Alba
Hice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.
Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.
Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.
Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado de Cristel. Esta era la razón de que todavía no comprendiera qué había visto en mí.
Cristel me adoraba y me llenaba de dicha, de esa sensación de haberme ganado la lotería. Hacíamos el amor pocas veces, pero no lo necesitábamos demasiado, la pasábamos muy bien haciendo muchas otras cosas.
Suspiré. Esta era, por mucho, mi mejor relación. Me veía con Cristel llegando al altar y todas esas cosas increíbles que, según mi familia, debía cumplir con un hombre. A mí me daba igual lo que pensara mamá o mis hermanas, mi padre me apoyaba de forma incondicional y con eso me bastaba. Incluso él quería muchísimo a Cristel y la veía como a una hija.
—No hay caso, creo que tendré que cancelar —dije rindiéndome. En ese momento se abrió la puerta y entró ella, por lo que salté asustada.
—¡Hola!
—¡Cristel! —me quejé mientras me llevaba una mano al pecho.
Cristel se echó a reír mientras se acercaba y la miré mal. Ella ya estaba ataviada con un hermoso vestido rosado.
—Ya sabía que tendrías problemas, mi amor —se rio y depositó un beso en mis labios, al cual le respondí con desgana, ya que estaba muy nerviosa y esperando su regaño.
—No me mates —pedí.
—No te regañaré, no ahora —murmuró antes de rodearme la cintura con sus brazos y besar mi cuello. Yo solté un largo suspiro y me olvidé de todo.
Sus manos viajaron por toda mi espalda hasta llegar a mi trasero. Cristel era pulcra, pero a la hora del sexo resultaba ser la más atrevida.
—Mierda, te extrañaba, mi amor.
—Y yo a ti —murmuré muy excitada—. ¿Quieres...?
—Sí, sí, por eso llegué temprano.
Las dos gemimos al unísono y yo le quité el vestido, dejando al descubierto sus pechos hermosos y que ataqué con rapidez. Ella se abrazó y gimió; le encantaba que mordisqueara sus pezones.
Yo también me deshice de mi ropa y nos tumbamos en la cama para acariciarnos y buscar penetrarnos con los dedos.
—Amor, me encantas, te amo con todo mi ser —musitó mientras metíamos y sacábamos los dedos.
—Te amo —contesté.
—Y yo más a ti.
Nos fundimos en otro beso profundo y seguimos bombeando hasta que ella comenzó a correrse en mi mano.
—Oh, Alba, no pares. —Echó la cabeza hacia atrás y sacó sus dedos de mí para centrarse en su orgasmo. Yo sonreí satisfecha y orgullosa mientras volvía a mamar uno de sus pechos.
Luego de aquello, fue mi turno. Le abrí las piernas y ella metió su cara entre ellas. Su lengua se movía a una velocidad deliciosa y tampoco tardé mucho en dejarme ir.
—Ahora ya no me quiero ir —dijo Cristel mientras subía para quedar recostada en mi pecho. Una de sus manos viajó hasta mis pezones y yo di un respingo.
—No, no, deja —me quejé riéndome.
—¿Por qué no me dejas acariciarte los pechos? Son hermosos. —Hizo un puchero.
—No sé, solo no me gusta —sonreí.
—Bien.
Besé su cabeza varias veces, pero ella de pronto giró y yo quedé sobre su cuerpo.
—No sabes cuánto te adoro, Alba —susurró con una intensidad que me dio escalofríos.
A veces me preguntaba si ella amaba más en esta relación. Yo no tenía dudas de lo que sentía, estaba profundamente enamorada, pero amaba también mis momentos a solas. Cristel, en cambio, no podía vivir sin mí, sin llamarme.
A veces me sentía poco merecedora de su amor.
—Y yo a ti, loquita.
—Mierda, quedé hecha un asco —se quejó—. Creo que nos tendremos que dar una ducha.
—Pues sí —bufé.
Las dos nos besamos durante unos instantes más antes de meternos en la ducha. Esta vez no hicimos nada lascivo, sino que jugueteamos con la espuma y nos contamos los asuntos del día, incluyendo mi nerviosismo.
—Te traje este vestido —dijo Cristel, volviendo a la habitación tras haber salido. En sus manos sostenía un vestido amarillo intenso y de tirantes.
—Oh, no, no me voy a poner eso —protesté.
—Claro que lo harás, se te verá precioso. Pasé horas eligiéndolo.
—¿Por qué ese chantaje emocional? —gemí y ella volvió a hacer ese pucherito que tanto me derretía—. ¡Ay, ya, está bien, pero si tu hermano me desprecia por verme mal, será tu culpa!
—No, estoy segura de que Gian te va a adorar. Él muere de ganas de que consiga a mi chica ideal —Suspiró.
—Dime que no me alabaste, que inventaste que hablo siete idiomas y que doy clases en Harvard —le pedí en tono dramático y ella se rio.
—No, nada de eso. Le conté tal y como eres.
