DESIDERIUM
DESIDERIUM
Por: Anna Roma
1.

Alba

Hice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.

Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.

Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.

Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado de Cristel. Esta era la razón de que todavía no comprendiera qué había visto en mí.

Cristel me adoraba y me llenaba de dicha, de esa sensación de haberme ganado la lotería. Hacíamos el amor pocas veces, pero no lo necesitábamos demasiado, la pasábamos muy bien haciendo muchas otras cosas.

Suspiré. Esta era, por mucho, mi mejor relación. Me veía con Cristel llegando al altar y todas esas cosas increíbles que, según mi familia, debía cumplir con un hombre. A mí me daba igual lo que pensara mamá o mis hermanas, mi padre me apoyaba de forma incondicional y con eso me bastaba. Incluso él quería muchísimo a Cristel y la veía como a una hija.

—No hay caso, creo que tendré que cancelar —dije rindiéndome. En ese momento se abrió la puerta y entró ella, por lo que salté asustada.

—¡Hola!

—¡Cristel! —me quejé mientras me llevaba una mano al pecho.

Cristel se echó a reír mientras se acercaba y la miré mal. Ella ya estaba ataviada con un hermoso vestido rosado.

—Ya sabía que tendrías problemas, mi amor —se rio y depositó un beso en mis labios, al cual le respondí con desgana, ya que estaba muy nerviosa y esperando su regaño.

—No me mates —pedí.

—No te regañaré, no ahora —murmuró antes de rodearme la cintura con sus brazos y besar mi cuello. Yo solté un largo suspiro y me olvidé de todo.

Sus manos viajaron por toda mi espalda hasta llegar a mi trasero. Cristel era pulcra, pero a la hora del sexo resultaba ser la más atrevida.

—Mierda, te extrañaba, mi amor.

—Y yo a ti —murmuré muy excitada—. ¿Quieres...?

—Sí, sí, por eso llegué temprano.

Las dos gemimos al unísono y yo le quité el vestido, dejando al descubierto sus pechos hermosos y que ataqué con rapidez. Ella se abrazó y gimió; le encantaba que mordisqueara sus pezones.

Yo también me deshice de mi ropa y nos tumbamos en la cama para acariciarnos y buscar penetrarnos con los dedos.

—Amor, me encantas, te amo con todo mi ser —musitó mientras metíamos y sacábamos los dedos.

—Te amo —contesté.

—Y yo más a ti.

Nos fundimos en otro beso profundo y seguimos bombeando hasta que ella comenzó a correrse en mi mano.

—Oh, Alba, no pares. —Echó la cabeza hacia atrás y sacó sus dedos de mí para centrarse en su orgasmo. Yo sonreí satisfecha y orgullosa mientras volvía a mamar uno de sus pechos.

Luego de aquello, fue mi turno. Le abrí las piernas y ella metió su cara entre ellas. Su lengua se movía a una velocidad deliciosa y tampoco tardé mucho en dejarme ir.

—Ahora ya no me quiero ir —dijo Cristel mientras subía para quedar recostada en mi pecho. Una de sus manos viajó hasta mis pezones y yo di un respingo.

—No, no, deja —me quejé riéndome.

—¿Por qué no me dejas acariciarte los pechos? Son hermosos. —Hizo un puchero.

—No sé, solo no me gusta —sonreí.

—Bien.

Besé su cabeza varias veces, pero ella de pronto giró y yo quedé sobre su cuerpo.

—No sabes cuánto te adoro, Alba —susurró con una intensidad que me dio escalofríos.

A veces me preguntaba si ella amaba más en esta relación. Yo no tenía dudas de lo que sentía, estaba profundamente enamorada, pero amaba también mis momentos a solas. Cristel, en cambio, no podía vivir sin mí, sin llamarme.

A veces me sentía poco merecedora de su amor.

—Y yo a ti, loquita.

—Mierda, quedé hecha un asco —se quejó—. Creo que nos tendremos que dar una ducha.

—Pues sí —bufé.

Las dos nos besamos durante unos instantes más antes de meternos en la ducha. Esta vez no hicimos nada lascivo, sino que jugueteamos con la espuma y nos contamos los asuntos del día, incluyendo mi nerviosismo.

—Te traje este vestido —dijo Cristel, volviendo a la habitación tras haber salido. En sus manos sostenía un vestido amarillo intenso y de tirantes.

—Oh, no, no me voy a poner eso —protesté.

—Claro que lo harás, se te verá precioso. Pasé horas eligiéndolo.

—¿Por qué ese chantaje emocional? —gemí y ella volvió a hacer ese pucherito que tanto me derretía—. ¡Ay, ya, está bien, pero si tu hermano me desprecia por verme mal, será tu culpa!

—No, estoy segura de que Gian te va a adorar. Él muere de ganas de que consiga a mi chica ideal —Suspiró.

—Dime que no me alabaste, que inventaste que hablo siete idiomas y que doy clases en Harvard —le pedí en tono dramático y ella se rio.

—No, nada de eso. Le conté tal y como eres.

—Oh, no, tampoco así —sollocé, lo que la hizo reír más—. No te pedía que me dejaras como una mujer maravilla, pero tampoco que le dijeras todo sobre mí.

—Mi amor, tranquila, eres encantadora. Vas a gustarle y nos apoyará, ya lo verás.

—Me conformo con no ser odiada y que no nos haga la vida de cuadritos. —Fruncí el ceño.

Cristel negó con la cabeza y me dio un beso en la mejilla.

—Nada, absolutamente nada, nos va a separar, ¿de acuerdo?

—Okey.

Al final accedí a ponerme ese vestido amarillo, que sentía que no iba muy bien con mi tono de piel pálido. Cristel había dicho que era encantador, aunque yo no lo percibía así. Parecía que mis senos iban a salirse del vestido.

Cristel era un poco celosa, pero esta vez no lo estaba siendo, así que aprovecharía.

—Te ves hermosa, cielo —me elogió.

—No más que tú.

Ella iba con un vestido rojo muy lindo y que había traído también. Ese tipo nos invitó a un restaurante con vista a la laguna, así que básicamente llevábamos un atuendo apropiado para la ocasión.

Las dos guardamos todas las cosas que usamos para maquillarnos, nos terminamos de alistar y por fin salimos.

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