Su sonrisa me heló la sangre aún más que su nombre, el cual no podía identificar como uno que yo conociera. Sin embargo, estaba segura de que antes lo había escuchado.
Agitó la mano en el aire y sentí el suelo a mis pies desaparecer, y cuando creí que caería aparecí de nuevo en mi habitación y él estaba de pie a poco más de un metro de mí mientras miraba la foto sobre la mesita de noche. —Así que este es tu esposo. —Señaló la foto en la que ambos aparecíamos el día de nuestra boda—. No es la gran cosa —Hizo una mueca con los labios. Intenté decir algo, pero las palabras estaban atoradas en mi garganta; estaba muda de la impresión—. ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? —preguntó en un tono burlón—. Al parecer has perdido todo el valor, no pensé que fueras tan cobarde. —¿Qué es lo que pretendes? —pregunté con la voz entrecortada. —Buena pregunta. —Se tocó el mentón pensativo—. Solo te quiero a ti, nada más. —¿A mí? ¿Por qué yo? Soy solo una simple humana y tú eres un... un... —me sentía incapaz de decir esa palabra. —Un demonio —dijo por mí—. Pasa lo siguiente, una vez cada cierto número de años vengo al mundo terrenal y camino entre los tuyos como uno más. Disfruto de los placeres que el mundo humano puede brindarme. —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —¡Si no me interrumpieras podrías saberlo! —bramó molesto, y por un segundo un destello rojo brilló en sus ojos. —Lo siento —dije aterrada. —Como decía, estaba entre los tuyos hasta que oí tu voz resonar en mi cabeza.. —Abrí los ojos sorprendida—. Así es, escuché tu clamor gracias a la energía sobrenatural que tenía aquel sitio. Podría haberlo ignorado, cierto. Pero —me miró de arriba abajo— no veo nada más divertido por ahora. Así que aquí estoy, respondiendo a tu llamado. ¿Quién sabe? Esto podría resultar muy entretenido para mí. —Esto no puede estar pasándome —me dejé caer sobre uno de los muebles de la habitación. —Eres muy malagradecida, pequeña. Y pensar que deberías estar de rodillas ahora mismo… pero, de igual manera, no importa. Ya te tendré de rodillas y no precisamente por agradecimiento. —El tono cargado en lascivia con el que habló hizo que el vello de mi piel se erizara. —¿Por qué debería agradecerte? —Fruncí el ceño—. ¿Por corresponder a mi llamado? Si lo hice es porque jamás pensé ser escuchada, ni que existieras de verdad. —Espera, ¿en serio no sabes quién soy? —me miró con indignación. —¿Debería saberlo? —Enarqué una ceja—. Por si no lo sabías, no suelo ir por ahí conversando con los demonios; y si eres famoso en el Infierno, pues lo siento, mi tele satelital no sintoniza los canales infernales. Y tampoco leo el Diario Averno. —Pues parece que sí tienes energías para bromas pesadas —me lanzó una fiera mirada—.No entiendo a la humanidad de hoy en día. —Hizo una mueca de asco—. Sois unos ignorantes. —No puedo creer que esté teniendo este tipo de conversación justo ahora y con alguien como tú. —Sostuve mi cabello entre mis manos—. ¡Me voy a volver loca! Dime ya quién eres y acabemos con esto de una vez. —Me da una pereza terrible tener que explicártelo —soltó un largo bostezo—. ¿Ahora no usan esa porquería de internet? Pues investiga, dale otro uso; al parecer la mayoría lo usa solo para ver pornografía —se encogió de hombros—. Aunque no los culpo. —¿Internet? —Bueno, no se me había ocurrido; un punto para el demonio asiático—. Espera, ¿eres de Asia? —pregunté y enarcó una ceja con ironía. —No, soy del Infierno, ¿recuerdas? —No necesito tu sarcasmo, es una pregunta seria. —Mi respuesta también —apuntilló. —Pero tus facciones son ligeramente asiáticas y el nombre que me dijiste también. —A ver, pequeña. —Rodé los ojos por el maldito apodo—. Al igual que vosotros, los demonios tenemos un rostro y una apariencia; somos diferentes y cada cual tiene sus rasgos específicos. Soy así, y a diferencia de lo que creen los engreídos europeos, no todos los ángeles o demonios somos rubios de ojos azules. El nombre, por otra parte, es solo un camuflaje. Como ya sabes, no doy mi nombre real y si para vosotros supuestamente parezco asiático... —Lo más lógico es dar un nombre asiático. — Lo interrumpí, entendiéndolo todo. —Bingo. Recordé lo que iba a hacer antes de comenzar