisa desabotonada, el rostro desencajado y los nudillos ensangrentados de golpear las paredes.El vaso de whisky cayó contra la alfombra por tercera vez esa noche. Apenas pestañeaba. Su mirada se perdía entre las sombras y la botella que no paraba de vaciar. La ausencia de Cristian era un vacío que devoraba todo. Era un cuchillo bajo las costillas que no dejaba de girar.Golpeó el escritorio.Una vez. Otra. Otra.—¡Maldito seas, padre! —rugió, tirando los papeles al suelo—. ¡Maldita esta familia! ¡Maldita esta casa!De pronto, la puerta se abrió. Era Sofía, con un batín de seda, descalza, con el rostro tenso.—¿Qué demonios haces gritando a esta hora? ¿Estás borracho otra vez?Vittorio se giró con los ojos inyectados en furia. La miró como si no la reconociera. Como si fuera una sombra, un intruso, un recorda
Sótano de la Mansión CarboneMedianoche. Luces frías. Silencio pesado. El eco de las botas retumba como una sentencia.Las puertas del gran salón subterráneo se abrieron con un crujido seco. Dos hombres arrastraban a Vittorio, que aún sangraba de la ceja, forcejeando como una fiera acorralada. Lo tiraron de rodillas ante una gran silla de respaldo alto. En ella, Juan Carlos Carbone los esperaba con el rostro oscuro, los ojos hundidos por la decepción y la furia.A un lado, otros hombres traían a Cristian, golpeado, con la camisa rota y las muñecas atadas. Fue empujado con brutalidad y cayó cerca de Vittorio, jadeando.—¡No lo toquen! ¡Basta! —gritó Vittorio, tratando de ponerse de pie, pero los guardias lo aplastaron de nuevo al suelo.—¡Silencio! —bramó Juan Carlos—. ¡Silencio, Vittorio! ¡Has cruzado una línea que jamás debiste tocar!—Padre… —Vittorio alzó la cabeza, con la voz quebrada—. Si tienes que castigar a alguien, hazlo conmigo. Pero no con él. Cristian no es culpable de nad
Palermo, nueva mansión de los Carbone – Tarde cálida de primavera.Cristian ajustó el cuello de su chaqueta frente al espejo del baño de un restaurante cercano al centro de Palermo. Había recibido la llamada de Vittorio esa mañana, inesperada, urgente, cargada de una extraña ternura disfrazada de firmeza."Te quiero a mi lado", había dicho su voz al otro lado de la línea. "Como mi aliado. Como alguien en quien confío más que en nadie."Y Cristian, aunque dolido, aún herido por las semanas de distancia y la cruel noticia del matrimonio, no había podido negarse. Lo amaba, aunque lo destrozara.La puerta de la mansión se abrió con un leve rechinido. Cristian entró, observando el mármol reluciente, los pasillos silenciosos y la nueva vida lujosa a la que Vittorio había sido arrastrado. En la sala principal, una chimenea encendida ardía sin necesidad, y Vittorio estaba de pie frente a ella, con las manos en los bolsillos, esperándolo.Al voltear, sus ojos se encendieron con una mezcla de a
Villa Carbone – Habitación principal – Noche de bodas.El portón de hierro se cerró tras ellos con un chirrido metálico y definitivo. La mansión Carbone estaba envuelta en un silencio sepulcral, como si incluso las paredes supieran que aquello no era una celebración. Vittorio caminaba delante, el rostro endurecido, los pasos firmes como martillazos contra el mármol del pasillo. Sofía lo seguía sin decir una palabra, con el vestido blanco ahora desarreglado, y una expresión fría que contrastaba con la sonrisa falsa que había sostenido durante toda la ceremonia.Al llegar a la habitación, Vittorio abrió la puerta con brusquedad. Entró sin esperar y se quitó el saco del traje, lanzándolo sobre una silla. Sofía lo observó desde el marco de la puerta durante unos segundos antes de cerrar con suavidad. Entonces, rompió el silencio.—No me mires así —dijo con voz tranquila, como si el desdén estuviera ya programado en sus labios—. No tienes que fingir conmigo.Vittorio la miró por encima del
