La noche había caído pesada, como una manta de oscuridad que envolvía la ciudad. Alina corría, o más bien, caminaba sin rumbo fijo, mientras el viento frío le golpeaba la cara, haciendo que sus rubios cabellos volaran desordenados detrás de ella. Aquel era el primer paso hacia su libertad, pensó, sin miramientos. La huida.
Miró su reloj de mano que estaba cubierto por el algodón del suéter que llevaba puesto para cubrirse del frío, comprobó que había transcurrido hora desde que abandonó el lugar que había considerado su hogar. Ni cuenta se dieron cuando ella no solo se dio el tiempo de recoger hasta la última prenda, hasta el último artículo personal que tenía de los pocos que Adalberto le había dejado, entre ellos el reloj que llevaba puesto, el último recuerdo que le dejó su hermano Efren antes de irse de casa por el mismo motivo que ella lo hizo minutos atrás, ella si aguantó, él no.
Lleva tres años sin saber de él, no sabe donde encontrarlo, ni siquiera un número donde llamarlo para que la rescatara. Ella creyó ser más fuerte que él, pensaba que Adalberto no podría más que ella que era la hija de Anisa, su madre; pero no, esa noche terminó de comprobar cuán ciega estaba su madre ante ese monstruo.
Con un bolso en su espalda, otro en el hombro derecho y una bolsa que contenia una carpeta con todos sus documentos personales abrazada a su pecho, caminaba sin rumbo fij hacia lo incierto.
El miedo propio de la noche la hacía sentir abrumada, pero aun así estaba decidida a correr con su suerte si de ello dependían no recibir una humillación más en la vida.
La casa de su madre se quedaba atrás, como una prisión de cuatro paredes que se cerraban más y más a cada paso que pasaba. Había dejado todo atrás: la humillación, los golpes, los gritos de su padrastro. Aunque su cuerpo temblaba, no era del frío. Era el miedo, el terror a lo desconocido, a lo que vendría, pero el deseo de escapar era más fuerte que el pánico que se apoderaba de ella.
Alina no tenía idea de adónde iría. No sabía qué hacer, ni siquiera a quién dirigirse a esa hora de la noche. Lo único que le importaba era estar lejos de aquel lugar, de aquella vida que la despojaba de su humanidad. El sonido de sus pasos resonaba solitario en las calles vacías, y la ciudad parecía ajena a su dolor. Sus ojos azules, grandes y tristes, miraban al frente, pero no había nada que ofreciera consuelo. Solo la oscuridad.
Finalmente, sus piernas la llevaron a una plaza. La estatua de algún héroe olvidado se erguía en el centro, sus sombras lucían alargadas por la luz de las farolas. Encontró un banco vacío la invitaba a descansar, aunque sabía que era peligroso y no podría dormir. La idea de descansar en un lugar así nunca había sido parte de su vida. Pero esa noche, el agotamiento era insoportable.
Se dejó caer en el banco, sin pensar, sin soltar sus pertenencias, apretando más el abrazo a su carpeta, allí sentada de frente a la estatua sus ojos cerrando por un momento. El frío le mordía la piel, pero ya nada le importaba. Se abrazó mucho más a sí misma, temblando, dejando que la quietud de la plaza la invadiera. No le quedaban fuerzas. Solo necesitaba un poco de paz.
El amanecer la despertó. El sol apenas se alzaba en el horizonte, tiñendo el cielo de un tono anaranjado pálido. Alina abrió los ojos lentamente, como si despertara de un sueño del que no quería salir. Su cuerpo estaba rígido por el frío, pero su mente era un caos. Miró alrededor para confirmar que estaba en el mismo lugar donde se había detenido la noche anterior, le dolía la cabeza, su mente era un remolino de pensamientos que terminaban en la interrogante: ¿Qué haría ahora?
