Alba
—¿Qué te pareció mi hermano? —indagó Cristel de camino a casa. Aún seguía algo contrariada, por lo que me encogí de hombros, fingiendo desinterés.
—¿Quieres una respuesta políticamente correcta? Me pareció amable.
—¿Qué?
—Lo siento, no me agradó —susurré—. Pero da igual, no es con él con quién estoy, sino contigo.
—¿Por qué no te agradó? —preguntó preocupada—. Se comportó muy bien contigo.
—No es que no me agradará —suspiré—, es solo que no tengo muchas opiniones al respecto. Me pareció amable, pero presuntuoso, no tiene nada que ver contigo. ¿Contenta?
—No, yo quiero que se lleven bien. —Hizo un puchero.
—Nos llevaremos bien.
«Mientras mantenga sus manos alejadas de mi clítoris», pensé con culpa.
¿Cómo pude ponerle el cuerno en sus narices? Me sentía una pésima persona, la peor de las novias. ¿Debía decírselo? Mi conciencia me decía que sí, que debía ser honesta, pero amaba tanto lo que teníamos, que no quería que se terminara.
No, no podía decírselo. Solo debía procurar que no volviera a ocurrir.
—Espero que así sea, Gian es alguien muy importante en mi vida. Me dolería mucho que...
—Tranquila, nunca causaré conflicto entre ustedes —la tranquilicé mientras ponía una mano sobre su pierna. Ella suspiró y asintió.
—Lo sé, mi amor, tú eres la mejor.
—Y tú eres la mejor, cielo.
—¿Quieres ver una película y abrazarme? —propuso.
Pensé en decirle que no, que me sentía cansada y que al día siguiente debía trabajar, pero al final opté por decirle que sí, ya que tenía ganas de sentirla y olvidarme de lo ocurrido.
Pero no fue así, mientras me acurrucaba con Cristel, pensaba en esas manos en mi sexo, en esa boca sensual sobre mi mejilla, en ese orgasmo morboso y sin igual que me dio.
Si eso me lo provocó con una mano... ¿Qué sería de mí en una cama?
—¿Estás bien, amor? —inquirió Cristel al sentir que no me relajaba y que suspiraba cada poco. Me quedé contemplándola un poco antes de lanzarme a besarla.
Sus labios, húmedos y cálidos, me recibieron con gusto y yo ingresé mi lengua para ir a más, pero ella me detuvo.
—No, bebé, no ahora —se disculpó—. Estoy un poco cansada.
—Está bien —dije comprensiva y agitada—. ¿Te quedarás?
—No, me tengo que ir —respondió triste
—¿Por qué no vivimos juntas? Puedo superar mi manera desorganizada de vivir.
—Mi amor, claro que quiero vivir contigo. Te amo y eres el amor de mi vida, pero ahora mismo no es el momento. Además, no querría soltarte nunca.
—Pero...
—Nos casaremos, seremos muy felices y tendremos bebés. Pero ten paciencia, quiero terminar mi maestría.
—De acuerdo, no quiero presionarte —susurré cabizbaja y ella se colocó a horcajadas sobre mí, aunque me gustaba más ser yo estar en esa posición.
—Alba, eres todo para mí, sin ti no sería nada, ¿me oyes? —musitó—. Conocerte es lo mejor que me pasó.
—Ya, no te pongas sentimental, yo solo...
—Te amo, te amo tanto —jadeó y busco mis labios de nuevo.
Poco a poco volví a mi sitio y me entregué por completo a Cristel. Sin embargo, cierto hombre de ojos oscuros se atravesó en mis pensamientos, justo cuando estaba por correrme en los dedos de mi novia.
Mi cuerpo dejó de estar en donde estaba y de nuevo me encontraba en esa mesa, pero esta vez con los dedos de él en mi interior, también con esa mirada ardiente, con esos labios rozando mi mejilla.
Esta vez me corrí de una forma escandalosa, pero al abrir los ojos me encontré con una mirada azul que lucía ilusionada.
