La tarde estaba teñida de un cielo gris y plomizo, como si el destino de Alina hubiera decidido sumergirse en la misma oscuridad que la rodeaba. Sentada en un banco de la vieja plaza, sus dedos nerviosos jugueteaban con los bordes de su falda mientras observaba el tráfico pasar. El frío se le colaba entre la ropa, pero más helada estaba su mente.
Desde que tomó la decisión de salir de su casa, ha estado un poco más tranquila, no lo podía negar. En su nueva vida ya no hacían parte los gritos, las ofensas, el maltrato sin sentido, ni ese susto que constantemente sentía cuando se acercaba la hora de regresara casa después de un día de trabajo. Ese vivir del susto, del miedo por tener al enemigo dentro de su propia casa, quedó atrás. De no ser por estar sintiendo lejano el cumplimiento de su sueño, Alina pudiera sentirse en un momento de plenitud.
Mirando a la distancia suspiró profundamente y abrazó su cuerpo. Era su día de descanso, y en lugar de quedarse encerrada en la habitación prefirió salir y despejar su mente que se sentía inquieta al no ver solución a su problema. Aunque apenas había transcurrido un día desde que en compañía de Laura fue a la Escuela de Ballet y le dieron la buena noticia de haber sido admitida, sentía como que no encontraría la puerta de entrada a esa solución.
Sus pensamientos se vieron distraídos cuando el móvil la alteró al escucharse la mediodía de una llamada entrante. Al revisar se alegró de ver el nombre de Laura, por lo que no dudó en contestar.
—Hola —la saludó en voz susurrada.
—Escucha, Alina, sé que lo tuyo es el ballet y que quieres entrar a la escuela de danza, pero... —En lugar de contestarle el saludo, Laura se fue directo al grano, a lo que era el motivo principal de su llamada—. ¿Has considerado otra opción? —le preguntó en un tono de voz animado, de quien tiene un plan perfecto.
La pregunta le había quedado flotando en el aire como una amenaza, tan clara y fría como el viento de la ciudad.
—¿Qué tipo de opción? —preguntó Alina, frunciendo el ceño. ¿Qué otra cosa podría ser?
Laura, con su sonrisa traviesa, no dudó en responder:
—Trabajar en un club nocturno como bailarina. En esos lugares pagan bien. Y, créeme, no tienes que hacer mucho para ganarte la vida. Solo bailar un par de noches a la semana, y podrías ahorrar lo suficiente para tus estudios.
Alina se sintió como si alguien le hubiera arrojado un balde de agua fría. Su corazón se aceleró al instante. ¿Un club nocturno? Las imágenes llegaron a su mente de inmediato: mujeres con poca ropa, luces rojas, humo denso y hombres mirando con deseo. Aquello era lo último que quería ser.
—Laura, no puedo... —le dijo Alina en total negación.
—Escúchame, Alina, no te precipites, solo sería un trabajo temporal. El ballet es caro, y tú sabes que te va a costar una fortuna entrar. Yo... te ayudaría. Solo será hasta que consigas el dinero necesario. Lo prometo.
Alina había intentado rechazarla, pero la insistencia de su amiga era demasiado fuerte.
Alina consternada miró alrededor de la plaza, luego miró su mano desocupada que reposaba en su pierna.
«¿Por qué todo en mi vida tiene que ser tan difícil?», se preguntó mentalmente con una sensación de agobio que la arropaba.
Había sido un día lleno de emociones encontradas, y no sabía qué hacer con la propuesta que le acababa de hacer Laura. Por un lado, estaba su sueño de ser bailarina, su pasión más profunda, esa que la había mantenido con vida durante tanto tiempo. Pero por otro lado, estaba la cruel realidad de la matrícula, las mensualidades de la escuela de ballet y la sensación de que no había otras salidas.
—Déjame pensarlo. —Fue la respuesta que le dio a Laura.
Sabía que su amiga no desistiría de que viera por sus propios ojos que tan malo o bueno podría ser acceder a ese trabajo. Pasó el resto del día más angustiada de lo que ya se encontraba, y al final, volvió a su habitación, donde decidió dormir para evitar que la mente la siguiera martirizando.
