—Hola Camille —dijo con tono socarrón dando un paso en mi dirección. Retrocedí de forma instintiva hasta que mi espalda chocó contra la puerta.
—¿Quién eres? —pregunté aterrada. —No no. —Negó con el dedo y se acercó hasta quedar a solo unos pasos de distancia—. Si luces así de indefensa querré aprovecharme de ti.—Rio, humedeciendo sus labios luego. —Llamaré a la policía —advertí tratando de lucir valiente. —¿Oh, sí? ¿Y qué dirás? Después de todo, tú me llamaste, pequeña. —Ladeó el rostro. —¿Yo te llamé? Debes de estar loco, te has colado en mi casa. Eso es ilegal. Además, mi esposo llegará pronto. —¡Uy, tu esposo llegará pronto! —Hizo un dramático gesto de terror—. Mira como tiemblo, estoy muriendo de miedo. —Escucha —el enojo había hecho disminuir mi miedo y me llenó de coraje —, no sé quién eres, de donde vienes y mucho menos lo que quieres; pero vas a marcharte ahora mismo de mi casa. —Vaya vaya, que atrevida eres, pequeña. —Terminó con la distancia entre nosotros y me apresó contra la puerta. Sostuvo mi mentón y acercó su rostro al mío—. ¿No tienes modales? Hablas como si me conocieras, no me gusta eso.—Su rodilla se elevó haciéndose paso entre mis piernas para presionar justo entre ellas—. Pero creo que me gustará enseñarte modales. —Aléjate de mí —exigí con la mayor seriedad posible, haciendo fuerza para apartarlo sin lograr alejarlo ni un poco. —Hay que ver que carácter tienes. ¿No has pensado en emplear un poco de él con tu marido? —preguntó burlón—. Porque, al parecer, con él pierdes todas las fuerzas y te vuelves muy dócil. ¿O no, pequeña? ¿Por qué me seguía llamando por ese apodo que se me hacía repugnante? ¿Cómo sabía esas cosas sobre mí? La idea de estar lidiando con un acosador tomó sentido, mis alarmas se activaron y decidí ser un poco más lista. —Está bien, me comportaré —dije más calmada—. Ahora, por favor, señor, suélteme. —Al parecer los modales han regresado. —Soltó mi agarré—. También pondré los míos a funcionar, señorita Camille, encantado de conocerla. —Hizo una cortes reverencia. ¿Estaba acaso de broma? Si supuestamente me estaba conociendo ¿por qué se coló en mi casa, se me lanzó encima y sabía esas cosas sobre mí? —¿Quién es usted? —pregunté caminando hasta los asientos; todo para alejarme de él. —Asumo que se refiere a mi nombre —Asentí—. ¿Quiere el real o el que debería utilizar? —preguntó sentándose de forma despreocupada. Pero de una forma elegante cruzó una pierna por sobre la otra, dándole un aire un tanto sofisticado. —¿A qué se supone que hace referencia con eso? —pregunté tomando asiento yo también, pero aún alerta y lista para salir corriendo en cualquier instante. —A que he tenido varios nombres, sin embargo solo uno es real, mas no el que debería usar —explicó dejándome aún más confundida. —Entiendo. —Fingí una sonrisa—. Bueno, ¿quiere que le prepare un té? —Eres lista, pequeña. —Apoyó su codo en el brazo del mueble mientras que descansó su rostro en la palma de la mano. Dicho acto hizo que su castaño y lacio cabello cayese sobre su rostro. Es atractivo, malditamente atractivo, aunque me moleste aceptarlo—. Pero ¿sabes algo? Conmigo no funciona tu astucia ni tu teatrito. —No sé a qué se refiere, señor —Tragué en seco ocultado los nervios que me causa su felina mirada de ojos castaños, la cual parece atravesar mi alma. —Tus modales fingidos y tu repentina calma no son suficientes para engañarme. Tengo mucho tiempo de existencia como para ser engañado por cosas tan básicas. Puedes, incluso, salir de esta casa o mudarte de país. Pero no puedes huir de mí. Fue suficiente para que acabara con mi poco autocontrol y echara a correr de nuevo hacia la puerta. La abrí y, sintiendo el sonido de fuertes carcajadas a mis espaldas, comencé a correr fuera. Corrí como si no hubiese un mañana. Los tacones me estorbaban así que los dejé y seguí con prisa hasta llegar a la puerta de la comisaría. Era increíble como la adrenalina causada por el pánico me había dado las fuerzas suficientes como para correr más de medio kilómetro hasta llegar a mi objetivo. Ahora mismo este parecía el único lugar donde podrían ayudarme. Apresurada llegué a la entrada y empujé la puerta principal para entrar. Pero al atravesarlas me vi de nuevo ingresando a mi hogar. Miré alrededor atónita, aquello tenía que ser una broma de mal