a conversar de nuevo, así que tomé mi teléfono y tecleé su nombre en el navegador. De inmediato aparecieron varios artículos y referencias. —Oh, aquí está. —Miré el artículo proveniente de una página de demonología, se me hacía la que más acertaría—. Asmodeus —leí lo que decía—, ocupando el rango de Rey es uno de los monarcas del infierno —parpadeé un par de veces ante lo que leí—. ¡Rey! —chillé sorprendida y él me dedicó una mirada cargada de autosuficiencia. —¿No lo notaste en mi porte? —preguntó con cierto tono burlón y con aire de grandeza. —¿No se supone que Lucifer es el Rey del Infierno? —Fruncí el ceño confundida. —No tengo tiempo ni ganas de darte lecciones sobre la jerarquía demoníaca. Por una parte tienes razón y por la otra no, hay varios con la categoría de Rey según las legiones que comandemos. Sin embargo, Lucifer está en la categoría a la que llamarían Dioses del Infierno. —Entiendo —asentí y volví a mirar el artículo continuando con la lectura. Es Astrólogo, gobierna 72 legiones de espíritus. Su madre era humana y su padre un Dios. Conocido como el demonio de la lujuria, gobernante de varios reinos del placer. Se dice que rompe matrimonios y relaciones. —¡Oh no, ni lo sueñes! —lo señalé con el dedo acusatoria y me miró desentendido—. Aquí dice que rompes relaciones y matrimonios. Así que si ese es tu objetivo, toma ahora mismo la puerta principal y sube al express rumbo al infierno porque no permitiré tal cosa. —Te pones como una fiera cuando se trata de tu matrimonio. —Ladeó el rostro—. Mi objetivo es más grande que ese, sé muchas cosas que si te dijera hora mismo no me creerías, además de que le quitaría la diversión a las cosas. Solo debes aguardar y pronto descubrirás mis varios objetivos. —Se pasó las manos por el cabello con sensualidad. Ignoré dicho acto y seguí ensimismada en la pantalla de mi teléfono. Obvié algunas cosas que no me parecían de gran importancia y leí otras más interesantes. Hasta que al final terminé el artículo. —¿Ya? —preguntó y asentí—. Entonces ya sabes más o menos con quién lidias. —Sí y no me gustó para nada. Sobre todo comenzando por el hecho de que seas un demonio peligroso y lujurioso —me crucé de brazos. —Ahora mismo estoy siendo tan dócil que me sorprendo a mí mismo —me dedicó una mirada cargada de maldad—. Pero te aseguro que no siempre seré así, siempre que tenga una oportunidad estaré en tu oído susurrando cosas malas para tentarte a caer en mi pecado. De forma instintiva cerré las piernas con fuerza, pues juraría que había sentido un ligero cosquilleo en mi entrepierna. ¿Sus palabras me habían excitado? No podía ser, no soy tan fácil. El Rey de pacotilla no podría tener ese efecto en mí… ¿o sí? —¿Lo sientes, verdad? —mordió su labio inferior—. Sé que es así, no te castigues internamente porque tu cuerpo reaccione de esa manera. A diferencia de tu amargada personalidad, tu cuerpo de forma inevitable siempre se sentiría tentado. Después de todo, soy la lujuria personificada. Es mi pecado, el que lidero, el que represento y el que esparzo por donde quiera que paso. —Leí —cambié el tema súbitamente—, que tu padre era un Dios y tu madre una humana. —¿Oh, sí? —Puso los ojos en blanco—. La humanidad tiene muchas cosas que inventar. Ni Dios ni humana. No tengo padres, no surgí de ese modo. —Eso supuse porque me parecía una contradicción, ya que un poco más abajo encontré otra referencia hacia ti. Según sé, los ángeles no nacen de padres —se tensó completamente—. Di en el clavo — achiqué los ojos—, eras un ángel de verdad. —No es un gran descubrimiento. Si bien al parecer no sabes que muchos de nosotros lo éramos antes de caer —le restó importancia—. Incluso Lucifer lo era. Además, si está en un artículo en internet sabrás que es algo de dominio público. —Oh, eso lo sé. —Ese tema le molestaba, era obvio por su expresión tan seria—. Pero mira que ser nada más y nada menos de esa jerarquía de ángeles… —Se removió de la incomodidad—. No sé mucho sobre el tema, pero tengo el conocimiento básico sobre ángeles y ser un serafín te colocaba en la casta alta. —No quiero hablar de ese tema —fingió despreocupación—, es demasiado aburrido. —¿Eso quiere decir que cantas? —Seguí hurgando en la que parecía una herida. —Mi voz es mi mayor arma así como mi mayor cualidad. Aunque ya no es ni la mitad de lo que era antes, sigo sin dejar a cualquiera escucharla. —Ya veo, ¿y tienes alas? —Es mejor que te detengas. —Tomó una postura seria y amenazante, su aura se tornó muy cargada; casi asfixiante—. Solo buscas molestar y, créeme, no te gustará verme molesto. —Su rostro daba miedo, a pesar de ser tan atractivo—. No tengo ya alas, no tengo mi antigua voz, no tengo nada que ver con el cielo. Ya no soy un ángel, soy un demonio y siempre lo seré.