GianMi mente estaba tan dispersa que apenas prestaba atención a la presentación entusiasta de uno de mis socios minoritarios. Todos estaban felices porque mi cadena de hoteles no hacía más que incrementar su popularidad: las ganancias eran óptimas y la tasa de ocupación se mantenía constantemente entre el 90 y el 95%.O al menos en la gran mayoría de los casos, ya que el porcentaje nunca bajaba del 90%, sin importar la época del año. Honestamente, me parecía inverosímil, dado que existen temporadas altas y bajas, pero este fenómeno nos estaba ocurriendo. Aunque, por otro lado, no era extraño si consideraba cuánto me había esforzado por ofrecer todas las atracciones posibles que el terreno permitía. Mis hoteles parecían un crucero en la tierra; un sueño que siempre había deseado, dado que el mar no me gustaba, de hecho, lo odiaba.¿A Alba le gustaría el mar? ¿Le gustaría mi hotel? Ella era la dueña de mis pensamientos, la razón por la que deseaba salir corriendo de la reunión tan inút
AlbaGian sonrió de una forma deslumbrante y caminó hacia mí como si nada más le importara. Una parte de mí quiso correr a buscar a Cristel, pero me quedé quieta, deseando que ocurrieran muchas cosas esta noche; cosas imposibles, a decir verdad.¿Cómo haríamos para huir de la gente?—Has venido, ma chère —saludó mientras besaba mi mano. Yo le sonreí a medias.—Feliz cumpleaños, cuñado —murmuré. Un destello de ira brilló en sus ojos.—Gracias, Alba —contestó, amable pero seco. Me pregunté por qué nadie venía a rescatarme de una buena vez, por qué nadie nos interrumpía para venir a hablarnos—. Y gracias por el regalo, me hizo muy feliz.—No fue nada —respondí, avergonzada. Gian acarició su corbata un momento y sonrió más—. Es algo muy simple.—Me gustan las cosas sencillas y hermosas.—Pues no lo parece —bromeé, mirando a mi alrededor. Él soltó una ligera risita.—Vamos, Cristel te tiene algo —dijo en voz más alta de lo normal—. Soy su cómplice.Fruncí el ceño y negué con la cabeza.—No,
AlbaGian finalmente me condujo de nuevo hasta la sala. Él estaba muy relajado y me hablaba sobre aquel supuesto regalo. Yo trataba de seguirle la corriente y contestaba a todo con entusiasmo. Se había encargado de llevarme a un baño para que quedara presentable de nuevo. Por supuesto, volvimos a sucumbir a la pasión; me lo hizo tan duro que mi entrepierna ya dolía y mis piernas temblaban. ¿Por qué no lo dejaba parar a pesar de la culpa? Cristel estaba con su madre en la sala, esperándonos a ambos. La mujer me miró fijamente a los ojos y luego sonrió. Parecía amable, no altiva, pese a ser guapísima y elegante. Era como una versión mayor de Cristel, solo que tenía los ojos gris oscuro de Gian. —Buenas noches —saludé y ella se acercó para darme un beso en cada mejilla. Su costoso y delicado perfume se apoderó de mis fosas nasales. Era un Chanel, estaba segura. —Buenas noches, cariño, es un placer conocerte. Soy Nerea —dijo sonriente. Esa mujer, a diferencia de mi madre, era
Alba Al final de la velada, me sorprendió ver que Cristel estaba demasiado ebria como para conducir, así que Lucrecia se ofreció a llevarme. Yo acepté gustosa, pero Gian intervino. —Yo puedo llevarla; no quiero que te desvíes, Luc —le dijo Gian con tono amable. Lucrecia arqueó una ceja un momento, pero luego se relajó y asintió. —De acuerdo, cariño, cuídense. Lucrecia se despidió de ambos con un beso y se fue en busca de Nerea, con quien ya me había despedido y con la que quedé para almorzar en unos días. —Vamos, Alba —susurró Gian. Mis entrañas se contrajeron de deseo, pero traté de ignorarlo y lo seguí. Nadie nos miraba extrañado. Al parecer todos confiaban en Gian y en su reputación intachable. Si tan solo supieran lo que hicimos... Para mi sorpresa, Gian no hizo nada conmigo durante el camino a mi departamento. El hombre se mantuvo callado, tampoco intentó tocarme ni nada parecido; sin embargo, percibía una enorme tensión, una electricidad tan fuerte que me era imposib