gusto jugada por mi mente. Tal vez estaba bajo el efecto de alguna sustancia alucinógena, fácilmente aquella bruja podía usar ese tipo de cosas para hacer a las personas creer en lo que veían en aquel lugar. Sí, debía de ser eso, era lo más lógico. —Oh, has vuelto. —Apareció él en mi campo de visión—. Gracias por no hacerme esperar mucho. —Solo estoy imaginándolo —me repetí en voz alta y caminé hacia la habitación. Pero, al entrar, lo encontré sentado sobre la cama con su ya singular sonrisa torcida llena de maldad y burla. Decidí ignorarlo, desaparecería en un momento determinado. Al final de cuentas, solo era una ilusión causada por una droga. —Te aseguro que soy muy real. —¡No es posible que lo seas! —exclamé con desconcierto. —¿Por qué es tan difícil creerlo? —inquirió él. —Porque tendría que aceptar que todo lo que ha pasado es real y eso es imposible. —Hay muchas cosas imposibles en el mundo, como, por ejemplo, patearle las bolas a un cangrejo. Pero ten por seguro que lo que viste es solo una pequeña porción de lo que puedo hacer. Aunque, ya sabes, no me gusta presumir de mis dotes —me guiñó un ojo con complicidad. —Supongamos que fue real y que existes de verdad —Señalé la puerta—. Déjame en paz y vete. —No puedo irme o, mejor dicho, no quiero. Tú me llamaste. —No es cierto, deja de repetir lo mismo —le exigí. —Oh, sí que lo has hecho. ¿No recuerdas hace aproximadamente una hora cuando en medio de la casa de aquella bruja gritaste algo? —¿Grité algo? —Pensé en aquello. La verdad es que había gritado muchas cosas, estaba enojada—. Seguramente estás compinchado con esa mujer para darme un susto por desmentir su e****a. —No. —Negó con el dedo—. Lamento informarte que el mundo no gira a tu alrededor, aquella mujer posiblemente mañana ya haya olvidado todo el numerito que montaste en su casa. Pero hay algo que debes saber, y es que hay personas como ella que nacen unidas a lo que vosotros llaman sobrenatural. Es como un pequeño hilo invisible que los dota de cualidades videntes. —¿Me estás diciendo que ella es una bruja de verdad? —Enarqué una ceja con incredulidad. —Llámala de ese modo si te gusta. Lo único que quiero que comprendas es que aquel sitio, que con tu rencor profanaste, sí está unido al más allá de cierto modo. Es una pequeña brecha, la cual me permitió escuchar claramente cuando clamaste por un demonio. —No. —Moví mis manos alterada—. Yo solo dije esas cosas porque estaba molesta, no quise profanar el lugar; mucho menos invocar a un demonio. Además, no pretendas que crea que eres un demonio. ¡Maldita sea! Eso es imposible —dije. —Soy un demonio muy sensual, ¿a qué sí? —Rio engreído—. Pero, al fin y al cabo, sí, soy un demonio. —Maldito desquiciado, ¿de qué manicomio te has escapado? —Me pasé las manos por el rostro con exasperación. —Puedo hacer que me creas por las malas o por la buenas. Siempre está en tu decisión. —Se puso de pie y agarré un florero empuñándolo en su dirección como arma en mi defensa—. Al parecer por las malas, que así sea. El chasquido de sus dedos resonó dentro de mi cabeza y al parpadear me encontraba en un lugar totalmente oscuro. Miré alrededor, buscando una luz, pero al dar un paso sentí algo frío sobre mi pierna. Miré hacia abajo y grité horrorizada al ver una mano esquelética sostener mi tobillo. No pasó mucho para que el lugar se iluminara y me viera rodeada por cientos, o peor miles y miles, de cadáveres amontonados; como una gran océano de huesos. Y yo estaba justo encima. Me moví tratando de soltarme del esquelético agarre, pero se volvió más fuerte y muchas más manos comenzaron a ascender por mis piernas y brazos hasta comenzar a hundirme en ese gran abismo de huesos. Me vi siendo llevaba a las profundidades, asfixiándome con lentitud. La luz desapareció de mi campo de visión. Pero en un segundo estaba sentada en una mesa, justo en medio de un gran y elegante salón al estilo colonial. Las paredes estaban tapizadas de rojo y frente a mí había una copa plateada de vino. De pronto, de la misma, comenzó a brotar un líquido rojo parecido a la sangre. Se desbordaba sin tener un fin, bañó la estancia y a mí de su color y fétido aroma a muerte. Quería vomitar, la podredumbre retorcía mi estómago dolorosamente; además de que estaba acompañada de un fuerte olor a azufre. —¿Ya me crees o