Capítulo 4

—Hola Camille —dijo con tono socarrón dando un paso en mi dirección. Retrocedí de forma instintiva hasta que mi espalda chocó contra la puerta.

—¿Quién eres? —pregunté aterrada.

—No no. —Negó con el dedo y se acercó hasta quedar a solo unos pasos de distancia—. Si luces así de indefensa querré aprovecharme de ti.—Rio, humedeciendo sus labios luego.

—Llamaré a la policía —advertí tratando de lucir valiente.

—¿Oh, sí? ¿Y qué dirás? Después de todo, tú me llamaste, pequeña. —Ladeó el rostro.

—¿Yo te llamé? Debes de estar loco, te has colado en mi casa. Eso es ilegal. Además, mi esposo llegará pronto.

—¡Uy, tu esposo llegará pronto! —Hizo un dramático gesto de terror—. Mira como tiemblo, estoy muriendo de miedo.

—Escucha —el enojo había hecho disminuir mi miedo y me llenó de coraje —, no sé quién eres, de donde vienes y mucho menos lo que quieres; pero vas a marcharte ahora mismo de mi casa.

—Vaya vaya, que atrevida eres, pequeña. —Terminó con la distancia entre nosotros y me apresó contra la puerta. Sostuvo mi mentón y acercó su rostro al mío—. ¿No tienes modales? Hablas como si me conocieras, no me gusta eso.—Su rodilla se elevó haciéndose paso entre mis piernas para presionar justo entre ellas—. Pero creo que me gustará enseñarte modales.

—Aléjate de mí —exigí con la mayor seriedad posible, haciendo fuerza para apartarlo sin lograr alejarlo ni un poco.

—Hay que ver que carácter tienes. ¿No has pensado en emplear un poco de él con tu marido? —preguntó burlón—. Porque, al parecer, con él pierdes todas las fuerzas y te vuelves muy dócil. ¿O no, pequeña?

¿Por qué me seguía llamando por ese apodo que se me hacía repugnante? ¿Cómo sabía esas cosas sobre mí? La idea de estar lidiando con un acosador tomó sentido, mis alarmas se activaron y decidí ser un poco más lista.

—Está bien, me comportaré —dije más calmada—. Ahora, por favor, señor, suélteme.

—Al parecer los modales han regresado. —Soltó mi agarré—. También pondré los míos a funcionar, señorita Camille, encantado de conocerla. —Hizo una cortes reverencia.

¿Estaba acaso de broma? Si supuestamente me estaba conociendo ¿por qué se coló en mi casa, se me lanzó encima y sabía esas cosas sobre mí?

—¿Quién es usted? —pregunté caminando hasta los asientos; todo para alejarme de él.

—Asumo que se refiere a mi nombre —Asentí—. ¿Quiere el real o el que debería utilizar? —preguntó sentándose de forma despreocupada. Pero de una forma elegante cruzó una pierna por sobre la otra, dándole un aire un tanto sofisticado.

—¿A qué se supone que hace referencia con eso? —pregunté tomando asiento yo también, pero aún alerta y lista para salir corriendo en cualquier instante.

—A que he tenido varios nombres, sin embargo solo uno es real, mas no el que debería usar —explicó dejándome aún más confundida.

—Entiendo. —Fingí una sonrisa—. Bueno, ¿quiere que le prepare un té?

—Eres lista, pequeña. —Apoyó su codo en el brazo del mueble mientras que descansó su rostro en la palma de la mano. Dicho acto hizo que su castaño y lacio cabello cayese sobre su rostro. Es atractivo, malditamente atractivo, aunque me moleste aceptarlo—. Pero ¿sabes algo? Conmigo no funciona tu astucia ni tu teatrito.

—No sé a qué se refiere, señor —Tragué en seco ocultado los nervios que me causa su felina mirada de ojos castaños, la cual parece atravesar mi alma.

—Tus modales fingidos y tu repentina calma no son suficientes para engañarme. Tengo mucho tiempo de existencia como para ser engañado por cosas tan básicas. Puedes, incluso, salir de esta casa o mudarte de país. Pero no puedes huir de mí.

Fue suficiente para que acabara con mi poco autocontrol y echara a correr de nuevo hacia la puerta. La abrí y, sintiendo el sonido de fuertes carcajadas a mis espaldas, comencé a correr fuera.

Corrí como si no hubiese un mañana. Los tacones me estorbaban así que los dejé y seguí con prisa hasta llegar a la puerta de la comisaría.

Era increíble como la adrenalina causada por el pánico me había dado las fuerzas suficientes como para correr más de medio kilómetro hasta llegar a mi objetivo. Ahora mismo este parecía el único lugar donde podrían ayudarme.

Apresurada llegué a la entrada y empujé la puerta principal para entrar. Pero al atravesarlas me vi de nuevo ingresando a mi hogar. Miré alrededor atónita, aquello tenía que ser una broma de mal gusto jugada por mi mente. Tal vez estaba bajo el efecto de alguna sustancia alucinógena, fácilmente aquella bruja podía usar ese tipo de cosas para hacer a las personas creer en lo que veían en aquel lugar.

Sí, debía de ser eso, era lo más lógico.

