Alina Montenegro ha conocido la miseria y el dolor desde que nació. En un hogar donde solo recibe desprecio, golpes y hambre, su único refugio es el ballet. A sus 21 años, consigue ingresar a la prestigiosa Academia de Ballet Imperial, pero la felicidad dura poco cuando descubre que la matrícula es un lujo inalcanzable. Desesperada, acepta la sugerencia de su mejor amiga de trabajar en un Night Club como bailarina exótica. Es allí donde su destino toma un giro oscuro: capta la atención de un hombre enigmático y peligroso, Viktor Koval, un asesino en serie que oculta su verdadera naturaleza tras una fachada de elegancia y poder. Viktor se obsesiona con ella, ofreciéndole una salida de esa vida a cambio de su compañía. Pero Alina no está dispuesta a ceder. Su rechazo desata una espiral de peligro, sangre y deseo en la que deberá luchar por su libertad, sin saber si terminará escapando de él o cayendo en su red.
Leer másAlina cruzó las puertas de la academia totalmente distraída. La sensación del beso que Viktor le dio la dejó algo aturdida por no decir que bajó sus defensas. Mientras tanto desde la distancia una figura femenina cruzó el umbral que dividía el pasillo principal con el área de descanso con paso tímido pero medido, los hombros levemente encorvados, como si intentara encogerse en su propia sombra. Su cabello castaño oscuro, recogido en un moño desordenado, dejaba ver un rostro sereno, demasiado sereno para alguien que decía ser nueva y en ese mundo. Llevaba la indumentaria típica de todas las que transitan por todas esas áreas, malla negra, pantimedias rosas y falda de gasa gris, aunque su portación parecía demasiado perfecta, como si cada prenda hubiese sido colocada con propósito.Nadie notó su llegada con demasiado detalle. Después de todo, nuevas alumnas llegaban todo el tiempo. Ella sabía eso.Desde la esquina de la sala de espejos, se camuflaba entre otras jóvenes que estaban hacie
Para Viktor, un breve momento en el que estimuló el morbo de Alina fue suficiente. No para aplacar el deseo que ella encendía en él como lava dormida en las entrañas de un volcán, sino para avivarlo aún más. Ella era tierra fértil sobre la que su fuego amenazaba con desbordarse. Era un deseo constante, latente, que sabía controlar… hasta ahora. Porque solo Alina había logrado provocar ese tipo de obsesión. Solo ella lo hacía perder el control, deseándola una y otra vez como a ninguna otra.Para un hombre como Viktor, ese nivel de interés sostenido era desconcertante, incluso perturbador. No estaba acostumbrado a necesitar a nadie. No por tanto tiempo. No con esa intensidad.Ella estaba sentaba a su lado en el asiento del copiloto, el aroma de su perfume flotaba en el aire del lujoso auto que descansaba en el silencioso garage subterráneo. Las luces eran tenues, proyectando sombras largas sobre el capó reluciente del coche negro. Afuera, la calle se cerraba como un secreto, pero adentr
—Hoy iré a la academia —dijo Alina aquella mañana, dos días después del extraño encuentro de Viktor con Laura.Viktor no respondió de inmediato. Apenas giró ligeramente el rostro, como si su voz no fuera más que un ruido de fondo. Decidió no hablarle de Laura. No lo consideraba necesario. Nada de lo que esa mujer pudiera decir o hacer tenía relevancia para él. Jamás había tenido interés en ella, y de haberla considerado en algún momento seguro seria para algo tan superficial como con cualquier otra en su historial de conquistas destinadas al olvido. Había encargado a un hombre que la siguiera, y hasta ese momento la información que le había revelado no era nada útil. Una pérdida de tiempo. No le gustaba hablar. No de lo suyo. No de lo interno. Aprendió a guardar silencio como se aprende a respirar: con instinto y necesidad. En su mundo, mostrar era exponerse. Exponerse era morir. No había espacio para confidencias ni para empatías. Había vivido tanto tiempo en soledad emocional que c
Después de ese encuentro tan intenso, la relación entre Alina y Viktor se tornó, por llamarlo de algún modo, más llevadera. No porque hubiera cariño, ni comprensión, ni siquiera una tregua verbal. No. Lo único que parecía funcionar entre ellos, lo único que les otorgaba cierta armonía, o al menos un respiro de las tensiones subyacentes, era el espacio compartido donde el deseo se desbordaba sin pedir permiso.Era en los rincones oscuros, en habitaciones cerradas, sobre superficies frías o sábanas revueltas, donde comenzaban a entenderse. Allí, sin máscaras ni discursos, hablaban el mismo idioma: el de la necesidad cruda, el del control compartido, el del sometimiento intermitente. Viktor encontraba en Alina algo que no sabía que buscaba: una sumisión silenciosa que no nacía del miedo, sino de una especie de resignación lúcida, casi desafiante. Pero también, cada tanto, surgía en ella un fuego inesperado que lo dejaba desconcertado.Ella, por su parte, aún no tomaba la iniciativa. No d
