—¡Te he dicho que me sueltes! —exclamé moviéndome bajo su agarre.—¿Estás subiendo el tono a propósito? —Enarcó una ceja—. Sabes que tu querido esposo puede escucharte, ¿acaso quieres que venga? —Se acercó hasta que sus labios quedaron a centímetros de los míos—. Si interrumpe, no le tendré piedad. —No te creo —dije molesta—, eres solo palabras. Si le haces daño sabes que no habrá nada que me impida alejarme de ti. Lo usas como excusa para chantajearme porque sabes que es mi debilidad. Pensé que simplemente se alejaría consternado por mis palabras. Pero pasó todo lo contrario. Comenzó a reírse a carcajadas tomándome por sorpresa y siendo yo la conturbada. —Lo primero que debes saber, Camille —dijo mi nombre con algo de rabia y sus ojos se tornaron en un ferviente color rojo—, es que tú no eres imprescindible para mí. Solo eres una humana del montón. —Hundió su rostro en mi cuello y su aliento helado me causó escalofríos; pero no podría decir que era desagradable, a pesar de su tono
Al final logré irme a dormir en paz, aunque un tanto intranquila. Desperté algo aturdida, la luz se filtraba a través de la ventana abierta de la habitación, y corría una sutil brisa cálida que mecía la cortina. Parpadeé y miré el reloj que estaba a mi lado, eran más de las 10 de la mañana. Lo había supuesto porque el sol estaba muy alto. Suspiré y me desperecé. No recordaba la última vez que había dormido hasta esta hora. Siempre despertaba temprano para preparar el desayuno de William. A estas horas ya debe de estar en su trabajo. Moví las sábanas a un lado y caminé a mi habitación, y como supuse él no estaba. Tomé un cambio de ropa y entré al baño para prepararme. Cuando estuve lista, procedí a beber un poco de jugo. Mi estómago me estaba matando, y supuse que las crisis volverían a aparecer. Decidí ir a visitar a mis padres y de paso beber una de esas infusiones que preparaba mamá porque eran únicas para aliviar estas molestias.Me encaminé en el coche, e iba tranquila hasta qu
La tarde llegó de una manera rápida; demasiado para mi gusto. Luego de despedirme, me fui a casa. Al final no había logrado ver a mi padre, aunque no era algo que me extrañara; sabía que era una persona muy ocupada. Cuando entré William ya estaba allí. Estaba en la cocina bebiendo un vaso de agua. Al verme se acercó y depositó en mi frente un beso. No me moví y no hice nada por saludarlo, ni siquiera por hablarle. Solo lo miré y me di la vuelta para ir a la habitación. —Camille —me llamó cuando iba a salir de la cocina. Lo miré—. Necesitamos hablar. —Hablar al parecer no soluciona nuestros problemas, solo los empeora —dije con desgana.—Esta vez será diferente —aseguró—. Solo unos minutos. Asentí y tomamos asiento en la sala. Esperé a que comenzara a hablar, pues yo no tenía explicaciones que darle. Estaba segura de que mi comportamiento no era el erróneo, sino el suyo. Aunque siendo sinceros mi último encuentro con el demonio no me dejaba libre de culpas.—Sé que estamos tenien
Me mantuve en calma a pesar de que por dentro era un manojo de nervios. Respiré cuando desvió la mirada hacia otro lado para contemplar a todas las personas de alrededor. —Señor Kim. —El anciano le estrecha la mano—. Espero que este evento sea de su agrado. —Es muy interesante —dijo dedicándome una rápida mirada. —Le presento al señor William Kanne y a su esposa Camille Kanne. —El anciano hizo un gesto con la mano, señalándonos. —«No me gusta como suena el título de señora Kanne en ti.» —Sus palabras me llegaron mientras que con una sonrisa hipócrita saludaba a William y procedía a besar mi mano. —Encantado de conocerlo —dijo William, entusiasta. —«Tu esposo es repugnante»—susurró en mi mente con burla—. «Por cierto, el rojo me pone; y mucho. ¿Te has puesto ese vestido a propósito? Te ves bellísima.» Le encantaba molestarme y más sabiendo que no podía contestarle. Me sentía como una bomba a punto de estallar. Pero respiré hondo y fingí estar sedienta. Caminé hacia la m