La boda – Villa Carbone – Tarde.El sol comenzaba a descender, tiñendo de tonos dorados y rosados los jardines de Villa Carbone, que se encontraban perfectamente decorados para la ocasión. Flores blancas y lilas adornaban las columnas, el aire olía a vainilla y rosas, un aroma que se sentía artificialmente dulce. Las luces colgaban delicadamente de los árboles y las mesas estaban cubiertas con manteles de lino blanco, decoradas con centros de flores y candelabros de cristal. Era una escena sacada de un sueño perfecto… o de una pesadilla perfecta.Vittorio estaba en el altar, de pie, con la vista fija al frente, casi como si su cuerpo estuviera allí pero su mente estuviera a kilómetros de distancia. Su traje negro ajustado resaltaba su figura esculpida, pero nada de eso importaba. Hoy, en esta boda, no había gloria. No había honra. Solo había condena.Sofía, por su parte, caminaba hacia el altar con una sonrisa falsa, envuelta en su vestido blanco de encaje, con el rostro maquillado a
Villa Carbone – Una semana después.Las paredes del salón estaban decoradas con flores blancas, cortinas doradas, mesas vestidas con manteles de lino y copas de cristal tallado. Todo brillaba con una perfección casi obscena. Las empleadas corrían con listas en mano, decoradores iban y venían bajo la supervisión de mujeres de alta sociedad que reían entre sorbos de champán. Era el espectáculo de una boda soñada… para todos, menos para el novio.Vittorio entró al salón como una sombra, con las manos en los bolsillos, el rostro tallado en mármol, los ojos apagados. Lo rodeaban los aromas florales, las risas hipócritas, las voces falsas. Todo era una maldita farsa.En la esquina, Sofía hablaba con una modista, rodeada de muestras de encaje y telas de seda. Era hermosa. Pura fachada. Vestía de blanco con perlas en el cuello y una sonrisa entrenada. Y cuando vio a Vittorio, corrió hacia él como si fuera el héroe de un cuento.—¡Amore! —dijo abrazándolo con efusividad—. Llegaste tarde. La mo
Hospital Privado de Palermo – Días después.La habitación estaba casi en penumbra, con las cortinas apenas abiertas dejando entrar una luz grisácea de una mañana nublada. Cristian yacía en la cama, con el torso vendado, pero mucho más repuesto. Ya podía sentarse sin ayuda, caminar con algo de dificultad y tomar sus propias decisiones… aunque eso no evitaba que se sintiera completamente perdido desde hacía días.Desde aquel baño compartido, desde aquel beso interrumpido por una mirada, Vittorio había cambiado.Ya no lo tocaba con ternura. Ya no se sentaba a su lado durante horas. Iba, lo veía, y luego desaparecía como un fantasma que no podía permitirse volver a amar.Esa mañana, Cristian esperaba. Sabía que Vittorio aparecería. Sabía que algo iba a pasar. Lo sentía en los huesos, en el pecho, como cuando se avecina una tormenta. Y entonces, la puerta se abrió.Vittorio entró con su porte impecable, gafas oscuras, traje negro, y ese rostro tallado por la tensión. Llevaba un pequeño ram
Villa Carbone – Medianoche. La tormenta aún retumba sobre PalermoVittorio entró como una sombra en la casa. La camisa salpicada con gotas de lluvia, el corazón aún latiéndole en el pecho con fuerza por haber dejado a Cristian dormido en el hospital, cubierto por sábanas que apenas le rozaban el cuerpo herido. Tenía la mente en caos, rota entre el deseo de cuidarlo y la ansiedad de saber qué haría su padre tras lo que había visto.La mansión estaba en silencio, pero no vacía.Apenas cruzó el vestíbulo, Juan Carlos lo esperaba en el salón principal, sentado con la espalda recta, las manos unidas sobre sus rodillas, un puro a medio consumir en el cenicero. No miraba la televisión. No leía el periódico. Estaba ahí. Esperándolo.—Cierra la puerta —ordenó, sin levantar la voz.Vittorio lo hizo. Sin decir nada. Sin pestañear. Se aproximó con la tensión retorcida en cada músculo.—Así que es verdad —comenzó Juan Carlos, girando la cabeza apenas—. No fue un momento, no fue un error, no fue un