Alba
—Eres una mujer auténtica —dijo Gian de manera encantadora mientras se volvía a sentar.
Mi intención era solo responder con gracias y monosílabos, pero...
—Me encantas más de lo que pensé.
Su mano de nuevo se posó en mi pierna, pero esta vez lo observé furiosa.
—¿A qué juegas, Gian? —siseé—. Estoy con tu hermana y nos acabamos de conocer.
—¿Y? Eso no impide que me gustes —contestó con descaro y siguió subiendo la mano.
—Suéltame —exigí con la respiración agitada—. Voy a gritar.
Pero no hizo caso a mi amenaza y siguió con aquellas caricias que me tenían prendida.
—Cuéntame, Alba, ¿te gusta el sexo con ella? —indagó con un tono bajo y ronco. Yo me mordí los labios, presa de la adrenalina y la excitación.
Mi novia estaba a unos cuantos metros y tenía a su hermano tocándome con descaro. A pesar de mi enojo, no me aparté, quería que siguiera.
—Mucho —farfullé.
—Se nota, estás radiante —sonrió—. Pero creo que yo podría ser mejor.
—N-No...
Gian subió más su mano y dejó de mirarme para verificar que no viniera nadie. Ahogué un gemido cuando él apretó la parte superior de mi pierna, casi metiéndose a mi entrepierna.
—P-Para —supliqué una vez más, pero a su vez era una súplica para que siguiera.
—No quieres que pare, puedo sentir tu deseo —me susurró al oído—. Disfruta, disfruta la masturbación.
Apreté los labios y me retorcí un poco cuando finalmente sus dedos se encontraron con la humedad de mi ropa interior. Tuve que cerrar los ojos al sentir la presión en mi clítoris.
Gian presionó los labios contra mi mejilla, casi lamiéndome, mientras me masturbaba con sus ágiles dedos. Los dedos de mis pies se contrajeron, mi corazón latía a mil por hora y mi cuerpo entero estaba caliente.
Y más y más caliente.
Cerré los ojos y por fin me dejé llevar. No tenía caso resistirme, me terminaría corriendo aunque no quisiera.
Sonrió satisfecho y siguió con esos movimientos expertos y que posiblemente harían que mojara el asiento. Mis gemidos estaban sofocados por mis labios, pero mi nariz se estaba encargando de hacer notar mi excitación, puesto que mi respiración no se calmaba.
—Me tienes durísimo, ma chère —musitó—. Muy pronto vas a solucionar eso.
Aquellas palabras me asustaron y excitaron tanto que me corrí en automático, imaginando su miembro entrando y saliendo de mí. Toda una escena espectacular se desarrolló en mi mente mientras disfrutaba del exquisito orgasmo que me proporcionaban.
Él y yo completamente desnudos, dando rienda suelta a nuestros instintos más bajos. Su cuerpo musculoso y húmedo contra mi piel, sus dientes clavados en cualquier zona, como las clavículas, el cuello, la espalda...
Mis pechos...
Sí, ansiaba que me los tocara, quería eso aunque no me gustara.
Mi mente se despejó en el instante en que se terminó el orgasmo y él retiró sus dedos. Sin embargo, mi vagina seguía latiendo furiosamente, y el vestido de pronto se tornó caluroso, pese a que la tela era muy delgada.
En ese momento, llegó Cristel.
