El rugido de la Ducati se apagó poco a poco mientras Vittorio la conducía a un callejón oculto detrás de un antiguo almacén abandonado. El aire nocturno aún vibraba con la adrenalina de la persecución, y el único sonido que quedaba era el eco lejano de los motores desapareciendo en la distancia.
Vittorio apagó el motor y apoyó un pie en el suelo, soltando un suspiro de satisfacción. —Dime que eso no fue jodidamente épico. Cristian, aún con el pulso acelerado, soltó una carcajada sincera, una risa que lo sacudió desde el pecho hasta la garganta. Habían estado a segundos de ser emboscados, y ahora estaban ahí, enteros, sin un solo rasguño. —Fue una locura. Pero sí, fue épico. Vittorio giró el rostro hacia él, con una media sonrisa. Sus ojos oscuros brillaban con algo más que adrenalina; había una intensidad cruda en su mirada, algo que hizo que Cristian se callara de golpe. —Nunca me había gustado tanto ver a un hombre sonreír. Las palabras golpearon a Cristian con más fuerza que el viento que los había azotado en la carrera. Su risa murió en el acto, su expresión cambió. Se removió ligeramente en su asiento y desvió la mirada, incómodo. —No digas estupideces, Vittorio. —Se echó a un lado, tratando de marcar una distancia entre ellos. Vittorio no se movió, pero su sonrisa no desapareció. —No es una estupidez. Cristian respiró hondo, sintiendo su corazón latir con más fuerza por razones que no tenían nada que ver con la persecución de hace unos minutos. —No soy gay, Vittorio. El silencio entre ambos fue tan intenso que podía escucharse el sonido de la respiración de cada uno. Vittorio inclinó la cabeza levemente, observándolo con detenimiento. Cristian evitaba su mirada a toda costa, pero él no pensaba dejarlo escapar tan fácilmente. —Yo tampoco lo era… hasta que te vi. Cristian tragó saliva. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El tono de Vittorio no tenía duda ni vacilación. Era una afirmación tan certera como una bala disparada en el momento justo. Cristian sintió que la piel se le erizaba, pero no supo si era por las palabras de Vittorio o por la forma en la que lo miraba, con esa intensidad que lo hacía sentir expuesto, como si pudiera ver dentro de él, como si supiera algo que ni siquiera él mismo entendía. —No juegues conmigo, Carbone. —Cristian intentó sonar firme, pero su voz no fue tan cortante como esperaba. Vittorio esbozó una sonrisa lenta, ladeada, como si supiera exactamente lo que Cristian estaba sintiendo pero no se atrevía a admitir. —¿Y si no estoy jugando? Cristian apartó la mirada y se pasó una mano por el cabello, nervioso. —Joder… Vittorio no dijo nada más. Solo se quedó mirándolo, esperando, disfrutando de verlo tambalearse entre la confusión y la negación. Cristian sentía su propio cuerpo traicionarlo, su propia mente desbordarse con pensamientos que no quería tener. El aire entre ellos se volvió más denso, más caliente, más insoportablemente eléctrico. Vittorio se inclinó un poco hacia él, no demasiado, solo lo suficiente para que Cristian sintiera su aliento rozarle la piel. —¿Quieres que me detenga? Cristian cerró los ojos por un segundo, maldiciéndose por la forma en que su cuerpo reaccionaba ante la proximidad de Vittorio. No respondió. No podía. Vittorio sonrió otra vez. No necesitaba palabras. Ya tenía su respuesta. El aire en el callejón era denso, cargado de electricidad. Los latidos de Cristian resonaban en su pecho como tambores de guerra, y aunque intentaba ignorarlo, era imposible. Vittorio no se movió ni un centímetro, seguía demasiado cerca, demasiado seguro, demasiado jodidamente intenso. Cristian respiró hondo, tratando de calmar el torbellino que sentía dentro. Pero fue inútil. Entonces ocurrió. Vittorio levantó una mano lentamente y con la yema de los dedos rozó su mandíbula, delineando su piel con un toque apenas perceptible, pero lo suficientemente fuerte como para hacer que Cristian se estremeciera. —No tienes idea de lo que me provocas. —Vittorio murmuró con voz grave, cargada de algo oscuro, algo prohibido. Cristian sintió una punzada en el estómago, un tirón en su interior que lo hizo querer correr… o quedarse. Vittorio inclinó el rostro, acercándose más. Cristian sintió el aliento cálido rozar sus labios y el tiempo pareció congelarse. Todo en su cabeza gritaba que lo detuviera, que esto no estaba bien, que no era él, pero su cuerpo hablaba otro idioma, uno que no entendía, uno que no podía controlar. Los labios de Vittorio estaban a solo milímetros de los suyos cuando el instinto de Cristian reaccionó antes que su razón. —No. De golpe, colocó ambas manos en el pecho firme de Vittorio y lo empujó con fuerza, creando distancia entre ellos. Su respiración estaba