El aire nocturno de la ciudad de Milán en 1980 tenía un aroma particular, una mezcla de humo, gasolina y el leve perfume de la libertad que solo los más osados sabían saborear. Las luces de neón titilaban en las calles, reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna de la tarde. Frente a la imponente fachada de Style Company Sot, Vittorio Carbone esperaba con la paciencia de un depredador en reposo, apoyado despreocupadamente contra su motocicleta.
La moto, una Ducati 900SS negra con detalles plateados, relucía bajo las luces de la empresa, imponente y elegante como su dueño. Vittorio vestía una chaqueta de cuero negro y unos guantes oscuros, sus botas descansaban en el suelo mientras jugueteaba con las llaves del vehículo entre sus dedos. Cristian apareció en la entrada, con su característico porte serio y una expresión de cansancio marcada en su rostro. Como era de esperarse, llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una mochila negra colgada de un hombro. Parecía el reflejo perfecto de un universitario atrapado en la vida de un hombre de negocios. Vittorio arqueó una ceja al verlo acercarse. —¿Era necesario llevar tantas cosas? —preguntó con sorna mientras observaba el peso que cargaba. Cristian soltó un leve resoplido antes de responder, ajustándose el portafolio en la mano. —Necesito regresar a recoger mi coche —dijo con tono práctico. Pero antes de que pudiera continuar, Vittorio inclinó un poco la cabeza y, con una seguridad arrolladora, se acercó lo suficiente como para hacer que Cristian se detuviera. —No será necesario —sentenció, su voz grave y firme, sin dejar espacio a discusión. Cristian frunció el ceño, pero no tuvo tiempo de protestar. Vittorio ya se estaba colocando el casco y le tendía otro a él. —Yo te llevo a tu mansión y te recojo en la mañana —continuó Vittorio, con una sonrisa ladeada—. Hay asuntos que debemos debatir mañana. Cristian tomó el casco sin dejar de observarlo. Había algo en la forma en que Vittorio decía las cosas, una autoridad silenciosa que no admitía negativas, y eso le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sin embargo, en lugar de discutir, simplemente dejó escapar un suspiro y se acercó a la moto. Apoyó una mano en el hombro de Vittorio para impulsarse, sintiendo la firmeza de su cuerpo bajo la chaqueta de cuero. Se subió con agilidad, ajustó la mochila a su espalda y colocó el casco en su cabeza. Vittorio sonrió, encendió la motocicleta con un rugido profundo y potente del motor, y sin más preámbulos, arrancó a toda velocidad. La ciudad pasó a su alrededor en un borrón de luces y sombras. El viento golpeaba el rostro de Cristian a través de la visera del casco, y por primera vez en mucho tiempo, sintió algo parecido a la emoción pura. No podía negarlo… había algo adictivo en la presencia de Vittorio Carbone. Y aquella noche, sobre aquella moto, lo estaba descubriendo. El rugido de la Ducati 900SS rompía el silencio de la noche mientras Vittorio y Cristian atravesaban las calles de Milán a toda velocidad. La brisa helada cortaba la piel, y el resplandor de las farolas iluminaba fugazmente sus rostros mientras dejaban atrás el centro de la ciudad. Cristian, aferrado a la cintura de Vittorio por inercia más que por confianza, sentía la vibración del motor recorrerle el cuerpo. No estaba acostumbrado a dejar que alguien más tomara el control, y mucho menos a viajar sin el resguardo de su coche blindado. Pero en ese momento, con el viento golpeándole el rostro y las calles extendiéndose frente a ellos como un camino al infierno, sintió algo parecido a la libertad. —¿Siempre conduces como un maldito loco? —gritó sobre el estruendo del motor. Vittorio soltó una carcajada sin disminuir la velocidad. —Si no lo hiciera, no sería divertido. Cristian rodó los ojos dentro del casco, pero no pudo evitar un pequeño escalofrío de emoción cuando tomaron una curva cerrada y sintió la adrenalina recorrerle la sangre. El trayecto los