En contra de lo que ella pensaba, esa primera noche después de hacer el proceso de registro de ella en la habitación que Laura pagó para ella, ambas subieron al tercer nivel donde se la asignaron, corrió con la suerte, que no esperaba tener, pues esta tenía un pequeño baño interno que le aportaba la privacidad que estaba requiriendo en esa nueva etapa de su vida. Si antes era reservada, en ese instante estaba sintiendose más aprensiva. El temor a lo desconocido le abrumaba.
Con la ayuda de Laura organizó sus cosas, y luego se dio una ducha, y se sentaron a cenar mientras conversaban. Laura buscaba distraerla de sus pesares, en cierto modo lo logró hasta que Alina dio señas de caer rendida, lo que le dio a Laura la señal de que debía irse a casa. Intentó hacerlo pero Alina la detuvo.
—No vas a tu trabajo hoy, quédate haciéndome compañía, la necesito —le pidió la chica de cabellos de oro en un susurro distraído, estaba más dormida que despierta.
Laura dudó, aunque sabía que no tendría oposición de la dueña, la conocía, ya le había enviado a cinco chicas, con Alina seis, para arrendar sus habitaciones. La tenía como persona amigable.
—Está bien, en ese caso entonces iremos a primera hora a la Escuela de Ballet, después te vas a trabajar, compensas con horas extras y resuelto el problema —propuso Laura en tranquilidad—. Me iré a duchar, estoy pegajosa —anunció y se adentró en el baño.
Estando en el baño sintió un alivio enorme de que Alina por fin hubiera logrado tener la tranquilidad que tanto ella había querido para su amiga. Sabía que Alina era una buena persona y no merecía vivir la vida tan miserable a la que la sometió su madre por empeñarse en elegir a un monstruo por encima de sus hijos.
El sol comenzaba a despejar las sombras de la mañana cuando Alina, con los cabellos rubios caídos sobre su rostro y sus ojos azules fijos en el horizonte, en compañía de Laura, llegó frente a la imponente puerta de la Escuela de Ballet Clásico. El lugar era más grande de lo que había imaginado, la estructura era más majestuosa, con columnas de mármol blanco que daban la bienvenida a aquellos que soñaban con entrar en un mundo donde la danza no era solo una pasión, sino un arte respetado.
Alina se tomó un momento antes de atravesar la entrada. La puerta de vidrio era pesada y el aire estaba impregnado con un olor a madera pulida y perfume de flores frescas. Un aroma que le resultaba agradable, distinto al de los lugares que acostumbraba a visitar. Sus pasos fueron lentos, titubeantes, como si temiera que el suelo bajo sus pies se desmoronara, se sentía insegura, tanto que se asió del brazo de Laura, como si todo esto fuera solo un sueño que podría desvanecerse en cualquier momento.
Se anunciaron en la recepción y solo pasado un rato les permitieron el acceso a las instalaciones.
«¿De verdad podría estar aquí?», se preguntó mentalmente mientras avanzaba admirada de todo el lugar.
Ella sabía que no tenía la elegancia de las chicas que rondaban el pasillo. Era diferente. No solo por su ropa, sino por su postura, por el modo en que se movía. Alina no era una bailarina experta. Su cuerpo, aunque delgado y de figura ágil, aún no estaba completamente moldeado por la disciplina del ballet clásico. A pesar de todo, había algo en su mirada —la tristeza profunda que reflejaba su alma— que daba a su presencia un toque de intensidad.
Era rubia, con el cabello largo y casi blanco, y sus ojos azules, aunque hermosos, llevaban el peso de sus experiencias. Nunca había sido aceptada por su apariencia. En la escuela, siempre fue la chica diferente. Siempre la señalaron. Su belleza no era la que encajaba con los ideales de la sociedad: era demasiado frágil, demasiado delgada. Pero al bailar, ella se transformaba. Era la única vez que sentía que tenía control sobre su vida.
Un hombre de aspecto severo la esperaba al final del pasillo. Él llevaba un traje negro, impoluto, que destacaba su figura alta y su rostro inexpresivo. En sus manos sostenía una carpeta que Alina suponía contenía los detalles de su audición.
— ¿Sus nombres? —preguntó el hombre sin levantar la vista.
— Alina… Alina Zheltova.
—Muy bien, Alina ¿Y su amiga? —preguntó el hombre después de un breve tiempo de espera mientras Laura hablaba. Finalmente, el hombre alzó la mirada. Sus ojos fríos la atravesaron, y por un momento, Alina dudó
«¿Puedo hacer esto?»