Finalmente, después de una noche sin poder dormir, Alina se encontró frente a la puerta del club nocturno, la fachada estaba iluminada con luces de neón rojo y púrpura, tenía una publicidad de "días especiales" parpadeando de forma insistentemente atractiva. Alina no pudo evitar que su estómago se apretara con nervios y miedo.
«¿Estaba realmente dispuesta a entrar allí?», se preguntó con duda mirando el aviso.
Al ingresar al club comprobó que no era lo que ella había imaginado en un principio. Alina pensó que solo encontraría sombras y sordidez, pero al entrar, se dio cuenta de que el lugar era mucho más grande de lo que esperaba. Había una especie de recepción con un largo mostrador de mármol negro, y detrás de él, había un hombre con barba y mirada severa que le sonrió de forma poco sincera al verla entrar.
Dentro, las luces bajaron de intensidad, creando un ambiente de misterio. El aire estaba cargado de perfume barato y humo de cigarro. Frente a una pista de baile improvisada, había varias mujeres que se movían, algunas en ropa mínima, otras en trajes de licra, pero todas con una expresión vacía, como si lo que estaban haciendo fuera solo un movimiento repetitivo, sin alma.
Alina tragó saliva. ¿Qué había hecho? se preguntó.
Al recorrer con la mirada el lugar y ver al detalle a cada una de las mujeres allí, su mente comenzó a llenarse de comparaciones, las mujeres en ese escenario parecían ser todo lo contrario a ella.
«Ellas son tan diferentes» se dijo mentalmente mirándola compadeciéndose de sí misma.
Sus cuerpos eran más curvados, más sensuales, mientras que ella era delgada, casi frágil, con una figura que no destacaba.
«¿Sería capaz de hacer esto?», volvió cuestionarse.
La música comenzó a retumbar, su volumen era lo suficientemente alto como para que las conversaciones se perdieran entre la maraña de sonidos. Las chicas se deslizaban sobre el escenario con confianza, moviendo sus caderas al ritmo de una música pesada y sensual. Las luces cambiaban de color, iluminando sus cuerpos esculturales mientras el aire se llenaba de una mezcla de sensaciones perturbadoras.
«¿Qué había en este lugar que la repugnaba tanto? ¿Sería capaz de entrar en este mundo?» se preguntaba en su observación evaluadora de ella y lo que la rodeaba.
Su corazón latía con fuerza en su pecho. Se sentía más incómoda que nunca, mirando las mujeres a su alrededor, cómo se mostraban sin pudor, mientras ella solo quería huir.
«¿En qué se había convertido su vida?» recalcó en su mente.
Unas risas burlonas llegaron desde el otro lado de la pista. Un grupo de hombres observaba a las chicas, riendo y bromeando, evidentemente disfrutando del espectáculo, como si fuera algo normal. ¿Cómo podrían verlas de esa manera? pensó Alina. ¿No veían su dolor?
En ese momento, un hombre se acercó a ella. Su figura era alta, y su rostro estaba cubierto por una sombra de indiferencia que hizo que Alina se sintiera aún más vulnerable.
—¿Primera vez? —preguntó el hombre con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Alina se sorprendió al asumirla como una más de ese lugar.
—Relájate. No pasa nada. Solo sigue el ritmo, ¿de acuerdo?
Decidió ignorarlo. La repulsión se acumuló en su estómago.
«¿Estaba dispuesta a ceder sus principios, su alma, por dinero?» cuestionó severamente en su mente mirando con rechazo todo a su alrededor.
La guerra interna fue brutal. Por un lado, estaba el sueño del ballet, la oportunidad de estar en la academia de sus sueños, de ser alguien. Pero por otro lado, estaban las voces que le decían que no podía permitírselo, que necesitaba el dinero ahora, que si quería continuar con su vida, tenía que tomar esta oportunidad.
El dilema se volvió insoportable, como si cada segundo de su existencia estuviera suspendido en el aire, esperando una respuesta definitiva. Alina pensó en su madre, en su vida. Todo lo que había sufrido hasta ahora…
Al final, lo que la inclinó a tomar una decisión fue el precio de la matrícula. Era demasiado alto, y la idea de perder la oportunidad de lograr convertirse en quien siempre ha querido sobrepasaba sus prejuicios.
Se dirigió a la recepción del club, donde Laura la esperaba con una sonrisa ansiosa.
