Laura entró al camerino a toda prisa, con el ceño fruncido y el corazón martillándole en el pecho. Apenas empujó la puerta, el aire denso y sofocante la golpeó de lleno. En el ambiente se percibía una mezcla de perfume distinto al habitual, y algo más—una presencia invisible pero asfixiante— impregnaba la habitación.La tenue luz apenas iluminaba a Alina, encogida sobre sí misma junto al tocador. Sus brazos rodeaban su propio cuerpo con fuerza, como si intentara sostenerse antes de derrumbarse. Temblaba. Su piel, de por sí pálida, parecía ahora casi translúcida bajo el reflejo del espejo.—¡Alina! —exclamó Laura, cruzando la distancia en dos zancadas. Se arrodilló junto a ella, apoyando una mano en su hombro—. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?Alina alzó la mirada lentamente, como si sus pensamientos aún estuvieran atrapados en otro lugar, en otro tiempo. Sus ojos, de un azul helado, estaban dilatados por el miedo, aunque tuvo la valentía de enfrentar a Viktor, se derrumbó al saberlo lejos.
El hedor a traición impregna el aire denso del almacén. Viktor permanece en el centro del área de la planta baja, su silueta se ve recortada contra la única bombilla oscilante que cuelga del techo. Sus ojos, dos abismos gélidos, se posaron sobre el hombre arrodillado frente a él: Ivan, un antiguo aliado, ahora convertido en traidor.—Nunca pensé que serías tan insensato —su voz erase escucha como un susurro afilado—. Robarme, mentirme… desaparecer como un cobarde. ¿Creíste que no te encontraría?El sonido de su voz es similar al de un ogro enfurecido, un rugido gutural que vibraba en las paredes y se incrusta en la piel de quienes lo rodean. Sus facciones están tan endurecidas que parecen talladas en piedra, con cada músculo de su rostro tensado al punto de la ruptura. Sus ojos parecen cuchillas afiladas que lanzan dardos envenenados, cada mirada es una advertencia, un aviso de que la furia lo domina. La esclerótica de sus ojos, enrojecida por la ira, lo hace parecer una bestia poseída
Si bien la tranquilidad que le caracteriza es un sello de su personalidad gélida, cada paso que da al abandonar el night club refleja una seguridad implacable, una cadencia medida con la exactitud de un depredador que nunca pierde el control. Su andar es pausado, firme, como si el mundo mismo se doblegara ante su voluntad, y sin embargo, algo en su interior amenaza con romper esa quietud calculada. Sin embargo, bajo la superficie de su compostura, algo arde en su interior. No es la muerte que acaba de otorgar sin remordimiento; eso es insignificante para él, un acto mecánico, una acción sin peso moral. Ha visto la vida extinguirse en demasiadas ocasiones como para que una más le provoque una agitación tan visceral. No, lo que lo altera, lo que le revuelve las entrañas con una intensidad desconocida, es ella. Alina.El recuerdo de su expresión aterrada se le clava en la mente como un anzuelo en carne viva. Su piel pálida, el temblor en sus labios, la vulnerabilidad en sus ojos. Todo en
Las luces del centro comercial parpadeaban con su acostumbrado fulgor artificial, inundando los pasillos de un resplandor dorado a medida que el sol comenzaba a ocultarse. La gente caminaba sin prisa, sumergida en la rutina de sus compras y conversaciones intrascendentes, sin notar la sombra de la muerte deslizándose entre ellos con la precisión de un depredador calculador.Como una representación del caos acechando desde las sombras, Viktor avanzaba con la cadencia implacable de quien posee el control absoluto de cada movimiento, de cada respiración. El centro comercial, iluminado con luces cálidas y murmullos de conversaciones triviales, se convertía en el escenario perfecto para la ejecución de su plan. Nadie sospechaba que, entre los clientes absortos en sus compras y el bullicio del lugar, se movía un depredador que estaba a punto de desatar el infierno.Su objetivo estaba a solo unos metros: un empresario de renombre, envuelto en negocios turbios que habían sellado su destino sin