—Ah, no, no, señor disculpe —dijo laina nerviosa—. Ella solo viene a acompañarme, disculpe. Solo busco información sobre las matrículas y las mensualidades.
—Entiendo —respondió el hombre con formalidad—. Vamos a comenzar.
El hombre terminó resultando ser un instructor, quien la condujo hacia el centro de la sala, donde un espejo de cuerpo entero reflejaba su figura.
Todo sucedió tan rápido que se sorprendió. No esperaba que el mismo día que fuera por información le hicieran una evaluación. Miró a Laura y entendió que no tenía tiempo para dudar. La música comenzó, y allí se quitó los zapatos y le tocó improvisar, era una melodía lenta al principio, mientras sus pies, con una habilidad adquirida a base de esfuerzo y horas interminables practicando frente a un espejo en su pequeño cuarto, comenzaron a moverse con fluidez.
Cada paso era una lucha, pero Alina se entregó por completo. A pesar de la inseguridad que le asaltaba, el deseo de ser aceptada, de pertenecer a ese mundo que siempre había soñado, la empujaba a continuar. Sus brazos se estiraban con gracia, su cuerpo se arqueaba con la precisión que solo la práctica podía dar. Pero su mente no dejaba de preguntarse si sería suficiente.
La música terminó y la sala quedó en silencio. El instructor anotó algo en su carpeta y se acercó lentamente.
—No está mal… pero tu técnica no es perfecta. —Su voz era dura, fría, como si evaluara un objeto más que a una persona—. No tienes el nivel que buscamos. Te falta mucha disciplina.
El corazón de Alina se hundió. Sabía que lo dirían. Sabía que no estaba al nivel de las demás, pero siempre había soñado que pudiera pertenecer a ese mundo. Su respiración se aceleró, y sus ojos azules brillaron con una luz tenue, mientras sentía cómo la angustia se apoderaba de ella. ¿Cómo podía superar eso?
Pero antes de que pudiera decir algo, el hombre hizo un gesto.
—Sin embargo… —comenzó, y Alina se detuvo, volvió la atención a él esperando que más podría decirle—. Eres decidida. Y eso me gusta. Has sido aceptada.
El alivio la golpeó como una ola. Lo había logrado. Estaba dentro. Pero a un precio.
El instructor le entregó un formulario y señaló un escritorio al fondo.
—Aquí está el costo de la matrícula. Y las mensualidades. Todo está claramente detallado.
Alina recogió el papel con las manos temblorosas. Su mente comenzó a nublarse mientras leía las cifras.Levantó al mirada para ver a Laura, le hizo seña para que se acercara. Ambas vieron que la matrícula era más de lo que había imaginado, y las mensualidades eran inalcanzables para ella. No tenía el dinero. No podía pagarlo.
La puerta de la sala se abrió en ese momento, y una joven bailarina con una sonrisa radiante pasó junto a Alina. Sus cabellos oscuros y su postura perfecta contrastaban con la incertidumbre que Alina sentía. Esa chica lo tenía todo: dinero, técnica, oportunidades.
—¿Entonces? —preguntó el instructor, notando el silencio de Alina.
Alina miró la hoja frente a ella. Las cifras parecían burlarse de ella. El sueño que había tenido desde pequeña, el deseo ardiente de convertirse en una gran bailarina, parecía más lejano que nunca. Laura le dio un codazo en un costado para que respondiera, luego le hizo seña arqueando la ceja a modo de darle a entender que respondiera en forma afirmativa. No sabía si se estaba lanzando a un acantilado pero le siguió el juego a su amiga.
—Lo intentaré —dijo, aunque sabía que las palabras no eran suficientes— No me rendiré.
El instructor asintió sin mostrar emoción alguna. Alina salió de la sala con la sensación de que el peso del mundo estaba sobre sus hombros.
Al salir del edificio, el aire de la ciudad la golpeó. Estaba tanto o más triste que la noche que salió de su casa y la mañana anterior cuando despertó en el banco de la plaza sintiéndose desesperanzada pensando que prácticamente era su fin ¿Cómo podría conseguir el dinero? Sabía que no podía hacerlo sola. ¿Quizá Laura podría ayudarla? Pero no quería depender de nadie más. Tenía que encontrar la forma de hacer esto por sí misma.
El sol se ponía sobre el horizonte mientras Alina caminaba por las calles, sin rumbo fijo. Su cuerpo ya no estaba tan agotado, pero su mente no dejaba de dar vueltas. Las cifras, la matrícula, las mensualidades, el dinero que necesitaba. Todo giraba y giraba en su cabeza, y su ansiedad se volvía insoportable. ¿Cómo podía lograrlo?
