Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.
Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante. El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia. —Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos. Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio. —Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba entrever ni aceptación ni rechazo, solo un interés moderado. Vittorio sonrió, esa clase de sonrisa que no mostraba completamente los dientes, pero que insinuaba más de lo que decía. —Supongo que sí —respondió con un tono que se deslizó entre la cordialidad y la provocación sutil. Cristian sintió algo encenderse en el fondo de su estómago, pero lo reprimió con la misma rapidez con la que había aparecido. No era momento para distracciones. El señor Carbone observó la interacción entre los dos jóvenes con una expresión impasible antes de soltar un leve suspiro. —Me gustaría discutir algunos temas en privado, señor Soto —indicó con tono diplomático—. ¿Podríamos hablar a solas? Cristian asintió y giró la vista hacia su secretaria, que aún esperaba en la puerta. —Puedes retirarte. La joven asintió rápidamente y desapareció tras cerrar la puerta. Vittorio miró a su padre por un instante, pero no dijo nada antes de dar un par de pasos hacia un rincón de la oficina, donde una gran ventana ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Cristian no pudo evitar echarle una mirada fugaz mientras el joven se acomodaba con las manos en los bolsillos del pantalón. El señor Carbone se acomodó en una de las sillas frente al escritorio y miró a Cristian con calma. —Sé que ha sido un año difícil para ti, Cristian. La muerte de tu padre dejó un vacío en la estructura de tu familia y, aunque has sabido manejarlo, es evidente que el peso de todo esto recae sobre ti. Cristian no reaccionó, pero internamente sintió una punzada de irritación. No necesitaba que nadie le recordara lo difícil que había sido asumir el liderazgo de los Soto. —No soy un hombre que pierda el tiempo en conversaciones innecesarias —continuó el patriarca Carbone—. La razón de mi visita es sencilla: quiero que nuestras familias se fortalezcan. Cristian entrecerró los ojos ligeramente. —¿Está proponiendo una alianza? Juan Carlos Vittorio sonrió con serenidad. —Más que una alianza, un pacto de confianza mutua. Hay ciertos… acuerdos que podrían beneficiar a ambas partes. Cristian deslizó los dedos sobre la superficie de su escritorio, pensativo. —¿Qué clase de acuerdos? El hombre mayor dejó escapar una leve sonrisa antes de responder. —Detalles que prefiero discutir en el momento adecuado. Pero antes, quiero que tú y mi hijo se conozcan mejor. Cristian sintió la mirada de Vittorio sobre él, aunque no giró la cabeza. —¿Conocernos mejor? —repitió con cautela. —Van a trabajar juntos, Cristian. Y en este mundo, la confianza lo es todo. Cristian sostuvo la mirada del hombre mayor por un instante antes de asentir lentamente. —Entiendo. Juan Carlos Vittorio sonrió con satisfacción. —Entonces, espero que esta sea la primera de muchas reuniones. Cristian sintió que, de alguna manera, esta conversación marcaba el inicio de algo más grande. Algo que, tal vez, ni él mismo podía anticipar. Cristian permanecía de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho, observando a Vittorio con la mirada afilada. El joven Carbone se paseaba por su oficina con una confianza indiscutible, recorriendo el espacio con pasos lentos, inspeccionando los cuadros en las paredes y los muebles con un aire relajado, como si aquel despacho le perteneciera tanto como a Cristian. —¿Qué edad tienes? —preguntó de repente Vittorio, girando el rostro para mirarlo directamente. Cristian no se movió ni un centímetro. —Tengo 23 años —respondió con voz firme, sin apartar la vista del otro. Vittorio asintió lentamente, como si analizara esa información con más interés del que parecía. —Eres bastante joven aún —comentó con una leve sonrisa—. Supongo que debe ser difícil para ti llevar todo lo que conlleva esto. Cristian apretó los labios y soltó un bufido, entre burla e irritación. —¿Bastante joven? ¿Y tú qué edad tienes? Vittorio sonrió de lado antes de responder. —Dos años mayor. Cristian alzó una ceja. —Vaya, todo un anciano —ironizó con un tono seco. Vittorio soltó una risa suave, una que no llegó a ser escandalosa, pero sí lo suficientemente clara como para denotar diversión. —No te lo tomes a mal —dijo mientras volvía a caminar por la oficina, esta vez acercándose al gran ventanal que daba vista a la ciudad—. Es más, para que veas que quiero ser tu amigo, te invito a una carrera de motos esta noche. Cristian entrecerró los ojos. —¿Una carrera? —Sí. Nada formal, solo diversión. —Vittorio se giró hacia él con un destello en la mirada—. Buena música, velocidad, adrenalina… algo diferente a estar encerrado aquí firmando papeles todo el día. Cristian se quedó en silencio por un instante. No podía negar que la propuesta sonaba tentadora. No recordaba la última vez que había hecho algo