El sabor de sus labios aún arde no solo en el cuerpo sino también en la memoria de Viktor, como una afrenta, una debilidad imperdonable que no puede permitirse, que se niega a darle cabida en su vida. Se siente amenazado, Alina Montenegro, con su dulzura inocente y su fuego latente, está logrando traspasar las barreras de su control por un fugaz instante, y eso lo enfurece. No es un hombre que se permita flaquezas, y menos por una chica que apenas entiende el mundo en el que comenzó a moverse. Para él, Alina es inexperta, una recién nacida en un universo donde la oscuridad impera en cada rincón. Ella jamás comprendería la magnitud de las sombras que la rodean ahora, ni la profundidad del abismo en el que ha caído.Se contempla en el espejo del retrovisor de su auto, su mirada afilada refleja el desprecio que siente por sí mismo. Sus puños se cierran sobre el volante, con los nudillos blancos por la presión. Se odia por haber permitido que un instante de debilidad lo doblegara, por hab
Cerca de la media noche se apareció en el moht club, no podía faltar. Llegó justo a tiempo para verla. Como el propio cazador de talentos observa con detenimiento cómo ella sale al escenario, cómo su postura se tensaba levemente al notar su mirada clavada en ella. Sonrió con arrogancia cuando sus ojos se cruzaron por una fracción de segundo antes de que ella los apartara con prisa. Sí, lo siente. Su presencia la inquieta.El juego había comenzado.Las notas sensuales de la música envolvían la atmósfera del club, pero para él solo existía Alina. Ella bailaba, con su gracia etérea, pero sus movimientos tenían un matiz distinto aquella noche. Más rígidos, menos entregados. Viktor disfrutó cada mínimo cambio, cada señal de su incomodidad. No necesitaba hablarle para que ella supiera que estaba ahí por ella.Y no sería la última vez.Desde esa vez, cada noche, como un reloj, Viktor tomaba asiento en el mismo rincón. No hizo alarde de su presencia, no intentó acercarse. Solo la mira. Se del
Los días que siguieron transcurrieron en un vaivén de tensión constante para Alina. Aunque Viktor seguía asistiendo al club cada noche, se mantuvo a la distancia, observándola con aquella mirada obsesiva que le hiela la sangre. Ya no le envía obsequios, ni intenta acercarse a ella. Pero su mera presencia es suficiente para perturbarla.Desde la muerte del borracho, los hombres parecían haber recibido un mensaje silencioso pero claro: Alina Montenegro no estaba disponible para nadie. Era como si Viktor le hubiera marcado con un sello invisible, un aviso de peligro que solo él podía leer. Ningún cliente intentaba abordarla, ni siquiera aquellos que antes le susurraban promesas en el aire o le dejaban notas con números de teléfono. Ahora, las propinas llegaban a sus pies sobre el escenario, pero nadie se atrevía a entregárselas directamente. Siempre era otra bailarina la que recogía los billetes y se los entregaba después, con una mezcla de envidia y recelo en los ojos.El ambiente en el
La lluvia caía en un murmullo constante sobre las calles de la ciudad cuando Viktor salió del interior de la casa donde dejó a Alina. No solo ella había quedado perturbada con ese encuentro obligado, también él. Algo en su interior se removía con furia, como una bestia que había sido despertada contra su voluntad.Se detuvo bajo el techo en la entrada de la casa. La lluvia insistente tamborileaba sobre el suelo y las barandas de hierro. Alzó el cuello de su chaqueta en un gesto reflejo, pero no era el frío lo que lo afectaba, sino el torbellino de sensaciones que hervía dentro de él. Su chaqueta no podía protegerlo de la tormenta interna que Alina había desatado.Cerró los ojos por un momento, respirando hondo, como si intentara disipar el peso de su propia inquietud. Pero la imagen de ella volvió a su mente con una claridad punzante: esos ojos aterrorizados pero desafiantes, la tensión en su cuerpo delicado, la manera en que su respiración temblaba entre el miedo y la resistencia, el