Dante Coello es un hombre inteligente, frío, despiadado y cruel. Es el jefe de la mafia y próximo jefe de todos los clanes. La ambición y el poder lo rodea por completo. Por una traición por parte de su primo, Dante perdió a la mujer que más amaba. Para vengarse de él busca casarse con la mujer que ama su primo. Aurora Greco es una doctora apasionada por salvar vidas y ayudar a los demás. Es inteligente, hermosa y carismática. Sueña con casarse con el hombre que para ella es perfecto. Desafortunadamente su vida cambia drásticamente cuando se cruza con un hombre peligroso quien la va a usar para cumplir con su propósito de recuperar todo lo que le pertenece. Un matrimonio forzado que los une desatando rivalidad, deseo y pasión. ¿Podrá el amor nacer entre Dante y Aurora a pesar de todos los obstáculos que hay entre ellos?
Leer másEl cielo de Bolonia aún estaba oscuro cuando Aurora comenzó a empacar sus cosas. Se movía en silencio, casi como si temiera que el más mínimo sonido pudiera delatarla. Doblaba su ropa con calma, pero su mirada era distante. El beso de Alonzo seguía ardiendo en sus labios… y la culpa le carcomía el pecho.Se puso un vestido sencillo de lino azul claro, ató su cabello en una trenza floja y respiró hondo. No quería enfrentar a nadie. No quería más palabras, ni excusas, ni miradas de deseo. Solo necesitaba alejarse.Bajó las escaleras en puntillas, con la maleta en mano, y al llegar al vestíbulo lo vio, Alonzo estaba en la sala, con la espalda levemente encorvada, bebiendo en silencio. La luz tenue iluminaba su perfil, y su expresión estaba rota. Ella detuvo su paso unos segundos, lo miró con compasión… pero no se acercó.Con suavidad, giró sobre sus talones y salió de la casa. Cerró la puerta sin ruido. En la calle, tomó un taxi sin mirar atrás.—Al aeropuerto, por favor —dijo ella.M
Aurora bajó la mirada tras el beso. El aire seguía impregnado de esa electricidad que sólo nace cuando lo prohibido se roza con los labios.El ambiente se sentía con un aura desconocido. —Alonzo… —murmuró ella, sin levantar la vista—. Es mejor que te retires. Te pido por favor que te retires. El silencio que siguió a sus palabras fue denso. Alonzo se quedó inmóvil unos segundos, como si no hubiera entendido. Pero finalmente asintió. En sus ojos no había enojo, solo un dolor resignado.—Tienes razón —dijo, con la voz apagada—. Lo siento, Aurora. Solo que… no pude controlar mis impulsos. Por favor disculpame, en verdad te pido que me disculpes. Ella levantó apenas la mirada. Vio cómo él se alejaba sin decir más, cómo sus pasos resonaban en la madera del piso, cada vez más lejanos. La puerta se cerró con un leve clic. Aurora se quedó sola en la habitación, mirando la vela que aún ardía.Alonzo bajó las escaleras en silencio, con la mandíbula tensa. Al llegar al salón, se dirigió direc
Aurora salió del baño envuelta en una toalla blanca que le cubría el cuerpo hasta los muslos. Se sentía más cómoda y descansada.Su piel aún humeaba del agua caliente, y sus mejillas estaban sonrojadas por el vapor. Se sorprendió al ver la bandeja servida sobre la pequeña mesa redonda junto al ventanal. Velas encendidas, platos humeantes, una botella de vino descorchada, todo dispuesto con un esmero casi ceremonial. —¿Alonzo? —preguntó suavemente, sin verlo—. Alonzo ¿eres tu?En ese instante, él regresaba por el pasillo, aún con la respiración contenida. Al oír su voz, se recompuso y sonrió al entrar.—Te dejé la cena… pensé que quizás tendrías hambre —él dijo con su voz agitada, un nudo en su pecho y el deseo latente.Aurora lo miró con dulzura. Había algo distinto en sus ojos, una mezcla de sorpresa y gratitud. Alonzo era un hombre bueno y ella se sentía afortunada de tenerlo en su vida, de tener una amistad como la suya en su vida.—Es hermoso… gracias —dijo ella con una genuina s
BOLONIA El avión aterrizó con suavidad sobre la pista de Bolonia, y los primeros rayos del atardecer tiñeron de oro las ventanas de la terminal. Aurora descendió con paso sereno, con una carpeta en la mano y el cabello recogido en una coleta suelta. Había hecho ese viaje por encargo de Dante, llevando personalmente unos documentos importantes a Alonzo.Afuera, Alonzo ya la esperaba apoyado contra su auto negro, elegante, inconfundible. Cuando la vio aparecer, una sonrisa amplia le cruzó el rostro. Era como si el mundo se detuviera un segundo. Sus ojos se iluminaron y por un momento, Alonzo se sintió flotando, como si estuviera sobre una nube suave, lejana al ruido del mundo.Aurora también lo vio. Sus ojos se encontraron. Ninguno dijo nada al principio, solo se miraron. Él avanzó unos pasos, y con la misma delicadeza con la que se toca una flor, le ofreció su mano.—¿Vienes conmigo? —preguntó con voz baja, cálida.Aurora asintió, sin soltar la carpeta.—Claro —respondió ella.Subió
