Capítulo 5

Su sonrisa me heló la sangre aún más que su nombre, el cual no podía identificar como uno que yo conociera. Sin embargo, estaba segura de que antes lo había escuchado.

Agitó la mano en el aire y sentí el suelo a mis pies desaparecer, y cuando creí que caería aparecí de nuevo en mi habitación y él estaba de pie a poco más de un metro de mí mientras miraba la foto sobre la mesita de noche.

—Así que este es tu esposo. —Señaló la foto en la que ambos aparecíamos el día de nuestra boda—. No es la gran cosa —Hizo una mueca con los labios. Intenté decir algo, pero las palabras estaban atoradas en mi garganta; estaba muda de la impresión—. ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? —preguntó en un tono burlón—. Al parecer has perdido todo el valor, no pensé que fueras tan cobarde.

—¿Qué es lo que pretendes? —pregunté con la voz entrecortada.

—Buena pregunta. —Se tocó el mentón pensativo—. Solo te quiero a ti, nada más.

—¿A mí? ¿Por qué yo? Soy solo una simple humana y tú eres un... un... —me sentía incapaz de decir esa palabra.

—Un demonio —dijo por mí—. Pasa lo siguiente, una vez cada cierto número de años vengo al mundo terrenal y camino entre los tuyos como uno más. Disfruto de los placeres que el mundo humano puede brindarme.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—¡Si no me interrumpieras podrías saberlo! —bramó molesto, y por un segundo un destello rojo brilló en sus ojos.

—Lo siento —dije aterrada.

—Como decía, estaba entre los tuyos hasta que oí tu voz resonar en mi cabeza.. —Abrí los ojos sorprendida—. Así es, escuché tu clamor gracias a la energía sobrenatural que tenía aquel sitio. Podría haberlo ignorado, cierto. Pero —me miró de arriba abajo— no veo nada más divertido por ahora. Así que aquí estoy, respondiendo a tu llamado. ¿Quién sabe? Esto podría resultar muy entretenido para mí.

—Esto no puede estar pasándome —me dejé caer sobre uno de los muebles de la habitación.

—Eres muy malagradecida, pequeña. Y pensar que deberías estar de rodillas ahora mismo… pero, de igual manera, no importa. Ya te tendré de rodillas y no precisamente por agradecimiento. —El tono cargado en lascivia con el que habló hizo que el vello de mi piel se erizara.

—¿Por qué debería agradecerte? —Fruncí el ceño—. ¿Por corresponder a mi llamado? Si lo hice es porque jamás pensé ser escuchada, ni que existieras de verdad.

—Espera, ¿en serio no sabes quién soy? —me miró con indignación.

—¿Debería saberlo? —Enarqué una ceja—. Por si no lo sabías, no suelo ir por ahí conversando con los demonios; y si eres famoso en el Infierno, pues lo siento, mi tele satelital no sintoniza los canales infernales. Y tampoco leo el Diario Averno.

—Pues parece que sí tienes energías para bromas pesadas —me lanzó una fiera mirada—.No entiendo a la humanidad de hoy en día. —Hizo una mueca de asco—. Sois unos ignorantes.

—No puedo creer que esté teniendo este tipo de conversación justo ahora y con alguien como tú. —Sostuve mi cabello entre mis manos—. ¡Me voy a volver loca! Dime ya quién eres y acabemos con esto de una vez.

—Me da una pereza terrible tener que explicártelo —soltó un largo bostezo—. ¿Ahora no usan esa porquería de internet? Pues investiga, dale otro uso; al parecer la mayoría lo usa solo para ver pornografía —se encogió de hombros—. Aunque no los culpo.

—¿Internet? —Bueno, no se me había ocurrido; un punto para el demonio asiático—. Espera, ¿eres de Asia? —pregunté y enarcó una ceja con ironía.

—No, soy del Infierno, ¿recuerdas?

—No necesito tu sarcasmo, es una pregunta seria.

—Mi respuesta también —apuntilló.

—Pero tus facciones son ligeramente asiáticas y el nombre que me dijiste también.

—A ver, pequeña. —Rodé los ojos por el maldito apodo—. Al igual que vosotros, los demonios tenemos un rostro y una apariencia; somos diferentes y cada cual tiene sus rasgos específicos. Soy así, y a diferencia de lo que creen los engreídos europeos, no todos los ángeles o demonios somos rubios de ojos azules. El nombre, por otra parte, es solo un camuflaje. Como ya sabes, no doy mi nombre real y si para vosotros supuestamente parezco asiático...

—Lo más lógico es dar un nombre asiático. — Lo interrumpí, entendiéndolo todo.

—Bingo.

Recordé lo que iba a hacer antes de comenzar a conversar de nuevo, así que tomé mi teléfono y tecleé su nombre en el navegador. De inmediato aparecieron varios artículos y referencias.

