El Demonio de la Lujuria
El Demonio de la Lujuria
Por: D. Meiler
Capítulo 1

Le doy un sorbo al café, y siento el líquido caliente bajar por mi garganta dejando un ligero sabor amargo en mi paladar. Normalmente no bebo más que té, pero hoy estoy de visita y sería muy descortés el haberme negado a beber una taza de café con mi amiga de la adolescencia.

Ella me sonríe con júbilo y deposito con suavidad la taza sobre la mesita que está frente a nosotras para continuar con nuestra conversación. A pesar de los años, Hanna seguía teniendo el mismo aspecto que en la niñez. Todavía poseía esa sonrisa característica de una niña y ese aire jovial a su alrededor; tanto que estar cerca de ella te brindaba una paz sin igual.

—Así que te casaste hace dos años—dije,y ella asintió con armonía.

—Así es, conocí a Ed en la exposición de arte de su hermano. Comenzamos a salir y después de un año y medio nos comprometimos y posteriormente casamos. Ya hacen dos años.

—Vaya, que bien—me alegro mucho por ella.

—¿Sabes? Cuando estábamos en secundaria siempre creí que serías la última en casarse. Tenías una forma de ser tan extrovertida, alegre y alocada que pensaba que nunca encajarías con todas esas formalidades. Tenías el estereotipo de mujer moderna e independiente.

—Yo tampoco creí que terminaría en esto. La verdad es que fui la primera de nosotras en casarse. Supongo que los años y las responsabilidades me hancambiado mucho —me encogí de hombros—. Ya ves que no soy tan independiente y, sinceramente, me gusta mi vida como es.

—Me alegro mucho —le dio un sorbo al café—. ¿Qué ha sido de tus padres? Tengo mucha añoranza de los pasteles de manzana de la señora Ailyn.

—Mis padres se encuentran bien, rebosantes de felicidad y salud —suspiré.

—Y sobre todo orgullosos de la mujer en la que te has convertido, ¿cierto?

—Pues sí. A pesar de todo, ellos siempre han comprendido mi personalidad, incluso cuando eraalocada. —Ambas reímos.

—Y, bueno, ¿tienes planes futuros? Como ser madre, por ejemplo —inquiere con suma curiosidad.

Por un momento, desvío la mirada hacia el gran ventanal que posee el salón. Sus vistas son espléndidas y hacen que pierda la noción de nuestra conversación. Sin embargo, parpadeo y vuelvo a observarla con ojo crítico.

—¿Ser madre? —Lo medité y me di cuenta de que ese tema nunca había sido el de conversación entreWilliam y yo—. La verdad es que tenemos otros planes en mente ahora mismo y aún no nos hemos planteado el ser padres.

—Ya veo. —Asintió.

—Hanna, ha sido increíble verte, pero ahora mismo es hora de que regrese a casa —me puse de pie y ella imitó mi acción—. Espero vernos pronto denuevo.

—Seré yo quien te haga lavisita —me dio un cariñoso abrazo.

—Estaré esperándote.

Salí de aquella casa revestida de madera y me subí al coche poniendo camino a casa. No me habíadado cuenta en compañía de mi amiga de lo rápido que había pasado el tiempo. Hace apenas unos años era una joven taciturna y alocada con aires de independencia que daba dolores de cabeza a sus padres. ¿Y ahora? ¿Quién era ahora?

Asumía que William ya habría llegado, o estaba a punto de hacerlo. Estacioné el coche y observé desde la ventanilla nuestra casa; porque no podía decir que es mía. Dejé que un suspiro abandonara mis labios antes de abrir la puerta y cerrarla con ímpetu. Me adentré por la puerta principal de madera oscura y a la sala, al llegar encontré una corbata negra sobre el sofá.

La recogí y me dirigí hacia nuestra habitación.

—Ya has llegado —dije al verlo de piemientras se quitaba su traje azul marino.

—Oh, hola cariño. —Se acercó y me depositó un suave beso en los labios.

—Te he dicho un sinfín de veces que no dejes la ropa esparcida por la casa —me quejé, y sonrió encogiéndose de hombros.

—Lo siento. Por cierto, ¿dónde estabas? —inquirió.

—Estaba visitando a Hanna, una amiga de la niñez. No nos veíamos desde hace casi seis años.

—Otra de las ovejas descarriadas —dijo poniendo los ojos en blanco.

—Oye, no hables así de mis amigas —resoplé cruzándome de brazos.

—Lo siento, pero está de más sabido que la mayoría de ellas tuvieron un historial no muy bueno. Por ejemplo, la que vino a verte hace un mes, la tal... —Se quedó pensativo.

—¿Vickie?

—Sí, esa. Ni siquiera se ha casado y, por lo que escuché, es toda una p... —Dejó ahí la frase y cerré mis manos en puños. Su actitud me molesta, aún más lo hacen sus palabras. ¿Quién se ha creído para decir semejante burrada?