Alba—¿Qué te pareció mi hermano? —indagó Cristel de camino a casa. Aún seguía algo contrariada, por lo que me encogí de hombros, fingiendo desinterés. —¿Quieres una respuesta políticamente correcta? Me pareció amable.—¿Qué? —Lo siento, no me agradó —susurré—. Pero da igual, no es con él con quién estoy, sino contigo. —¿Por qué no te agradó? —preguntó preocupada—. Se comportó muy bien contigo. —No es que no me agradará —suspiré—, es solo que no tengo muchas opiniones al respecto. Me pareció amable, pero presuntuoso, no tiene nada que ver contigo. ¿Contenta? —No, yo quiero que se lleven bien. —Hizo un puchero.—Nos llevaremos bien.«Mientras mantenga sus manos alejadas de mi clítoris», pensé con culpa. ¿Cómo pude ponerle el cuerno en sus narices? Me sentía una pésima persona, la peor de las novias. ¿Debía decírselo? Mi conciencia me decía que sí, que debía ser honesta, pero amaba tanto lo que teníamos, que no quería que se terminara.No, no podía decírselo. Solo debía procurar q
AlbaPodría decirse que mi trabajo en la librería me gustaba mucho, me hacía olvidar mis problemas, y el olor de los libros nuevos me agradaba sobremanera. Mi madre no estaba de acuerdo con mi trabajo, en realidad, no estaba de acuerdo con nada en mi vida. Ella argumentaba que debía ser enfermera, y hacía casi un año había culminado mi carrera, pero no quise continuar, no deseaba seguir los planes de ella de entrar a trabajar a ese hospital privado y conquistar al doctor Parker, el director; ese tipejo que ya estaba entrado en sus años y que era bastante pervertido... igual que cierto cuñado mío.Gian Lefebvre no salía de mi mente por más que lo intentaba, y no solo por las cuestiones satisfactorias y repugnantes, sino que no paraba de cuestionarme por su actuar, el porqué se atrevió a hacer tal cosa. No, no podía ser normal masturbar a alguien a primera vista, mucho menos cuando esa persona no era tu cita. Gian Lefebvre estaba mal de la cabeza, y yo lo estaba más por haberlo permi
Gian—Hoy no. La respuesta de Cristel me hizo apretar los puños y los dientes.—¿Por qué? —pregunté con brusquedad, y ella frunció el ceño—. ¿Por qué no puede venir a cenar? —Porque tengo que estudiar, no tengo tiempo. Además, Alba sale tarde; se queda a hacer los cortes de caja. —¿No eres ni siquiera capaz de recogerla? —le recriminé—. ¿Qué clase de novia eres? ¿Es así como dices amar a...?—Alto, no te permito cuestionar mi amor por Alba —dijo, furiosa—. Muchas veces he querido regalarle un auto, pero no se deja. A duras penas aceptó el departamento. —Aun así...—No quiere que la recoja —me interrumpió—. Me cuesta trabajo, pero ella quiere su espacio, tengo que respetarlo. Ahora, si me disculpas...—Seré yo quien vaya —le anuncié. —Buena suerte, hermanito —se rio—. Ella te detestó, no aceptará venir. «No lo creo; disfrutó mucho a mi lado», pensé con burla. —Puedo hacerla cambiar de opinión.—Ten cuidado con lo que haces, Gian —me advirtió, girando sobre sus pies en las escale
Alba—A la habitación no —le pedí mientras nos íbamos deshaciendo de la ropa.—¿Por qué no? —me retó Gian—. Eso lo vuelve más excitante.—Respeta mis límites.—Sé que lo que diré es un tópico, pero los límites están para cruzarlos.Aquellas palabras, en lugar de irritarme, me encendieron aún más. No sabía qué tenía Gian Lefebvre, pero me costaba demasiado resistir a la tentación. De pronto, él me soltó, pero me dejó ayudarlo a deshacerse de su camisa. La poca luz que entraba por el ventanal y el tacto me hacían intuir que, bajo la ropa, había un torso demasiado deseable.—Alba —pronunció mi nombre con voz ronca y suave, como una caricia. Sí, mi nombre sonaba jodidamente erótico en sus labios.No pude controlar el impulso y me arrodillé ante él, bajando sus pantalones en el proceso. Cuando mi mejilla sintió la calidez de su enorme miembro, solté un gemido.—Me fascina tu iniciativa, ma chère —gruñó mientras se inclinaba un poco para deshacerme la coleta. No esperé más y, por fin, prob
