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Alba—Perdón por tocar esto —dije mientras bloqueaba el celular.—Te faltó revisar las conversaciones —respondió.—No, no es…—Solo tengo negocios y algunas charlas tontas con mamá y Cris, pero puedes revisarlo.—¿No tienes charlas con mujeres?—Las tenía, pero las borré hace mucho —admitió, incómodo—. Llevo bastante tiempo sin salir con nadie; solo me dediqué a mi viñedo. No te mentiré, me acosté con mujeres, pero…—Ya no me digas más, Gian, no quiero enfadarme —gruñí.—¿Y yo no puedo enfadarme por qué te dejaste tocar por ella? —farfulló.—Es mi novia.—¿Te gusta que te coma? —preguntó con voz ronca mientras intentaba colar su mano entre mis piernas.—Sí, me pone mucho —gemí para provocarlo.—Mierda, esto me excita. Dime qué es lo que te hace.Era retorcido que se excitara pensando en su hermana tocándome, pero estaba tan caliente que se lo dije todo de forma muy explícita.Nos costó mucho controlarnos de camino a la habitación del hotel, y no pudimos evitar sucumbir un poco en el as
GianCristel me llamó, como era de esperarse, en la madrugada. Como no contesté a sus llamadas, decidió bombardearme con mensajes sobre por qué demonios me había llevado a Alba al hotel. No contesté y borré sus mensajes, como estaba acostumbrado a hacer. Y no solo era por Alba, sino porque detestaba tener pruebas en el celular de lo que hacíamos. Mejor dicho, de lo que ella hacía. Cristel estaba obsesionada con la idea de verme acostarme con sus parejas. A mí también me pareció excitante en un principio, pero el juego me había comenzado a fastidiar, mucho más desde que Alba llegó a mi vida. No podía perderla por un estúpido juego, así que me la llevaría lo más pronto posible, aunque antes tenía que lograr que se enamorara de mí, que de verdad quisiera dejar a Cristel. Aún se aferraba a la idea de que no podía dejarla. Cristel estaba jugando sus cartas, chantajeando emocionalmente a Alba, pero no lo lograría. Alba se rendiría; vendría conmigo. Alba se removía en la cama cuando me
Gian«Me vuelves loca, necesito tu cuerpo, a ti». «Gian, yo tampoco puedo vivir sin que me toques.» Las palabras de Alba eran imposibles de sacar de mi mente y me tenían duro casi todo el tiempo. Cada vez me costaba más disimular que la necesitaba como a una maldita droga. No tenerla cerca me ponía de los nervios, tembloroso, y me hacía imaginar que se acostaba con Cristel. Mi estómago ardía de rabia cada vez que recordaba aquello; el pecho se me oprimía y me faltaba el aliento. Ya no podía esperar más; Alba tenía que estar conmigo, sentada en mis piernas siempre, siendo mía. —Señor Lefebvre, necesito pasar —dijo Louisa desde afuera. —Adelante —contesté con el tono más amable que pude. Louisa pasó y, en sus manos, tenía una revista, lo cual ya me imaginaba qué era. —No nos informó sobre esto. —Alzó la revista y lo primero que vi fue mi cara en la portada—. Sus socios están desconcertados por su actitud. —¿Y por qué? Hablé desde la perspectiva de un vinicultor, no como
AlbaEsta vez no me sentía tan aprehensiva con respecto a ir a visitar a mi suegra —o tal vez no fuera correcto llamarla de esa manera, dadas las circunstancias—, e incluso me alegraba de verla en un contexto más informal que una fiesta. Opté por ponerme una camisa de tirantes blanca, fajada con una falda marrón claro y mis tenis más impolutos y blancos que tenía. Apenas los había usado una vez, así que básicamente iba de estreno. —Estás preciosa —me elogió Cristel mientras subíamos las escaleras de la entrada. Ella iba con jeans muy ajustados y una camisa casi igual a la mía, lo que me hacía sentir cómoda con mi imagen—. Tengo a la novia más hermosa. —Tú también estás hermosa —contesté, pero mi tono no sonó tan entusiasta como el de ella. —No estés nerviosa; solo estará mi mamá y su mejor amiga, Lucrecia. ¿La recuerdas? —Sí, desde luego que sí —sonreí. Al menos la comida no sería tan incómoda. —Gian no estará; parece ser que su novia llegó al hotel y, pues... tienen plane