llevó fuera de la zona elegante de Milán, internándose en un sector más oscuro de la ciudad. Calles menos transitadas, callejones con luces parpadeantes, y finalmente, una carretera secundaria que desembocaba en un terreno baldío donde el eco de motores y música alta comenzaba a hacerse presente. El aroma a gasolina, tabaco y asfalto caliente impregnaba el aire. Cristian observó a su alrededor cuando Vittorio desaceleró al acercarse a la multitud. Había docenas de motocicletas aparcadas en fila, algunas con diseños personalizados y otras destrozadas por el tiempo y la velocidad. Un grupo de jóvenes y hombres experimentados se reunían alrededor de un círculo de apuestas, intercambiando billetes y cigarrillos con entusiasmo. Algunas mujeres, vestidas con cuero ajustado y chaquetas de mezclilla, se apoyaban contra las motos, observando con aire desinteresado a los recién llegados. Vittorio detuvo la motocicleta y apagó el motor con un giro hábil de la muñeca. —Bienvenido a la verdadera diversión, Soto. —dijo con una sonrisa maliciosa mientras se bajaba. Cristian retiró el casco con lentitud, observando el ambiente con recelo. No era su mundo, pero tampoco le intimidaba. Después de todo, había crecido rodeado de hombres peligrosos, y esto no era más que una versión menos sofisticada de la mafia en la que vivía. Antes de que pudiera responder, un hombre alto y fornido se acercó a ellos con una botella de cerveza en la mano. Tenía el cabello rubio alborotado y una chaqueta de cuero abierta sobre su pecho desnudo. —Mira nada más… si es el pequeño Carbone. —su tono era burlón, y su mirada se deslizó lentamente hasta Cristian—. Y vienes con un amiguito nuevo. Cristian sostuvo su mirada con frialdad, pero antes de que pudiera decir algo, Vittorio ya había dado un paso al frente, interponiéndose entre ambos. —Lárgate, Marco. No estoy de humor para tus mierdas. Marco soltó una risa rasposa y dio un trago largo a su cerveza. —Vamos, no seas aburrido. Solo quiero conocer a tu amigo. Se acercó un poco más a Cristian, inclinándose como si quisiera inspeccionarlo de cerca. —Tienes cara de niño rico. ¿Estás seguro de que puedes manejar una moto sin cagarte en los pantalones? Cristian apretó la mandíbula, sintiendo cómo la rabia crecía en su interior. Pero antes de que pudiera responder, Vittorio actuó. En un movimiento rápido, Vittorio soltó un puñetazo directo al rostro de Marco. Un golpe seco, brutal, que lo hizo tambalearse hacia atrás y escupir sangre al suelo. El murmullo entre los espectadores cesó de inmediato. Marco se llevó una mano a la boca, tocando la sangre con los dedos antes de levantar la vista con furia. —Hijo de puta… —gruñó, lanzándose contra Vittorio. Pero Vittorio estaba listo. Esquivó el primer golpe con facilidad, se agachó y lanzó un derechazo al estómago de Marco, haciéndolo doblarse de dolor. Cristian observaba la escena sin moverse. Sabía que Vittorio era peligroso, pero verlo pelear con tal precisión y violencia lo dejó sorprendido. No peleaba como un simple pandillero… peleaba como alguien que estaba acostumbrado a matar. Marco trató de recuperarse, lanzando un puñetazo descuidado, pero Vittorio lo bloqueó con el antebrazo y lo remató con un golpe en la mandíbula que lo mandó directamente al suelo. Silencio. El grupo de espectadores miró la escena con expectación, esperando ver si Marco se levantaría para continuar la pelea. Pero el hombre solo gruñó y escupió sangre antes de quedarse en el suelo, derrotado. Vittorio se pasó una mano por el cabello, sin siquiera parecer afectado. —Que te quede claro, Marco. A él no lo tocas. —su voz sonó grave, amenazante. Marco solo gruñó en respuesta, llevándose una mano al rostro ensangrentado. Cristian, aún con la adrenalina corriendo por su sistema, se cruzó de brazos y miró a Vittorio con una mezcla de sorpresa e incomodidad. —¿Era necesario? Vittorio se giró hacia él, con una expresión de fastidio. —Si no lo hacía, ese imbécil seguiría jodiéndote