Perversa Traición³
Perversa Traición³
Por: Dalex Hache
Episodio 1

Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.

Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.

Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, sintió una mirada clavada en él.

—¿Por qué llegas tan tarde? —susurró una voz femenina a su lado.

Cristian mantuvo la vista fija en el frente, fingiendo no haber escuchado.

—No me mires —respondió en voz baja, sin girar el rostro.

La chica soltó un suspiro, pero no se rindió.

—Te voy a prestar los apuntes, Cristian. No tienes que ser tan seco —dijo con una leve sonrisa en los labios.

Antes de que él pudiera responder, una voz firme interrumpió el murmullo.

—Malena, ¿sucede algo que quieras compartir con la clase?

El profesor Rosalba se había girado, sus ojos oscuros observaban con severidad a la joven. El aula entera quedó en silencio, expectante.

Malena bajó la mirada de inmediato, sintiéndose expuesta.

—Lo siento mucho, señor Rosalba —se disculpó rápidamente, lanzándole una mirada de reojo a Cristian, quien permanecía impasible.

El profesor fijó su atención en él, analizándolo con una expresión inescrutable antes de hablar nuevamente.

—Por cierto, señor Soto, necesito que pase a verme después de clases.

Cristian no reaccionó más de lo necesario. Simplemente asintió, aunque por dentro se preguntaba el motivo de aquella petición. El profesor Rosalba no solía llamar a los alumnos a su despacho sin razón.

El hombre se giró de nuevo hacia la pizarra y retomó la lección, dejando a Cristian con un ligero malestar en el pecho. No le gustaba recibir órdenes, mucho menos de alguien que no conocía del todo.

Malena le dio un pequeño codazo.

—¿Qué hiciste? —preguntó en un susurro apenas audible.

Cristian exhaló con desgana.

—Nada —respondió, aunque en su mente comenzaba a preguntarse si realmente era así.

Cuando sonó la campana indicando el final de la clase, Cristian no se apresuró en recoger sus cosas como los demás. Observó con calma cómo los estudiantes se iban dispersando, algunos quedándose a discutir la lección y otros marchándose con prisa.

Malena se inclinó sobre su escritorio, apoyando los codos en la superficie.

—¿Vas a ir

—No tengo opción —murmuró él, deslizando sus libros bajo el brazo nuevamente.

Ella sonrió.

—Suerte entonces. Si necesitas un abogado, llámame.

Cristian rodó los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios. Sin más, salió del aula y caminó por los pasillos en dirección al despacho del profesor Rosalba.

La puerta estaba entreabierta cuando llegó. Tocó dos veces antes de escuchar la voz del docente llamándolo a pasar.

El despacho era un espacio amplio pero sobrio, con estanterías llenas de libros y un gran ventanal que dejaba entrar la luz de la tarde. El profesor Rosalba estaba sentado detrás de su escritorio, hojeando algunos documentos antes de levantar la mirada hacia él.

—Siéntese, señor Soto.

Cristian obedeció sin decir nada. Apoyó los libros sobre su regazo y esperó.

El profesor cerró la carpeta que tenía en las manos y entrelazó los dedos sobre el escritorio.

—He leído sobre usted.

Cristian mantuvo su expresión neutral, aunque por dentro sintió un ligero escalofrío.

—¿Sobre mí? —repitió.

—Sobre su padre, para ser más preciso. Manuel Soto fue un hombre… particular —dijo el profesor, eligiendo sus palabras con cuidado—. Y ahora usted ocupa su lugar, ¿no es así?

Cristian no respondió de inmediato. Había algo en el tono del profesor que le incomodaba, como si supiera más de lo que aparentaba.

—No sé de qué me habla —dijo finalmente.

El profesor sonrió levemente, pero no con burla, sino con comprensión.

—No tiene que preocuparse, señor Soto. No estoy aquí para juzgarlo, ni para entrometerme en asuntos que no me corresponden. Solo quiero asegurarme de que entiende algo: la universidad es un lugar distinto. Aquí, no importa quién sea afuera. Aquí, usted es solo un estudiante.

Cristian inclinó ligeramente la cabeza, evaluando sus palabras.

—Lo entiendo.

El profesor asintió, satisfecho con la respuesta.

—Bien. Eso era todo. Puede retirarse.

Cristian se puso de pie, tomando sus libros nuevamente. Cuando estaba a punto de salir, el profesor agregó:

—Ah, y señor Soto… Espero verlo más seguido en clase y sin retrasos.

Cristian sonrió de lado antes de girarse y salir del despacho.

Caminó por los pasillos con paso firme, pero en su interior, algo le decía que aquella conversación había sido más que una simple advertencia.

No sabía por qué, pero tenía la sensación de que el profesor Rosalba no había dicho todo lo que realmente pensaba.

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