Capítulo 3

—Vale, ya basta. —Solté mi mano de su agarre y me puse en pie—. Lo que dice no tiene el menor sentido, solo es una m*****a e****a —dije molesta.

—Joven. —La mujer se puso de pie—. No cobro por lo que hago, no tengo la más mínima intención de estafarte ni a ti ni a nadie. Está en tu interior creer o no en mis palabras. Créeme que he visto a mucha gente como tú, incrédula y atea. Pero cuando lo que preveo suceda, recordarás este día y mis palabras.

—Mire, señora —hablé tratando de calmarme —, sin la más mínima intención de ofenderla, pero este tipo de cosas no me parecen muy reales. E, incluso, la existencia de personas como usted, supuestamente atadas a lo sobrenatural, es muy difícil creer cuando no se ha confirmado.

—No diré nada más, ahora le pido que se marche. Y, por favor, le pedí que no liberara sus rencores en este lugar.

—¿O qué? —Reí incrédula—. ¿Invocaré el mal? ¿Aparecerá un demonio? —resoplé—. Patrañas sin sentido.

—Ya basta, amiga. —Vickie colocó una mano en mi hombro.

—Es que no lo entiendes, ¿realmente crees en algo de esto? —La analicé con ojo crítico.

—No sabría decirte —se encogió de hombros.

—Solo las personas que carezcan de inteligencia caerían en una e****a de tan bajo nivel.

—Jovencita, estás perturbando la armonía de este lugar —advirtió la mujer mortalmente seria—. Si sigues así desatarás sobre ti cosas con las que no podrás lidiar.

—Cosas con las que no podré lidiar —contraje los labios ofendida—. Créame, señora, que puedo lidiar con muchas cosas. Incluso con un demonio si ese fuera el caso.

—¡Calla! —exigió molesta—. No oses decir esas palabras así, nunca sabes cuando el mal puede estar escuchando.

—Pues sería genial si me escuchara. —Alcé la voz—. Que venga si quiere, a lo mejor así logro encontrar algo interesante en mi vida. Que aparezca entonces un maldito demonio, lo quiero, lo estoy esperando.

—¡Basta, Camille! —Vickie me tomó por el brazo—. Lo sentimos mucho, señora —se disculpó avergonzada.

Tirando con fuerza de mi brazo me llevó hasta la salida y subimos al coche. Molesta, me puse de camino hacia casa.

—¿Qué te ha pasado allí? —preguntó Vickie observándome desde el asiento del copiloto—. Tú no eres así.

—Es que me molesta ver la manera en que las personas como ella se aprovechan de la gente.

—Ni siquiera te pidió dinero —suspiró—. Creo que en realidad, estabas desquitándote con ella la rabia por tus problemas.

—Es que no sé. —Mordí mi labio inferior frustrada—. Sé que me porté como una troglodita maleducada, pero lo que me dijo me perturbó. Entiendo que no debo creerle, pero hizo referencia a dos hombres, y uno de ellos podría ser William.

—¿Y? —Enarcó una ceja.

—Según ella, ninguno quería mi amor.

—Cierto, uno tu dinero y el otro tu cuerpo. Que sensual.

—No le encuentro la sensualidad a nada —le dediqué una rápida mirada para luego seguir con la vista fija en la carretera—. El caso es que significaría que William nunca me ha querido, sea cual sea de los dos.

—Eso es imposible —le restó importancia haciendo un gesto con la mano—. William está loco por ti, desde que comenzaron hace ocho años. Incluso terminó por pedirte matrimonio. Si no te hubiese querido no se hubiese casado contigo siendo ambos tan jóvenes.

—Lo sé, pero esa señora plantó en mi cabeza la duda.

—Vamos, Cam, tú misma has dicho que es todo una gran mentira; solo patrañas. ¿No me digas que creerás ahora en eso?

—No, claro que no. —Negué.

Vickie tenía razón, no creía en esas tonterías. Y no debo dejarme atormentar por esas falsas palabras.

Lo que nos pasaba a nosotros era normal en todas las personas casadas, solo son crisis matrimoniales. Saldríamos de ella juntos. Al fin y al cabo, llevamos varios años casados y siempre hemos sido felices, no hay motivo para que eso cambie ahora.

—«¿Segura?»

Pisé el freno haciendo que amabas nos balanceáramos con fuerza hacia delante.

—¡Cam! —Mi amiga chilló sorprendida y asustada—. ¿Qué te pasa? ¿Quieres matarnos?

—¿Has oído eso? —pregunté asustada.

—¿Oír qué? —Frunció el ceño.

