Par de calenturientos… ¡Si te gusta la novela, no te olvides de dejar tu reseña, voto y comentarios!
Gian—Cancela la reunión con los Clarke, no hay trato —le informé a Louisa, mi asistente. —¿Cómo? —La mujer parpadeó varias veces y se acomodó los anteojos, que se le habían deslizado por la nariz. —Lo que escuchas: no hay trato. También quiero que llames a los Yamamoto, a los Smith y a los Fischer. No quiero sus productos en las tiendas de mis hoteles. —Pero… —Ah, se me olvidaba, también quiero cancelar con los Ferrer. —Señor Lefebvre, no quiero contradecirlo, pero los Ferrer ya están listos para recibir el lote de vinos. —Se les devolverá el importe que justo esta mañana dieron, por eso no hay problema. —Me encogí de hombros—. Solo quiero dejar de tener tratos con ellos. —Esto es muy repentino —dijo Louisa, mortificada—. Tendrá problemas. —Pero tú no, así que no te preocupes y obedece, a no ser que quieras jubilarte antes de tiempo. Louisa me miró con mucha tristeza y miedo. Ella llevaba años trabajando para la familia Lefebvre; sirvió a mi padre desde que comenzó y
Alba¿Cómo se podía extrañar tanto a dos personas al mismo tiempo? Por un lado, estaba Cristel, que después de esa fiesta solo se reportó con un mensaje donde me decía que me amaba, que nos veríamos al día siguiente porque quería descansar de la resaca. Por el otro, estaba Gian, que simplemente me dejó sola, que no estaba ahí al despertar. No sé por qué esperaba que estuviera, pero no podía mentirme; me creé expectativas. ¿Por qué, a pesar de saberme deseada por dos personas absolutamente irresistibles, me sentía tan sola? —¿Por qué me dejas sola, Cris? Tu hermano me acecha —susurré desesperada y agobiada mientras desayunaba sin prisas. Mi gerente me había mandado un mensaje para decirme que me daba el día libre, lo cual solo me confirmó que Gian era el nuevo propietario de las librerías, las cuales pronto cambiarían su nombre. Era un misterio, pero me imaginaba que se llamarían Lefebvre; no podía ser de otra manera. El resto del día no hice gran cosa: solo limpié el departam
GianAlba estaba pegada a la pared de la ducha, y contemplé su espalda mojada con fascinación. Su cabello corto me daba más visibilidad, cosa que agradecía, dadas las circunstancias.Sonreí otra vez y acaricié su entrada con la punta de mi pene. Sabía que sería más difícil entrar por culpa de lo mojados que estábamos, pero de todos modos le alcé la pierna y me enterré en su interior.Ella gimió suavemente y noté cómo convertía sus manos en puños y cómo se mordía los labios. No solo era placentero penetrarla, sino también ver sus reacciones de placer.No estábamos cansados, a pesar de haber estado juntos dos veces antes de venir a parar a la ducha. Alba, tal como me lo imaginé, era una persona muy sexual, diferente al resto.—Gian, nadie me penetra como tú —expresó, perdida en sus pensamientos, y mi excitación aumentó.—Es que nadie te desea como yo —murmuré, y ella soltó una risita.—¿Entonces soy fea? ¿Nadie puede desearme a un nivel alto?—¿Qué clase de respuesta es esa? —repliqué di
Gian—¡Mi amor! —gritó Cristel antes de abalanzarse sobre ella y besarla. En ese momento quise apartarla, gritarle que ella era mía, pero solo me limité a apretar la mandíbula y observarlas. Alba todavía correspondía a los besos de Cristel, señal de que la quería, que estaba haciendo bien al callarme. Cuando frenaron el beso, mi hermana se percató de mi presencia y frunció el ceño. —¿Qué haces aquí? —indagó molesta y Alba pasó saliva, aunque Cris no lo vio. —Vine a verificar que todos los regalos llegaran en buen estado, hermanita —contesté relajado, como si no me hubiese cogido hacía unos minutos a su novia. —¿Así que fuiste tú, estúpido? —me recriminó. Alba, disimuladamente, le soltó la mano y la miró con tristeza, lo que hizo que me levantara y mirara muy enojado a Cristel. —¿Soy estúpido por defender a Alba? —pregunté con indignación. —Ella no necesita todas estas cosas de parte de esa gente asquerosa —replicó mi hermana. —No, me queda claro que no, pero sí se merec
