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Gian«Me vuelves loca, necesito tu cuerpo, a ti». «Gian, yo tampoco puedo vivir sin que me toques.» Las palabras de Alba eran imposibles de sacar de mi mente y me tenían duro casi todo el tiempo. Cada vez me costaba más disimular que la necesitaba como a una maldita droga. No tenerla cerca me ponía de los nervios, tembloroso, y me hacía imaginar que se acostaba con Cristel. Mi estómago ardía de rabia cada vez que recordaba aquello; el pecho se me oprimía y me faltaba el aliento. Ya no podía esperar más; Alba tenía que estar conmigo, sentada en mis piernas siempre, siendo mía. —Señor Lefebvre, necesito pasar —dijo Louisa desde afuera. —Adelante —contesté con el tono más amable que pude. Louisa pasó y, en sus manos, tenía una revista, lo cual ya me imaginaba qué era. —No nos informó sobre esto. —Alzó la revista y lo primero que vi fue mi cara en la portada—. Sus socios están desconcertados por su actitud. —¿Y por qué? Hablé desde la perspectiva de un vinicultor, no como
AlbaEsta vez no me sentía tan aprehensiva con respecto a ir a visitar a mi suegra —o tal vez no fuera correcto llamarla de esa manera, dadas las circunstancias—, e incluso me alegraba de verla en un contexto más informal que una fiesta. Opté por ponerme una camisa de tirantes blanca, fajada con una falda marrón claro y mis tenis más impolutos y blancos que tenía. Apenas los había usado una vez, así que básicamente iba de estreno. —Estás preciosa —me elogió Cristel mientras subíamos las escaleras de la entrada. Ella iba con jeans muy ajustados y una camisa casi igual a la mía, lo que me hacía sentir cómoda con mi imagen—. Tengo a la novia más hermosa. —Tú también estás hermosa —contesté, pero mi tono no sonó tan entusiasta como el de ella. —No estés nerviosa; solo estará mi mamá y su mejor amiga, Lucrecia. ¿La recuerdas? —Sí, desde luego que sí —sonreí. Al menos la comida no sería tan incómoda. —Gian no estará; parece ser que su novia llegó al hotel y, pues... tienen plane
AlbaEn cuanto cerramos la puerta de su oficina, la ropa comenzó a desaparecer. Gian me alzó y me sentó en su escritorio, abriendo mis piernas para dejarme penetrar. —Grita, amor, grita para que todos se enteren de que eres mi mujer —me pidió mientras me embestía de forma apasionada. —Gian, yo... —Te amo, Alba, no voy a permitir que te cases con ella. Estás conmigo, amor, solo conmigo. Gemí muy fuerte ante esas palabras. Yo también sentía que lo amaba con todo el corazón, que no me importaba nada más que él, que sentirlo. No llevaba demasiado tiempo conociéndolo; sabía que el enamoramiento no era lo mismo que sentir amor, pero en el fondo de mi corazón sentía que él era la persona con la que debía y quería estar siempre. Los dos nos amábamos de una forma desesperada. —Yo también te amo, Gian —confesé. —Lo sé, claro que lo sé, sé cuánto me amas —murmuró antes de besarme. Que se hubiese sorprendido de mis sentimientos habría sido lindo, pero que lo supiera y estuviera con