—Oh, no, tampoco así —sollocé, lo que la hizo reír más—. No te pedía que me dejaras como una mujer maravilla, pero tampoco que le dijeras todo sobre mí.
—Mi amor, tranquila, eres encantadora. Vas a gustarle y nos apoyará, ya lo verás.
—Me conformo con no ser odiada y que no nos haga la vida de cuadritos. —Fruncí el ceño.
Cristel negó con la cabeza y me dio un beso en la mejilla.
—Nada, absolutamente nada, nos va a separar, ¿de acuerdo?
—Okey.
Al final accedí a ponerme ese vestido amarillo, que sentía que no iba muy bien con mi tono de piel pálido. Cristel había dicho que era encantador, aunque yo no lo percibía así. Parecía que mis senos iban a salirse del vestido.
Cristel era un poco celosa, pero esta vez no lo estaba siendo, así que aprovecharía.
—Te ves hermosa, cielo —me elogió.
—No más que tú.
Ella iba con un vestido rojo muy lindo y que había traído también. Ese tipo nos invitó a un restaurante con vista a la laguna, así que básicamente llevábamos un atuendo apropiado para la ocasión.
Las dos guardamos todas las cosas que usamos para maquillarnos, nos terminamos de alistar y por fin salimos.
AlbaAún no me acostumbraba del todo a este edificio. Cristel me había regalado el departamento por mi cumpleaños y, aun así, no se venía aún a vivir conmigo. Ella decía que quería esperar, y en mí guardaba la esperanza de que quisiera casarse conmigo.Muchas veces fantaseaba con nuestra boda, pero en otras ocasiones tenía pensamientos intensivos y se colaba un hombre a la ecuación. Yo era bisexual, pero con más tendencia a gustar de hombres hasta que llegó Cris a mi vida.Antes de ella, yo no me planteaba el matrimonio con una mujer; añoraba mi vestido blanco y a mi esposo de negro. Fui una tonta por pensar que los hombres eran mi camino, estuve en el sitio equivocado.Las dos nos subimos al auto y charlamos sobre cosas triviales durante el camino, lo típico. Mi nerviosismo me dio tregua cuando Cristel me dijo que lo importante éramos nosotras, que su hermano no debía opinar.Y le creía. Cristel siempre me ponía por encima de todos.Finalmente, llegamos al restaurante, el cual no era
Alba—Amor, te presento a Gian, mi hermano —dijo Cristel, sacándome de mis libidinosos pensamientos. —Es un gusto conocerte por fin, Alba —contestó él con una voz tan gruesa, sensual y seductora que pensé que me desmayaría. Gian me sujetó por la mano derecha y la alzó para besarla, ocasionando que mi respiración se detuviera. No entendía qué diablos era lo que me estaba sucediendo, pero desde luego no podía permitir que se descontrolara. Yo amaba a mi novia, tenía claro que ningún hombre volvería a hacerme caer en sus redes por más que me atrajera.«Maldita sea, ¿por qué no soy lesbiana como Cristel?».Mi chica era lesbiana, no sentía ninguna clase de atracción por los hombres, pero yo sí, y eso ahora me parecía un defecto. —Lo mismo digo, señor Lefebvre —respondí, retirando la mano para alejarme de ese fuego tentador y del cosquilleo insano que me causaba. Echar por la borda mi relación no estaba en mis planes. Aquel señor Lefebvre, lo hizo sonreír. —Llámame por mi nombre, por f
Alba —Eres una mujer auténtica —dijo Gian de manera encantadora mientras se volvía a sentar. Mi intención era solo responder con gracias y monosílabos, pero...—Me encantas más de lo que pensé. Su mano de nuevo se posó en mi pierna, pero esta vez lo observé furiosa.—¿A qué juegas, Gian? —siseé—. Estoy con tu hermana y nos acabamos de conocer. —¿Y? Eso no impide que me gustes —contestó con descaro y siguió subiendo la mano.—Suéltame —exigí con la respiración agitada—. Voy a gritar. Pero no hizo caso a mi amenaza y siguió con aquellas caricias que me tenían prendida. —Cuéntame, Alba, ¿te gusta el sexo con ella? —indagó con un tono bajo y ronco. Yo me mordí los labios, presa de la adrenalina y la excitación. Mi novia estaba a unos cuantos metros y tenía a su hermano tocándome con descaro. A pesar de mi enojo, no me aparté, quería que siguiera. —Mucho —farfullé. —Se nota, estás radiante —sonrió—. Pero creo que yo podría ser mejor. —N-No... Gian subió más su mano y dejó de mir