Dije aquello y todo el peso de mi título cayó de nuevo sobre mis hombros. Era como si la realidad hubiese vuelto, como si acabase de despertar de un sueño profundo. Sin embargo, había muchas cosas a las que había renunciado ya, y no podía recuperar. —Señora Duquesa —se puso de pie quedando muy cerca—. No olvide que usted me pertenece por esta noche. —No —dije mirándolo a los ojos, me devolvió una expresión de confusión—. No soy una duquesa, renuncié a mi título por William. No era necesario, pero quería que tuviésemos una vida sin protocolo, una vida normal. —Posé mis manos en sus hombros y me puse de puntillas para alcanzar sus labios, quedando así muy cerca —. Con respecto a lo otro, está bien. Seré tuya esta noche, pero porque así yo lo he decidido. Su sonrisa se amplió, aunque no me dejó contemplarla mucho porque enseguida sentí sus labios presionar contra los míos. Jadeé cuando su audaz boca tomó posesión de la mía, sin contemplaciones. Traté de imponerle mi ritmo pero era im
No perdí ni un instante para comenzar a deshacerme de su traje negro botón tras botón hasta deshacerme de toda su ropa con desesperación. Paso mis manos por sus hombros desnudos hasta su pecho y abdomen. Su piel se siente fría pero muy tersa. Su abdomen es muy blanco y aunque no podría decir que es exactamente musculoso, tiene un cuerpo muy bonito. Llevo mi rostro a su cuello e inhalo profundamente su aroma. ¿Cómo era que podía oler tan bien? —No te diré lo raro que es que me olfatees. — Rio por lo bajo. —Hueles bien —confesé sin pudor. —Y tú ahora mismo hueles a deseo. Sus manos agarraron el costado de mis bragas y como si se tratase de papel tiró de ellas rompiéndolas con facilidad. Guió mis caderas hasta quedar perfectamente alineado con mi entrada. —No espera déjame preparar... ¡Hijo de arg! —gruñí cuando sin contemplaciones empujó dentro de mí. —Oh, perdón, ¿te dolió? —preguntó sarcástico elevando una ceja. —¿Tú qué crees, maldito? —golpeé su hombro. —Estas toda
Me volteé a verlo algo temerosa, no de él sino de sus palabras que me tomaron por sorpresa y me bombardeó de dudas. —Dime de una vez a lo que te refieres —pregunté manteniéndome algo alejada. —Vamos. —Se puso de pie y tomó mi mano guiándome hacia el baño. No habló, solo me llevó hasta la ducha y abrió el grifo. Su cuerpo se mantuvo a mis espaldas recostando ligeramente su peso. Sus dedos danzan con delicadeza sobre mi piel, baja por mi abdomen y se deslizan por la cara interna de mis muslos, pero detengo su ascenso al sostener su muñeca e impidiendo que llegara a donde quería. —¿Qué pasa? —preguntó con su voz ronca en mi oído —Solo te estoy ayudando a limpiarte. La sensualidad de su tono casi me hizo perder la fortaleza, pero no me lo permití. —No me des largos —me di la vuelta quedando justo de frente—. ¿A qué te referías con aquello? —Pues a lo que oíste. —No es suficiente explicación, no entiendo nada. —Desde que cediste a mí anoche y caíste en mis garras —torció el rostro
—No siento mis piernas —dije mientras caminaba hacia la salida. —Te recuerdo que fuiste tú quien me pidió ser peor —elevó una ceja. —Sí, lo sé, pero… —suspiré sintiendo los músculos de mis muslos y cadera adormecidos. ¿Acaso eso podía pasar?— ya no importa. La mañana ya había llegado hacía un par de horas. Después de pasar la mayor parte de ella bastante ocupada y en varias posiciones, llegó la hora de enfrentar cara a cara a William y estaba más que lista. —Puedo llevarte —dijo Rei a mi lado mientras salíamos del hotel. —No es necesario, tomaré un taxi. —¿Tienes dinero? —preguntó y negué encogiéndome de hombros—. Uf, típico de una duquesa multimillonaria no tener dinero para el taxi —habló con sarcasmo. —Ya te dije que renuncié a mi título y no he firmado los documentos de la herencia aún, es que no quiero tener todo ese dinero en mi poder, no aún —suspiré—. Además, no traje mi bolso. —Eres un dilema —negó tomando del bolsillo trasero de su pantalón su billetera. —Oh, estás