—Eso fue maravilloso, amor —dijo feliz.
—Sí —suspiré, satisfecha por mi orgasmo, pero sintiéndome una m****a por fantasear con otra persona, con su hermano.
Ese que odiaba y que esperaba no volver a ver.
AlbaPodría decirse que mi trabajo en la librería me gustaba mucho, me hacía olvidar mis problemas, y el olor de los libros nuevos me agradaba sobremanera. Mi madre no estaba de acuerdo con mi trabajo, en realidad, no estaba de acuerdo con nada en mi vida. Ella argumentaba que debía ser enfermera, y hacía casi un año había culminado mi carrera, pero no quise continuar, no deseaba seguir los planes de ella de entrar a trabajar a ese hospital privado y conquistar al doctor Parker, el director; ese tipejo que ya estaba entrado en sus años y que era bastante pervertido... igual que cierto cuñado mío.Gian Lefebvre no salía de mi mente por más que lo intentaba, y no solo por las cuestiones satisfactorias y repugnantes, sino que no paraba de cuestionarme por su actuar, el porqué se atrevió a hacer tal cosa. No, no podía ser normal masturbar a alguien a primera vista, mucho menos cuando esa persona no era tu cita. Gian Lefebvre estaba mal de la cabeza, y yo lo estaba más por haberlo permi
Gian—Hoy no. La respuesta de Cristel me hizo apretar los puños y los dientes.—¿Por qué? —pregunté con brusquedad, y ella frunció el ceño—. ¿Por qué no puede venir a cenar? —Porque tengo que estudiar, no tengo tiempo. Además, Alba sale tarde; se queda a hacer los cortes de caja. —¿No eres ni siquiera capaz de recogerla? —le recriminé—. ¿Qué clase de novia eres? ¿Es así como dices amar a...?—Alto, no te permito cuestionar mi amor por Alba —dijo, furiosa—. Muchas veces he querido regalarle un auto, pero no se deja. A duras penas aceptó el departamento. —Aun así...—No quiere que la recoja —me interrumpió—. Me cuesta trabajo, pero ella quiere su espacio, tengo que respetarlo. Ahora, si me disculpas...—Seré yo quien vaya —le anuncié. —Buena suerte, hermanito —se rio—. Ella te detestó, no aceptará venir. «No lo creo; disfrutó mucho a mi lado», pensé con burla. —Puedo hacerla cambiar de opinión.—Ten cuidado con lo que haces, Gian —me advirtió, girando sobre sus pies en las escale
Alba—A la habitación no —le pedí mientras nos íbamos deshaciendo de la ropa.—¿Por qué no? —me retó Gian—. Eso lo vuelve más excitante.—Respeta mis límites.—Sé que lo que diré es un tópico, pero los límites están para cruzarlos.Aquellas palabras, en lugar de irritarme, me encendieron aún más. No sabía qué tenía Gian Lefebvre, pero me costaba demasiado resistir a la tentación. De pronto, él me soltó, pero me dejó ayudarlo a deshacerse de su camisa. La poca luz que entraba por el ventanal y el tacto me hacían intuir que, bajo la ropa, había un torso demasiado deseable.—Alba —pronunció mi nombre con voz ronca y suave, como una caricia. Sí, mi nombre sonaba jodidamente erótico en sus labios.No pude controlar el impulso y me arrodillé ante él, bajando sus pantalones en el proceso. Cuando mi mejilla sintió la calidez de su enorme miembro, solté un gemido.—Me fascina tu iniciativa, ma chère —gruñó mientras se inclinaba un poco para deshacerme la coleta. No esperé más y, por fin, prob
AlbaA partir de ese día, evité casi todo contacto con Cristel. Ella tampoco me buscaba demasiado, por lo que me resultó sencillo, aunque no por eso menos doloroso. La extrañaba a morir; necesitaba verla, abrazarla, sentir que todo estaría bien.Ahora podía entender a uno de mis ex, a quien dejé por una infidelidad con otra chica. No lo dejé hablar ni expresar que me quería, que todo fue un error, algo del momento.—Dios, no, no, no; estoy muy mal —susurré mientras dejaba caer el bolígrafo sobre la mesa. Estaba intentando hacer mi lista del supermercado y no podía, solo pensaba en Cristel, en lo mal que me hacía que estuviéramos tan distantes.Y también pensaba en Gian demasiado para mi gusto. No podía parar de fantasear, de tener sueños húmedos en los que él me volvía loca de lujuria, donde su miembro salía y entraba en mí. Muchas veces quise tocarme pensando en eso, pero mi cuerpo consciente obedecía, cumpliendo la orden que me dio de no tocarme a mí misma.Él tampoco me había cont
AlbaCuando abrí los ojos, no pude evitar gruñir. Papá me había dejado acostada sobre su cama, y tanto él como Gabrielle estaban enredados en el sofá, dormidos a pierna suelta. Los amaba mucho, pero eran unos tontos por darme la cama a mí.Los contemplé con cariño desde la puerta de la habitación. Lucían hermosos, enamorados, pacíficos. A ese nivel de tranquilidad quería llegar yo con una pareja, con mi Cris.«O Gian».Fruncí el ceño ante mi pensamiento intrusivo y, furiosa, me metí de nuevo a la habitación para quitarme el pantalón de pijama y ponerme de nuevo mis vaqueros. En ese momento recordé que me había despertado un poco y Gabrielle me prestó aquello.La puerta comenzó a ser tocada de forma frenética, lo que me alertó, pero no fui yo quien abrió. Fue Gabi, quien corrió.—¡Cris! —exclamó, lo que hizo que mi corazón se acelerara y me diera un vuelco al estómago.—Dime, por favor, que está aquí —rogó mi novia con desesperación, como si hubiera estado llorando.—Sí, tranquila, amo
AlbaGian finalmente me condujo de nuevo hasta la sala. Él estaba muy relajado y me hablaba sobre aquel supuesto regalo. Yo trataba de seguirle la corriente y contestaba a todo con entusiasmo. Se había encargado de llevarme a un baño para que quedara presentable de nuevo. Por supuesto, volvimos a sucumbir a la pasión; me lo hizo tan duro que mi entrepierna ya dolía y mis piernas temblaban. ¿Por qué no lo dejaba parar a pesar de la culpa? Cristel estaba con su madre en la sala, esperándonos a ambos. La mujer me miró fijamente a los ojos y luego sonrió. Parecía amable, no altiva, pese a ser guapísima y elegante. Era como una versión mayor de Cristel, solo que tenía los ojos gris oscuro de Gian. —Buenas noches —saludé y ella se acercó para darme un beso en cada mejilla. Su costoso y delicado perfume se apoderó de mis fosas nasales. Era un Chanel, estaba segura. —Buenas noches, cariño, es un placer conocerte. Soy Nerea —dijo sonriente. Esa mujer, a diferencia de mi madre, er
AlbaHice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado
AlbaAún no me acostumbraba del todo a este edificio. Cristel me había regalado el departamento por mi cumpleaños y, aun así, no se venía aún a vivir conmigo. Ella decía que quería esperar, y en mí guardaba la esperanza de que quisiera casarse conmigo.Muchas veces fantaseaba con nuestra boda, pero en otras ocasiones tenía pensamientos intensivos y se colaba un hombre a la ecuación. Yo era bisexual, pero con más tendencia a gustar de hombres hasta que llegó Cris a mi vida.Antes de ella, yo no me planteaba el matrimonio con una mujer; añoraba mi vestido blanco y a mi esposo de negro. Fui una tonta por pensar que los hombres eran mi camino, estuve en el sitio equivocado.Las dos nos subimos al auto y charlamos sobre cosas triviales durante el camino, lo típico. Mi nerviosismo me dio tregua cuando Cristel me dijo que lo importante éramos nosotras, que su hermano no debía opinar.Y le creía. Cristel siempre me ponía por encima de todos.Finalmente, llegamos al restaurante, el cual no era