Alba—¿Qué te pareció mi hermano? —indagó Cristel de camino a casa. Aún seguía algo contrariada, por lo que me encogí de hombros, fingiendo desinterés. —¿Quieres una respuesta políticamente correcta? Me pareció amable.—¿Qué? —Lo siento, no me agradó —susurré—. Pero da igual, no es con él con quién estoy, sino contigo. —¿Por qué no te agradó? —preguntó preocupada—. Se comportó muy bien contigo. —No es que no me agradará —suspiré—, es solo que no tengo muchas opiniones al respecto. Me pareció amable, pero presuntuoso, no tiene nada que ver contigo. ¿Contenta? —No, yo quiero que se lleven bien. —Hizo un puchero.—Nos llevaremos bien.«Mientras mantenga sus manos alejadas de mi clítoris», pensé con culpa. ¿Cómo pude ponerle el cuerno en sus narices? Me sentía una pésima persona, la peor de las novias. ¿Debía decírselo? Mi conciencia me decía que sí, que debía ser honesta, pero amaba tanto lo que teníamos, que no quería que se terminara.No, no podía decírselo. Solo debía procurar q
AlbaPodría decirse que mi trabajo en la librería me gustaba mucho, me hacía olvidar mis problemas, y el olor de los libros nuevos me agradaba sobremanera. Mi madre no estaba de acuerdo con mi trabajo, en realidad, no estaba de acuerdo con nada en mi vida. Ella argumentaba que debía ser enfermera, y hacía casi un año había culminado mi carrera, pero no quise continuar, no deseaba seguir los planes de ella de entrar a trabajar a ese hospital privado y conquistar al doctor Parker, el director; ese tipejo que ya estaba entrado en sus años y que era bastante pervertido... igual que cierto cuñado mío.Gian Lefebvre no salía de mi mente por más que lo intentaba, y no solo por las cuestiones satisfactorias y repugnantes, sino que no paraba de cuestionarme por su actuar, el porqué se atrevió a hacer tal cosa. No, no podía ser normal masturbar a alguien a primera vista, mucho menos cuando esa persona no era tu cita. Gian Lefebvre estaba mal de la cabeza, y yo lo estaba más por haberlo permi
Gian—Hoy no. La respuesta de Cristel me hizo apretar los puños y los dientes.—¿Por qué? —pregunté con brusquedad, y ella frunció el ceño—. ¿Por qué no puede venir a cenar? —Porque tengo que estudiar, no tengo tiempo. Además, Alba sale tarde; se queda a hacer los cortes de caja. —¿No eres ni siquiera capaz de recogerla? —le recriminé—. ¿Qué clase de novia eres? ¿Es así como dices amar a...?—Alto, no te permito cuestionar mi amor por Alba —dijo, furiosa—. Muchas veces he querido regalarle un auto, pero no se deja. A duras penas aceptó el departamento. —Aun así...—No quiere que la recoja —me interrumpió—. Me cuesta trabajo, pero ella quiere su espacio, tengo que respetarlo. Ahora, si me disculpas...—Seré yo quien vaya —le anuncié. —Buena suerte, hermanito —se rio—. Ella te detestó, no aceptará venir. «No lo creo; disfrutó mucho a mi lado», pensé con burla. —Puedo hacerla cambiar de opinión.—Ten cuidado con lo que haces, Gian —me advirtió, girando sobre sus pies en las escale
Alba—A la habitación no —le pedí mientras nos íbamos deshaciendo de la ropa.—¿Por qué no? —me retó Gian—. Eso lo vuelve más excitante.—Respeta mis límites.—Sé que lo que diré es un tópico, pero los límites están para cruzarlos.Aquellas palabras, en lugar de irritarme, me encendieron aún más. No sabía qué tenía Gian Lefebvre, pero me costaba demasiado resistir a la tentación. De pronto, él me soltó, pero me dejó ayudarlo a deshacerse de su camisa. La poca luz que entraba por el ventanal y el tacto me hacían intuir que, bajo la ropa, había un torso demasiado deseable.—Alba —pronunció mi nombre con voz ronca y suave, como una caricia. Sí, mi nombre sonaba jodidamente erótico en sus labios.No pude controlar el impulso y me arrodillé ante él, bajando sus pantalones en el proceso. Cuando mi mejilla sintió la calidez de su enorme miembro, solté un gemido.—Me fascina tu iniciativa, ma chère —gruñó mientras se inclinaba un poco para deshacerme la coleta. No esperé más y, por fin, prob
AlbaA partir de ese día, evité casi todo contacto con Cristel. Ella tampoco me buscaba demasiado, por lo que me resultó sencillo, aunque no por eso menos doloroso. La extrañaba a morir; necesitaba verla, abrazarla, sentir que todo estaría bien.Ahora podía entender a uno de mis ex, a quien dejé por una infidelidad con otra chica. No lo dejé hablar ni expresar que me quería, que todo fue un error, algo del momento.—Dios, no, no, no; estoy muy mal —susurré mientras dejaba caer el bolígrafo sobre la mesa. Estaba intentando hacer mi lista del supermercado y no podía, solo pensaba en Cristel, en lo mal que me hacía que estuviéramos tan distantes.Y también pensaba en Gian demasiado para mi gusto. No podía parar de fantasear, de tener sueños húmedos en los que él me volvía loca de lujuria, donde su miembro salía y entraba en mí. Muchas veces quise tocarme pensando en eso, pero mi cuerpo consciente obedecía, cumpliendo la orden que me dio de no tocarme a mí misma.Él tampoco me había cont