quieres ver más? —resonó su voz. —Es suficiente, por favor —Pedí lastimera y sentí su retorcida risa. —Eso pensé, pero antes déjame presentarme. —Su figura apareció en mi campo de visión. De repente, toda la sangre desapareció y me vi sentada en la enorme mesa de mármol y él en el lado contrario; luciendo un traje negro con una capa tan larga que llegaba al suelo. Eso me hizo recordar las palabras de la bruja: Ten especial cuidado con el que lleva un manto negro. —¿Quién eres tú? —pregunté entre jadeos. —Yo, por muchos siglos, he vagado en tu mundo con muchos nombres. Ahora me hago llamar Rei, pero mi verdadero nombre es Asmodeus, un placer conocerte, pequeña.Su sonrisa me heló la sangre aún más que su nombre, el cual no podía identificar como uno que yo conociera. Sin embargo, estaba segura de que antes lo había escuchado. Agitó la mano en el aire y sentí el suelo a mis pies desaparecer, y cuando creí que caería aparecí de nuevo en mi habitación y él estaba de pie a poco más de un metro de mí mientras miraba la foto sobre la mesita de noche. —Así que este es tu esposo. —Señaló la foto en la que ambos aparecíamos el día de nuestra boda—. No es la gran cosa —Hizo una mueca con los labios. Intenté decir algo, pero las palabras estaban atoradas en mi garganta; estaba muda de la impresión—. ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? —preguntó en un tono burlón—. Al parecer has perdido todo el valor, no pensé que fueras tan cobarde. —¿Qué es lo que pretendes? —pregunté con la voz entrecortada. —Buena pregunta. —Se tocó el mentón pensativo—. Solo te quiero a ti, nada más. —¿A mí? ¿Por qué yo? Soy solo una simple humana y tú eres u
¿Miedo? No podría decir si se trataba de eso, pero estaba segura de que ahora mismo estaba temblando. No sabía si era por su expresión aterradora, su aura que se elevó hasta el grado de ser perceptible a mis ojos como un gran manto negro a su alrededor o simplemente porque me permití recordar que a pesar de todo él era un demonio; uno muy poderoso e indomable. Estaba más allá de lo que cualquier persona normal podría controlar. Así que me aseguré de no olvidarlo de aquí en adelante. No podía confiarme simplemente por la sonrisa cínica en su rostro, pues solamente era como una máscara que detrás ocultaba el peor de los males. Tampoco funcionaban mi astucia e inteligencia, pues, como él mismo aseguró, tenía muchos años de existencia y no había manera de que pudiera engañarlo. Muy bien acertaba el dicho popular cuando aseguraba: «Más sabe es el diablo por viejo que por diablo». Mucho menos cuando sus penetrantes ojos parecían mirar más allá del alma y develar cada secreto de la existen
Llegué a casa. Estaba aturdida y sentía que todo a mi alrededor era casi inexistente, no podía concentrarme en nada. Sin darme cuenta, el tiempo había pasado y fui consciente de ello cuando la puerta principal se abrió dejándome entrever la figura de William.Respiré hondo y traté de ocultar mi malestar. —Hola cariño —me depositó un beso fugaz sobre los labios y se dirigió a la habitación. Suspiré y caminé a la cocina, me lavé las manos y comencé a cortar algunos vegetales para la cena. Perdida de nuevo en un nudo de pensamientos, no noté el filo del cuchillo cortando mi piel hasta que el dolor me hizo reaccionar. Chillé y solté el objeto rápidamente. Mi dedo índice sangraba y tenía una herida de tamaño mediano. Coloqué la mano bajo el chorro del agua. Pero, de repente, la herida comenzó a desaparecer hasta no quedar ni rastro. Jadeé sorprendida.—«De nada.» —Escuché de nuevo su voz en mi cabeza y gruñí con molestia. —No necesito tu maldita ayuda con una herida —hablé porque, a pe
—¡Te he dicho que me sueltes! —exclamé moviéndome bajo su agarre.—¿Estás subiendo el tono a propósito? —Enarcó una ceja—. Sabes que tu querido esposo puede escucharte, ¿acaso quieres que venga? —Se acercó hasta que sus labios quedaron a centímetros de los míos—. Si interrumpe, no le tendré piedad. —No te creo —dije molesta—, eres solo palabras. Si le haces daño sabes que no habrá nada que me impida alejarme de ti. Lo usas como excusa para chantajearme porque sabes que es mi debilidad. Pensé que simplemente se alejaría consternado por mis palabras. Pero pasó todo lo contrario. Comenzó a reírse a carcajadas tomándome por sorpresa y siendo yo la conturbada. —Lo primero que debes saber, Camille —dijo mi nombre con algo de rabia y sus ojos se tornaron en un ferviente color rojo—, es que tú no eres imprescindible para mí. Solo eres una humana del montón. —Hundió su rostro en mi cuello y su aliento helado me causó escalofríos; pero no podría decir que era desagradable, a pesar de su tono