AlbaA partir de ese día, evité casi todo contacto con Cristel. Ella tampoco me buscaba demasiado, por lo que me resultó sencillo, aunque no por eso menos doloroso. La extrañaba a morir; necesitaba verla, abrazarla, sentir que todo estaría bien.Ahora podía entender a uno de mis ex, a quien dejé por una infidelidad con otra chica. No lo dejé hablar ni expresar que me quería, que todo fue un error, algo del momento.—Dios, no, no, no; estoy muy mal —susurré mientras dejaba caer el bolígrafo sobre la mesa. Estaba intentando hacer mi lista del supermercado y no podía, solo pensaba en Cristel, en lo mal que me hacía que estuviéramos tan distantes.Y también pensaba en Gian demasiado para mi gusto. No podía parar de fantasear, de tener sueños húmedos en los que él me volvía loca de lujuria, donde su miembro salía y entraba en mí. Muchas veces quise tocarme pensando en eso, pero mi cuerpo consciente obedecía, cumpliendo la orden que me dio de no tocarme a mí misma.Él tampoco me había cont
AlbaCuando abrí los ojos, no pude evitar gruñir. Papá me había dejado acostada sobre su cama, y tanto él como Gabrielle estaban enredados en el sofá, dormidos a pierna suelta. Los amaba mucho, pero eran unos tontos por darme la cama a mí.Los contemplé con cariño desde la puerta de la habitación. Lucían hermosos, enamorados, pacíficos. A ese nivel de tranquilidad quería llegar yo con una pareja, con mi Cris.«O Gian».Fruncí el ceño ante mi pensamiento intrusivo y, furiosa, me metí de nuevo a la habitación para quitarme el pantalón de pijama y ponerme de nuevo mis vaqueros. En ese momento recordé que me había despertado un poco y Gabrielle me prestó aquello.La puerta comenzó a ser tocada de forma frenética, lo que me alertó, pero no fui yo quien abrió. Fue Gabi, quien corrió.—¡Cris! —exclamó, lo que hizo que mi corazón se acelerara y me diera un vuelco al estómago.—Dime, por favor, que está aquí —rogó mi novia con desesperación, como si hubiera estado llorando.—Sí, tranquila, amo
GianMi mente estaba tan dispersa que apenas prestaba atención a la presentación entusiasta de uno de mis socios minoritarios. Todos estaban felices porque mi cadena de hoteles no hacía más que incrementar su popularidad: las ganancias eran óptimas y la tasa de ocupación se mantenía constantemente entre el 90 y el 95%.O al menos en la gran mayoría de los casos, ya que el porcentaje nunca bajaba del 90%, sin importar la época del año. Honestamente, me parecía inverosímil, dado que existen temporadas altas y bajas, pero este fenómeno nos estaba ocurriendo. Aunque, por otro lado, no era extraño si consideraba cuánto me había esforzado por ofrecer todas las atracciones posibles que el terreno permitía. Mis hoteles parecían un crucero en la tierra; un sueño que siempre había deseado, dado que el mar no me gustaba, de hecho, lo odiaba.¿A Alba le gustaría el mar? ¿Le gustaría mi hotel? Ella era la dueña de mis pensamientos, la razón por la que deseaba salir corriendo de la reunión tan inút
AlbaGian sonrió de una forma deslumbrante y caminó hacia mí como si nada más le importara. Una parte de mí quiso correr a buscar a Cristel, pero me quedé quieta, deseando que ocurrieran muchas cosas esta noche; cosas imposibles, a decir verdad.¿Cómo haríamos para huir de la gente?—Has venido, ma chère —saludó mientras besaba mi mano. Yo le sonreí a medias.—Feliz cumpleaños, cuñado —murmuré. Un destello de ira brilló en sus ojos.—Gracias, Alba —contestó, amable pero seco. Me pregunté por qué nadie venía a rescatarme de una buena vez, por qué nadie nos interrumpía para venir a hablarnos—. Y gracias por el regalo, me hizo muy feliz.—No fue nada —respondí, avergonzada. Gian acarició su corbata un momento y sonrió más—. Es algo muy simple.—Me gustan las cosas sencillas y hermosas.—Pues no lo parece —bromeé, mirando a mi alrededor. Él soltó una ligera risita.—Vamos, Cristel te tiene algo —dijo en voz más alta de lo normal—. Soy su cómplice.Fruncí el ceño y negué con la cabeza.—No,