Afuera, Laura sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando el desgarrador grito de Alina resonó en el aire. Su instinto la impulsó a correr hacia la casa, pero antes de dar un paso, una mano firme se posó con fuerza sobre su hombro, deteniéndola en seco.Se giró bruscamente, con la adrenalina recorriéndole las venas, y su mirada se encontró con unos ojos azules pero tan helados como el acero. Viktor.El hombre las había seguido desde la academia sin que ninguna lo notara, sumidas en su conversación y en sus propios pensamientos ni cuenta se dieron. Ahora estaba ahí, más sombrío que nunca, con una expresión pétrea que apenas contenía la tormenta de ira que se acumulaba en su interior.—Fue ella —murmuró Viktor, su voz grave impregnada de veneno.Antes de que Laura pudiera reaccionar, él llevó una mano a la parte baja de su espalda y desenfundó un arma plateada. El brillo del metal a la tenue luz de la calle le hizo contener el aliento.Laura sintió su corazón volcarse dentro del p
—Ella va con nosotros —dijo Alina con firmeza, aunque su voz tembló levemente.Viktor no respondió al instante. Desde su asiento al volante, observó a Laura a través del retrovisor. Su rostro, inmutable, no delataba emoción alguna, pero tras un largo segundo, suspiró.—Que termine de entrar y tú te vienes para acá —ordenó. Dio una palmada sobre el asiento del copiloto sin apartar la mirada del espejo.Laura no esperó una segunda indicación. Con un leve empujón, urgió a Alina a moverse. Alina tragó saliva y obedeció, cerrando la puerta tras de sí con un chasquido seco. La duda la asaltó por un instante antes de rodear el auto y ocupar su nuevo lugar junto a Viktor.Tan pronto tomó asiento, el hombre alzó la mano y, con una suavidad desconcertante, deslizó los dedos por la piel enrojecida de su mejilla. El contacto fue apenas un roce, pero bastó para helarle la sangre y hacerla estremecer. Su primer instinto fue apartarse, pero su cuerpo no respondió. En cambio, sus párpados descendieron
Rodaron durante aproximadamente dos horas aproximadamente, alejándose cada vez más de la ciudad. Las luces de los edificios se fueron desvaneciendo hasta quedar atrás, y eran reemplazadas por la vasta oscuridad del camino, apenas interrumpida por la luz de los faros. Alina, adormilada por el efecto del analgésico que Viktor le había dado, se hundió ligeramente en el asiento. Entre sueños, veía fragmentos del paisaje a través de la ventana: carreteras solitarias, árboles meciéndose con el viento y la luna reflejándose en la distancia.De vez en cuando, abría los ojos y lo observaba. Viktor conducía con la misma serenidad inquietante de siempre, una mano en el volante y la otra reposando sobre su muslo. No había urgencia en sus movimientos, pero tampoco relajación. Sin embargo, algo en su expresión la hizo fruncir el ceño.No era un hombre que dejara ver sus emociones, pero Alina comenzaba a reconocer ciertos matices en él, aunque apenas fueran destellos fugaces. Un ligero endurecimien
Alina cruzó el umbral de la cabaña detrás de Viktor, sintiendo cómo la brisa marina se filtraba a través de la entrada antes de que él cerrara la puerta tras ellos. El interior era amplio y elegante, con un diseño que combinaba la rusticidad de la madera con detalles modernos y lujosos.A la izquierda, una sala de estar acogedora se extendía con un sofá de cuero oscuro y una mesa de centro de cristal sobre una alfombra de tonos neutros. El aire olía a madera fresca y a la ligera fragancia a sal del mar que se colaba por los ventanales. A la derecha, un kitchenette minimalista se alineaba contra la pared, con encimeras de mármol negro y estanterías abiertas donde reposaban copas de cristal. Al fondo, una puerta semiabierta dejaba entrever la habitación, donde un ventanal panorámico revelaba la silueta de la playa iluminada por la luna.Alina apenas tuvo tiempo de asimilarlo antes de ver a Viktor despojándose de su chaqueta con un movimiento fluido, arrojándola descuidadamente sobre el