— Lo haré, Laura. Pero solo para juntar el dinero para mis estudios. Nada más.
El alivio en los ojos de su amiga fue palpable.
—Lo sabía, Alina. Solo confía en mí.
Con la decisión tomada, Alina sabía que nada volvería a ser igual. Miró a Laura con dudas.
«¿Estaba dispuesta a perderse a sí misma por un sueño?», se preguntó.
El espejo frente a ella reflejaba una versión de sí misma que no reconocía. Su cabello rubio, normalmente suelto y libre, ese día estaba recogido en un moño alto con mechones sueltos que enmarcaban su rostro pálido. Su mirada azul, antes, en breves momentos de su vida estuvo llena de sueños y nostalgia, en ese instante se dejaba ver opaca, teñida de miedo e incertidumbre. «¿De verdad iba a hacer esto?», era la constante que rondaba en su mente.Alina se abrazó a sí misma, sentada en el vestidor del club nocturno, mientras observaba su reflejo con una mezcla de horror y resignación. La ropa que le habían dado era mínima: un corsé negro ceñido que resaltaba su delgadez y una falda corta de tul que apenas le cubría las piernas. Un disfraz. Así se sentía. Una muñeca a la que vistieron para el entretenimiento de otros.—No pienses tanto, cariño. Solo es un trabajo.La voz despreocupada de una de las bailarinas la sacó de su trance. Era una mujer de cabello oscuro y labios rojos, con un a
El club nocturno estaba repleto. La música vibraba en cada rincón, mezclándose con las risas, el humo de los cigarros y el tintineo de vasos contra la barra. Hombres de trajes caros y miradas depredadoras se apostaban en los sofás de cuero, observando a las bailarinas con una mezcla de deseo y aburrimiento, para unos mientras que otros deseosos de obtener más que una visión fantaseaban con ir más allá. Para los que todo era lo mismo, miraban el baile de las bailarinas como un desfile de cuerpos que se movían según la melodía, ofreciendo un espectáculo que, ya no tenía ningún misterio.Excepto para él.Desde su mesa en la penumbra, Viktor Koval permanecía con un vaso de whisky en la mano, observando la escena con la indolencia de quien ya lo ha visto todo. Sus ojos afilados escudriñaban a cada mujer que subía al escenario, analizándolas con frialdad quirúrgica. Sabía exactamente cómo se movían, cuándo sonreían por obligación y cuándo fingían una chispa de placer para alimentar el ego d
Las luces parpadeaban sobre el escenario cuando Alina dio su último giro, sintiendo cómo la tela escasa de su vestuario se pegaba a su piel sudorosa. Los aplausos no la llenaban de orgullo, sino de vergüenza. Su corazón latía desbocado cuando sus pies descalzos tocaron el suelo de madera. Caminó con torpeza, sintiendo el asco adherido a cada poro de su piel, y con los ojos clavados en el suelo, atravesó la densa humareda de tabaco y perfume barato.La pista de baile era un pozo de lujuria y decadencia. Hombres con miradas hambrientas se inclinaban hacia ella con billetes en la mano, sonrisas que ocultaban deseos turbios. —Estuviste bien —le dijo Renata en un susurro, la compañera que anteriormente le había estado dando ánimo.Alina solamente curvó sus finos labios en una forzada sonrisa, luego los apretó y escapó hacia el camerino, sintiendo el latido de su propio miedo en la garganta. El pasillo estaba mal iluminado y olía a sudor y alcohol rancio. Abrió la puerta y se encerró, deja
Laura entró al camerino a toda prisa, con el ceño fruncido y el corazón martillándole en el pecho. Apenas empujó la puerta, el aire denso y sofocante la golpeó de lleno. En el ambiente se percibía una mezcla de perfume distinto al habitual, y algo más—una presencia invisible pero asfixiante— impregnaba la habitación.La tenue luz apenas iluminaba a Alina, encogida sobre sí misma junto al tocador. Sus brazos rodeaban su propio cuerpo con fuerza, como si intentara sostenerse antes de derrumbarse. Temblaba. Su piel, de por sí pálida, parecía ahora casi translúcida bajo el reflejo del espejo.—¡Alina! —exclamó Laura, cruzando la distancia en dos zancadas. Se arrodilló junto a ella, apoyando una mano en su hombro—. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?Alina alzó la mirada lentamente, como si sus pensamientos aún estuvieran atrapados en otro lugar, en otro tiempo. Sus ojos, de un azul helado, estaban dilatados por el miedo, aunque tuvo la valentía de enfrentar a Viktor, se derrumbó al saberlo lejos.