—Oh, aquí está. —Miré el artículo proveniente de una página de demonología, se me hacía la que más acertaría—. Asmodeus —leí lo que decía—, ocupando el rango de Rey es uno de los monarcas del infierno —parpadeé un par de veces ante lo que leí—. ¡Rey! —chillé sorprendida y él me dedicó una mirada cargada de autosuficiencia.

—¿No lo notaste en mi porte? —preguntó con cierto tono burlón y con aire de grandeza.

—¿No se supone que Lucifer es el Rey del Infierno? —Fruncí el ceño confundida.

—No tengo tiempo ni ganas de darte lecciones sobre la jerarquía demoníaca. Por una parte tienes razón y por la otra no, hay varios con la categoría de Rey según las legiones que comandemos. Sin embargo, Lucifer está en la categoría a la que llamarían Dioses del Infierno.

—Entiendo —asentí y volví a mirar el artículo continuando con la lectura.

Es Astrólogo, gobierna 72 legiones de espíritus. Su madre era humana y su padre un Dios. Conocido como el demonio de la lujuria, gobernante de varios reinos del placer. Se dice que rompe matrimonios y relaciones.

—¡Oh no, ni lo sueñes! —lo señalé con el dedo acusatoria y me miró desentendido—. Aquí dice que rompes relaciones y matrimonios. Así que si ese es tu objetivo, toma ahora mismo la puerta principal y sube al express rumbo al infierno porque no permitiré tal cosa.

—Te pones como una fiera cuando se trata de tu matrimonio. —Ladeó el rostro—. Mi objetivo es más grande que ese, sé muchas cosas que si te dijera hora mismo no me creerías, además de que le quitaría la diversión a las cosas. Solo debes aguardar y pronto descubrirás mis varios objetivos. —Se pasó las manos por el cabello con sensualidad.

Ignoré dicho acto y seguí ensimismada en la pantalla de mi teléfono. Obvié algunas cosas que no me parecían de gran importancia y leí otras más interesantes. Hasta que al final terminé el artículo.

—¿Ya? —preguntó y asentí—. Entonces ya sabes más o menos con quién lidias.

—Sí y no me gustó para nada. Sobre todo comenzando por el hecho de que seas un demonio peligroso y lujurioso —me crucé de brazos.

—Ahora mismo estoy siendo tan dócil que me sorprendo a mí mismo —me dedicó una mirada cargada de maldad—. Pero te aseguro que no siempre seré así, siempre que tenga una oportunidad estaré en tu oído susurrando cosas malas para tentarte a caer en mi pecado.

De forma instintiva cerré las piernas con fuerza, pues juraría que había sentido un ligero cosquilleo en mi entrepierna. ¿Sus palabras me habían excitado? No podía ser, no soy tan fácil. El Rey de pacotilla no podría tener ese efecto en mí… ¿o sí?

—¿Lo sientes, verdad? —mordió su labio inferior—. Sé que es así, no te castigues internamente porque tu cuerpo reaccione de esa manera. A diferencia de tu amargada personalidad, tu cuerpo de forma inevitable siempre se sentiría tentado. Después de todo, soy la lujuria personificada. Es mi pecado, el que lidero, el que represento y el que esparzo por donde quiera que paso.

—Leí —cambié el tema súbitamente—, que tu padre era un Dios y tu madre una humana.

—¿Oh, sí? —Puso los ojos en blanco—. La humanidad tiene muchas cosas que inventar. Ni Dios ni humana. No tengo padres, no surgí de ese modo.

—Eso supuse porque me parecía una contradicción, ya que un poco más abajo encontré otra referencia hacia ti. Según sé, los ángeles no nacen de padres —se tensó completamente—. Di en el clavo — achiqué los ojos—, eras un ángel de verdad.

—No es un gran descubrimiento. Si bien al parecer no sabes que muchos de nosotros lo éramos antes de caer —le restó importancia—. Incluso Lucifer lo era. Además, si está en un artículo en internet sabrás que es algo de dominio público.

—Oh, eso lo sé. —Ese tema le molestaba, era obvio por su expresión tan seria—. Pero mira que ser nada más y nada menos de esa jerarquía de ángeles… —Se removió de la incomodidad—. No sé mucho sobre el tema, pero tengo el conocimiento básico sobre ángeles y ser un serafín te colocaba en la casta alta.

—No quiero hablar de ese tema —fingió despreocupación—, es demasiado aburrido.

—¿Eso quiere decir que cantas? —Seguí hurgando en la que parecía una herida.

—Mi voz es mi mayor arma así como mi mayor cualidad. Aunque ya no es ni la mitad de lo que era antes, sigo sin dejar a cualquiera escucharla.

—Ya veo, ¿y tienes alas?

—Es mejor que te detengas. —Tomó una postura seria y amenazante, su aura se tornó muy cargada; casi asfixiante—. Solo buscas molestar y, créeme, no te gustará verme molesto. —Su rostro daba miedo, a pesar de ser tan atractivo—. No tengo ya alas, no tengo mi antigua voz, no tengo nada que ver con el cielo. Ya no soy un ángel, soy un demonio y siempre lo seré.

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