Episodio 2

Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.

Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.

El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.

—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.

Cristian entreabrió los ojos con fastidio.

—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y miró hacia la puerta con impaciencia—. ¿Acaso tenía una cita? ¿Desde cuándo dejas pasar a cualquiera?

Su tono era afilado, cortante, como un látigo dirigido a la joven que permanecía de pie en la entrada, claramente incómoda ante su mal humor.

—Es el señor Carbone —dijo ella rápidamente, haciéndose a un lado para dar paso a un hombre mayor, elegantemente vestido, que entró con paso seguro.

Cristian se irguió de inmediato en su silla y bajó los pies de la mesa con un leve golpe. Observó con atención al recién llegado: Juan Carlos Vittorio Carbone, el patriarca de una de las familias más influyentes dentro de la mafia italiana. No era un hombre que acostumbrara a hacer visitas sin previo aviso.

Pero lo que realmente capturó su atención no fue el hombre mayor, sino el joven que lo acompañaba.

Alto, de porte distinguido, con un traje negro perfectamente ajustado a su cuerpo esbelto y una expresión que mezclaba arrogancia y confianza natural. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás con precisión, dejando al descubierto un rostro de facciones marcadas y ojos intensamente afilados.

Cristian y el joven se miraron por un fugaz segundo, un encuentro visual que fue tan rápido como eléctrico.

El señor Carbone avanzó con tranquilidad hasta su escritorio y le tendió la mano.

—Señor Cristian Soto —saludó con una sonrisa educada, pero con esa frialdad calculadora que solo los hombres de su mundo sabían manejar.

Cristian se levantó, acomodándose la chaqueta del traje antes de estrechar su mano con firmeza.

—Señor Juan Carlos Vittorio, ¿a qué debo el honor? —preguntó con tono neutro, sin dejar de analizar cada movimiento del hombre.

El patriarca de los Carbone giró levemente el rostro hacia el joven que estaba a su lado y extendió una mano en su dirección.

—Este es mi hijo, Vittorio —presentó con un leve tono de orgullo en su voz.

Cristian dirigió su mirada de nuevo hacia el joven, quien lo observaba con un brillo indescifrable en los ojos.

—Cristian Soto —dijo Cristian con simpleza, extendiendo la mano.

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