toda la noche. Cristian suspiró y negó con la cabeza. No estaba acostumbrado a que alguien más lo defendiera. Vittorio le dio una palmada en el hombro antes de sonreír con confianza. —Vamos, Soto. Es hora de correr de verdad. Cristian sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía si era por la pelea, por la noche electrizante o por la extraña sensación de seguridad que Vittorio le hacía sentir. Pero algo dentro de él le decía que esa noche cambiaría muchas cosas.Vittorio tomó a Cristian del brazo y lo guió a través de la multitud que aún murmuraba sobre la pelea. Algunos lo miraban con respeto, otros con cautela, pero nadie se atrevía a desafiarlo. Había dejado claro quién mandaba ahí.Más adelante, en el centro del terreno baldío, varias motocicletas estaban alineadas, listas para la carrera. Los pilotos revisaban sus máquinas con meticulosa concentración, mientras el sonido de motores rugiendo calentaba el ambiente. Las apuestas se movían rápidamente, billetes pasaban de mano en mano, y las miradas se llenaban de emoción.Cristian observó el escenario con interés, pero sin dejar de lado su postura analítica. No estaba ahí por placer, sino porque Vittorio lo había arrastrado. Sin embargo, algo en la energía del lugar le resultaba adictivo.Vittorio se apartó un momento y se acercó a una motocicleta específica: una Suzuki Katana 1100 negra y roja, con detalles personalizados en el tanque y un escape modificado que hacía temblar el suelo con s
Cristian asintió lentamente y se subió a la moto detrás de él.Cuando la Ducati arrancó de nuevo, dejando atrás el caos de la carrera, Cristian no pudo evitar pensar en una cosa.Vittorio no era solo un hombre peligroso.Era un hombre que, sin quererlo, estaba empezando a cambiar su mundo.El rugido de la Ducati resonaba en la carretera mientras Vittorio y Cristian se alejaban de la zona de carreras. La adrenalina aún corría por sus venas, el aire nocturno golpeaba sus rostros, y el eco de la multitud emocionada quedaba atrás como un recuerdo borroso.Cristian, aferrado a la cintura de Vittorio, sentía su corazón latir con fuerza. No sabía si era por la velocidad, por la pelea, o por la forma en que el cuerpo firme de Vittorio se movía con precisión junto a la moto.—¿Siempre te metes en problemas así? —preguntó Cristian, elevando la voz para que se oyera sobre el estruendo del motor.—Solo cuando es necesario. —Vittorio aceleró de golpe, haciéndolo sujetarse con más fuerza—. Y cuando
El rugido de la Ducati se apagó poco a poco mientras Vittorio la conducía a un callejón oculto detrás de un antiguo almacén abandonado. El aire nocturno aún vibraba con la adrenalina de la persecución, y el único sonido que quedaba era el eco lejano de los motores desapareciendo en la distancia.Vittorio apagó el motor y apoyó un pie en el suelo, soltando un suspiro de satisfacción.—Dime que eso no fue jodidamente épico.Cristian, aún con el pulso acelerado, soltó una carcajada sincera, una risa que lo sacudió desde el pecho hasta la garganta. Habían estado a segundos de ser emboscados, y ahora estaban ahí, enteros, sin un solo rasguño.—Fue una locura. Pero sí, fue épico.Vittorio giró el rostro hacia él, con una media sonrisa. Sus ojos oscuros brillaban con algo más que adrenalina; había una intensidad cruda en su mirada, algo que hizo que Cristian se callara de golpe.—Nunca me había gustado tanto ver a un hombre sonreír.Las palabras golpearon a Cristian con más fuerza que el vie
Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, si
Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.Cristian entreabrió los ojos con fastidio.—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y mir
Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante.El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia.—Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos.Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio.—Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba e