Las luces del pasillo subterráneo se encendían una a una al paso de Dante. No se escuchaban pasos, sólo el eco lejano del metal que vibraba con el mínimo roce. Sus ojos estaban fijos al frente, dispuesto acabar con la mujer que apenas unos días le ofreció ser su aliado.Ahora caminaba hacia ella. Esta vez, ella era la prisionera.Empujó la puerta de acero con una mano enguantada. El sonido oxidado del metal rasgó el silencio. La sala era amplia, sin ventanas, con paredes de concreto y una única lámpara colgando sobre la mesa metálica en el centro. En las esquinas, las sombras se agitaban como animales expectantes.Fiorella estaba en el suelo. Los labios partidos, una ceja ensangrentada, los brazos atados a la espalda. La habían derribado con violencia al atraparla. Había peleado, sí, hasta que la hicieron sangrar.Cuando lo vio entrar, intentó incorporarse. Pero el guardia detrás de ella le presionó el cuello con la bota, obligándola a agachar la cabeza.Dante se detuvo frente a ella.
Fiorella abrió los ojos de golpe. La luz que colgaba del techo la cegó por un instante. Estaba atada de pies y manos, una delgada sonda clavada en su brazo, conectada a una bolsa de suero que goteaba lentamente. Su cuerpo sudaba frío. Intentó moverse, pero las correas la mantenían inmóvil.Frente a ella, sentado en una silla con la pierna cruzada, estaba Dante.—Despierta, bella durmiente —murmuró con una sonrisa torcida—. El suero ya debe estar haciendo efecto. No te preocupes, es un simple relajante... aunque, combinado con un poco de lo que Ulises usaba... digamos que afloja lenguas.Fiorella apretó los dientes, resistiéndose a dejar salir cualquier palabra. Dante se levantó, caminó hacia ella con calma, como si saboreara cada paso. Se inclinó hacia su rostro, estudiando sus reacciones.—¿Dónde está el resto de tu gente? —preguntó en voz baja, casi como un susurro íntimo—. ¿Quién te ayudó a intentar secuestrarme en mi propia casa? ¿Creíste que iba a dejar eso pasar?Fiorella lo es
BOLONIA El avión aterrizó con suavidad sobre la pista de Bolonia, y los primeros rayos del atardecer tiñeron de oro las ventanas de la terminal. Aurora descendió con paso sereno, con una carpeta en la mano y el cabello recogido en una coleta suelta. Había hecho ese viaje por encargo de Dante, llevando personalmente unos documentos importantes a Alonzo.Afuera, Alonzo ya la esperaba apoyado contra su auto negro, elegante, inconfundible. Cuando la vio aparecer, una sonrisa amplia le cruzó el rostro. Era como si el mundo se detuviera un segundo. Sus ojos se iluminaron y por un momento, Alonzo se sintió flotando, como si estuviera sobre una nube suave, lejana al ruido del mundo.Aurora también lo vio. Sus ojos se encontraron. Ninguno dijo nada al principio, solo se miraron. Él avanzó unos pasos, y con la misma delicadeza con la que se toca una flor, le ofreció su mano.—¿Vienes conmigo? —preguntó con voz baja, cálida.Aurora asintió, sin soltar la carpeta.—Claro —respondió ella.Subió
Aurora salió del baño envuelta en una toalla blanca que le cubría el cuerpo hasta los muslos. Se sentía más cómoda y descansada.Su piel aún humeaba del agua caliente, y sus mejillas estaban sonrojadas por el vapor. Se sorprendió al ver la bandeja servida sobre la pequeña mesa redonda junto al ventanal. Velas encendidas, platos humeantes, una botella de vino descorchada, todo dispuesto con un esmero casi ceremonial. —¿Alonzo? —preguntó suavemente, sin verlo—. Alonzo ¿eres tu?En ese instante, él regresaba por el pasillo, aún con la respiración contenida. Al oír su voz, se recompuso y sonrió al entrar.—Te dejé la cena… pensé que quizás tendrías hambre —él dijo con su voz agitada, un nudo en su pecho y el deseo latente.Aurora lo miró con dulzura. Había algo distinto en sus ojos, una mezcla de sorpresa y gratitud. Alonzo era un hombre bueno y ella se sentía afortunada de tenerlo en su vida, de tener una amistad como la suya en su vida.—Es hermoso… gracias —dijo ella con una genuina s