Gian—Cancela la reunión con los Clarke, no hay trato —le informé a Louisa, mi asistente. —¿Cómo? —La mujer parpadeó varias veces y se acomodó los anteojos, que se le habían deslizado por la nariz. —Lo que escuchas: no hay trato. También quiero que llames a los Yamamoto, a los Smith y a los Fischer. No quiero sus productos en las tiendas de mis hoteles. —Pero… —Ah, se me olvidaba, también quiero cancelar con los Ferrer. —Señor Lefebvre, no quiero contradecirlo, pero los Ferrer ya están listos para recibir el lote de vinos. —Se les devolverá el importe que justo esta mañana dieron, por eso no hay problema. —Me encogí de hombros—. Solo quiero dejar de tener tratos con ellos. —Esto es muy repentino —dijo Louisa, mortificada—. Tendrá problemas. —Pero tú no, así que no te preocupes y obedece, a no ser que quieras jubilarte antes de tiempo. Louisa me miró con mucha tristeza y miedo. Ella llevaba años trabajando para la familia Lefebvre; sirvió a mi padre desde que comenzó y
Alba¿Cómo se podía extrañar tanto a dos personas al mismo tiempo? Por un lado, estaba Cristel, que después de esa fiesta solo se reportó con un mensaje donde me decía que me amaba, que nos veríamos al día siguiente porque quería descansar de la resaca. Por el otro, estaba Gian, que simplemente me dejó sola, que no estaba ahí al despertar. No sé por qué esperaba que estuviera, pero no podía mentirme; me creé expectativas. ¿Por qué, a pesar de saberme deseada por dos personas absolutamente irresistibles, me sentía tan sola? —¿Por qué me dejas sola, Cris? Tu hermano me acecha —susurré desesperada y agobiada mientras desayunaba sin prisas. Mi gerente me había mandado un mensaje para decirme que me daba el día libre, lo cual solo me confirmó que Gian era el nuevo propietario de las librerías, las cuales pronto cambiarían su nombre. Era un misterio, pero me imaginaba que se llamarían Lefebvre; no podía ser de otra manera. El resto del día no hice gran cosa: solo limpié el departam
GianAlba estaba pegada a la pared de la ducha, y contemplé su espalda mojada con fascinación. Su cabello corto me daba más visibilidad, cosa que agradecía, dadas las circunstancias.Sonreí otra vez y acaricié su entrada con la punta de mi pene. Sabía que sería más difícil entrar por culpa de lo mojados que estábamos, pero de todos modos le alcé la pierna y me enterré en su interior.Ella gimió suavemente y noté cómo convertía sus manos en puños y cómo se mordía los labios. No solo era placentero penetrarla, sino también ver sus reacciones de placer.No estábamos cansados, a pesar de haber estado juntos dos veces antes de venir a parar a la ducha. Alba, tal como me lo imaginé, era una persona muy sexual, diferente al resto.—Gian, nadie me penetra como tú —expresó, perdida en sus pensamientos, y mi excitación aumentó.—Es que nadie te desea como yo —murmuré, y ella soltó una risita.—¿Entonces soy fea? ¿Nadie puede desearme a un nivel alto?—¿Qué clase de respuesta es esa? —repliqué di
Gian—¡Mi amor! —gritó Cristel antes de abalanzarse sobre ella y besarla. En ese momento quise apartarla, gritarle que ella era mía, pero solo me limité a apretar la mandíbula y observarlas. Alba todavía correspondía a los besos de Cristel, señal de que la quería, que estaba haciendo bien al callarme. Cuando frenaron el beso, mi hermana se percató de mi presencia y frunció el ceño. —¿Qué haces aquí? —indagó molesta y Alba pasó saliva, aunque Cris no lo vio. —Vine a verificar que todos los regalos llegaran en buen estado, hermanita —contesté relajado, como si no me hubiese cogido hacía unos minutos a su novia. —¿Así que fuiste tú, estúpido? —me recriminó. Alba, disimuladamente, le soltó la mano y la miró con tristeza, lo que hizo que me levantara y mirara muy enojado a Cristel. —¿Soy estúpido por defender a Alba? —pregunté con indignación. —Ella no necesita todas estas cosas de parte de esa gente asquerosa —replicó mi hermana. —No, me queda claro que no, pero sí se merec