—¿Con qué derecho hablas así de ella? Estamos en el siglo XXI, las mujeres no tenemos que casarnos porque así lo determine la sociedad. Eso quedó en el siglo pasado. Además, no le faltes el respeto —exigí con la mirada seria.

—No te molestes, es solo que yo tuve suerte y me tocó la mejor esposa del mundo. —Acarició mi rostro, pero me quedé esperado su beso ya que se sentó en la cama—. ¿Me ayudas a quitarme la camisa?

—Claro. —Fingí una sonrisa.

Lo ayudé y, cuando dejé la camisa bien puesta en la percha, me fui a hacer la cena. Dejé la mesa preparada antes de ir a darme una ducha rápida. Pero, cuando volví lista para cenar con William, me sorprendió ver que él ya había acabado de cenar.

—¿Por qué no me has esperado? —lepregunté.

—¿Debía esperarte?

Me quedé atónita ante su respuesta.

—Se supone que cenamos juntos.

—Lo siento, cariño, estoy muy ocupado — dijo—. Quería cenar rápido para poder seguir revisando unos documentos.

—Está bien —suspiré con desgana—. Ve a trabajar, yo recogeré los platos.

Había perdido hasta el apetito, así que recogí la mesa y me dirigí a lavar los platos. Sentí un extraño vacío en mi estómago que no tenía nada que ver con el hambre. Era una sensación de inconformidad y tristeza que últimamente me acompañaba casi a diario.Pero como acostumbro trago el nudo de mi garganta y aparté en un rincón de mi mente, y de mi corazón, esa sensación.

Terminé las tareas y regresé a la habitación. Me lo encontré sentado en el escritorio, tiene la vista fija en un montón de documentos que se esparcían en la superficie de madera.

—¿Tardarás mucho más? —hablé a sus espaldas mientras masajeaba sus hombros.

—Aún me falta un poco —dijo, sin mirarme.

—¿Sabes? —Me senté en una esquina del escritorio haciendo que fijara en mí su atención—. Hace mucho que no hacemos el amor. —Mordí mi labioinferior.

—¿Y? —¿Y? ¿A qué se refería con eso?

—¿Y? —dije exaltada—. ¿Cómo qué y? Me tienes desatendida, Will. ¿Hasta cuándo será esto?

—Eso quiero preguntar yo —Se volteó a verme molesto—. ¿Qué está pasando contigo? ¿Acaso visitar a tus amigas te está volviendo como ellas? Últimamente estás diferente, todo temolesta e, incluso, estás siendo muy rebelde.

—Solo estoy diciendo lo que siento. Nadie necesita influenciarme para que exprese lo que pienso.

—Veo que esa etapa tuya de niña malcriada está volviendo, justo igual que cuando te conocí. A diferencia de ti, no nací en cuna de oro. Te niegas aaceptar un solo centavo de toda tu fortuna familiar porque según tú nuestro matrimonio debe salir adelante por nuestros propios esfuerzos. —Se revolvió el cabello exasperado—. Así que tengo que matarme trabajando en esa m*****a empresa para poder dartetodos tus gustos.

—¡No me culpes! —grité, y me puse de pie—. Nunca te he exigido nada. Ni lujos, joyas, zapatos o algo más de lo que podamos tener. Solo te necesito a ti, pero me estás alejando y culpando sin razón alguna.

—Por favor, Camille, no tengo ganas de seguir esta discusión. —Se levantó de forma brusca—. Iré a dormir a la habitación de huéspedes, mientras piensas tu comportamiento.

—No tengo nada que pensar, no soy una niña pequeña —apuntillé.

—Tú no eres la mujer con la que me casé —dice molesto—. Realmente no quiero volver a decepcionarme contigo.

Sin dejarme decir nada más, William salió de la habitación dando un fuerte portazo y dejándome allí sumida en mis pensamientos. Por uno momento me debatí entre cuál de los dos tenía la razón. Puede que últimamente estuviera siendo algo insistente en muestras de afecto por su parte. Pero no era mi culpa. Cada vez lo sentía más distante y me hacía creer que nuestro matrimonio podría acabar en cualquier momento. Pero, por otra parte, entendía que estaba muy ocupado. Bien sabía que el trabajo dominaba gran parte de su tiempo y, al final, siempre tenía que traer parte de él a casa para continuarlo. Pero esto no era mi culpa, yo no estaba cambiando, sino él. Sin embargo, a pesar de saber que no tenía la culpa, aquí me encontraba; meditando el cambiar mi actual actitud y volver a ser la mujer a la que él ama y de la que se siente orgulloso. No quería perderlo y para ello estaba dispuesta a ser de nuevo la esposa ejemplar. Al fin y al cabo, es la única función que ejerzo en esta relación.

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