¿Miedo? No podría decir si se trataba de eso, pero estaba segura de que ahora mismo estaba temblando. No sabía si era por su expresión aterradora, su aura que se elevó hasta el grado de ser perceptible a mis ojos como un gran manto negro a su alrededor o simplemente porque me permití recordar que a pesar de todo él era un demonio; uno muy poderoso e indomable. Estaba más allá de lo que cualquier persona normal podría controlar. Así que me aseguré de no olvidarlo de aquí en adelante. No podía confiarme simplemente por la sonrisa cínica en su rostro, pues solamente era como una máscara que detrás ocultaba el peor de los males. Tampoco funcionaban mi astucia e inteligencia, pues, como él mismo aseguró, tenía muchos años de existencia y no había manera de que pudiera engañarlo. Muy bien acertaba el dicho popular cuando aseguraba: «Más sabe es el diablo por viejo que por diablo». Mucho menos cuando sus penetrantes ojos parecían mirar más allá del alma y develar cada secreto de la existen
Llegué a casa. Estaba aturdida y sentía que todo a mi alrededor era casi inexistente, no podía concentrarme en nada. Sin darme cuenta, el tiempo había pasado y fui consciente de ello cuando la puerta principal se abrió dejándome entrever la figura de William.Respiré hondo y traté de ocultar mi malestar. —Hola cariño —me depositó un beso fugaz sobre los labios y se dirigió a la habitación. Suspiré y caminé a la cocina, me lavé las manos y comencé a cortar algunos vegetales para la cena. Perdida de nuevo en un nudo de pensamientos, no noté el filo del cuchillo cortando mi piel hasta que el dolor me hizo reaccionar. Chillé y solté el objeto rápidamente. Mi dedo índice sangraba y tenía una herida de tamaño mediano. Coloqué la mano bajo el chorro del agua. Pero, de repente, la herida comenzó a desaparecer hasta no quedar ni rastro. Jadeé sorprendida.—«De nada.» —Escuché de nuevo su voz en mi cabeza y gruñí con molestia. —No necesito tu maldita ayuda con una herida —hablé porque, a pe
—¡Te he dicho que me sueltes! —exclamé moviéndome bajo su agarre.—¿Estás subiendo el tono a propósito? —Enarcó una ceja—. Sabes que tu querido esposo puede escucharte, ¿acaso quieres que venga? —Se acercó hasta que sus labios quedaron a centímetros de los míos—. Si interrumpe, no le tendré piedad. —No te creo —dije molesta—, eres solo palabras. Si le haces daño sabes que no habrá nada que me impida alejarme de ti. Lo usas como excusa para chantajearme porque sabes que es mi debilidad. Pensé que simplemente se alejaría consternado por mis palabras. Pero pasó todo lo contrario. Comenzó a reírse a carcajadas tomándome por sorpresa y siendo yo la conturbada. —Lo primero que debes saber, Camille —dijo mi nombre con algo de rabia y sus ojos se tornaron en un ferviente color rojo—, es que tú no eres imprescindible para mí. Solo eres una humana del montón. —Hundió su rostro en mi cuello y su aliento helado me causó escalofríos; pero no podría decir que era desagradable, a pesar de su tono
Al final logré irme a dormir en paz, aunque un tanto intranquila. Desperté algo aturdida, la luz se filtraba a través de la ventana abierta de la habitación, y corría una sutil brisa cálida que mecía la cortina. Parpadeé y miré el reloj que estaba a mi lado, eran más de las 10 de la mañana. Lo había supuesto porque el sol estaba muy alto. Suspiré y me desperecé. No recordaba la última vez que había dormido hasta esta hora. Siempre despertaba temprano para preparar el desayuno de William. A estas horas ya debe de estar en su trabajo. Moví las sábanas a un lado y caminé a mi habitación, y como supuse él no estaba. Tomé un cambio de ropa y entré al baño para prepararme. Cuando estuve lista, procedí a beber un poco de jugo. Mi estómago me estaba matando, y supuse que las crisis volverían a aparecer. Decidí ir a visitar a mis padres y de paso beber una de esas infusiones que preparaba mamá porque eran únicas para aliviar estas molestias.Me encaminé en el coche, e iba tranquila hasta qu