—Esa voz grave, lo que dijo. ¿No lo has oído?

—No he escuchado nada —me miró como si estuviera loca—. Debe haber sido impresión tuya.

—Pero... —No estaba imaginándolo, ¿o sí? Estaba segura de que escuché una voz a mi oído.

Respiré profundamente calmando mis nervios, que estaban a flor de piel. Entonces, puse nuevamente el coche en marcha. Vickie me pidió que la dejase en su casa y eso hice. Cuando llegué a la mía me adentré directamente a la cocina para tomar un vaso de agua y calmar el revuelo de nervios y ansiedad que estaba sintiendo sin razón alguna.

Entonces, sentí una presencia a mis espaldas. Mi cuerpo se tensó por completo, pues sabía que no podía ser William ya que a esta hora todavía estaba en el trabajo. Además, dicha presencia se sentía muy fuerte e imponente; el ambiente estaba cargado.

Deslicé mi mano con lentitud, tratando de alcanzar algo con lo cual pudiese defenderme. Pero cuando estaba a punto de tomarlo, una mano se posó sobre la mía impidiéndome llegar a mi objetivo. Solté un grito de miedo. Empujé a quien fuera que estaba tras de mí y me alejé. Cuando volteé, no vi nadie y mi piel se tornó de gallina.

No podía decirme que había imaginado aquello, pues lo había sentido y había visto esa mano sostener la mía. Lo había empujado.

Tragué en seco el nudo de mi garganta. Agarré uno de los cuchillos y, sintiendo el martilleo de mi corazón justo en mis oídos, comencé a caminar por la casa pendiente de todo; mirando a todos lados esperando que, en cualquier momento, alguien pudiese saltar y atacarme de la nada. Al pasar junto a la habitación de William y la mía, noté la puerta de esta entreabierta y la luz del interior encendida. Sabía que la había dejado cerrada y la luz apagada. Sin duda alguna, había alguien allí dentro. Era demasiado riesgoso para mí entrar y ya. Aunque llevase con que defenderme, no sabía a quién me enfrentaba. Ni siquiera si eran más de uno y llevaban armas de fuego. Era insensato entrar y esperar a poder salir ilesa. No estaba en una película de terror, lo más inteligente era salir de la casa y llamar a la policía.

Pasé despacio frente a la puerta y me dirigí apresurada hacia la salida. Cuando la abrí para salir esta se azotó cerrándose de nuevo. Pegué un grito de terror dejando caer el cuchillo al suelo, pues no había nadie para cerrarla. Intenté abrirla rápidamente, pero se negaba a ceder. ¿Qué estaba pasando?

—«Camille.» —Esa voz de nuevo... Esta vez canturreaba mi nombre con tono malicioso.

No hubo un músculo de mi cuerpo que no se tensara de la impresión y mi corazón parecía querer salir de mi pecho. Mis manos estaban temblando y sudando en frío mientras sentía el sonido de unos pasos cada vez más cerca; hasta que se detuvieron a solo un par de metros de distancia. Respiré hondo tratando de calmarme. Pensé que en cualquier instante podría desmallarme.

Lo peor era que no sabía quién era la persona que ahora mismo me tenía cautiva dentro de mi propia casa. Podía ser un asesino, un ladrón o ambas cosas. Cerré los ojos, tomé una larga bocanada de aire y lo solté, llenándome de valor. Entonces, comencé a girarme con lentitud sobre mis talones para mirar a la persona tras de mí.

Me quedé muda de la impresión, pero me llené de alivio no encontrar en sus manos ninguna arma de fuego ni un objeto punzante. Sin embrago, me dejó pasmada su postura y vestimenta. Recorrí su figura con mis ojos, la verdad era que no parecía ser nada de lo que imaginé; aunque no dejé de estar alerta.

Su vestimenta era muy elegante, aunque tenía un toque algo tenebroso. Aquel hombre frente a mí llevaba un elegante traje negro y sobre sus hombros una especie de capa cuyo cuello estaba adornado por pelaje de un hermoso e impoluto color blanco. Los botones de su traje brillaban de color oro, al igual que la pequeña cadenita que unía los extremos de su capa. Su figura, aunque no demasiado alta, era imponente y desprendía un aura perceptiblemente siniestra. Su rostro, por otra parte, era delgado; adornado por rasgos finos y elegantes. Sin embargo, sus ojos le daban aspecto un tanto asiático. Su cabello era ligeramente largo, que caía por su rostro, y de un color castaño. Y sus labios estaban curvados en una sonrisa de medio lado que me heló la sangre.

¿Quién era ese hombre?

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