entrecortada, su pecho subía y bajaba violentamente. Su piel ardía como si estuviera en llamas. —No puedo. —Su voz salió áspera, casi como un susurro. —No soy así, Vittorio. Vittorio no se movió más, pero tampoco retrocedió mucho. Lo miraba como un depredador que sabía que su presa estaba a punto de rendirse. —Dices que no puedes… pero no dices que no quieres. Cristian apretó la mandíbula. —Es lo mismo. —No, no lo es. —Vittorio dio un paso hacia él y Cristian se tensó, como si una parte de él estuviera aterrada de que lo tocara otra vez, porque sabía que no podría resistirse. —Mierda, Vittorio, para. —Cristian cerró los ojos con frustración, intentando controlar el caos en su sangre. Pero Vittorio no se detenía. Lo desafiaba con la mirada, lo acorralaba sin siquiera tocarlo. —Dímelo mirandome a los ojos. Cristian abrió los suyos y se encontró con esa mirada oscura, ardiente, como brasas encendidas. Su pecho se comprimió, su respiración se volvió errática. —No quiero. —Lo dijo, pero sonó tan débil, tan jodidamente poco convincente, que incluso él mismo se odió por ello. Vittorio sonrió, esa sonrisa ladeada y m*****a que lo hacía querer arrancarse la piel de la confusión. —Mientes, Soto. Cristian sintió que su propio cuerpo lo traicionaba, su pulso acelerado, sus manos temblorosas aún apoyadas en el pecho de Vittorio. Podía sentir el latido del otro hombre bajo su palma, fuerte y desbocado, igual que el suyo. Era un maldito juego peligroso. Y estaba perdiendo.Cristian no dejaba de pensar en lo casi sucedido con Vittorio. Aquella cercanía tan peligrosa que se había formado entre ellos lo perturbaba más de lo que quería admitir. Por más que intentara distraerse, pensar en otra cosa o enfocarse en el trabajo, era casi imposible no recordar los ojos oscuros de Vittorio y ese porte tan seguro que lo desarmaba sin siquiera intentarlo.Estaba en una reunión importante, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior, en el roce involuntario de sus manos, en la manera descarada en que Vittorio había invadido su espacio personal.—Estamos intentando construir un nuevo hotel cerca de la playa —dijo un inversor que encabezaba la reunión, su voz firme resonando en la sala.Todos estaban centrados y atentos, menos Cristian. Su mirada estaba fija en la pantalla, pero su mente estaba en otro lugar, atrapada en un torbellino de emociones que no quería reconocer.—Señor Soto, ¿escuchó mi propuesta? —preguntó el hombre, sacándolo de golpe de sus pensamie
Cristian se apartó con brusquedad, como si el aire entre ellos le quemara los pulmones. Se pasó la mano por la boca, como si intentara borrar el beso, pero la sensación de los labios de Vittorio seguía impregnada en su piel, vibrando en cada célula de su cuerpo.—Esto fue un error —murmuró, su voz rota, sin atreverse a mirar a Vittorio.Pero Vittorio no parecía afectado por sus palabras. Al contrario, lo observaba con una mezcla de ternura y satisfacción, como si hubiera ganado la primera batalla de una guerra que pensaba pelear hasta el final.—Si hubiera sido un error, no me habrías besado así —replicó, dando un paso hacia él.Cristian retrocedió hasta chocar con la pared, su pecho subiendo y bajando con violencia.—Te dije que no soy como tú —insistió, pero su voz carecía de convicción.Vittorio inclinó la cabeza, mirándolo con intensidad, como si pudiera ver a través de todas sus barreras.—No tienes que ser como yo —susurró, acercándose hasta que sus cuerpos casi se rozaron—. Sol
Vittorio sonrió mientras admiraba a Cristian dormido a su lado, completamente desnudo. La luz de la mañana se filtraba por la ventana, iluminando la piel de Cristian, que brillaba con destellos dorados. Vittorio no pudo resistirse a acariciar su espalda, deslizando los dedos con suavidad, como si temiera despertarlo. Pero la tentación era más fuerte. Se inclinó lentamente, rozando la piel de Cristian con la punta de su nariz, recorriendo su hombro hasta depositar un beso delicado.—Buenos días —susurró Vittorio, su voz baja y cargada de ternura, justo cuando Cristian abrió los ojos con esfuerzo, aún atrapado en los restos del sueño.Cristian parpadeó varias veces antes de enfocarse en él, y una sonrisa tímida se asomó en sus labios.—Buenos días… —murmuró, su voz ronca por el descanso.Vittorio no le dio tiempo a decir más. Se inclinó y lo besó con suavidad, devorando sus labios con lentitud, como si saboreara un manjar que no quería terminar nunca.—¿Cómo dormiste? —preguntó, separán