—Alina, quita esa cara de tragedia —le pidió Laura—. Deberías estar feliz, Te fue bien.
Alina la miró incrédula, y sus dedos temblaron mientras jugaba con su cabello.
—Sí. Fui aceptada, Laura… pero no tengo dinero para pagar.
Alian torció los ojos al no aceptar su estado de ánimo derrotista.
— No te preocupes. Lo encontraremos —le respondió laura dandole poca importancia a su pesimismo.
«¿Qué era esto? ¿Un rayo de esperanza?», se preguntó Alina.
A pesar de todo, de sentirse que no lo podría alcanzar, el positivismo de Laura le daba esperanzas. Alina sintió que no estaba sola. Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo, se permitió soñar. Sabía que el camino sería largo, que los obstáculos serían muchos, pero también sabía que no se rendiría. Su pasión por el ballet era más fuerte que cualquier dificultad que pudiera enfrentar.
La tarde estaba teñida de un cielo gris y plomizo, como si el destino de Alina hubiera decidido sumergirse en la misma oscuridad que la rodeaba. Sentada en un banco de la vieja plaza, sus dedos nerviosos jugueteaban con los bordes de su falda mientras observaba el tráfico pasar. El frío se le colaba entre la ropa, pero más helada estaba su mente. Desde que tomó la decisión de salir de su casa, ha estado un poco más tranquila, no lo podía negar. En su nueva vida ya no hacían parte los gritos, las ofensas, el maltrato sin sentido, ni ese susto que constantemente sentía cuando se acercaba la hora de regresara casa después de un día de trabajo. Ese vivir del susto, del miedo por tener al enemigo dentro de su propia casa, quedó atrás. De no ser por estar sintiendo lejano el cumplimiento de su sueño, Alina pudiera sentirse en un momento de plenitud.Mirando a la distancia suspiró profundamente y abrazó su cuerpo. Era su día de descanso, y en lugar de quedarse encerrada en la habitación pre
El espejo frente a ella reflejaba una versión de sí misma que no reconocía. Su cabello rubio, normalmente suelto y libre, ese día estaba recogido en un moño alto con mechones sueltos que enmarcaban su rostro pálido. Su mirada azul, antes, en breves momentos de su vida estuvo llena de sueños y nostalgia, en ese instante se dejaba ver opaca, teñida de miedo e incertidumbre. «¿De verdad iba a hacer esto?», era la constante que rondaba en su mente.Alina se abrazó a sí misma, sentada en el vestidor del club nocturno, mientras observaba su reflejo con una mezcla de horror y resignación. La ropa que le habían dado era mínima: un corsé negro ceñido que resaltaba su delgadez y una falda corta de tul que apenas le cubría las piernas. Un disfraz. Así se sentía. Una muñeca a la que vistieron para el entretenimiento de otros.—No pienses tanto, cariño. Solo es un trabajo.La voz despreocupada de una de las bailarinas la sacó de su trance. Era una mujer de cabello oscuro y labios rojos, con un a
El club nocturno estaba repleto. La música vibraba en cada rincón, mezclándose con las risas, el humo de los cigarros y el tintineo de vasos contra la barra. Hombres de trajes caros y miradas depredadoras se apostaban en los sofás de cuero, observando a las bailarinas con una mezcla de deseo y aburrimiento, para unos mientras que otros deseosos de obtener más que una visión fantaseaban con ir más allá. Para los que todo era lo mismo, miraban el baile de las bailarinas como un desfile de cuerpos que se movían según la melodía, ofreciendo un espectáculo que, ya no tenía ningún misterio.Excepto para él.Desde su mesa en la penumbra, Viktor Koval permanecía con un vaso de whisky en la mano, observando la escena con la indolencia de quien ya lo ha visto todo. Sus ojos afilados escudriñaban a cada mujer que subía al escenario, analizándolas con frialdad quirúrgica. Sabía exactamente cómo se movían, cuándo sonreían por obligación y cuándo fingían una chispa de placer para alimentar el ego d
Las luces parpadeaban sobre el escenario cuando Alina dio su último giro, sintiendo cómo la tela escasa de su vestuario se pegaba a su piel sudorosa. Los aplausos no la llenaban de orgullo, sino de vergüenza. Su corazón latía desbocado cuando sus pies descalzos tocaron el suelo de madera. Caminó con torpeza, sintiendo el asco adherido a cada poro de su piel, y con los ojos clavados en el suelo, atravesó la densa humareda de tabaco y perfume barato.La pista de baile era un pozo de lujuria y decadencia. Hombres con miradas hambrientas se inclinaban hacia ella con billetes en la mano, sonrisas que ocultaban deseos turbios. —Estuviste bien —le dijo Renata en un susurro, la compañera que anteriormente le había estado dando ánimo.Alina solamente curvó sus finos labios en una forzada sonrisa, luego los apretó y escapó hacia el camerino, sintiendo el latido de su propio miedo en la garganta. El pasillo estaba mal iluminado y olía a sudor y alcohol rancio. Abrió la puerta y se encerró, deja
