Alba siempre ha tenido claro que gusta de las chicas y los chicos. Tras una serie de relaciones desastrosas con hombres, conoce a Cristel Lefebvre, una carismática y apasionada joven con la que tiene un romance intenso y hermoso. Cristel está tan enamorada de Alba que decide presentarla a su adorado hermano, Gian Lefebvre, un hombre tan atractivo, sensual, maduro y ardiente, en el cual Alba no deja de pensar y la hace añorar tener a un hombre entre sus piernas. Peor aún: él tampoco deja de pensar en ella de las maneras más morbosas posibles y no luchará contra su deseo y anhelo, hará lo posible para hacerla sucumbir.
Leer másGian La consulta no era algo a lo que quisiera asistir. Tenía miedo de emocionarme, de volver a quebrarme como lo había hecho afuera, así que me quedé sentado frente al escritorio mientras a Alba le hacían la ecografía.—¿Ese es mi bebé? —jadeó Alba de pronto.Cerré los ojos, odiando mi latido acelerado y mis ganas de levantarme para ver a mi hijo, para tomar la mano de Alba mientras escuchábamos el latido del corazón. Antes de todo esto, lo habría dado todo por ver juntos la nueva vida que habíamos creado con tanto amor, pero ya no había cabida para eso.—Sí, señorita, ese es su bebé. Está muy fuerte. ¿Quiere escuchar su corazón?—No —respondió ella—. No quiero incomodar a…—Hágalo, reprodúzcalo —pedí, aún con los ojos cerrados.—De acuerdo, señor Lefebvre. Lo pondré.Casi de inmediato, un hermoso sonido resonó en el consultorio. Fue inevitable que se me llenaran los ojos de lágrimas y que sollozara en silencio, sin que Alba ni la doctora me vieran. Quería verlo, disfrutar del momen
AlbaEl vuelo no me causó tantos problemas a nivel físico, pero sí emocionales. Gian había decidido que nuestros asientos estuvieran separados. En un principio, no lo estaban, pero él logró negociar con otra pasajera, una amable mujer mayor que ahora estaba sentada a mi lado y que tejía cosas hermosas. La conversación con ella era agradable, pero eso no aminoraba el dolor que sentía por tener a Gian lejos.—Noto en tu mirada que estás muy triste —me dijo ella de pronto—. ¿Te sucede algo?—No —le mentí con una ligera sonrisa—. Solo estoy cansada.—Es por ese apuesto joven con el que venías y no ha querido sentarse contigo, ¿no es así?—¿Cómo lo…?—Porque lo noté. Noto una energía muy pesada y casi irreconciliable entre ustedes —contestó, bajando más la voz—. Soy buena para ver ese tipo de cosas.—Pues se equivoca —repliqué con tono bromista—. Porque debería quitarle el «casi». Lo nuestro es irreconciliable.—Mmm… Puede ser que no, hija. Porque un amor tan grande no puede morir, por muc
Gian No. No pude haber hecho aquello. Por más daño que Alba me hubiera causado, no pude haber cometido eso.—No, no lo hice, claro que no. Ella y mi hijo estarán bien. Nada les pasará —murmuré mientras caminaba frenéticamente por la habitación.El efecto del alcohol ya se me había pasado, y no podía dejar de recordarlo todo con claridad. Aún resonaba en mi cabeza que ella quería alejarse porque la lastimaba.Me senté en la cama, sintiendo ardor de estómago. Tenía estrictamente prohibido tomar alcohol después de la cirugía y sabía que esto tendría graves consecuencias para mi organismo, pero estaba tan desesperado por la situación que ni siquiera lo pensé. Tener a Alba conmigo y saber que nada era posible entre nosotros me estaba matando.Este amor y este odio me carcomían. Un sentimiento luchaba contra el otro y, al mismo tiempo, se unían para destruirme. No era capaz de alejarme de Alba, pero tampoco de rendirme y pedirle que volviéramos a ser lo que fuimos.Si ella no lo quería, m
Alba Gian no volvió a la habitación, pero se encargó de enviarme cosas para comer. A pesar de odiarme, se preocupaba de que el bebé estuviera bien. Yo también me preocupaba por lo mismo, pero no comí con mucho entusiasmo. No dejaba de intentar imaginar adónde me llevaría Gian. ¿Sería de regreso al país o a un lugar donde nadie nos pudiera encontrar?—Él tiene que regresar, tiene negocios que atender —dije para tranquilizarme mientras me duchaba antes de irme a dormir.El agua tibia relajó un poco mis músculos y decidí dejar de preocuparme por el futuro. Confiaba en que las cosas se calmarían tarde o temprano.El ruido de algo que se cayó en la habitación hizo que apagara la secadora inmediatamente. Gian masculló una maldición y se me tensó el cuerpo porque sospechaba que venía de nuevo a pelear.—¿En dónde demonios estás? —preguntó arrastrando la voz—. Maldita sea, ¿en dónde carajo estás? Con el miedo atenazándome la garganta, corrí hacia la puerta para intentar ponerle seguro; pero
