Camille siempre ha vivido bajo los rigurosos conceptos de la sociedad. Y a sus recién cumplidos veintiséis años de edad su única preocupación es seguir siendo la esposa modelo, papel que ha desempeñado por mucho tiempo. Su reputación y su vida se han mantenido sobre lo intachable, dedicándose en cuerpo y alma a aquel hombre que tanto amaba y había prometido su vida hasta que el final llegara. Pero algo estaba cambiando en ella, se sentía insegura de su aspecto; insatisfecha de sus escasos encuentros íntimos con su esposo, no se sentía deseada pero sobre todo estaba necesitada. Necesitada de atención, de verdadera satisfacción y fue un día, cuando todo esto se vio acumulado, que pronunció aquellas palabras. Camille no estaba esperando ser escuchada, ni siquiera tenía planeado explotar como lo había hecho. Pero, para su buena o mala fortuna, fue esa la ocasión en que sus palabras llegaron a algo más que el viento. «Ten cuidado cuando llamas al demonio, él podría estar escuchando>> Esto traería consecuencias en su vida y en sus hábitos, pero sobre todo en lo que según ella era correcto o no. ¿Sería capaz de traicionar al hombre al que prometió fidelidad ante Dios? ¿Podría acaso el mal y la libido ocultarse tras esa encantadora sonrisa? Y lo más importante, ¿qué tan tentadores llegarían a ser los placeres de la carne? Estaba perdida, hipnotizada y rendida ante la mirada de ese ser. Porque ese demonio tenía la sonrisa de un ángel.
Leer más—No puedo dejarte sola ni un maldito minuto. —Ciro golpeó su frente, frustrado. —Fue un accidente —dije encogiéndome de hombros. —¿Desde cuándo al suicidio le cambiaron el nombre? —se cruzó de brazos. —Me sentía muy sola —confesé cabizbaja—. Además, ya no hay vuelta atrás. Miré las enormes puertas que se alzaban frente a mí. Eran de un material parecido al mármol, pero estaba segura de que no había nada igual. En medio de una gran oscuridad, solo ellas se alzaban, impenetrables e imponentes. En el enorme umbral distinguí una gran escritura. —*Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate* —repetí leyendo. —Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis —repitió mi hermano tras de mí y desapareció—. Sigues tú sola de ahora en adelante. Como si me recibieran, aquellas puertas enormes se abrieron dando paso a una cegadora luz seguida de un calor casi asfixiante. Cerré los ojos, deslumbrada, y entonces escuché una voz. Era como un canto masculino, realmente hermoso y reconfortante.
Luego de explicar todo cuidadosamente a la policía, claro, omitiendo ciertas cosas, les conté sobre el hecho de que William era hijo de aquel terrorista y pretendía vengarse de mí porque me inculpaba. Conté sobre el hecho de que Hanna había sido su amante y lo estaba ayudando, pero que al negarse a ayudarlo, él la asesinó y asustado por ello huyó.Mi historia fue creída, ya que su cuerpo jamás apareció y no quería ni imaginar qué había sido de él en manos de Ciro, aunque tampoco me importaba. El caso se mantuvo abierto y la búsqueda de William aún permanece, aunque sabía que jamás lo encontrarían. Mis padres se tornaron más sobreprotectores y me pidieron permanecer en casa, temerosos de que William pudiera aparecer nuevamente con su sed de venganza. Además, agradecieron a Rei por ayudarme y papá lo aceptó, por así decirlo.Pasaron varios días en los que, para mantener a mis padres tranquilos y felices, no abandoné la casa nada más que para ir al funeral de Hanna. A pesar de todo y del
Abrí los ojos con dificultad. Mi cuerpo se sentía adormecido y los sentidos totalmente confundidos. Tardé un par de minutos en comenzar a distinguir imágenes, sonidos y olores. Noté que me encontraba atada a una silla de metal frío; el lugar parecía una especie de hangar, pues distinguía la estructura. Un tenue olor a aceite o petróleo, además del sonido de aviones, me envolvía. —William —dije con dificultad al verlo a unos pasos de distancia—, ¿qué haces? —¿Qué hago? —rió cínicamente y se acercó. Tomó con fuerza mi rostro y me hizo mirarlo—. No sabes cuánto he esperado para poder hacer esto, perra. —¿Todo esto solo porque terminé contigo? —Aquello no parecía tener sentido para mí. —Me importa una m****a con quién me hayas traicionado, todo lo que tuviera que ver contigo me importaba bien poco. —De su cinturón sacó un arma y apuntó en mi dirección. Mi sangre se heló. —¿Entonces por qué? —Por mi padre —dijo con rabia en su voz—. Tomaste la vida de mi padre, m*****a. —¿Yo? ¿Pero q
No había nadie en la habitación junto a mí. Noté una intravenosa en mi mano, al igual que una vía de oxígeno en mi rostro y aquel extraño aparato que suele marcar el ritmo cardíaco. ¿Por qué tenía puestas todas esas cosas? Noté mi garganta seca y me fijé bien alrededor. Esta habitación no era normal; estaba herméticamente cerrada, sin asientos para acompañantes. No era broma y lo confirmé ante toda la maquinaria médica allí dentro. Estaba en una sala de cuidados intensivos. Eso quiere decir que estuve grave, pero, ¿cuánto tiempo había estado inconsciente? —Al fin despiertas. —Di un brinco al escuchar su voz y verlo de pronto de pie junto a la cama. —¿Quieres matarme de un infarto? —dije, tocando mi pecho y notando la frecuencia de aquel aparato que mide mis latidos subir.—Camille —gruñó, pasándose las manos por el cabello algo exasperado—, ¿tienes idea de lo preocupado que estaba? —¿Tú preocupado? Eso suena bien para mí. —No es momento para bromas; estuviste muerta por medio