Molesto por sus respuestas evasivas y desafiantes, Viktor la tomó con fiereza, arrastrado por una furia contenida que apenas podía controlar. Sus dedos se cerraron en torno a sus brazos con autoridad, y sin darle oportunidad de apartarse, atacó su boca en un beso agresivo, sin ternura ni dulzura, un reclamo de poder y deseo. El cristal empañado de las ventanas de la camioneta tembló levemente cuando sus cuerpos se encontraron. Afuera, la noche envolvía el vehículo como una bestia acechante; adentro, solo existía el calor de un instinto que arrasaba con todo.Sin mayor reparo, Viktor le desabrochó la chaqueta y tiró de la blusa con movimientos secos, apresurados, dejando a Alina frente a él con apenas el sujetador que cubría sus turgentes pechos. La prenda era un obstáculo entre su piel y la de ella, y a medida que su mirada se posaba sobre su pecho, observó cómo los pezones comenzaban a endurecerse, traicionando el deseo que se encendía poco a poco. No se lo dijo. Solo lo sintió y lo
Viktor no hizo más caso al rechazo de Alina. En lugar de seguirla o insistir, se limitó a observarla un instante más con su habitual expresión impenetrable, luego se giró con parsimonia y caminó hacia su despacho. Al cerrar la puerta tras de sí, caminó hacía su escritorio y se recostó en el respaldo de su silla de cuero negro, entre los destellos dorados que filtraban las persianas, se colaba un destello de iluminación natural a la oscuridad que había en todo el mobilairio. Encendió un cigarro y se permitió una sonrisa apenas perceptible.«Ya se le pasará», pensó, con la misma arrogancia con la que siempre minimizaba los sentimientos ajenos.Alina, por su parte, permaneció en la sala de entretenimiento, con el cuerpo tenso y las emociones a flor de piel. Estaba demasiado enojada con él. Caminaba de un lado a otro sin poder concentrarse ni siquiera en la película que seguía proyectándose en la enorme pantalla ni en los libros que había intentado hojear.—Maldito ególatra… —susurró entr
Alina despertó con la mente nublada, atrapada entre la bruma del placer reciente y la realidad inquietante que se desplegaba ante ella. A su lado, Viktor dormía profundamente, con el cuerpo entrelazado al suyo en una prisión de carne y deseo. Su respiración era pausada, pesada, como la de un conquistador que descansa satisfecho tras haber reclamado lo que considera suyo, al haber saciado una necesidad instintiva que lo definía. Aun en el letargo del sueño, sus brazos la rodeaban con firmeza, posesivos, como si temiera que ella intentara escapar.Por simple curiosidad, Alina giró el rostro para observarlo y lo que vio la dejó sin aliento. No era el Viktor impenetrable, aquel cuya serenidad siempre ocultaba una amenaza latente, el que nunca mostraba descanso real. No. Lo que tenía frente a ella era distinto. Su expresión era tranquila, relajada, completamente despojada de tensión. Sus facciones, tan marcadas y a menudo severas, ahora parecían esculpidas en un estado de auténtica paz. Un
Viktor abandonó la habitación en un intento desesperado de huir de sí mismo, de no sucumbir a la bestia que rugía en su interior, hambrienta, exigiendo salir. Su respiración era errática, su pulso martilleaba contra sus sienes como un tambor de guerra y el fuego que ardía en su vientre parecía a punto de consumirlo por completo. La necesidad primitiva de marcar, de poseer, de reclamar a Alina era sofocante, como si cada célula de su cuerpo estuviera envenenada con un deseo que no podía saciar.Se apoyó contra la puerta cerrada de la habitación del lado de la sala de estar, cerrando los ojos con fuerza. Inspiró hondo, tratando de recuperar el control, pero el eco de su respiración agitada solo lo hacía más consciente de la tormenta que lo sacudía. Su mandíbula se tensó. Su instinto le gritaba que volviera, que la tomara, que la hiciera suya hasta borrar cualquier resquicio de resistencia en su mirada. Pero no. No podía permitírselo. No cuando ella acababa de atravesar un momento de vuln
Apenas percibió que Viktor había finalizado de aplicarle el ungüento, se giró sobre sus talones.—Iré a descansar —le dijo sintiéndose algo incómoda.Él no le respondió, solo la observó. Dejó el frasco con ungüento sobre la mesita, tomó una servilleta, limpió su mano y agarró el vaso para terminar con el trago que tenía a medio acabar.Alina se encerró en la habitación, aunque sabía que era inútil; el sueño no llegaría con facilidad. Su mente seguía atrapada en las palabras de Viktor, en la confesión que le había permitido asomarse, aunque fuera por un instante, a la oscura profundidad de su alma. Hasta ese momento, solo había visto al monstruo que él se empeñaba en despertar, a la amenaza que se cernía sobre ella como una sombra inevitable. Sin embargo, por primera vez, vislumbró algo más allá de la máscara de frialdad: un atisbo de humanidad latente, oculta tras capas de violencia y control.El desconcierto se apoderó de ella. La atracción que sentía por él, esa fuerza inexplicable