La sombra de Viktor
Laura entró al camerino a toda prisa, con el ceño fruncido y el corazón martillándole en el pecho. Apenas empujó la puerta, el aire denso y sofocante la golpeó de lleno. En el ambiente se percibía una mezcla de perfume distinto al habitual, y algo más—una presencia invisible pero asfixiante— impregnaba la habitación.

La tenue luz apenas iluminaba a Alina, encogida sobre sí misma junto al tocador. Sus brazos rodeaban su propio cuerpo con fuerza, como si intentara sostenerse antes de derrumbarse. Temblaba. Su piel, de por sí pálida, parecía ahora casi translúcida bajo el reflejo del espejo.

—¡Alina! —exclamó Laura, cruzando la distancia en dos zancadas. Se arrodilló junto a ella, apoyando una mano en su hombro—. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?

Alina alzó la mirada lentamente, como si sus pensamientos aún estuvieran atrapados en otro lugar, en otro tiempo. Sus ojos, de un azul helado, estaban dilatados por el miedo, aunque tuvo la valentía de enfrentar a Viktor, se derrumbó al saberlo lejos.
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