La ducha quedó olvidada mientras Vittorio lo recostaba de nuevo en la cama, deslizándose sobre él como si pertenecieran a ese espacio, a ese instante donde solo existían ellos. Las manos de Vittorio redescubrieron cada centímetro del cuerpo de Cristian, y sus labios dejaron un rastro de fuego en cada beso.—Eres mío… —susurró Vittorio, su aliento entrecortado mientras sus frentes se tocaban, mirándose con los corazones desbocados.Cristian lo abrazó con fuerza, sintiendo que en ese momento no había más verdad que la que ardía entre ellos.—Soy tuyo… —respondió, perdiéndose en la intensidad de Vittorio, en ese amor que, aunque prohibido, los hacía sentirse más vivos que nunca.El agua caliente caía en cascada sobre sus cuerpos, envolviéndolos en una nube de vapor que convertía el baño en un refugio temporal. Cristian apoyaba las manos contra los azulejos fríos, con la cabeza baja y los ojos cerrados, intentando calmar el torbellino que sentía en su pecho. Vittorio se acercó por detrás,
La noche era densa en casa de los Carbone. Las luces del enorme comedor iluminaban la mesa de caoba, reflejando destellos en las copas de vino que descansaban medio vacías. El aire olía a tabaco y cuero, impregnado con esa mezcla de poder y peligro que siempre rodeaba a la familia más temida de Italia.Cristian estaba sentado al lado de Vittorio, con las manos entrelazadas bajo la mesa, sintiendo las caricias lentas y persistentes de los dedos de su amante deslizándose por su piel. Cada roce lo ponía al borde de la locura, pero mantenía la compostura con la maestría de alguien que había crecido entre las sombras de la mafia.Juan Carlos Carbone, el patriarca, los observaba con esos ojos oscuros que podían atravesar el alma. Se llevó la copa de vino a los labios, estudiando a Cristian con la curiosidad de un depredador analizando a su presa.—Entonces, Cristian —dijo con voz grave—, veo que ahora estás un poco más comprometido con nosotros.Cristian sostuvo la mirada sin vacilar, sinti
La noche en el puerto era densa, cargada de humedad y con el olor salado del mar impregnando el aire. Las luces parpadeaban débilmente sobre los contenedores oxidados, proyectando sombras alargadas que se movían con el viento. El crujido de las tablas del muelle y el vaivén de las olas eran los únicos sonidos que acompañaban a Cristian y Vittorio mientras avanzaban con sus hombres, todos armados hasta los dientes.—¿Todo está en orden? —preguntó Vittorio a uno de los guardias, sin soltar su pistola.—Sí, señor. El cargamento debería llegar en quince minutos.Cristian caminaba a su lado, con los nervios crispados. Aunque intentaba disimular, sentía un nudo en el estómago. El puerto estaba demasiado silencioso, demasiado... fácil.—Esto no me gusta —susurró Cristian, mirando a Vittorio de reojo.Vittorio apretó la mandíbula, los músculos de su cuello tensándose.—A mí tampoco.De repente, un silbido rompió la calma, seguido de un estruendo. El primer disparo se clavó en el pecho de uno
El auto rugía contra el asfalto mientras Vittorio pisaba el acelerador con tanta fuerza que los neumáticos chirriaban en cada curva cerrada. La ciudad se desdibujaba en luces borrosas mientras la sangre de Cristian empapaba el asiento y las manos de Vittorio, que apretaban el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.—¡Aguanta, mi amor! —murmuraba, con la mandíbula trabada y los ojos desbordados de rabia y desesperación. Cristian gemía débilmente, la cabeza ladeada sobre el reposabrazos, con el rostro pálido y sudoroso.Vittorio, con los dientes apretados, arrancó el teléfono del salpicadero y marcó con dedos temblorosos.—¿Dónde demonios estabas? —bramó en cuanto su padre respondió, su voz quebrándose por la furia.—¿Vittorio? ¿Qué está pasando? —preguntó Juan Carlos, con su tono habitual de calma peligrosa.—¡Nos emboscaron! ¡Sabían que estaríamos allí! —gritó Vittorio, golpeando el volante con la palma mientras tomaba otra curva a toda velocidad—. ¡Alguien habló, padre
Horas después, la puerta del quirófano se abrió, y un médico salió con el rostro cansado.—¿Familia de Cristian Soto? —preguntó, mirando alrededor.Vittorio se acercó de inmediato, con los ojos enrojecidos.—Yo —dijo, sin importarle lo que implicara esa palabra.El médico suspiró.—La bala rozó órganos vitales, pero logramos detener la hemorragia a tiempo. Está estable, pero las próximas horas serán críticas.Vittorio sintió que las piernas le flaqueaban.—¿Puedo verlo? —preguntó, con la voz rota.—Solo un momento. Aún está sedado.Entró a la habitación en silencio, y cuando vio a Cristian en la cama, con el rostro pálido y los labios secos, sintió que algo dentro de él se desplomaba. Se sentó a su lado, tomó su mano con delicadeza y la besó, dejando que las lágrimas cayeran sin contención.—No te atrevas a dejarme, ¿me oyes? —susurró, apoyando la frente sobre los dedos fríos de Cristian—. No sé qué haría sin ti... y ni siquiera puedo decirte cuánto te amo porque este maldito mundo no