»Una serena brisa sacude mi cabello. Un suave olor a pinos y flores se extiende alrededor. Abrí los ojos para encontrarme en un frondoso bosque. Los árboles de pinos y secuoyas llegan tan altos que apenas dejan ver el cielo. Miré cómo de entre los arbustos salió caminando una figura femenina. Instantes me bastaron para identificarla, pues ella era exactamente igual a mí. Comprendí que estaba recuperando mis recuerdos, pero no como Joanna. Sino como una espectadora detrás de las memorias de alguien más. Ella se agacha a recoger unas pequeñas flores del suelo. Su vestimenta es un largo vestido de color rojo claro, lleva los pies descalzos y flores en su largo cabello ondulado. A pesar de que ella es como yo, creo que jamás me he visto ni la mitad de hermosa de lo que ella luce sin una gota de maquillaje. Supongo que siempre me he infravalorado a mí misma. Una fuerte brisa azotó, moviendo las hojas de los árboles. El aire trajo un extraño aroma a sangre. ¿Cómo pude identificarlo? No
Caminé a paso apresurado hasta ponerme en medio de ambos. Mi enojo no debe pasar desapercibido, pues realmente se estaban comportando como dos adolescentes de preparatoria y no como lo que son.—¡Detengan ya esta tontería! —me crucé de brazos—. Idiotas inmaduros, ¿no se supone que son amigos? —No te entrometas en esto, Camille —gruñó Rei. —¡Lo haré! —lo miré retadora—. No pienso callarme y ver cómo dos demonios inmaduros de miles de años destruyen todo alrededor por un berrinche. —Camille —dijo con tono de advertencia. —Nada de Camille, tú te vas conmigo porque tienes mucho que esclarecer y nada de excusas —lo apunté con el dedo—. Y tú —me volteé al otro—, puedes irte y gracias por ser lo suficientemente hombre para contarme la verdad. —Cuando quieras, hermanita —me guiñó un ojo y desapareció. —Sabía que no podía dejarte sola ni un segundo —dijo a medida que avanzaba en mi dirección y desaparecía aquella oscuridad de su alrededor, dejando ver su figura nuevamente. —Atent
Me separé del abrazo viéndolo a los ojos. Noto que están ligeramente enrojecidos, al igual que su nariz. Se ve tan tierno que no puedo evitar sonreír. Noto que enseguida su expresión cambia a una seria, así que carraspeo y aparto la vista. —¿Verdaderamente me contarás todo? —pregunté, ligeramente desconfiada. —Sí. —Él probablemente esté escuchando —le recordé. —Ahora mismo no lo está haciendo —aseguró—. Todavía está en el Infierno, su conexión contigo es demasiado débil allí. Pero regresará pronto así que mejor démonos prisa. —Está bien, conozco un lugar tranquilo. —No tenemos tiempo como para tomar un taxi e ir a donde quieras —rodó los ojos—. Vamos. —Posó su mano en mi hombro y aquella extraña nube negra que siempre lo acompañaba comenzó a rodearnos a ambos. Para cuando bajó de densidad, estábamos en el puente sobre el canal de Keizersgracht. —Me gusta este lugar —dije, mirando el reflejo de las luces amarillas en las calmadas aguas. —No te traje a hacer turismo —cha
—Si tanto me detestas, ¿por qué haces esto? —pregunté entre dientes. —Yo no te detesto —dijo empujándome sobre la cama. Caí apoyada en mis codos e instintivamente retrocedí, pero su mano tiró de mi tobillo acercándome nuevamente. —Es lo que parece. Al igual que Abigor, me detestas, me culpas por algo de lo cual no tengo ni idea. Es como si quisieras cobrártelas conmigo por algo. —¿Qué te hace suponer eso? —Tomó mi mentón con fuerza, dejando su rostro a escasa distancia. —Esa mirada de rencor en tus ojos, a veces me ves con tanto dolor y otras veces es como si fuese realmente importante para ti. —Porque lo eres —espetó—. Eres muy importante para mí. Pero para ti, ¿qué soy? —¿A qué te refieres? Sonrió y con agilidad me dio la vuelta en la cama y elevó mis caderas. —Tú me odias, me detestas, para ti soy repugnante. Eso es lo que me dices constantemente, ¿o no recuerdas? —Detente —dije cuando sentí que comenzaba a deshacerse de su ropa; me removí, ganándome un fuerte azot
Quise gritar, pero mi boca había sido cubierta por otra de aquellas repugnantes manos. Me removí luchando contra dicha fuerza, pero en vano. Lo último que vieron mis ojos antes de ser tragados por la oscuridad fue una siniestra sonrisa, más una lágrima roja como la sangre rodó por su mejilla. ¿Había sido mi imaginación? ¿Por qué sonreía y lloraba? Él era tan contradictorio. Cerré los ojos cuando me vi sumergida a lo más profundo. El aire me faltó por unos instantes, pero luego sentí un calor envolver mi figura. Abrí los ojos y me vi en un salón enorme y oscuro, como una gran mansión abandonada, iluminada solo por velas que danzaban al compás de la sutil brisa. Bajo mis pies se extendía una larga alfombra que seguía un curso recto hasta atravesar unas amplias puertas. Mi instinto me pedía seguir esa alfombra como un camino. Llegué frente a las puertas, posé ligeramente mi mano sobre la superficie para abrirla, pero no fue necesario hacerlo, ya que se abrió de par en par. Todo estaba