fuera de su rutina, algo que no estuviera relacionado con la empresa o con la mafia. —No tengo motos —dijo finalmente, aunque su tono no era un rechazo absoluto. Vittorio sonrió con una seguridad impecable. —Tengo de sobra. Cristian entrecerró los ojos, estudiándolo por unos segundos. Vittorio le sostenía la mirada sin titubeos, con una confianza casi desafiante. —¿Vienes? —insistió el joven Carbone. Cristian exhaló despacio antes de asentir. —Sí. Vittorio sonrió, una sonrisa genuina, casi victoriosa. —Bien. Te paso a buscar a las diez. —Dicho esto, se giró hacia la puerta y, sin más, salió de la oficina con la misma confianza con la que había entrado. Cristian se quedó un momento en su lugar, con el eco de aquella invitación resonando en su mente. Algo le decía que esa noche no sería una simple carrera de motos.El aire nocturno de la ciudad de Milán en 1980 tenía un aroma particular, una mezcla de humo, gasolina y el leve perfume de la libertad que solo los más osados sabían saborear. Las luces de neón titilaban en las calles, reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna de la tarde. Frente a la imponente fachada de Style Company Sot, Vittorio Carbone esperaba con la paciencia de un depredador en reposo, apoyado despreocupadamente contra su motocicleta.La moto, una Ducati 900SS negra con detalles plateados, relucía bajo las luces de la empresa, imponente y elegante como su dueño. Vittorio vestía una chaqueta de cuero negro y unos guantes oscuros, sus botas descansaban en el suelo mientras jugueteaba con las llaves del vehículo entre sus dedos.Cristian apareció en la entrada, con su característico porte serio y una expresión de cansancio marcada en su rostro. Como era de esperarse, llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una mochila negra colgada de un hombro. Parecía el refl
Vittorio tomó a Cristian del brazo y lo guió a través de la multitud que aún murmuraba sobre la pelea. Algunos lo miraban con respeto, otros con cautela, pero nadie se atrevía a desafiarlo. Había dejado claro quién mandaba ahí.Más adelante, en el centro del terreno baldío, varias motocicletas estaban alineadas, listas para la carrera. Los pilotos revisaban sus máquinas con meticulosa concentración, mientras el sonido de motores rugiendo calentaba el ambiente. Las apuestas se movían rápidamente, billetes pasaban de mano en mano, y las miradas se llenaban de emoción.Cristian observó el escenario con interés, pero sin dejar de lado su postura analítica. No estaba ahí por placer, sino porque Vittorio lo había arrastrado. Sin embargo, algo en la energía del lugar le resultaba adictivo.Vittorio se apartó un momento y se acercó a una motocicleta específica: una Suzuki Katana 1100 negra y roja, con detalles personalizados en el tanque y un escape modificado que hacía temblar el suelo con s
Cristian asintió lentamente y se subió a la moto detrás de él.Cuando la Ducati arrancó de nuevo, dejando atrás el caos de la carrera, Cristian no pudo evitar pensar en una cosa.Vittorio no era solo un hombre peligroso.Era un hombre que, sin quererlo, estaba empezando a cambiar su mundo.El rugido de la Ducati resonaba en la carretera mientras Vittorio y Cristian se alejaban de la zona de carreras. La adrenalina aún corría por sus venas, el aire nocturno golpeaba sus rostros, y el eco de la multitud emocionada quedaba atrás como un recuerdo borroso.Cristian, aferrado a la cintura de Vittorio, sentía su corazón latir con fuerza. No sabía si era por la velocidad, por la pelea, o por la forma en que el cuerpo firme de Vittorio se movía con precisión junto a la moto.—¿Siempre te metes en problemas así? —preguntó Cristian, elevando la voz para que se oyera sobre el estruendo del motor.—Solo cuando es necesario. —Vittorio aceleró de golpe, haciéndolo sujetarse con más fuerza—. Y cuando
El rugido de la Ducati se apagó poco a poco mientras Vittorio la conducía a un callejón oculto detrás de un antiguo almacén abandonado. El aire nocturno aún vibraba con la adrenalina de la persecución, y el único sonido que quedaba era el eco lejano de los motores desapareciendo en la distancia.Vittorio apagó el motor y apoyó un pie en el suelo, soltando un suspiro de satisfacción.—Dime que eso no fue jodidamente épico.Cristian, aún con el pulso acelerado, soltó una carcajada sincera, una risa que lo sacudió desde el pecho hasta la garganta. Habían estado a segundos de ser emboscados, y ahora estaban ahí, enteros, sin un solo rasguño.—Fue una locura. Pero sí, fue épico.Vittorio giró el rostro hacia él, con una media sonrisa. Sus ojos oscuros brillaban con algo más que adrenalina; había una intensidad cruda en su mirada, algo que hizo que Cristian se callara de golpe.—Nunca me había gustado tanto ver a un hombre sonreír.Las palabras golpearon a Cristian con más fuerza que el vie
Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, si
Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.Cristian entreabrió los ojos con fastidio.—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y mir