Se levantó del banco, y miró nuevamente a su alrededor como si observara el mundo por primera vez, como si fuera un desconocido para ella, como si nunca hubiera pertenecido a él. Se sintió triste y tomó la decisión de dirigirse a su trabajo, aunque era temprano, ese era el único que tenía por ese momento, era el único lugar donde aún encontraba algo de normalidad, aunque la rutina le pesara como una cadena.
Cuando llegó al establecimiento donde trabajaba, le dio la impresión de que el aire estaba cargado de una tensión inexplicable, luego entendió que era ella la que se sentía tensa, predispuesta del destino que tenía al frente. Recibió los saludos acostumbrados al entrar. Todo parecía seguir su curso normal, pero Alina sentía que todo a su alrededor se desmoronaba. Las mesas, las sillas, las tazas que se chocaban, todo era un ruido blanco en su mente. El día se extendió como una tortura. El sonido de la máquina de café y las conversaciones de los clientes parecían martillar su cerebro.
«¿Qué había hecho? ¿A dónde iba?», se preguntaba mentalmente una y otra vez.
Una parte de ella deseaba poder volver, regresar a su casa, donde todo era conocido, aunque doloroso. Pero en su interior sabía que ya no había vuelta atrás. Ya había cruzado una línea.
—Alina, ¿estás bien? —la voz de Laura la sacó de sus pensamientos.
Laura, su amiga de muchos años atrás, la observaba desde la mesa cercana, en sus ojos se notaba la preocupación por Alina. Laura tenía el cabello oscuro, recogido en una coleta desordenada, y su rostro reflejaba la misma incertidumbre que Alina sentía. Aunque Laura nunca lo admitiera, ambas compartían una relación de camaradería silenciosa, un entendimiento profundo que iba más allá de las palabras.
Llegó temprano a buscar a Alina, no se contuvo, cuando ella la llamó en la mañana, por el tono de su voz supo que algo le sucedía. Aunque Alina no era la chica que derrochaba más felicidad que el resto del mundo, su voz jamás estuvo tan apagada como la percibió.
Alina, después de ir a pedir un permiso de diez minutos, se acercó lentamente a la mesa donde Alina terminaba un batido de frutas y le tenía reservado uno para ella. con la mirada
«¿Qué le podía decir? La mentira ya no me serviría, pero tampoco quiero cargarla con mi dolor», se dijo mientras avanzaba hacia Laura.
Se había prometido no enterar al mundo de sus pesares. Siempre escuchó de personas sabias que no era bueno que el mundo se enterara de tus debilidades, pues las usarían en tu contra en el momento que menos lo esperes, y en ese instante que estaba pasando por su peor derrota, lo sostenía, pero ¿Cómo engañar a Laura?
Tomó asiento al frente de ella.
—He hecho algo… algo estúpido. —Su voz tembló, apenas se escuchó en un susurro. Laura levantó una ceja, esperando la continuación—. He decidido irme. Escapar de mi casa. No aguanto más, Laura. Ya no puedo seguir allí. —Alina sintió cómo las lágrimas amenazaban con salir, pero las contuvo. No quería que su amiga la viera así. Se sentía mal por ella.
Laura no dijo nada al principio. Simplemente la miró, estudiando su rostro, comprendiendo en silencio la magnitud de lo que acababa de decirle. Para Laura no era raro que sucediera, demasiado había soportado Alina.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —le preguntó Laura, en un tono de voz suave, pero firme.
Alina miró al vacío por un momento, como si buscara alguna respuesta en el aire.
«¿Qué haría? ¿Qué podía hacer sin dinero, sin apoyo, sin nada?» se preguntó en la mente antes de responderle. La verdad era que se sentía perdida. Pero también sabía que no podía volver atrás.
—No lo sé. No tengo a dónde ir. —Al fin dejó escapar una lágrima—. Solo sé que ya no quiero estar allí. Ese desgraciado se atrevió a insinuar que vendiera mi cuerpo para aumentar la mesada que me quitaba día a día —le dijo con amargura en el tono de su voz.
