4.

Alba

—Eres una mujer auténtica —dijo Gian de manera encantadora mientras se volvía a sentar. 

Mi intención era solo responder con gracias y monosílabos, pero...

—Me encantas más de lo que pensé. 

Su mano de nuevo se posó en mi pierna, pero esta vez lo observé furiosa.

—¿A qué juegas, Gian? —siseé—. Estoy con tu hermana y nos acabamos de conocer. 

—¿Y? Eso no impide que me gustes —contestó con descaro y siguió subiendo la mano.

—Suéltame —exigí con la respiración agitada—. Voy a gritar. 

Pero no hizo caso a mi amenaza y siguió con aquellas caricias que me tenían prendida. 

—Cuéntame, Alba, ¿te gusta el sexo con ella? —indagó con un tono bajo y ronco. Yo me mordí los labios, presa de la adrenalina y la excitación. 

Mi novia estaba a unos cuantos metros y tenía a su hermano tocándome con descaro. A pesar de mi enojo, no me aparté, quería que siguiera. 

—Mucho —farfullé. 

—Se nota, estás radiante —sonrió—. Pero creo que yo podría ser mejor. 

—N-No... 

Gian subió más su mano y dejó de mirarme para verificar que no viniera nadie. Ahogué un gemido cuando él apretó la parte superior de mi pierna, casi metiéndose a mi entrepierna.

—P-Para —supliqué una vez más, pero a su vez era una súplica para que siguiera. 

—No quieres que pare, puedo sentir tu deseo —me susurró al oído—. Disfruta, disfruta la masturbación.

Apreté los labios y me retorcí un poco cuando finalmente sus dedos se encontraron con la humedad de mi ropa interior. Tuve que cerrar los ojos al sentir la presión en mi clítoris. 

Gian presionó los labios contra mi mejilla, casi lamiéndome, mientras me masturbaba con sus ágiles dedos. Los dedos de mis pies se contrajeron, mi corazón latía a mil por hora y mi cuerpo entero estaba caliente.

Y más y más caliente. 

Cerré los ojos y por fin me dejé llevar. No tenía caso resistirme, me terminaría corriendo aunque no quisiera. 

Sonrió satisfecho y siguió con esos movimientos expertos y que posiblemente harían que mojara el asiento. Mis gemidos estaban sofocados por mis labios, pero mi nariz se estaba encargando de hacer notar mi excitación, puesto que mi respiración no se calmaba. 

—Me tienes durísimo, ma chère —musitó—. Muy pronto vas a solucionar eso. 

Aquellas palabras me asustaron y excitaron tanto que me corrí en automático, imaginando su miembro entrando y saliendo de mí. Toda una escena espectacular se desarrolló en mi mente mientras disfrutaba del exquisito orgasmo que me proporcionaban.

Él y yo completamente desnudos, dando rienda suelta a nuestros instintos más bajos. Su cuerpo musculoso y húmedo contra mi piel, sus dientes clavados en cualquier zona, como las clavículas, el cuello, la espalda...

Mis pechos... 

Sí, ansiaba que me los tocara, quería eso aunque no me gustara.

Mi mente se despejó en el instante en que se terminó el orgasmo y él retiró sus dedos. Sin embargo, mi vagina seguía latiendo furiosamente, y el vestido de pronto se tornó caluroso, pese a que la tela era muy delgada.

En ese momento, llegó Cristel. 

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