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GianEl apartamento del padre de Alba era más pequeño de lo que me había imaginado, dado el tamaño del edificio. Me sentía como si estuviese dentro de la casa del árbol que alguna vez tuvo Cristel en su infancia, pero que, sin embargo, ella terminó incendiando. Nunca supimos a ciencia cierta por qué lo hizo, pero se disculpó con verdadero arrepentimiento y nunca más volvió a tener un comportamiento así. Lo único que decía entre palabras entrecortadas era «niña», «triste» y «casa». A día de hoy, nadie había conseguido sacarle esa información. ¿Por qué pensaba en incendios mientras trataba de concentrarme en las preguntas que la madrastra de Alba me hacía? Porque sentía la mirada de ella fija en mí y me quemaba de una forma excitante. Alba también pensaba en cuánto me deseaba. Contestar las preguntas de Gabrielle fue fácil, aunque admitía estar sorprendido porque sabía de lo que estaba hablando. Incluso sabía que nuestro vino más costoso, Château Lefebvre, era un primer cru. Había
GianAlba gimió mientras la volteaba y la pegaba a la pared. En poco tiempo estuve dentro de ella; solo hizo falta bajarnos un poco los pantalones. Su vagina estaba bastante lubricada, señal de que ansiaba esto, de que estaba lista para mí. Hacer esto al aire libre era de lo más excitante, pero lo que más me encendía era ella, saberla mía. —Alba, amor, no vuelvas a hacer lo que hiciste —le advertí entre estocadas. Ella se tensó—. Dejar abandonado a tu chófer no es de buena educación. —P-Pero… —Me preocupé mucho, ¿lo sabías? —Lo siento —susurró. —Disculpas aceptadas, pero si vuelve a pasar, voy a hacerte esto frente a todo el mundo. Alba gimió en respuesta mientras hacía puños las manos. Mi pene resbalaba con suavidad por su apretada y mojada cavidad, causando que me endureciera más y más cada vez. —Gian, Gian —musitó. —¿Dejarás que siga haciendo esto? —Sí, sí quiero. Posiblemente se arrepentiría, pero como sabía que volvería a suceder de cualquier manera, sonreí y m
Alba Cristel dormía a mi lado plácidamente, aferrada a mi cintura. En cualquier otra circunstancia habría sido feliz por esto, pero ahora me sentía miserable. ¿Por qué no podía alegrarme de tenerla conmigo? ¿Qué me pasaba? Pensar en la verdadera respuesta me aturdía el cerebro. No, yo no podía haber dejado de amar a Cris. Ella era hermosa, buena, me amaba a mí. Me giré hacia ella y la besé. Cristel se removió y abrió los ojos. —Lo siento si te desperté —susurré. —No me importa, mi amor, me gusta. —¿Ahora sí te gusta? Odias que te despierten —me reí. —Ya no me enojaré contigo por nada. No puedo, no te quiero perder. —Cris… —No digas nada, amor, sigamos durmiendo —susurró. —Bien, pero antes necesito ir al baño. —Okey, te espero. —Sí. Me levanté y vi que ella se quedó dormida de nuevo, por lo que tomé mi celular y me dirigí al baño. Mi intención no era escribirle a Gian, pero sí ver su foto. No obstante, tenía un mensaje de él que decía: «Quiero que esta sea la
AlbaTenía que investigarlo. Sí, pero no de una forma acosadora; debía ser inteligente. Mi padre no era un detective, solo un oficial de tránsito, pero me había enseñado a investigar lo que me parecía sospechoso.Lo que me había dicho Cristel me había hecho pensar. Recordé aquella llamada que recibió cuando nos acostamos, y cómo siempre él se defendía sin importarle lo que dijeran los demás. Solo Nerea podía darme esa respuesta, pero... ¿cómo podía contactarla?Me devané los sesos durante toda la tarde en la librería. Muchos clientes, entre risas, me decían que me llamaba igual que el local, lo cual fingía que me hacía gracia, pero nada más lejos de la realidad. Ese tipo de detalles me hacían sentir peor, sobre todo porque no venían de mi pareja.Gian y yo éramos amantes. A pesar de que sabía que me estaba enamorando de él, seguimos siéndolo; Cristel continuaba siendo mi novia.Al final de la jornada, deseé volver a casa y descansar, pero me sobresalté al encontrarme con Gian afuera.