Laura la observó con una mirada intensa, como si estuviera viviendo el mismo sentimiento de rechazo que su amiga. Luego desvió la mirada fijando su atención en un punto muerto cualquiera al final de la calle que tenían al frente, como si evaluara sus opciones. No pasó mucho tiempo antes de que tomara una decisión.
—Dame un momento —le dijo a Alina y se incorporó de la silla para alejarse con su móvil a hacer una llamada. Alina como estaba tan perdida en su sufrimiento no le dio importancia.
A los pocos minutos Laura regresó. Tomó el vaso con protección onde estaba contenido su batido y se lo entregó a Alina, luego tomó el de ella.
—Vas a quedarte en un hospedaje que conozco, no es de lujo, pero sí mucho mejor que la casa donde vivías, allí tendrás un cuarto con una cama donde descansar, un baño compartido, y lo más importante… tendrás paz. Eso mientras decides qué hacer —le dijo Laura con una autoridad que en cierta forma le daba tranquilidad a Alina, agradecía tenerla siquiera a ella—. Vamos a comprar algo para que comas y luego irás a descansar, lo necesitas, mira esas ojeras. Pareces una señora de cuarenta años y no una chica en la flor de la juventud.
—No tengo con qué pagar nada de eso —le dijo laina nerviosa—. Siquiera tendré mi pago del día —le dijo preocupada si bien tendría su paga del día, no era mucho, le daba apenas para comprar unos pocos alimentos.
—No te preocupes. Es barato, lo suficiente como para que puedas quedarte allí mientras encuentras algo mejor. Yo pagaré este mes por ti, no le des importancia —le dijo en un tono de voz cariñoso—. No creas que me iba a ir y dejarte a la intemperie. Moriría si permito que pases una noche más en esa plaza.
Alina la miró con incredulidad. ¿De verdad iba a ayudarla?
—No me mires así, sabes cómo soy, ya diste el paso y necesitas apoyo, sola no estás, este mundo suele ser una porquería pero siempre habrá quienes saquemos los pies del mierdero en el que nadamos para ayudar a otros, así nos hundamos más. Así que vamos a seguir remando hacia adelante.
El día continuó, lento y doloroso. Alina trataba de no pensar en todo lo que había dejado atrás. El establecimiento cerró tarde esa noche, y cuando finalmente salió del trabajo, Laura la esperaba con una sonrisa amable, como si todo fuera posible, como si el futuro estuviera a su alcance.
Clara, cuando iban caminando, sonrió con complicidad.
—Mañana al salir de aquí, pide permiso para salir antes —Alina la miró extrañada—. Vamos a la escuela. A la Escuela de Ballet Clásico. Te acompañaré a ver eso de las inscripciones.
Alina se quedó en silencio, sin palabras. El sueño que había tenido desde pequeña, el deseo de bailar en las grandes salas de ballet, de ser una bailarina famosa, parecía tan lejano, tan irreal… pero ahora, con Laura a su lado, algo dentro de ella comenzaba a despertar. ¿Sería posible? ¿Podría realmente tener un futuro fuera de esa vida de miseria?
— ¿Crees que puedo hacerlo? —preguntó Alina, con voz temblorosa.
Clara la miró fijamente, sus ojos oscuros brillando con una determinación feroz.
— Si lo quieres de verdad, lo harás. Yo te ayudaré. No estás sola en esto.
Alina sintió una mezcla de gratitud y miedo. Pero también una chispa de esperanza encendió su corazón. Sabía que el camino no sería fácil.
Y así, mientras caminaban juntas hacia la estación de metro, el sueño de Alina, el más profundo de sus deseos, comenzó a tomar forma. El ballet. Su esperanza no estaba perdida.
