Episodio 6

Cristian asintió lentamente y se subió a la moto detrás de él.

Cuando la Ducati arrancó de nuevo, dejando atrás el caos de la carrera, Cristian no pudo evitar pensar en una cosa.

Vittorio no era solo un hombre peligroso.

Era un hombre que, sin quererlo, estaba empezando a cambiar su mundo.

El rugido de la Ducati resonaba en la carretera mientras Vittorio y Cristian se alejaban de la zona de carreras. La adrenalina aún corría por sus venas, el aire nocturno golpeaba sus rostros, y el eco de la multitud emocionada quedaba atrás como un recuerdo borroso.

Cristian, aferrado a la cintura de Vittorio, sentía su corazón latir con fuerza. No sabía si era por la velocidad, por la pelea, o por la forma en que el cuerpo firme de Vittorio se movía con precisión junto a la moto.

—¿Siempre te metes en problemas así? —preguntó Cristian, elevando la voz para que se oyera sobre el estruendo del motor.

—Solo cuando es necesario. —Vittorio aceleró de golpe, haciéndolo sujetarse con más fuerza—. Y cuando me divierte.

Cristian bufó, pero antes de que pudiera responder, las luces de un vehículo comenzaron a brillar detrás de ellos.

—Vittorio, hay alguien siguiéndonos.

Vittorio echó un vistazo rápido por el espejo y soltó una risa sin humor.

—Era cuestión de tiempo.

Cristian frunció el ceño.

—¿De qué hablas?

—De que Marco es un mal perdedor.

El auto detrás de ellos, un BMW negro con vidrios polarizados, aceleró bruscamente, reduciendo la distancia entre ellos.

Cristian sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Está intentando embestirnos?

Vittorio giró la cabeza ligeramente y su sonrisa se volvió más oscura.

—Sí. Y va a arrepentirse de intentarlo.

Antes de que Cristian pudiera procesar lo que estaba por pasar, Vittorio inclinó la moto hacia un callejón estrecho y tomó una curva cerrada con precisión milimétrica.

El BMW intentó seguirlos, pero su tamaño jugó en su contra; los neumáticos chirriaron en el pavimento, y por poco chocaron contra un poste antes de lograr enderezar el vehículo.

—¿A dónde demonios nos llevas? —Cristian preguntó con el pulso acelerado.

—A jugar un poco.

Vittorio no se dirigía hacia la mansión Soto, ni a un lugar seguro. Estaba jugando con ellos, llevándolos a un terreno que conocía mejor.

La Ducati se adentró en un sector industrial, donde los enormes almacenes formaban un laberinto de pasillos y calles estrechas.

El BMW apareció nuevamente detrás de ellos, su motor rugiendo con furia.

Cristian miró hacia atrás y vio cómo otro auto más se unía a la persecución.

—Genial. Ahora son dos.

—Más divertido.

Cristian apretó la mandíbula. Ese hombre era un maniático.

El primer BMW aceleró, tratando de bloquearles el paso. Vittorio esperó hasta el último segundo antes de inclinar la moto a un lado, rozando el suelo con la rodilla y pasando justo entre el estrecho espacio entre el auto y la pared de un almacén.

El auto intentó girar detrás de ellos, pero la maniobra fue demasiado abrupta. Las llantas traseras derraparon y chocó contra unos barriles metálicos, haciéndolos volar en todas direcciones.

Cristian soltó un respiro tembloroso.

—Uno menos.

Pero el segundo auto aún los seguía.

Vittorio aceleró, llevándolos a una rampa improvisada con una pila de escombros.

—No me digas que vas a…

—Aguanta.

La Ducati despegó del suelo, saltando por el aire durante unos segundos eternos.

Cristian sintió su estómago caer y se aferró con fuerza a Vittorio, conteniendo el aliento mientras volaban por encima de un contenedor de carga.

La moto aterrizó con un impacto seco, pero Vittorio mantuvo el control a la perfección.

Cristian parpadeó varias veces, sorprendido de estar vivo.

El segundo auto no pudo seguirlos. Intentó frenar, pero el conductor perdió el control y se estrelló contra el mismo contenedor de carga.

El sonido del metal retorciéndose y vidrios estallando llenó el aire.

Vittorio redujo la velocidad y tomó una calle oscura, dejando atrás la escena.

Cristian aún tenía los brazos alrededor de su cintura, el pulso acelerado, la respiración entrecortada.

—Eso fue una locura.

Vittorio sonrió, sin rastro de miedo en su rostro.

—Bienvenido a mi mundo, Soto.

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