El hedor a traición impregna el aire denso del almacén. Viktor permanece en el centro del área de la planta baja, su silueta se ve recortada contra la única bombilla oscilante que cuelga del techo. Sus ojos, dos abismos gélidos, se posaron sobre el hombre arrodillado frente a él: Ivan, un antiguo aliado, ahora convertido en traidor.—Nunca pensé que serías tan insensato —su voz erase escucha como un susurro afilado—. Robarme, mentirme… desaparecer como un cobarde. ¿Creíste que no te encontraría?El sonido de su voz es similar al de un ogro enfurecido, un rugido gutural que vibraba en las paredes y se incrusta en la piel de quienes lo rodean. Sus facciones están tan endurecidas que parecen talladas en piedra, con cada músculo de su rostro tensado al punto de la ruptura. Sus ojos parecen cuchillas afiladas que lanzan dardos envenenados, cada mirada es una advertencia, un aviso de que la furia lo domina. La esclerótica de sus ojos, enrojecida por la ira, lo hace parecer una bestia poseída
Si bien la tranquilidad que le caracteriza es un sello de su personalidad gélida, cada paso que da al abandonar el night club refleja una seguridad implacable, una cadencia medida con la exactitud de un depredador que nunca pierde el control. Su andar es pausado, firme, como si el mundo mismo se doblegara ante su voluntad, y sin embargo, algo en su interior amenaza con romper esa quietud calculada. Sin embargo, bajo la superficie de su compostura, algo arde en su interior. No es la muerte que acaba de otorgar sin remordimiento; eso es insignificante para él, un acto mecánico, una acción sin peso moral. Ha visto la vida extinguirse en demasiadas ocasiones como para que una más le provoque una agitación tan visceral. No, lo que lo altera, lo que le revuelve las entrañas con una intensidad desconocida, es ella. Alina.El recuerdo de su expresión aterrada se le clava en la mente como un anzuelo en carne viva. Su piel pálida, el temblor en sus labios, la vulnerabilidad en sus ojos. Todo en
Las luces del centro comercial parpadeaban con su acostumbrado fulgor artificial, inundando los pasillos de un resplandor dorado a medida que el sol comenzaba a ocultarse. La gente caminaba sin prisa, sumergida en la rutina de sus compras y conversaciones intrascendentes, sin notar la sombra de la muerte deslizándose entre ellos con la precisión de un depredador calculador.Como una representación del caos acechando desde las sombras, Viktor avanzaba con la cadencia implacable de quien posee el control absoluto de cada movimiento, de cada respiración. El centro comercial, iluminado con luces cálidas y murmullos de conversaciones triviales, se convertía en el escenario perfecto para la ejecución de su plan. Nadie sospechaba que, entre los clientes absortos en sus compras y el bullicio del lugar, se movía un depredador que estaba a punto de desatar el infierno.Su objetivo estaba a solo unos metros: un empresario de renombre, envuelto en negocios turbios que habían sellado su destino sin
El sabor de sus labios aún arde no solo en el cuerpo sino también en la memoria de Viktor, como una afrenta, una debilidad imperdonable que no puede permitirse, que se niega a darle cabida en su vida. Se siente amenazado, Alina Montenegro, con su dulzura inocente y su fuego latente, está logrando traspasar las barreras de su control por un fugaz instante, y eso lo enfurece. No es un hombre que se permita flaquezas, y menos por una chica que apenas entiende el mundo en el que comenzó a moverse. Para él, Alina es inexperta, una recién nacida en un universo donde la oscuridad impera en cada rincón. Ella jamás comprendería la magnitud de las sombras que la rodean ahora, ni la profundidad del abismo en el que ha caído.Se contempla en el espejo del retrovisor de su auto, su mirada afilada refleja el desprecio que siente por sí mismo. Sus puños se cierran sobre el volante, con los nudillos blancos por la presión. Se odia por haber permitido que un instante de debilidad lo doblegara, por hab