En contra de lo que ella pensaba, esa primera noche después de hacer el proceso de registro de ella en la habitación que Laura pagó para ella, ambas subieron al tercer nivel donde se la asignaron, corrió con la suerte, que no esperaba tener, pues esta tenía un pequeño baño interno que le aportaba la privacidad que estaba requiriendo en esa nueva etapa de su vida. Si antes era reservada, en ese instante estaba sintiendose más aprensiva. El temor a lo desconocido le abrumaba. Con la ayuda de Laura organizó sus cosas, y luego se dio una ducha, y se sentaron a cenar mientras conversaban. Laura buscaba distraerla de sus pesares, en cierto modo lo logró hasta que Alina dio señas de caer rendida, lo que le dio a Laura la señal de que debía irse a casa. Intentó hacerlo pero Alina la detuvo.—No vas a tu trabajo hoy, quédate haciéndome compañía, la necesito —le pidió la chica de cabellos de oro en un susurro distraído, estaba más dormida que despierta. Laura dudó, aunque sabía que no tendría
La tarde estaba teñida de un cielo gris y plomizo, como si el destino de Alina hubiera decidido sumergirse en la misma oscuridad que la rodeaba. Sentada en un banco de la vieja plaza, sus dedos nerviosos jugueteaban con los bordes de su falda mientras observaba el tráfico pasar. El frío se le colaba entre la ropa, pero más helada estaba su mente. Desde que tomó la decisión de salir de su casa, ha estado un poco más tranquila, no lo podía negar. En su nueva vida ya no hacían parte los gritos, las ofensas, el maltrato sin sentido, ni ese susto que constantemente sentía cuando se acercaba la hora de regresara casa después de un día de trabajo. Ese vivir del susto, del miedo por tener al enemigo dentro de su propia casa, quedó atrás. De no ser por estar sintiendo lejano el cumplimiento de su sueño, Alina pudiera sentirse en un momento de plenitud.Mirando a la distancia suspiró profundamente y abrazó su cuerpo. Era su día de descanso, y en lugar de quedarse encerrada en la habitación pre
El espejo frente a ella reflejaba una versión de sí misma que no reconocía. Su cabello rubio, normalmente suelto y libre, ese día estaba recogido en un moño alto con mechones sueltos que enmarcaban su rostro pálido. Su mirada azul, antes, en breves momentos de su vida estuvo llena de sueños y nostalgia, en ese instante se dejaba ver opaca, teñida de miedo e incertidumbre. «¿De verdad iba a hacer esto?», era la constante que rondaba en su mente.Alina se abrazó a sí misma, sentada en el vestidor del club nocturno, mientras observaba su reflejo con una mezcla de horror y resignación. La ropa que le habían dado era mínima: un corsé negro ceñido que resaltaba su delgadez y una falda corta de tul que apenas le cubría las piernas. Un disfraz. Así se sentía. Una muñeca a la que vistieron para el entretenimiento de otros.—No pienses tanto, cariño. Solo es un trabajo.La voz despreocupada de una de las bailarinas la sacó de su trance. Era una mujer de cabello oscuro y labios rojos, con un a
El club nocturno estaba repleto. La música vibraba en cada rincón, mezclándose con las risas, el humo de los cigarros y el tintineo de vasos contra la barra. Hombres de trajes caros y miradas depredadoras se apostaban en los sofás de cuero, observando a las bailarinas con una mezcla de deseo y aburrimiento, para unos mientras que otros deseosos de obtener más que una visión fantaseaban con ir más allá. Para los que todo era lo mismo, miraban el baile de las bailarinas como un desfile de cuerpos que se movían según la melodía, ofreciendo un espectáculo que, ya no tenía ningún misterio.Excepto para él.Desde su mesa en la penumbra, Viktor Koval permanecía con un vaso de whisky en la mano, observando la escena con la indolencia de quien ya lo ha visto todo. Sus ojos afilados escudriñaban a cada mujer que subía al escenario, analizándolas con frialdad quirúrgica. Sabía exactamente cómo se movían, cuándo sonreían por obligación y cuándo fingían una chispa de placer para alimentar el ego d
