Episodio 3

Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.

Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante.

El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia.

—Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos.

Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio.

—Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba entrever ni aceptación ni rechazo, solo un interés moderado.

Vittorio sonrió, esa clase de sonrisa que no mostraba completamente los dientes, pero que insinuaba más de lo que decía.

—Supongo que sí —respondió con un tono que se deslizó entre la cordialidad y la provocación sutil.

Cristian sintió algo encenderse en el fondo de su estómago, pero lo reprimió con la misma rapidez con la que había aparecido. No era momento para distracciones.

El señor Carbone observó la interacción entre los dos jóvenes con una expresión impasible antes de soltar un leve suspiro.

—Me gustaría discutir algunos temas en privado, señor Soto —indicó con tono diplomático—. ¿Podríamos hablar a solas?

Cristian asintió y giró la vista hacia su secretaria, que aún esperaba en la puerta.

—Puedes retirarte.

La joven asintió rápidamente y desapareció tras cerrar la puerta.

Vittorio miró a su padre por un instante, pero no dijo nada antes de dar un par de pasos hacia un rincón de la oficina, donde una gran ventana ofrecía una vista panorámica de la ciudad.

Cristian no pudo evitar echarle una mirada fugaz mientras el joven se acomodaba con las manos en los bolsillos del pantalón.

El señor Carbone se acomodó en una de las sillas frente al escritorio y miró a Cristian con calma.

—Sé que ha sido un año difícil para ti, Cristian. La muerte de tu padre dejó un vacío en la estructura de tu familia y, aunque has sabido manejarlo, es evidente que el peso de todo esto recae sobre ti.

Cristian no reaccionó, pero internamente sintió una punzada de irritación. No necesitaba que nadie le recordara lo difícil que había sido asumir el liderazgo de los Soto.

—No soy un hombre que pierda el tiempo en conversaciones innecesarias —continuó el patriarca Carbone—. La razón de mi visita es sencilla: quiero que nuestras familias se fortalezcan.

Cristian entrecerró los ojos ligeramente.

—¿Está proponiendo una alianza?

Juan Carlos Vittorio sonrió con serenidad.

—Más que una alianza, un pacto de confianza mutua. Hay ciertos… acuerdos que podrían beneficiar a ambas partes.

Cristian deslizó los dedos sobre la superficie de su escritorio, pensativo.

—¿Qué clase de acuerdos?

El hombre mayor dejó escapar una leve sonrisa antes de responder.

—Detalles que prefiero discutir en el momento adecuado. Pero antes, quiero que tú y mi hijo se conozcan mejor.

Cristian sintió la mirada de Vittorio sobre él, aunque no giró la cabeza.

—¿Conocernos mejor? —repitió con cautela.

—Van a trabajar juntos, Cristian. Y en este mundo, la confianza lo es todo.

Cristian sostuvo la mirada del hombre mayor por un instante antes de asentir lentamente.

—Entiendo.

Juan Carlos Vittorio sonrió con satisfacción.

—Entonces, espero que esta sea la primera de muchas reuniones.

Cristian sintió que, de alguna manera, esta conversación marcaba el inicio de algo más grande. Algo que, tal vez, ni él mismo podía anticipar.

Cristian permanecía de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho, observando a Vittorio con la mirada afilada. El joven Carbone se paseaba por su oficina con una confianza indiscutible, recorriendo el espacio con pasos lentos, inspeccionando los cuadros en las paredes y los muebles con un aire relajado, como si aquel despacho le perteneciera tanto como a Cristian.

—¿Qué edad tienes? —preguntó de repente Vittorio, girando el rostro para mirarlo directamente.

Cristian no se movió ni un centímetro.

—Tengo 23 años —respondió con voz firme, sin apartar la vista del otro.

Vittorio asintió lentamente, como si analizara esa información con más interés del que parecía.

—Eres bastante joven aún —comentó con una leve sonrisa—. Supongo que debe ser difícil para ti llevar todo lo que conlleva esto.

Cristian apretó los labios y soltó un bufido, entre burla e irritación.

—¿Bastante joven? ¿Y tú qué edad tienes?

Vittorio sonrió de lado antes de responder.

—Dos años mayor.

Cristian alzó una ceja.

—Vaya, todo un anciano —ironizó con un tono seco.

Vittorio soltó una risa suave, una que no llegó a ser escandalosa, pero sí lo suficientemente clara como para denotar diversión.

—No te lo tomes a mal —dijo mientras volvía a caminar por la oficina, esta vez acercándose al gran ventanal que daba vista a la ciudad—. Es más, para que veas que quiero ser tu amigo, te invito a una carrera de motos esta noche.

Cristian entrecerró los ojos.

—¿Una carrera?

—Sí. Nada formal, solo diversión. —Vittorio se giró hacia él con un destello en la mirada—. Buena música, velocidad, adrenalina… algo diferente a estar encerrado aquí firmando papeles todo el día.

Cristian se quedó en silencio por un instante. No podía negar que la propuesta sonaba tentadora. No recordaba la última vez que había hecho algo fuera de su rutina, algo que no estuviera relacionado con la empresa o con la mafia.

—No tengo motos —dijo finalmente, aunque su tono no era un rechazo absoluto.

Vittorio sonrió con una seguridad impecable.

—Tengo de sobra.

Cristian entrecerró los ojos, estudiándolo por unos segundos. Vittorio le sostenía la mirada sin titubeos, con una confianza casi desafiante.

—¿Vienes? —insistió el joven Carbone.

Cristian exhaló despacio antes de asentir.

—Sí.

Vittorio sonrió, una sonrisa genuina, casi victoriosa.

—Bien. Te paso a buscar a las diez. —Dicho esto, se giró hacia la puerta y, sin más, salió de la oficina con la misma confianza con la que había entrado.

Cristian se quedó un momento en su lugar, con el eco de aquella invitación resonando en su mente.

Algo le decía que esa noche no sería una simple carrera de motos.

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