—Oh, has vuelto. —Apareció él en mi campo de visión—. Gracias por no hacerme esperar mucho.

—Solo estoy imaginándolo —me repetí en voz alta y caminé hacia la habitación. Pero, al entrar, lo encontré sentado sobre la cama con su ya singular sonrisa torcida llena de maldad y burla. Decidí ignorarlo, desaparecería en un momento determinado. Al final de cuentas, solo era una ilusión causada por una droga.

—Te aseguro que soy muy real.

—¡No es posible que lo seas! —exclamé con desconcierto.

—¿Por qué es tan difícil creerlo? —inquirió él.

—Porque tendría que aceptar que todo lo que ha pasado es real y eso es imposible.

—Hay muchas cosas imposibles en el mundo, como, por ejemplo, patearle las bolas a un cangrejo. Pero ten por seguro que lo que viste es solo una pequeña porción de lo que puedo hacer. Aunque, ya sabes, no me gusta presumir de mis dotes —me guiñó un ojo con complicidad.

—Supongamos que fue real y que existes de verdad —Señalé la puerta—. Déjame en paz y vete.

—No puedo irme o, mejor dicho, no quiero. Tú me llamaste.

—No es cierto, deja de repetir lo mismo —le exigí.

—Oh, sí que lo has hecho. ¿No recuerdas hace aproximadamente una hora cuando en medio de la casa de aquella bruja gritaste algo?

—¿Grité algo? —Pensé en aquello. La verdad es que había gritado muchas cosas, estaba enojada—. Seguramente estás compinchado con esa mujer para darme un susto por desmentir su e****a.

—No. —Negó con el dedo—. Lamento informarte que el mundo no gira a tu alrededor, aquella mujer posiblemente mañana ya haya olvidado todo el numerito que montaste en su casa. Pero hay algo que debes saber, y es que hay personas como ella que nacen unidas a lo que vosotros llaman sobrenatural. Es como un pequeño hilo invisible que los dota de cualidades videntes.

—¿Me estás diciendo que ella es una bruja de verdad? —Enarqué una ceja con incredulidad.

—Llámala de ese modo si te gusta. Lo único que quiero que comprendas es que aquel sitio, que con tu rencor profanaste, sí está unido al más allá de cierto modo. Es una pequeña brecha, la cual me permitió escuchar claramente cuando clamaste por un demonio.

—No. —Moví mis manos alterada—. Yo solo dije esas cosas porque estaba molesta, no quise profanar el lugar; mucho menos invocar a un demonio. Además, no pretendas que crea que eres un demonio. ¡Maldita sea! Eso es imposible —dije.

—Soy un demonio muy sensual, ¿a qué sí? —Rio engreído—. Pero, al fin y al cabo, sí, soy un demonio.

—Maldito desquiciado, ¿de qué manicomio te has escapado? —Me pasé las manos por el rostro con exasperación.

—Puedo hacer que me creas por las malas o por la buenas. Siempre está en tu decisión. —Se puso de pie y agarré un florero empuñándolo en su dirección como arma en mi defensa—. Al parecer por las malas, que así sea.

El chasquido de sus dedos resonó dentro de mi cabeza y al parpadear me encontraba en un lugar totalmente oscuro. Miré alrededor, buscando una luz, pero al dar un paso sentí algo frío sobre mi pierna. Miré hacia abajo y grité horrorizada al ver una mano esquelética sostener mi tobillo. No pasó mucho para que el lugar se iluminara y me viera rodeada por cientos, o peor miles y miles, de cadáveres amontonados; como una gran océano de huesos. Y yo estaba justo encima.

Me moví tratando de soltarme del esquelético agarre, pero se volvió más fuerte y muchas más manos comenzaron a ascender por mis piernas y brazos hasta comenzar a hundirme en ese gran abismo de huesos.

Me vi siendo llevaba a las profundidades, asfixiándome con lentitud. La luz desapareció de mi campo de visión. Pero en un segundo estaba sentada en una mesa, justo en medio de un gran y elegante salón al estilo colonial. Las paredes estaban tapizadas de rojo y frente a mí había una copa plateada de vino. De pronto, de la misma, comenzó a brotar un líquido rojo parecido a la sangre. Se desbordaba sin tener un fin, bañó la estancia y a mí de su color y fétido aroma a muerte.

Quería vomitar, la podredumbre retorcía mi estómago dolorosamente; además de que estaba acompañada de un fuerte olor a azufre.

—¿Ya me crees o quieres ver más? —resonó su voz.

—Es suficiente, por favor —Pedí lastimera y sentí su retorcida risa.

—Eso pensé, pero antes déjame presentarme. —Su figura apareció en mi campo de visión.

De repente, toda la sangre desapareció y me vi sentada en la enorme mesa de mármol y él en el lado contrario; luciendo un traje negro con una capa tan larga que llegaba al suelo. Eso me hizo recordar las palabras de la bruja: Ten especial cuidado con el que lleva un manto negro.

—¿Quién eres tú? —pregunté entre jadeos.

—Yo, por muchos siglos, he vagado en tu mundo con muchos nombres. Ahora me hago llamar Rei, pero mi verdadero nombre es Asmodeus, un placer conocerte, pequeña.

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