Alba Tenía la pequeña esperanza de que la partida de la isla fuese muy problemática, pero Gian estaba tan empecinado en llevarme con él que ni siquiera se le vio alterado al subirnos al ferri. Todo lo contrario; mantenía el temple, la cordura y, aunque me miraba con odio, no dejaba de vigilarme. El silencio fue nuestro principal acompañante durante el camino, uno en el que me habría gustado tener presente a Lucrecia para no sentirme tan asustada y a la deriva. Gian se había apoderado de todos mis objetos personales, incluyendo mi celular, el cual estaba segura de que revisaría como un enfermo en cuanto tuviera oportunidad. Ya no podría encontrar nada, todo estaba eliminado, pero sabiendo su rabia, el no encontrar nada significaría que me torturaría demasiado.—Estoy mareada —le dije cuando estábamos a punto de llegar al puerto. —¿Y qué? ¿Qué quieres que haga? —me preguntó con frialdad, sin mirarme siquiera—. A partir de ahora, tienes que cuidarte bien. —Lo sé, solo… solo lo decía p
Gian Las palabras de Alba me quemaban con una fuerza arrasadora. No era que hubiera esperado otra cosa, luego de que esa maldita perra se atreviera a dejarme plantado, a engañarme y encima usar mi debilidad en mi contra, pero dolían tanto que me costó mantener la compostura. La amaba locamente. Teniéndola frente a mí, lo volvía a comprobar. Anhelaba lanzarme sobre ella y suplicarle que olvidáramos todo, que no volviera a huir de mí y que repararía el daño ocasionado. Eso haría que toda mi búsqueda, el tragarme mi miedo al mar y las noches sin dormir, valieran la pena.Por supuesto, no pasaría. El primer obstáculo era mi orgullo. No iba a perdonar tan fácilmente que me arrebatara la ilusión de esa forma, que huyera con mi hijo, que me humillara frente a todos y encima me fuera infiel con Cristel, aunque fuese solo por venganza. El segundo obstáculo sería el suyo. Alba no me perdonaría jamás lo que había hecho.Ninguno de los dos tenía perdón ni redención el uno frente al otro. La úni
AlbaLa isla a la que llegamos era muy hermosa, el lugar ideal para pasar una luna de miel, una que, desde luego, ya no tendría. Intentaba no pensar en ello, pero cada vez que dirigía la vista hacia el ventanal frente a mi cama y me topaba con el hermoso mar, era inevitable pensarlo.Los primeros días fueron muy difíciles; sin embargo, Lucrecia siempre tenía un as bajo la manga para distraerme y que no pensara demasiado en lo ocurrido. Por supuesto que todo su esfuerzo se iba a la mierda en cuanto me quedaba a solas, pero agradecía su enorme esfuerzo.El contacto con mi familia era poco, dado que la señal no era demasiado buena, además tampoco teníamos internet ilimitado; Lucrecia prefería utilizarlo en cosas muy puntuales y necesarias. Durante los tres primeros días, de verdad me costó, aunque con tantas cosas que hacer y ver, mi necesidad de conectarme con el resto del mundo disminuía de una forma que me sorprendía.Otra cosa que había notado era que en este lugar ella no fumaba, o
GianAlba.Ese nombre era lo primero que pensaba al despertar y lo último en que pensaba antes de cerrar los ojos, así fuera para morir, porque la muerte respiró muy cerca de mí por esa úlcera que no sabía que tenía y que terminó perforando la pared del estómago. Tuve que ser operado de emergencia y perdí horas invaluables para detener a esa maldita mentirosa, a la que por desgracia seguía amando con locura.Necesitaba saber de ella y de mi hijo, pero nadie a mi alrededor cooperaba; nadie sabía nada, y las únicas personas que lo sabían no me iban a decir el paradero de Alba por nada del mundo.Eso incluía a mi propia madre.Seguía sin poder creer que ella aprobara semejante venganza. Por más que estuviese en contra de mis actos, no le correspondía ser la cómplice de Alba, mucho menos darle los recursos para escapar como la maldita cobarde que era.—¿Qué se sabe sobre mi mujer? —le pregunté al detective que había contratado para que la buscara.—Voló a Madrid, señor —respondió—. Pero e
AlbaEl avión aterrizó en Madrid durante la tarde. Yo me encontraba bastante cansada y hambrienta, pero por toda la preocupación que mi cuerpo cargaba, no fui capaz de comer nada al llegar al hotel. Me dediqué a dormir, dormir y dormir hasta la mañana siguiente, donde amanecí mareada y, de haber tenido algo en el estómago, habría hecho un verdadero desastre.No solo era el embarazo lo que me tenía en este estado de perturbación, sino el miedo a todas las implicaciones de lo que había hecho, de imaginar a Gian sufriendo y odiándome más que nunca. Porque lo haría. ¿Quién sería tan idiota para no guardarle rencor a alguien que te dejó plantado en el altar con una carta tan horrible? Había dejado plasmado todo mi odio y mi dolor en esa simple hoja de papel. Si escribirlo fue doloroso, leerlo debía serlo aún más.Por momentos, en medio de mi llanto, imaginaba lo que habría sido si hubiera decidido quedarme para casarme con Gian. Ahora mismo estaría siendo besada y adorada por él en nuestro