Fiorella abrió los ojos de golpe. La luz que colgaba del techo la cegó por un instante. Estaba atada de pies y manos, una delgada sonda clavada en su brazo, conectada a una bolsa de suero que goteaba lentamente. Su cuerpo sudaba frío. Intentó moverse, pero las correas la mantenían inmóvil.Frente a ella, sentado en una silla con la pierna cruzada, estaba Dante.—Despierta, bella durmiente —murmuró con una sonrisa torcida—. El suero ya debe estar haciendo efecto. No te preocupes, es un simple relajante... aunque, combinado con un poco de lo que Ulises usaba... digamos que afloja lenguas.Fiorella apretó los dientes, resistiéndose a dejar salir cualquier palabra. Dante se levantó, caminó hacia ella con calma, como si saboreara cada paso. Se inclinó hacia su rostro, estudiando sus reacciones.—¿Dónde está el resto de tu gente? —preguntó en voz baja, casi como un susurro íntimo—. ¿Quién te ayudó a intentar secuestrarme en mi propia casa? ¿Creíste que iba a dejar eso pasar?Fiorella lo es
Las luces del pasillo subterráneo se encendían una a una al paso de Dante. No se escuchaban pasos, sólo el eco lejano del metal que vibraba con el mínimo roce. Sus ojos estaban fijos al frente, dispuesto acabar con la mujer que apenas unos días le ofreció ser su aliado.Ahora caminaba hacia ella. Esta vez, ella era la prisionera.Empujó la puerta de acero con una mano enguantada. El sonido oxidado del metal rasgó el silencio. La sala era amplia, sin ventanas, con paredes de concreto y una única lámpara colgando sobre la mesa metálica en el centro. En las esquinas, las sombras se agitaban como animales expectantes.Fiorella estaba en el suelo. Los labios partidos, una ceja ensangrentada, los brazos atados a la espalda. La habían derribado con violencia al atraparla. Había peleado, sí, hasta que la hicieron sangrar.Cuando lo vio entrar, intentó incorporarse. Pero el guardia detrás de ella le presionó el cuello con la bota, obligándola a agachar la cabeza.Dante se detuvo frente a ella.
El viento golpeaba las hojas de los árboles con una furia extraña, como si el bosque que rodeaba la mansión de Dante también presintiera lo que estaba por ocurrir. A lo lejos, el motor encendido de una camioneta negra rugía bajo la tensión del momento. Vittorio sostenía con fuerza el volante, con los nudillos blancos, los ojos clavados en la imponente entrada de hierro forjado.La puerta lateral del vehículo se abrió de golpe.Antonio, con la camisa manchada de sangre seca y el rostro descompuesto por el pánico, se dejó caer en el asiento del copiloto. El sonido metálico de la puerta al cerrarse resonó como un disparo en medio del silencio denso.—¿Qué diablos pasó? —espetó Vittorio sin darle tiempo a respirar—. ¿Dónde está Fiorella?Antonio giró apenas el rostro, los ojos desorbitados, la voz entrecortada.—Arranca. ¡Ahora, Vittorio! Si no quieres que Dante nos atrape también, ¡muévete!Vittorio giró bruscamente hacia él, sus ojos se tornaron oscuros, llenos de una furia que le salía
Dante limpio su camisa, sudor y subió a la habitación, debía hablar con Aurora, ponerla a salvo para lo que se venía, ya había hablado con Alonzo y el se encargaría de protegerla hasta con su propia vida si fuese necesario.Dante se acercó a Aurora con una carpeta en mano y una sonrisa persuasiva.—¡Hola bonita!, necesito un favor importante. Tengo unos documentos que debo enviar a Alonzo, quien está actualmente en Bolonia. Me preguntaba si podrías ser tú quien los lleve —dijo mientras se acercaba a ella, y la tomaba de la cintura.Aurora levantó una ceja, intrigada por la petición.—¿Por qué yo? —preguntó Aurora con curiosidad. Dante se encogió de hombros y respondió.—Porque eres la única en quien confío plenamente. Sé que puedo contar contigo para que estos documentos lleguen a Alonzo de manera segura y sin contratiempos. Aurora pareció dudar por un momento antes de hacer otra pregunta.—Está bien, iré a Bolonia —dijo finalmente—. Pero no iré sola. ¿Quién me acompañaráDante son
La mansión de Dante había cambiado. Ya no era lúgubre, fría, vacía, ahora se sentía calor de un hogar, las risas de Aurora lo habían cambiado todo, incluso a él. Aunque seguía siendo el hombre frío, cruel, y déspota. Con Aurora había conocido a un hombre que no conocía ni el mismo, romántico, detallista y hasta había despertado el buen sentido del humor.Solo que había algo en el aire, una vibración sutil que anunciaba que las máscaras estaban por caer, algo que le decía que no todo estaba bien y que no debía bajar la guardia, y menos ahora que Alonzo se había ido por dos meses, ahora estaba solo por así decirlo.Dante no dormía. Había noches que no conciliaba más de unas horas de sueño. Su instinto, ese que tantas veces lo había salvado, no lo dejaba en paz. Algo no encajaba. No era un dato concreto, ni una amenaza específica. Era una suma de gestos, vacíos, demoras en los reportes, miradas esquivas entre sus hombres.Y luego estaba Cristian.Su sombra había empezado a notarse más d