AlbaDespués de que ellos se fueron, no me sentí más tranquila; por el contrario, me angustiaba la idea de que pelearan por mí, de que a Gian se le soltara la boca y dijera algo sobre nosotros. —No, no va a pasar —dije para convencerme a mí misma. Por un momento, me planteé si ir a trabajar era lo mejor. Después de todo, mi padre estaría trabajando, Gabrielle, con suerte, en casa, pero bastante ocupada redactando un artículo que le habían pedido en la revista para la que trabajaba. Ella aún se estaba abriendo camino, pero cada vez iban cobrando más fuerza sus artículos. A pesar de mis pocas ganas de molestar, mi ansiedad pudo conmigo y llamé a Gabrielle. Ir a donde mamá no era opción en esos momentos, aunque ella me pidiera de vez en cuando que fuera. No podía llegar y decirle: «¿Qué crees? ¡Me está fascinando un hombre!». Pese a ser tan convencional y moralista, seguramente en su fuero interno se alegraría de ello, de que volviera al "camino recto". Odiaba ser bisexual. Odiab
AlbaGabrielle abrió mucho los ojos y la boca, al mismo tiempo que se le escapaba un jadeo. Aun así, no veía rastro de enojo o juicio, cosa que me animó a contarle cómo pasaron las cosas. —Es lo que pensé —suspiró cuando terminó de escucharme—. La relación con Cristel no te llena del todo. —¿Qué? —No dudo que adores a Cristel, incluso que te enamoraras de ella o que tengas sexo placentero a su lado, pero no te hace sentir completa. —Pero… —Mi amor, lo que estás haciendo no está bien, eso no hay que perderlo de vista —dijo muy seria. Por alguna razón, aquello me hacía sentir mejor; no me juzgaba, pero tampoco me aplaudía—. Sin embargo, tampoco eres una zorra, no te denigres de esa forma. Simplemente, ese hombre te gusta a tal grado que caíste ante él. —No pude evitarlo, caí como una idiota, y apenas lo conozco. Él también dice sentir cosas por mí; incluso me defendió de las personas que me hicieron malas caras en su fiesta de cumpleaños —murmuré cabizbaja—. Cristel se enfadó
GianEl apartamento del padre de Alba era más pequeño de lo que me había imaginado, dado el tamaño del edificio. Me sentía como si estuviese dentro de la casa del árbol que alguna vez tuvo Cristel en su infancia, pero que, sin embargo, ella terminó incendiando. Nunca supimos a ciencia cierta por qué lo hizo, pero se disculpó con verdadero arrepentimiento y nunca más volvió a tener un comportamiento así. Lo único que decía entre palabras entrecortadas era «niña», «triste» y «casa». A día de hoy, nadie había conseguido sacarle esa información. ¿Por qué pensaba en incendios mientras trataba de concentrarme en las preguntas que la madrastra de Alba me hacía? Porque sentía la mirada de ella fija en mí y me quemaba de una forma excitante. Alba también pensaba en cuánto me deseaba. Contestar las preguntas de Gabrielle fue fácil, aunque admitía estar sorprendido porque sabía de lo que estaba hablando. Incluso sabía que nuestro vino más costoso, Château Lefebvre, era un primer cru. Había
GianAlba gimió mientras la volteaba y la pegaba a la pared. En poco tiempo estuve dentro de ella; solo hizo falta bajarnos un poco los pantalones. Su vagina estaba bastante lubricada, señal de que ansiaba esto, de que estaba lista para mí. Hacer esto al aire libre era de lo más excitante, pero lo que más me encendía era ella, saberla mía. —Alba, amor, no vuelvas a hacer lo que hiciste —le advertí entre estocadas. Ella se tensó—. Dejar abandonado a tu chófer no es de buena educación. —P-Pero… —Me preocupé mucho, ¿lo sabías? —Lo siento —susurró. —Disculpas aceptadas, pero si vuelve a pasar, voy a hacerte esto frente a todo el mundo. Alba gimió en respuesta mientras hacía puños las manos. Mi pene resbalaba con suavidad por su apretada y mojada cavidad, causando que me endureciera más y más cada vez. —Gian, Gian —musitó. —¿Dejarás que siga haciendo esto? —Sí, sí quiero. Posiblemente se arrepentiría, pero como sabía que volvería a suceder de cualquier manera, sonreí y m