AlbaEn cuanto cerramos la puerta de su oficina, la ropa comenzó a desaparecer. Gian me alzó y me sentó en su escritorio, abriendo mis piernas para dejarme penetrar. —Grita, amor, grita para que todos se enteren de que eres mi mujer —me pidió mientras me embestía de forma apasionada. —Gian, yo... —Te amo, Alba, no voy a permitir que te cases con ella. Estás conmigo, amor, solo conmigo. Gemí muy fuerte ante esas palabras. Yo también sentía que lo amaba con todo el corazón, que no me importaba nada más que él, que sentirlo. No llevaba demasiado tiempo conociéndolo; sabía que el enamoramiento no era lo mismo que sentir amor, pero en el fondo de mi corazón sentía que él era la persona con la que debía y quería estar siempre. Los dos nos amábamos de una forma desesperada. —Yo también te amo, Gian —confesé. —Lo sé, claro que lo sé, sé cuánto me amas —murmuró antes de besarme. Que se hubiese sorprendido de mis sentimientos habría sido lindo, pero que lo supiera y estuviera con
AlbaCristel me había buscado como una loca antes de que me mudara, pero Gian no le permitió que me impidiera sacar mis cosas e irme a donde mi padre, donde tuve que refugiarme. Y fue ahí que contactó a mi madre para que me obligara a resolver la situación. Así que aquí estaba, frente a ella y en su casa. —¿Qué fue lo que pasó? —me preguntó molesta, tal como esperaba—. Tu novia —arrugó la nariz ante la palabra— me llamó y te buscó. Por supuesto, soy educada y le dije que no estabas viviendo conmigo, pero que te contactaría. —Gracias por llamar —respondí con un tono seco. —Ojalá vinieras más a menudo. —Tú no aceptabas a mi novia, así que... —Sabes que no estoy de acuerdo, y no me cabe en la cabeza que seas homosexual —gruñó. —¿Te doy asco? —No, no me das asco; eres mi hija, pero no estoy de acuerdo —contestó, frunciendo el ceño. Sentí que mi corazón se apretaba. Esto sí que no lo esperaba. Podía ser muy homofóbico de su parte, pero yo lo sentía como un avance. —No so
Alba—Dios, tú vas a matarme de un infarto —se quejó mi padre cuando le conté la noticia durante el desayuno. Gabrielle me había ayudado a contarle todo lo ocurrido, y aunque se molestó un poco y me pidió un tiempo para asimilar la situación, al final me abrazó y me apoyó. —Lo siento, papá, sé que te decepciono, pero… —Dices otra vez algo así y te doy el jalón de orejas que nunca te di —refunfuñó, enfadado, y Gabrielle asintió. —Y yo le jalo la otra —murmuró, lo que me hizo reír. —Eres mi orgullo, hija. Con tus errores, con tus aciertos, me siento orgulloso —dijo papá mientras acariciaba mi mejilla. Sentí mis ojos picar y besé su mano. —Gracias por no juzgarme, papá —susurré. —Nunca lo haría. Desde luego, eso no quiere decir que aplauda tus acciones; tienes que afrontar las consecuencias de tus actos, sean buenas o malas. —Lo sé, papá —asentí. —El señor Lefebvre tiene que saberlo; tiene que hacerse cargo del bebé, o al menos saberlo. —Quiero hacerlo pronto; no pie
Alba—Hija, reacciona, por Dios, ¿qué pasa? —me preguntó una vez más. Gabrielle estaba detrás de él, observándonos espantada.—¡Cristel quiere matar a Gian! —le grité, luego de tomar una gran bocanada de aire.Mi pecho ardía y no podía parar de respirar agitada.—¿Qué?—Le dije que estoy embarazada y que...—¿A dónde crees que hayan ido? —me preguntó con seriedad.—A las oficinas del hotel Lefebvre. Gian trabaja ahí siempre.—Bien, iré yo, pero...—No, no, yo tengo acceso al hotel —le dije—. Solo quiero que me lleves.—Estás embarazada, no te puedes poner en riesgo.—No lo haré, lo prometo, pero quiero ir a detener todo esto. Seguro que Cristel me escuchará y se va a detener.—Bien, vamos.—Tengan mucho cuidado —nos pidió una angustiada Gabrielle.Papá y yo salimos del edificio y nos montamos en la moto. Durante el camino, me abracé fuerte a él y recé para que llegáramos a tiempo. Papá, al ser oficial de tránsito, no iba a exceso de velocidad, pero yo no me sentía en las condiciones de