—Dame un momento —le dijo Viktor, obligándola a sentarse—. No te quites eso de la mejilla.Le pidió y entró a la cabaña. Era evidente que no solo ella se sentía incómoda, también él. Por lo que estimó que lo mejor era alejarse aunque fuera un breve instante. Alina lo vio alejarse y desvió la mirada hacia la playa. Sentía que las emociones la rebasaban.La noche era espesa y húmeda, un aliento tibio que se adhería a la piel como una segunda capa. Alina sintió el contacto helado de la compresa adormecer su mejilla, pero no bastaba para contener el temblor que la sacudía desde dentro, uno que poco tenía que ver con el frío. Se abrazó a sí misma, recogiendo las piernas contra su cuerpo en un intento de encontrar refugio en su propia fragilidad.La brisa nocturna traía consigo el aroma salobre del mar, un contraste punzante con la fragancia costosa y discreta de Viktor. Él había dejado su estela al cruzar la habitación, y aunque ya no estaba a su lado, su presencia persistía, envolviéndol
Apenas percibió que Viktor había finalizado de aplicarle el ungüento, se giró sobre sus talones.—Iré a descansar —le dijo sintiéndose algo incómoda.Él no le respondió, solo la observó. Dejó el frasco con ungüento sobre la mesita, tomó una servilleta, limpió su mano y agarró el vaso para terminar con el trago que tenía a medio acabar.Alina se encerró en la habitación, aunque sabía que era inútil; el sueño no llegaría con facilidad. Su mente seguía atrapada en las palabras de Viktor, en la confesión que le había permitido asomarse, aunque fuera por un instante, a la oscura profundidad de su alma. Hasta ese momento, solo había visto al monstruo que él se empeñaba en despertar, a la amenaza que se cernía sobre ella como una sombra inevitable. Sin embargo, por primera vez, vislumbró algo más allá de la máscara de frialdad: un atisbo de humanidad latente, oculta tras capas de violencia y control.El desconcierto se apoderó de ella. La atracción que sentía por él, esa fuerza inexplicable
El aire de la habitación de Alina olía a humedad y desesperanza. La pequeña habitación de paredes mugrientas apenas podía ofrecerle refugio. Ella estaba acurrucaba en un rincón, tratando de volverse invisible. La cama, más que un lugar de descanso, era un simple trozo de madera cubierta con sábanas raídas. La luz del sol nunca alcanzaba a penetrar las rendijas de la ventana, que siempre estaba cerrada para evitar que el frío nocturno la invadiera. Aún así, el aire gélido parecía siempre colarse a través de las grietas en las paredes.—¡No sirves para nada! —gritó Adalberto, su padrastro en un tono de voz grave y venenosa, la cual resonaba en las cuatro paredes que la atrapaban.Antes de que Alina pudiera reaccionar, un bofetón cruzó su rostro. El impacto la hizo tambalear, y la sangre, cálida y espesa, resbaló por su labio partido, tiñendo de rojo su piel pálida. La sensación del dolor no era nueva; estaba acostumbrada a esos golpes, esos gritos, la humillación constante que la despoj
La luz tenue del atardecer se filtraba a través de las enormes ventanas del ático, iluminando las elegantes líneas de un lugar diseñado para impresionar. Alfombras persas cubrían el suelo, muebles de madera oscura se alineaban con impecable simetría, y cuadros de artistas renacentistas adornaban las paredes. La perfección estaba en cada rincón de la estancia, pero lo que más destacaba era la quietud, el silencio absoluto que reinaba en ese espacio. La misma calma que caracterizaba a Viktor Koval.En la cama, una mujer sollozaba. Su cuerpo temblaba bajo las sábanas de seda, completamente desnuda, mientras sus ojos se llenaban de terror. Sus labios temblaban, pero no emitían sonido alguno. Viktor, de pie junto a la cama, la observaba con una fría indiferencia. Su mirada era helada, como si estuviera viendo a una simple pieza en un juego que no tenía reglas. Su rostro, impasible, reflejaba la perfección de un hombre que no tenía cabida para la compasión.—¿Pensaste que significabas algo