Las luces parpadeaban sobre el escenario cuando Alina dio su último giro, sintiendo cómo la tela escasa de su vestuario se pegaba a su piel sudorosa. Los aplausos no la llenaban de orgullo, sino de vergüenza. Su corazón latía desbocado cuando sus pies descalzos tocaron el suelo de madera. Caminó con torpeza, sintiendo el asco adherido a cada poro de su piel, y con los ojos clavados en el suelo, atravesó la densa humareda de tabaco y perfume barato.La pista de baile era un pozo de lujuria y decadencia. Hombres con miradas hambrientas se inclinaban hacia ella con billetes en la mano, sonrisas que ocultaban deseos turbios. —Estuviste bien —le dijo Renata en un susurro, la compañera que anteriormente le había estado dando ánimo.Alina solamente curvó sus finos labios en una forzada sonrisa, luego los apretó y escapó hacia el camerino, sintiendo el latido de su propio miedo en la garganta. El pasillo estaba mal iluminado y olía a sudor y alcohol rancio. Abrió la puerta y se encerró, deja
Laura entró al camerino a toda prisa, con el ceño fruncido y el corazón martillándole en el pecho. Apenas empujó la puerta, el aire denso y sofocante la golpeó de lleno. En el ambiente se percibía una mezcla de perfume distinto al habitual, y algo más—una presencia invisible pero asfixiante— impregnaba la habitación.La tenue luz apenas iluminaba a Alina, encogida sobre sí misma junto al tocador. Sus brazos rodeaban su propio cuerpo con fuerza, como si intentara sostenerse antes de derrumbarse. Temblaba. Su piel, de por sí pálida, parecía ahora casi translúcida bajo el reflejo del espejo.—¡Alina! —exclamó Laura, cruzando la distancia en dos zancadas. Se arrodilló junto a ella, apoyando una mano en su hombro—. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?Alina alzó la mirada lentamente, como si sus pensamientos aún estuvieran atrapados en otro lugar, en otro tiempo. Sus ojos, de un azul helado, estaban dilatados por el miedo, aunque tuvo la valentía de enfrentar a Viktor, se derrumbó al saberlo lejos.
El hedor a traición impregna el aire denso del almacén. Viktor permanece en el centro del área de la planta baja, su silueta se ve recortada contra la única bombilla oscilante que cuelga del techo. Sus ojos, dos abismos gélidos, se posaron sobre el hombre arrodillado frente a él: Ivan, un antiguo aliado, ahora convertido en traidor.—Nunca pensé que serías tan insensato —su voz erase escucha como un susurro afilado—. Robarme, mentirme… desaparecer como un cobarde. ¿Creíste que no te encontraría?El sonido de su voz es similar al de un ogro enfurecido, un rugido gutural que vibraba en las paredes y se incrusta en la piel de quienes lo rodean. Sus facciones están tan endurecidas que parecen talladas en piedra, con cada músculo de su rostro tensado al punto de la ruptura. Sus ojos parecen cuchillas afiladas que lanzan dardos envenenados, cada mirada es una advertencia, un aviso de que la furia lo domina. La esclerótica de sus ojos, enrojecida por la ira, lo hace parecer una bestia poseída
Si bien la tranquilidad que le caracteriza es un sello de su personalidad gélida, cada paso que da al abandonar el night club refleja una seguridad implacable, una cadencia medida con la exactitud de un depredador que nunca pierde el control. Su andar es pausado, firme, como si el mundo mismo se doblegara ante su voluntad, y sin embargo, algo en su interior amenaza con romper esa quietud calculada. Sin embargo, bajo la superficie de su compostura, algo arde en su interior. No es la muerte que acaba de otorgar sin remordimiento; eso es insignificante para él, un acto mecánico, una acción sin peso moral. Ha visto la vida extinguirse en demasiadas ocasiones como para que una más le provoque una agitación tan visceral. No, lo que lo altera, lo que le revuelve las entrañas con una intensidad desconocida, es ella. Alina.El recuerdo de su expresión aterrada se le clava en la mente como un anzuelo en carne viva. Su piel pálida, el temblor en sus labios, la vulnerabilidad en sus ojos. Todo en