Al final logré irme a dormir en paz, aunque un tanto intranquila. Desperté algo aturdida, la luz se filtraba a través de la ventana abierta de la habitación, y corría una sutil brisa cálida que mecía la cortina. Parpadeé y miré el reloj que estaba a mi lado, eran más de las 10 de la mañana. Lo había supuesto porque el sol estaba muy alto. Suspiré y me desperecé. No recordaba la última vez que había dormido hasta esta hora. Siempre despertaba temprano para preparar el desayuno de William. A estas horas ya debe de estar en su trabajo. Moví las sábanas a un lado y caminé a mi habitación, y como supuse él no estaba. Tomé un cambio de ropa y entré al baño para prepararme. Cuando estuve lista, procedí a beber un poco de jugo. Mi estómago me estaba matando, y supuse que las crisis volverían a aparecer. Decidí ir a visitar a mis padres y de paso beber una de esas infusiones que preparaba mamá porque eran únicas para aliviar estas molestias.Me encaminé en el coche, e iba tranquila hasta qu
La tarde llegó de una manera rápida; demasiado para mi gusto. Luego de despedirme, me fui a casa. Al final no había logrado ver a mi padre, aunque no era algo que me extrañara; sabía que era una persona muy ocupada. Cuando entré William ya estaba allí. Estaba en la cocina bebiendo un vaso de agua. Al verme se acercó y depositó en mi frente un beso. No me moví y no hice nada por saludarlo, ni siquiera por hablarle. Solo lo miré y me di la vuelta para ir a la habitación. —Camille —me llamó cuando iba a salir de la cocina. Lo miré—. Necesitamos hablar. —Hablar al parecer no soluciona nuestros problemas, solo los empeora —dije con desgana.—Esta vez será diferente —aseguró—. Solo unos minutos. Asentí y tomamos asiento en la sala. Esperé a que comenzara a hablar, pues yo no tenía explicaciones que darle. Estaba segura de que mi comportamiento no era el erróneo, sino el suyo. Aunque siendo sinceros mi último encuentro con el demonio no me dejaba libre de culpas.—Sé que estamos tenien
Me mantuve en calma a pesar de que por dentro era un manojo de nervios. Respiré cuando desvió la mirada hacia otro lado para contemplar a todas las personas de alrededor. —Señor Kim. —El anciano le estrecha la mano—. Espero que este evento sea de su agrado. —Es muy interesante —dijo dedicándome una rápida mirada. —Le presento al señor William Kanne y a su esposa Camille Kanne. —El anciano hizo un gesto con la mano, señalándonos. —«No me gusta como suena el título de señora Kanne en ti.» —Sus palabras me llegaron mientras que con una sonrisa hipócrita saludaba a William y procedía a besar mi mano. —Encantado de conocerlo —dijo William, entusiasta. —«Tu esposo es repugnante»—susurró en mi mente con burla—. «Por cierto, el rojo me pone; y mucho. ¿Te has puesto ese vestido a propósito? Te ves bellísima.» Le encantaba molestarme y más sabiendo que no podía contestarle. Me sentía como una bomba a punto de estallar. Pero respiré hondo y fingí estar sedienta. Caminé hacia la m
Dije aquello y todo el peso de mi título cayó de nuevo sobre mis hombros. Era como si la realidad hubiese vuelto, como si acabase de despertar de un sueño profundo. Sin embargo, había muchas cosas a las que había renunciado ya, y no podía recuperar. —Señora Duquesa —se puso de pie quedando muy cerca—. No olvide que usted me pertenece por esta noche. —No —dije mirándolo a los ojos, me devolvió una expresión de confusión—. No soy una duquesa, renuncié a mi título por William. No era necesario, pero quería que tuviésemos una vida sin protocolo, una vida normal. —Posé mis manos en sus hombros y me puse de puntillas para alcanzar sus labios, quedando así muy cerca —. Con respecto a lo otro, está bien. Seré tuya esta noche, pero porque así yo lo he decidido. Su sonrisa se amplió, aunque no me dejó contemplarla mucho porque enseguida sentí sus labios presionar contra los míos. Jadeé cuando su audaz boca tomó posesión de la mía, sin contemplaciones. Traté de imponerle mi ritmo pero era im