Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.
Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante. Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, sintió una mirada clavada en él. —¿Por qué llegas tan tarde? —susurró una voz femenina a su lado. Cristian mantuvo la vista fija en el frente, fingiendo no haber escuchado. —No me mires —respondió en voz baja, sin girar el rostro. La chica soltó un suspiro, pero no se rindió. —Te voy a prestar los apuntes, Cristian. No tienes que ser tan seco —dijo con una leve sonrisa en los labios. Antes de que él pudiera responder, una voz firme interrumpió el murmullo. —Malena, ¿sucede algo que quieras compartir con la clase? El profesor Rosalba se había girado, sus ojos oscuros observaban con severidad a la joven. El aula entera quedó en silencio, expectante. Malena bajó la mirada de inmediato, sintiéndose expuesta. —Lo siento mucho, señor Rosalba —se disculpó rápidamente, lanzándole una mirada de reojo a Cristian, quien permanecía impasible. El profesor fijó su atención en él, analizándolo con una expresión inescrutable antes de hablar nuevamente. —Por cierto, señor Soto, necesito que pase a verme después de clases. Cristian no reaccionó más de lo necesario. Simplemente asintió, aunque por dentro se preguntaba el motivo de aquella petición. El profesor Rosalba no solía llamar a los alumnos a su despacho sin razón. El hombre se giró de nuevo hacia la pizarra y retomó la lección, dejando a Cristian con un ligero malestar en el pecho. No le gustaba recibir órdenes, mucho menos de alguien que no conocía del todo. Malena le dio un pequeño codazo. —¿Qué hiciste? —preguntó en un susurro apenas audible. Cristian exhaló con desgana. —Nada —respondió, aunque en su mente comenzaba a preguntarse si realmente era así. Cuando sonó la campana indicando el final de la clase, Cristian no se apresuró en recoger sus cosas como los demás. Observó con calma cómo los estudiantes se iban dispersando, algunos quedándose a discutir la lección y otros marchándose con prisa. Malena se inclinó sobre su escritorio, apoyando los codos en la superficie. —¿Vas a ir —No tengo opción —murmuró él, deslizando sus libros bajo el brazo nuevamente. Ella sonrió. —Suerte entonces. Si necesitas un abogado, llámame. Cristian rodó los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios. Sin más, salió del aula y caminó por los pasillos en dirección al despacho del profesor Rosalba. La puerta estaba entreabierta cuando llegó. Tocó dos veces antes de escuchar la voz del docente llamándolo a pasar. El despacho era un espacio amplio pero sobrio, con estanterías llenas de libros y un gran ventanal que dejaba entrar la luz de la tarde. El profesor Rosalba estaba sentado detrás de su escritorio, hojeando algunos documentos antes de levantar la mirada hacia él. —Siéntese, señor Soto. Cristian obedeció sin decir nada. Apoyó los libros sobre su regazo y esperó. El profesor cerró la carpeta que tenía en las manos y entrelazó los dedos sobre el escritorio. —He leído sobre usted. Cristian mantuvo su expresión neutral, aunque por dentro sintió un ligero escalofrío. —¿Sobre mí? —repitió. —Sobre su padre, para ser más preciso. Manuel Soto fue un hombre… particular —dijo el profesor, eligiendo sus palabras con cuidado—. Y ahora usted ocupa su lugar, ¿no es así? Cristian no respondió de inmediato. Había algo en el tono del profesor que le incomodaba, como si supiera más de lo que aparentaba. —No sé de qué me habla —dijo finalmente. El profesor sonrió levemente, pero no con burla, sino con comprensión. —No tiene que preocuparse, señor Soto. No estoy aquí para juzgarlo, ni para entrometerme en asuntos que no me corresponden. Solo quiero asegurarme de que entiende algo: la universidad es un lugar distinto. Aquí, no importa quién sea afuera. Aquí, usted es solo un estudiante. Cristian inclinó ligeramente la cabeza, evaluando sus palabras. —Lo entiendo. El profesor asintió, satisfecho con la respuesta. —Bien. Eso era todo. Puede retirarse. Cristian se puso de pie, tomando sus libros nuevamente. Cuando estaba a punto de salir, el profesor agregó: —Ah, y señor Soto… Espero verlo más seguido en clase y sin retrasos. Cristian sonrió de lado antes de girarse y salir del despacho. Caminó por los pasillos con paso firme, pero en su interior, algo le decía que aquella conversación había sido más que una simple advertencia. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que el profesor Rosalba no había dicho todo lo que realmente pensaba.Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.Cristian entreabrió los ojos con fastidio.—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y mir
Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante.El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia.—Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos.Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio.—Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba e
El aire nocturno de la ciudad de Milán en 1980 tenía un aroma particular, una mezcla de humo, gasolina y el leve perfume de la libertad que solo los más osados sabían saborear. Las luces de neón titilaban en las calles, reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna de la tarde. Frente a la imponente fachada de Style Company Sot, Vittorio Carbone esperaba con la paciencia de un depredador en reposo, apoyado despreocupadamente contra su motocicleta.La moto, una Ducati 900SS negra con detalles plateados, relucía bajo las luces de la empresa, imponente y elegante como su dueño. Vittorio vestía una chaqueta de cuero negro y unos guantes oscuros, sus botas descansaban en el suelo mientras jugueteaba con las llaves del vehículo entre sus dedos.Cristian apareció en la entrada, con su característico porte serio y una expresión de cansancio marcada en su rostro. Como era de esperarse, llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una mochila negra colgada de un hombro. Parecía el refl
Vittorio tomó a Cristian del brazo y lo guió a través de la multitud que aún murmuraba sobre la pelea. Algunos lo miraban con respeto, otros con cautela, pero nadie se atrevía a desafiarlo. Había dejado claro quién mandaba ahí.Más adelante, en el centro del terreno baldío, varias motocicletas estaban alineadas, listas para la carrera. Los pilotos revisaban sus máquinas con meticulosa concentración, mientras el sonido de motores rugiendo calentaba el ambiente. Las apuestas se movían rápidamente, billetes pasaban de mano en mano, y las miradas se llenaban de emoción.Cristian observó el escenario con interés, pero sin dejar de lado su postura analítica. No estaba ahí por placer, sino porque Vittorio lo había arrastrado. Sin embargo, algo en la energía del lugar le resultaba adictivo.Vittorio se apartó un momento y se acercó a una motocicleta específica: una Suzuki Katana 1100 negra y roja, con detalles personalizados en el tanque y un escape modificado que hacía temblar el suelo con s
Cristian asintió lentamente y se subió a la moto detrás de él.Cuando la Ducati arrancó de nuevo, dejando atrás el caos de la carrera, Cristian no pudo evitar pensar en una cosa.Vittorio no era solo un hombre peligroso.Era un hombre que, sin quererlo, estaba empezando a cambiar su mundo.El rugido de la Ducati resonaba en la carretera mientras Vittorio y Cristian se alejaban de la zona de carreras. La adrenalina aún corría por sus venas, el aire nocturno golpeaba sus rostros, y el eco de la multitud emocionada quedaba atrás como un recuerdo borroso.Cristian, aferrado a la cintura de Vittorio, sentía su corazón latir con fuerza. No sabía si era por la velocidad, por la pelea, o por la forma en que el cuerpo firme de Vittorio se movía con precisión junto a la moto.—¿Siempre te metes en problemas así? —preguntó Cristian, elevando la voz para que se oyera sobre el estruendo del motor.—Solo cuando es necesario. —Vittorio aceleró de golpe, haciéndolo sujetarse con más fuerza—. Y cuando
El rugido de la Ducati se apagó poco a poco mientras Vittorio la conducía a un callejón oculto detrás de un antiguo almacén abandonado. El aire nocturno aún vibraba con la adrenalina de la persecución, y el único sonido que quedaba era el eco lejano de los motores desapareciendo en la distancia.Vittorio apagó el motor y apoyó un pie en el suelo, soltando un suspiro de satisfacción.—Dime que eso no fue jodidamente épico.Cristian, aún con el pulso acelerado, soltó una carcajada sincera, una risa que lo sacudió desde el pecho hasta la garganta. Habían estado a segundos de ser emboscados, y ahora estaban ahí, enteros, sin un solo rasguño.—Fue una locura. Pero sí, fue épico.Vittorio giró el rostro hacia él, con una media sonrisa. Sus ojos oscuros brillaban con algo más que adrenalina; había una intensidad cruda en su mirada, algo que hizo que Cristian se callara de golpe.—Nunca me había gustado tanto ver a un hombre sonreír.Las palabras golpearon a Cristian con más fuerza que el vie