La tarde llegó de una manera rápida; demasiado para mi gusto. Luego de despedirme, me fui a casa. Al final no había logrado ver a mi padre, aunque no era algo que me extrañara; sabía que era una persona muy ocupada. Cuando entré William ya estaba allí. Estaba en la cocina bebiendo un vaso de agua. Al verme se acercó y depositó en mi frente un beso. No me moví y no hice nada por saludarlo, ni siquiera por hablarle. Solo lo miré y me di la vuelta para ir a la habitación. —Camille —me llamó cuando iba a salir de la cocina. Lo miré—. Necesitamos hablar. —Hablar al parecer no soluciona nuestros problemas, solo los empeora —dije con desgana.—Esta vez será diferente —aseguró—. Solo unos minutos. Asentí y tomamos asiento en la sala. Esperé a que comenzara a hablar, pues yo no tenía explicaciones que darle. Estaba segura de que mi comportamiento no era el erróneo, sino el suyo. Aunque siendo sinceros mi último encuentro con el demonio no me dejaba libre de culpas.—Sé que estamos tenien
Me mantuve en calma a pesar de que por dentro era un manojo de nervios. Respiré cuando desvió la mirada hacia otro lado para contemplar a todas las personas de alrededor. —Señor Kim. —El anciano le estrecha la mano—. Espero que este evento sea de su agrado. —Es muy interesante —dijo dedicándome una rápida mirada. —Le presento al señor William Kanne y a su esposa Camille Kanne. —El anciano hizo un gesto con la mano, señalándonos. —«No me gusta como suena el título de señora Kanne en ti.» —Sus palabras me llegaron mientras que con una sonrisa hipócrita saludaba a William y procedía a besar mi mano. —Encantado de conocerlo —dijo William, entusiasta. —«Tu esposo es repugnante»—susurró en mi mente con burla—. «Por cierto, el rojo me pone; y mucho. ¿Te has puesto ese vestido a propósito? Te ves bellísima.» Le encantaba molestarme y más sabiendo que no podía contestarle. Me sentía como una bomba a punto de estallar. Pero respiré hondo y fingí estar sedienta. Caminé hacia la m
Dije aquello y todo el peso de mi título cayó de nuevo sobre mis hombros. Era como si la realidad hubiese vuelto, como si acabase de despertar de un sueño profundo. Sin embargo, había muchas cosas a las que había renunciado ya, y no podía recuperar. —Señora Duquesa —se puso de pie quedando muy cerca—. No olvide que usted me pertenece por esta noche. —No —dije mirándolo a los ojos, me devolvió una expresión de confusión—. No soy una duquesa, renuncié a mi título por William. No era necesario, pero quería que tuviésemos una vida sin protocolo, una vida normal. —Posé mis manos en sus hombros y me puse de puntillas para alcanzar sus labios, quedando así muy cerca —. Con respecto a lo otro, está bien. Seré tuya esta noche, pero porque así yo lo he decidido. Su sonrisa se amplió, aunque no me dejó contemplarla mucho porque enseguida sentí sus labios presionar contra los míos. Jadeé cuando su audaz boca tomó posesión de la mía, sin contemplaciones. Traté de imponerle mi ritmo pero era im
No perdí ni un instante para comenzar a deshacerme de su traje negro botón tras botón hasta deshacerme de toda su ropa con desesperación. Paso mis manos por sus hombros desnudos hasta su pecho y abdomen. Su piel se siente fría pero muy tersa. Su abdomen es muy blanco y aunque no podría decir que es exactamente musculoso, tiene un cuerpo muy bonito. Llevo mi rostro a su cuello e inhalo profundamente su aroma. ¿Cómo era que podía oler tan bien? —No te diré lo raro que es que me olfatees. — Rio por lo bajo. —Hueles bien —confesé sin pudor. —Y tú ahora mismo hueles a deseo. Sus manos agarraron el costado de mis bragas y como si se tratase de papel tiró de ellas rompiéndolas con facilidad. Guió mis caderas hasta quedar perfectamente alineado con mi entrada. —No espera déjame preparar... ¡Hijo de arg! —gruñí cuando sin contemplaciones empujó dentro de mí. —Oh, perdón, ¿te dolió? —preguntó sarcástico elevando una ceja. —¿Tú qué crees, maldito? —golpeé su hombro. —Estas toda