Aurora bajó la mirada tras el beso. El aire seguía impregnado de esa electricidad que sólo nace cuando lo prohibido se roza con los labios.El ambiente se sentía con un aura desconocido. —Alonzo… —murmuró ella, sin levantar la vista—. Es mejor que te retires. Te pido por favor que te retires. El silencio que siguió a sus palabras fue denso. Alonzo se quedó inmóvil unos segundos, como si no hubiera entendido. Pero finalmente asintió. En sus ojos no había enojo, solo un dolor resignado.—Tienes razón —dijo, con la voz apagada—. Lo siento, Aurora. Solo que… no pude controlar mis impulsos. Por favor disculpame, en verdad te pido que me disculpes. Ella levantó apenas la mirada. Vio cómo él se alejaba sin decir más, cómo sus pasos resonaban en la madera del piso, cada vez más lejanos. La puerta se cerró con un leve clic. Aurora se quedó sola en la habitación, mirando la vela que aún ardía.Alonzo bajó las escaleras en silencio, con la mandíbula tensa. Al llegar al salón, se dirigió direc
El cielo de Bolonia aún estaba oscuro cuando Aurora comenzó a empacar sus cosas. Se movía en silencio, casi como si temiera que el más mínimo sonido pudiera delatarla. Doblaba su ropa con calma, pero su mirada era distante. El beso de Alonzo seguía ardiendo en sus labios… y la culpa le carcomía el pecho.Se puso un vestido sencillo de lino azul claro, ató su cabello en una trenza floja y respiró hondo. No quería enfrentar a nadie. No quería más palabras, ni excusas, ni miradas de deseo. Solo necesitaba alejarse.Bajó las escaleras en puntillas, con la maleta en mano, y al llegar al vestíbulo lo vio, Alonzo estaba en la sala, con la espalda levemente encorvada, bebiendo en silencio. La luz tenue iluminaba su perfil, y su expresión estaba rota. Ella detuvo su paso unos segundos, lo miró con compasión… pero no se acercó.Con suavidad, giró sobre sus talones y salió de la casa. Cerró la puerta sin ruido. En la calle, tomó un taxi sin mirar atrás.—Al aeropuerto, por favor —dijo ella.M
El sudor de su frente bajaba lentamente por su rostro, era como si el tiempo se hubiese detenido en ese mismo momento.Su cuerpo dolía como nunca, los golpes en sus costillas hacían que Dante se retorciera de dolor, aún así su mandíbula seguía tensa, y con la firme intención de salir de ahí con vida. Dante alzó su mirada, y vio una vez más el azul celeste de los ojos de sus amada cerrarse por última vez, la mujer de su vida, maldijo internamente, porque el día que se suponía que iba hacer el más feliz de sus vidas… se había convertido en un completo infierno.—¡Jamás pensé tener tanta suerte en esta vida!, y vaya que siempre he sido un hombre con mucha suerte!, ¿Acaso no lo crees primito? —exclamó Antonio tomando fuertemente la mandíbula de Dante, él tenía su mirada fija en Eva, quien yacía inerte a un lado de sus pies.Dante apretó un poco sus manos, la impotencia era evidente, solo quería soltarse y correr a los brazos de su amada, poder salvarla, poder estar ahí para ella.—Disfru
Aurora pegó un brinco, aún así hizo lo que aquel hombre mal herido le pedía, se inclinó aún más y ayudó al hombre a subir a su auto.—¿Qué esperas? ¡maldita sea!, ¡Arranca! —exclamó Dante.—Señor, no puedo conducir, al menos no hasta que detenga el sangrado o de lo contrario puede morir, en realidad no quiero cargar con un muerto en mi auto —exclamó Aurora mirando por el retrovisor.Los ojos de Dante rodaron, al mismo tiempo que maldecía por dentro, sabía que era cuestión de minutos para que Antonio llegará a ese lugar y cumpliera con su cometido, acabar con él, quitarle la vida sin pensarlo. —¡Está bien! Haga lo que se le dé la maldita gana, eso sí, si intenta hacer algo en mi contra no dudaré en meterle un tiro en la cabeza —vociferó Dante, se inclinó aún más en el asiento trasero del auto y abrió su camisa y así la mujer pudiera ayudarlo.Aurora respiró profundo, caminó hasta el baúl del auto y sacó su maletín, no creía que lo utilizaría, mucho menos en sus vacaciones, aún así cam