2.

Alba

Aún no me acostumbraba del todo a este edificio. Cristel me había regalado el departamento por mi cumpleaños y, aun así, no se venía aún a vivir conmigo. Ella decía que quería esperar, y en mí guardaba la esperanza de que quisiera casarse conmigo.

Muchas veces fantaseaba con nuestra boda, pero en otras ocasiones tenía pensamientos intensivos y se colaba un hombre a la ecuación. Yo era bisexual, pero con más tendencia a gustar de hombres hasta que llegó Cris a mi vida.

Antes de ella, yo no me planteaba el matrimonio con una mujer; añoraba mi vestido blanco y a mi esposo de negro. Fui una tonta por pensar que los hombres eran mi camino, estuve en el sitio equivocado.

Las dos nos subimos al auto y charlamos sobre cosas triviales durante el camino, lo típico. Mi nerviosismo me dio tregua cuando Cristel me dijo que lo importante éramos nosotras, que su hermano no debía opinar.

Y le creía. Cristel siempre me ponía por encima de todos.

Finalmente, llegamos al restaurante, el cual no era grande, aunque sí lujoso. Eran las cuatro de la tarde, por lo que el sol aún brillaba en lo alto, pero de manera más tenue, y eso hacía que el ambiente fuese más romántico, cosa que no sabía si era apropiada para ir a conocer al hermano de tu novia.

Sacudí la cabeza y caminé tomada de la mano con Cristel, quien lucía orgullosa a mi lado. A mí todavía me daba algo de pudor, pero eso no era por ser ella mujer, era algo que me sucedía en cualquier relación.

—Bienvenidas —nos dijo el hombre de la entrada antes de abrirnos la puerta de cristal con amabilidad.

—Gracias —dijimos Cristel y yo al mismo tiempo.

Las dos nos sonreímos por la simultaneidad y seguimos hasta el recepcionista, quien reconoció enseguida a Cristel, ya que era dueña también.

—Oh, cielos, me siento como una famosa —le susurré al oído a mi novia, quien se echó a reír y me dio un beso en los labios.

—Por eso te amo. Adoro tus reacciones ante todo.

—¿Me estás diciendo que soy un mono de circo?—refunfuñé.

—Sí, mi monito de circo.

—Eres niña rica y odiosa —farfullé—, pero así te amo, qué se le va a hacer.

—Nada, solo amarnos. —Se encogió de hombros y seguimos avanzando hasta el área exterior, en donde almorzaríamos con Gian Lefebvre.

Mi corazón comenzó a palpitar como loco dentro de mi pecho. Estaba muy nerviosa por conocerlo, por no arruinar las cosas.

Pero al verlo de pie junto a nuestra mesa, mi corazón no fue lo único que latió. Mi boca se quedó completamente seca, mi respiración se agitó y me recorrió una sensación electrizante por todo el cuerpo.

A diferencia de Cristel, que era rubia y de ojos azules, él era de piel más bronceada y tenía unos ojos tan oscuros que pensarías que no podrías ver nada a través de ellos.

Vestía con una fina camisa de botones blanca, remangada hasta la mitad de sus fuertes brazos y con los primeros botones sueltos. No era tan musculoso como un fisicoculturista, pero sí tenía un cuerpo tan bien trabajado que me costaba mucho no abrir la boca como idiota y decirle obscenidades, como que me tomara ahí mismo en la mesa.

Mi cuñado era el hombre más ardiente de todos, al menos de los que hubiese visto. Y no, no era solo su físico, era su manera de desnudarme con la mirada, de provocarme los pensamientos más lascivos con tan solo una sonrisa a labios cerrados y un poco ladeada.

Gian Lefebvre sería mi m*****a perdición a partir de ese momento.

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