Laura entró al camerino a toda prisa, con el ceño fruncido y el corazón martillándole en el pecho. Apenas empujó la puerta, el aire denso y sofocante la golpeó de lleno. En el ambiente se percibía una mezcla de perfume distinto al habitual, y algo más—una presencia invisible pero asfixiante— impregnaba la habitación.La tenue luz apenas iluminaba a Alina, encogida sobre sí misma junto al tocador. Sus brazos rodeaban su propio cuerpo con fuerza, como si intentara sostenerse antes de derrumbarse. Temblaba. Su piel, de por sí pálida, parecía ahora casi translúcida bajo el reflejo del espejo.—¡Alina! —exclamó Laura, cruzando la distancia en dos zancadas. Se arrodilló junto a ella, apoyando una mano en su hombro—. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?Alina alzó la mirada lentamente, como si sus pensamientos aún estuvieran atrapados en otro lugar, en otro tiempo. Sus ojos, de un azul helado, estaban dilatados por el miedo, aunque tuvo la valentía de enfrentar a Viktor, se derrumbó al saberlo lejos.
El hedor a traición impregna el aire denso del almacén. Viktor permanece en el centro del área de la planta baja, su silueta se ve recortada contra la única bombilla oscilante que cuelga del techo. Sus ojos, dos abismos gélidos, se posaron sobre el hombre arrodillado frente a él: Ivan, un antiguo aliado, ahora convertido en traidor.—Nunca pensé que serías tan insensato —su voz erase escucha como un susurro afilado—. Robarme, mentirme… desaparecer como un cobarde. ¿Creíste que no te encontraría?El sonido de su voz es similar al de un ogro enfurecido, un rugido gutural que vibraba en las paredes y se incrusta en la piel de quienes lo rodean. Sus facciones están tan endurecidas que parecen talladas en piedra, con cada músculo de su rostro tensado al punto de la ruptura. Sus ojos parecen cuchillas afiladas que lanzan dardos envenenados, cada mirada es una advertencia, un aviso de que la furia lo domina. La esclerótica de sus ojos, enrojecida por la ira, lo hace parecer una bestia poseída
Si bien la tranquilidad que le caracteriza es un sello de su personalidad gélida, cada paso que da al abandonar el night club refleja una seguridad implacable, una cadencia medida con la exactitud de un depredador que nunca pierde el control. Su andar es pausado, firme, como si el mundo mismo se doblegara ante su voluntad, y sin embargo, algo en su interior amenaza con romper esa quietud calculada. Sin embargo, bajo la superficie de su compostura, algo arde en su interior. No es la muerte que acaba de otorgar sin remordimiento; eso es insignificante para él, un acto mecánico, una acción sin peso moral. Ha visto la vida extinguirse en demasiadas ocasiones como para que una más le provoque una agitación tan visceral. No, lo que lo altera, lo que le revuelve las entrañas con una intensidad desconocida, es ella. Alina.El recuerdo de su expresión aterrada se le clava en la mente como un anzuelo en carne viva. Su piel pálida, el temblor en sus labios, la vulnerabilidad en sus ojos. Todo en
Las luces del centro comercial parpadeaban con su acostumbrado fulgor artificial, inundando los pasillos de un resplandor dorado a medida que el sol comenzaba a ocultarse. La gente caminaba sin prisa, sumergida en la rutina de sus compras y conversaciones intrascendentes, sin notar la sombra de la muerte deslizándose entre ellos con la precisión de un depredador calculador.Como una representación del caos acechando desde las sombras, Viktor avanzaba con la cadencia implacable de quien posee el control absoluto de cada movimiento, de cada respiración. El centro comercial, iluminado con luces cálidas y murmullos de conversaciones triviales, se convertía en el escenario perfecto para la ejecución de su plan. Nadie sospechaba que, entre los clientes absortos en sus compras y el bullicio del lugar, se movía un depredador que estaba a punto de desatar el infierno.Su objetivo estaba a solo unos metros: un empresario de renombre, envuelto en negocios turbios que habían sellado su destino sin