Favores del pasado

El viento resoplaba con mucha más fuerza a medida que pasaba el tiempo, los árboles se movían de lado a lado, al igual que la mandíbula de Antonio, quien solo contaba los segundos por encontrar a Dante.

Sus ojos se desviaron al notar que una de las camionetas frenaba bruscamente metros más adelante.

—¡Ve y averigua qué sucede!, no puedo perder más tiempo, bastante me costó retrasar la reunión con los socios del sur de Italia —dijo Antonio.

Efectivamente, Antonio se había encargado de retrasar la reunión después que se llevará a cabo el matrimonio de Dante y Eva. Todos se enterarían de la muerte trágica de los novios en un accidente fatal y él por supuesto tomaría el control total, solo que no contaba que todos sus planes se salieran de control y que Dante tuviera suerte.

—¡Señor!, sobre la vía hay sangre, está fresca, lo más posible es que el señor Dante esté cerca —avisó uno de los hombres.

Antonio llevó un puro a su boca, abrió la puerta de la camioneta y se bajó de ella.

—¡Maledetto idiota!, «maldito imbécil», ¿Acaso pretendes que yo vaya en busca del asqueroso de mi primo? —preguntó Antonio apagando el puro en la mejilla del hombre que estaba enfrente de él.

—No señor, en este momento me llevo varios hombres conmigo, estoy seguro que Don Dante no está muy lejos, lo traeré para usted —dijo el hombre quien sobaba sus mejillas.

Antonio sintió como toda su sangre subía a su cabeza, y más al escuchar a uno de sus hombres llamar Don a Dante.

—La próxima vez que alguno de ustedes malditos perros se les ocurra llamar Don a la basura de mi primo, los mato uno por uno, ¡Entendido! —advirtió Antonio, mientras todos los hombres movían su cabeza asintiendo.

—¡Ahora conduce!, lléveme a casa de Francesco Greco, no era la manera de conocerlo por fin en persona, pero es mejor cerciorarse que la sabandija de mi primo no esté ahí, solo espero y ella todavía no haya llegado —musitó Antonio mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro.

Varios kilómetros más adelante Aurora estacionaba su auto en frente de una enorme mansión, allí un hombre con traje de pingüino esperaba en la entrada.

—¡Mancare Aurora!, «señorita Aurora», ¡Qué gusto tenerla por acá! —exclamó el mayordomo con gran entusiasmo.

—¡Giuseppe!, Sono felice di vedere, «estoy feliz de verlo» —vociferó Aurora mientras daba besos en las mejillas de Giuseppe.

—¡Señorita Aurora avisaré a su abuelo que ya llegó! —dijo el mayordomo con una gran sonrisa.

—¡No!, todavía no le digas nada al abuelo, mejor ayúdame con mi equipaje, y por favor no digas nada, seré yo quien le dé la sorpresa —pidió Aurora.

Giuseppe caminó detrás de Aurora hasta el auto, su boca se abrió de par en par al darse cuenta a quien tenía Aurora en la parte trasera del auto.

—¡Señorita Aurora!, yo no puedo ayudarle en esto, su abuelo me matará  y de paso a usted si sabe que este hombre está en la casa —dijo Giuseppe, Aurora arrugó la nariz, pues por lo visto todos conocían a la perfección al hombre herido en la parte trasera de su auto, menos ella, aún así sabía que si no lo ayudaba, ella y todos los habitantes de la mansión estarían en serios problemas.

—Déjate de tonterías, mejor ayúdame, llévalo a mi habitación, y por favor, no le digas nada al abuelo. Ah una cosa más ordena que laven mi auto —pidió Aurora moviendo sus manos de lado a lado.

Giuseppe tomó en sus brazos a Dante, el cuál se había quedado dormido gracias a los somníferos que Aurora le había suministrado.

Aurora acomodó su ropa, colocó su mejor sonrisa y caminó hacia la sala.

—¡Nonno!, «Abuelo» —exclamó Aurora llamando la atención de Francesco.

—¡Mi niña!, ¡Que bueno que ya llegaste! —confesó Francesco, mientras abrazaba fuerte a Aurora.

—¡Te extrañe tanto abuelito! aunque claro está extrañe más tus vinos —exclamó Aurora dejando múltiples besos en las mejillas arrugadas de Francesco.

Mientras tanto, en la habitación de Aurora Giuseppe trataba de poner suavemente a Dante sobre la cama de Aurora.

Él abrió sus ojos de golpe al sentir un fuerte dolor en todo su cuerpo, era como si una aplanadora hubiese pasado por todo su cuerpo.

—¡Maldición! —exclamó Dante, Giuseppe abrió sus ojos como platos al escuchar la voz de aquel hombre—. ¿Dónde estoy? —preguntó Dante, su mente aún estaba confundida.

—Señor Dante, está en la mansión de la señorita Aurora Greco, ella muy amable le brindó su ayuda así que en este momento usted se encuentra en la habitación de la señorita —respondió Giuseppe haciendo una reverencia.

Dante llevó las manos a su cabeza y negó rápidamente, movió su cuerpo con la firme intención de colocarse de pie. Un grito de dolor salió de la boca de Dante, era obvio que lo que dio ella, ya no hacía efecto.

—¡Así que me conoces!, quiero que vayas en este mismo momento por ella y la traigas aquí, quiero un poco más de lo que dio hace un momento, necesito quitarme de encima ese dolor, la quiero aquí en ese preciso instante —ordenó Dante.

—Lamento mucho señor no cumplir con sus órdenes, en primer lugar la señorita Aurora lo trajo a su habitación sin el consentimiento del señor Francesco, si él se entera que usted está aquí créame que la señorita Aurora estará en serios problemas. Y en cuanto a lo que ella le dió, me imagino que fue algo para el dolor, la señorita Aurora es un excelente médico —dijo sonriente Giuseppe.

Dante maldijo internamente, respiró profundo mientras tomaba fuerzas para poder colocar su cuerpo de pie.

En las afueras de la mansión de Francesco Greco, varias camionetas con hombres armados se estacionaban.

—¡Jefe! ¿Qué quiere que hagamos? —dijo uno de los hombres.

—Rodeen la casa, claro está, no hagan nada sin que yo lo ordene —ordenó Antonio llevando un puro a su boca.

—¡Señor! No creo que sea buena idea, es mejor entrar de una buena vez, sacar a todos y mirar si el señor Dante está escondido en esta mansión —dijo aquel hombre.

Antonio dibujó una sonrisa, estiró sus manos y abrió la puerta, llevó su mano a la pretina de su pantalón y sacó su arma personal.

—¡Vaya!, hace falta tener agallas para desobedecer mis órdenes, ¿Acaso creen que estoy jugando?, o yo representó una marioneta a la que ustedes pueden hacer caso omiso —exclamó Antonio llevando su arma a la frente del hombre que ya había empezado a sudar frío 

—Señor, yo solo quiero que usted encuentre rápido a su primo —exclamó el hombre quien apenas podía levantar su rostro.

Antonio volvió a guardar el arma en la pretina de su pantalón, dejó salir una sonrisa y se giró hacia la camioneta.

—¡Quiero que rodeen la casa!, no se dejen ver, sobre todo no quiero dar una mala impresión a mi futuro suegro.

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