61.

Alba

Durante todo el camino al hospital, Gian permaneció callado y pensativo. Sus palabras sobre la cesárea resonaban en mi mente, pero tenía miedo de protestar por temor a que se enfureciera y ordenara que me hicieran dar a luz ese mismo día.

Mi bebé pateó, y toqué suavemente mi vientre cuando llegamos al hospital.

—¿Se está moviendo? —preguntó Gian.

—Sí —respondí sin apartar la mirada de mi vientre, al cual le estaban saliendo bultos—. Está muy activo.

—Es un niño sano.

De nuevo, puso la mano sobre mi vientre, lo que hizo que mi corazón se acelerara.

—Sí, él será bien criado —murmuré.

Gian apartó la mano bruscamente. Alcé la mirada y me encontré con su expresión consternada y molesta.

—No lo digo para ofenderte —le aclaré—. Los dos nos hemos equivocado, pero estoy segura de que, a pesar de ello, haremos un buen trabajo juntos.

No me respondió, sino que volvió a mirar mi vientre. Su expresión no cambió, pero volvió a posar las manos sobre nuestro hijo y asintió.

—Sí, tienes razón. L
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