Cristian asintió lentamente y se subió a la moto detrás de él.
Cuando la Ducati arrancó de nuevo, dejando atrás el caos de la carrera, Cristian no pudo evitar pensar en una cosa. Vittorio no era solo un hombre peligroso. Era un hombre que, sin quererlo, estaba empezando a cambiar su mundo. El rugido de la Ducati resonaba en la carretera mientras Vittorio y Cristian se alejaban de la zona de carreras. La adrenalina aún corría por sus venas, el aire nocturno golpeaba sus rostros, y el eco de la multitud emocionada quedaba atrás como un recuerdo borroso. Cristian, aferrado a la cintura de Vittorio, sentía su corazón latir con fuerza. No sabía si era por la velocidad, por la pelea, o por la forma en que el cuerpo firme de Vittorio se movía con precisión junto a la moto. —¿Siempre te metes en problemas así? —preguntó Cristian, elevando la voz para que se oyera sobre el estruendo del motor. —Solo cuando es necesario. —Vittorio aceleró de golpe, haciéndolo sujetarse con más fuerza—. Y cuando me divierte. Cristian bufó, pero antes de que pudiera responder, las luces de un vehículo comenzaron a brillar detrás de ellos. —Vittorio, hay alguien siguiéndonos. Vittorio echó un vistazo rápido por el espejo y soltó una risa sin humor. —Era cuestión de tiempo. Cristian frunció el ceño. —¿De qué hablas? —De que Marco es un mal perdedor. El auto detrás de ellos, un BMW negro con vidrios polarizados, aceleró bruscamente, reduciendo la distancia entre ellos. Cristian sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —¿Está intentando embestirnos? Vittorio giró la cabeza ligeramente y su sonrisa se volvió más oscura. —Sí. Y va a arrepentirse de intentarlo. Antes de que Cristian pudiera procesar lo que estaba por pasar, Vittorio inclinó la moto hacia un callejón estrecho y tomó una curva cerrada con precisión milimétrica. El BMW intentó seguirlos, pero su tamaño jugó en su contra; los neumáticos chirriaron en el pavimento, y por poco chocaron contra un poste antes de lograr enderezar el vehículo. —¿A dónde demonios nos llevas? —Cristian preguntó con el pulso acelerado. —A jugar un poco. Vittorio no se dirigía hacia la mansión Soto, ni a un lugar seguro. Estaba jugando con ellos, llevándolos a un terreno que conocía mejor. La Ducati se adentró en un sector industrial, donde los enormes almacenes formaban un laberinto de pasillos y calles estrechas. El BMW apareció nuevamente detrás de ellos, su motor rugiendo con furia. Cristian miró hacia atrás y vio cómo otro auto más se unía a la persecución. —Genial. Ahora son dos. —Más divertido. Cristian apretó la mandíbula. Ese hombre era un maniático. El primer BMW aceleró, tratando de bloquearles el paso. Vittorio esperó hasta el último segundo antes de inclinar la moto a un lado, rozando el suelo con la rodilla y pasando justo entre el estrecho espacio entre el auto y la pared de un almacén. El auto intentó girar detrás de ellos, pero la maniobra fue demasiado abrupta. Las llantas traseras derraparon y chocó contra unos barriles metálicos, haciéndolos volar en todas direcciones. Cristian soltó un respiro tembloroso. —Uno menos. Pero el segundo auto aún los seguía. Vittorio aceleró, llevándolos a una rampa improvisada con una pila de escombros. —No me digas que vas a… —Aguanta. La Ducati despegó del suelo, saltando por el aire durante unos segundos eternos. Cristian sintió su estómago caer y se aferró con fuerza a Vittorio, conteniendo el aliento mientras volaban por encima de un contenedor de carga. La moto aterrizó con un impacto seco, pero Vittorio mantuvo el control a la perfección. Cristian parpadeó varias veces, sorprendido de estar vivo. El segundo auto no pudo seguirlos. Intentó frenar, pero el conductor perdió el control y se estrelló contra el mismo contenedor de carga. El sonido del metal retorciéndose y vidrios estallando llenó el aire. Vittorio redujo la velocidad y tomó una calle oscura, dejando atrás la escena. Cristian aún tenía los brazos alrededor de su cintura, el pulso acelerado, la respiración entrecortada. —Eso fue una locura. Vittorio sonrió, sin rastro de miedo en su rostro. —Bienvenido a mi mundo, Soto.El rugido de la Ducati se apagó poco a poco mientras Vittorio la conducía a un callejón oculto detrás de un antiguo almacén abandonado. El aire nocturno aún vibraba con la adrenalina de la persecución, y el único sonido que quedaba era el eco lejano de los motores desapareciendo en la distancia.Vittorio apagó el motor y apoyó un pie en el suelo, soltando un suspiro de satisfacción.—Dime que eso no fue jodidamente épico.Cristian, aún con el pulso acelerado, soltó una carcajada sincera, una risa que lo sacudió desde el pecho hasta la garganta. Habían estado a segundos de ser emboscados, y ahora estaban ahí, enteros, sin un solo rasguño.—Fue una locura. Pero sí, fue épico.Vittorio giró el rostro hacia él, con una media sonrisa. Sus ojos oscuros brillaban con algo más que adrenalina; había una intensidad cruda en su mirada, algo que hizo que Cristian se callara de golpe.—Nunca me había gustado tanto ver a un hombre sonreír.Las palabras golpearon a Cristian con más fuerza que el vie
Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, si
Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.Cristian entreabrió los ojos con fastidio.—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y mir
Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante.El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia.—Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos.Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio.—Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba e
El aire nocturno de la ciudad de Milán en 1980 tenía un aroma particular, una mezcla de humo, gasolina y el leve perfume de la libertad que solo los más osados sabían saborear. Las luces de neón titilaban en las calles, reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna de la tarde. Frente a la imponente fachada de Style Company Sot, Vittorio Carbone esperaba con la paciencia de un depredador en reposo, apoyado despreocupadamente contra su motocicleta.La moto, una Ducati 900SS negra con detalles plateados, relucía bajo las luces de la empresa, imponente y elegante como su dueño. Vittorio vestía una chaqueta de cuero negro y unos guantes oscuros, sus botas descansaban en el suelo mientras jugueteaba con las llaves del vehículo entre sus dedos.Cristian apareció en la entrada, con su característico porte serio y una expresión de cansancio marcada en su rostro. Como era de esperarse, llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una mochila negra colgada de un hombro. Parecía el refl
Vittorio tomó a Cristian del brazo y lo guió a través de la multitud que aún murmuraba sobre la pelea. Algunos lo miraban con respeto, otros con cautela, pero nadie se atrevía a desafiarlo. Había dejado claro quién mandaba ahí.Más adelante, en el centro del terreno baldío, varias motocicletas estaban alineadas, listas para la carrera. Los pilotos revisaban sus máquinas con meticulosa concentración, mientras el sonido de motores rugiendo calentaba el ambiente. Las apuestas se movían rápidamente, billetes pasaban de mano en mano, y las miradas se llenaban de emoción.Cristian observó el escenario con interés, pero sin dejar de lado su postura analítica. No estaba ahí por placer, sino porque Vittorio lo había arrastrado. Sin embargo, algo en la energía del lugar le resultaba adictivo.Vittorio se apartó un momento y se acercó a una motocicleta específica: una Suzuki Katana 1100 negra y roja, con detalles personalizados en el tanque y un escape modificado que hacía temblar el suelo con s