Alba—Perdón por tocar esto —dije mientras bloqueaba el celular.—Te faltó revisar las conversaciones —respondió.—No, no es…—Solo tengo negocios y algunas charlas tontas con mamá y Cris, pero puedes revisarlo.—¿No tienes charlas con mujeres?—Las tenía, pero las borré hace mucho —admitió, incómodo—. Llevo bastante tiempo sin salir con nadie; solo me dediqué a mi viñedo. No te mentiré, me acosté con mujeres, pero…—Ya no me digas más, Gian, no quiero enfadarme —gruñí.—¿Y yo no puedo enfadarme por qué te dejaste tocar por ella? —farfulló.—Es mi novia.—¿Te gusta que te coma? —preguntó con voz ronca mientras intentaba colar su mano entre mis piernas.—Sí, me pone mucho —gemí para provocarlo.—Mierda, esto me excita. Dime qué es lo que te hace.Era retorcido que se excitara pensando en su hermana tocándome, pero estaba tan caliente que se lo dije todo de forma muy explícita.Nos costó mucho controlarnos de camino a la habitación del hotel, y no pudimos evitar sucumbir un poco en el as
GianCristel me llamó, como era de esperarse, en la madrugada. Como no contesté a sus llamadas, decidió bombardearme con mensajes sobre por qué demonios me había llevado a Alba al hotel. No contesté y borré sus mensajes, como estaba acostumbrado a hacer. Y no solo era por Alba, sino porque detestaba tener pruebas en el celular de lo que hacíamos. Mejor dicho, de lo que ella hacía. Cristel estaba obsesionada con la idea de verme acostarme con sus parejas. A mí también me pareció excitante en un principio, pero el juego me había comenzado a fastidiar, mucho más desde que Alba llegó a mi vida. No podía perderla por un estúpido juego, así que me la llevaría lo más pronto posible, aunque antes tenía que lograr que se enamorara de mí, que de verdad quisiera dejar a Cristel. Aún se aferraba a la idea de que no podía dejarla. Cristel estaba jugando sus cartas, chantajeando emocionalmente a Alba, pero no lo lograría. Alba se rendiría; vendría conmigo. Alba se removía en la cama cuando me
Gian«Me vuelves loca, necesito tu cuerpo, a ti». «Gian, yo tampoco puedo vivir sin que me toques.» Las palabras de Alba eran imposibles de sacar de mi mente y me tenían duro casi todo el tiempo. Cada vez me costaba más disimular que la necesitaba como a una maldita droga. No tenerla cerca me ponía de los nervios, tembloroso, y me hacía imaginar que se acostaba con Cristel. Mi estómago ardía de rabia cada vez que recordaba aquello; el pecho se me oprimía y me faltaba el aliento. Ya no podía esperar más; Alba tenía que estar conmigo, sentada en mis piernas siempre, siendo mía. —Señor Lefebvre, necesito pasar —dijo Louisa desde afuera. —Adelante —contesté con el tono más amable que pude. Louisa pasó y, en sus manos, tenía una revista, lo cual ya me imaginaba qué era. —No nos informó sobre esto. —Alzó la revista y lo primero que vi fue mi cara en la portada—. Sus socios están desconcertados por su actitud. —¿Y por qué? Hablé desde la perspectiva de un vinicultor, no como
AlbaEsta vez no me sentía tan aprehensiva con respecto a ir a visitar a mi suegra —o tal vez no fuera correcto llamarla de esa manera, dadas las circunstancias—, e incluso me alegraba de verla en un contexto más informal que una fiesta. Opté por ponerme una camisa de tirantes blanca, fajada con una falda marrón claro y mis tenis más impolutos y blancos que tenía. Apenas los había usado una vez, así que básicamente iba de estreno. —Estás preciosa —me elogió Cristel mientras subíamos las escaleras de la entrada. Ella iba con jeans muy ajustados y una camisa casi igual a la mía, lo que me hacía sentir cómoda con mi imagen—. Tengo a la novia más hermosa. —Tú también estás hermosa —contesté, pero mi tono no sonó tan entusiasta como el de ella. —No estés nerviosa; solo estará mi mamá y su mejor amiga, Lucrecia. ¿La recuerdas? —Sí, desde luego que sí —sonreí. Al menos la comida no sería tan incómoda. —Gian no estará; parece ser que su novia llegó al hotel y, pues... tienen plane