AlbaCristel me había buscado como una loca antes de que me mudara, pero Gian no le permitió que me impidiera sacar mis cosas e irme a donde mi padre, donde tuve que refugiarme. Y fue ahí que contactó a mi madre para que me obligara a resolver la situación. Así que aquí estaba, frente a ella y en su casa. —¿Qué fue lo que pasó? —me preguntó molesta, tal como esperaba—. Tu novia —arrugó la nariz ante la palabra— me llamó y te buscó. Por supuesto, soy educada y le dije que no estabas viviendo conmigo, pero que te contactaría. —Gracias por llamar —respondí con un tono seco. —Ojalá vinieras más a menudo. —Tú no aceptabas a mi novia, así que... —Sabes que no estoy de acuerdo, y no me cabe en la cabeza que seas homosexual —gruñó. —¿Te doy asco? —No, no me das asco; eres mi hija, pero no estoy de acuerdo —contestó, frunciendo el ceño. Sentí que mi corazón se apretaba. Esto sí que no lo esperaba. Podía ser muy homofóbico de su parte, pero yo lo sentía como un avance. —No so
Alba—Dios, tú vas a matarme de un infarto —se quejó mi padre cuando le conté la noticia durante el desayuno. Gabrielle me había ayudado a contarle todo lo ocurrido, y aunque se molestó un poco y me pidió un tiempo para asimilar la situación, al final me abrazó y me apoyó. —Lo siento, papá, sé que te decepciono, pero… —Dices otra vez algo así y te doy el jalón de orejas que nunca te di —refunfuñó, enfadado, y Gabrielle asintió. —Y yo le jalo la otra —murmuró, lo que me hizo reír. —Eres mi orgullo, hija. Con tus errores, con tus aciertos, me siento orgulloso —dijo papá mientras acariciaba mi mejilla. Sentí mis ojos picar y besé su mano. —Gracias por no juzgarme, papá —susurré. —Nunca lo haría. Desde luego, eso no quiere decir que aplauda tus acciones; tienes que afrontar las consecuencias de tus actos, sean buenas o malas. —Lo sé, papá —asentí. —El señor Lefebvre tiene que saberlo; tiene que hacerse cargo del bebé, o al menos saberlo. —Quiero hacerlo pronto; no pie
Alba—Hija, reacciona, por Dios, ¿qué pasa? —me preguntó una vez más. Gabrielle estaba detrás de él, observándonos espantada.—¡Cristel quiere matar a Gian! —le grité, luego de tomar una gran bocanada de aire.Mi pecho ardía y no podía parar de respirar agitada.—¿Qué?—Le dije que estoy embarazada y que...—¿A dónde crees que hayan ido? —me preguntó con seriedad.—A las oficinas del hotel Lefebvre. Gian trabaja ahí siempre.—Bien, iré yo, pero...—No, no, yo tengo acceso al hotel —le dije—. Solo quiero que me lleves.—Estás embarazada, no te puedes poner en riesgo.—No lo haré, lo prometo, pero quiero ir a detener todo esto. Seguro que Cristel me escuchará y se va a detener.—Bien, vamos.—Tengan mucho cuidado —nos pidió una angustiada Gabrielle.Papá y yo salimos del edificio y nos montamos en la moto. Durante el camino, me abracé fuerte a él y recé para que llegáramos a tiempo. Papá, al ser oficial de tránsito, no iba a exceso de velocidad, pero yo no me sentía en las condiciones de
AlbaMi padre no se enteró de lo acontecido dentro del hotel. Para cuando salí, yo ya estaba serena y le mentí, diciéndole que todos habíamos conversado, que Cristel se dio por vencida. Pero nada más lejos de la puta realidad.La verdad era que algo dentro de mí se había encendido, un espíritu vengativo que no sabía que poseía, pero que me daba muchas ganas de utilizar. Los lastimaría sin contemplaciones, jugaría con su amor, su confianza y su intimidad, tal y como ellos hicieron conmigo. Mi plan debía desarrollarse poco a poco, pero a grandes rasgos sabía lo que tenía que hacer.Me arreglé lo más hermosa que pude para la cita que tendría con Gian, quien me había invitado a cenar. Mis ganas de ir eran nulas; ya no me daba emoción verlo, sino mucho asco. De pronto, todo mi amor por él se había ido muy al fondo de mi corazón, y lo invadía el odio y la rabia. Sabía que dentro de mí todavía lo deseaba y temblaba de amor por él, pero aquello no me vencería.—Te ves hermosa, amor —me dijo
CristelMi cuerpo se balanceaba una y otra vez mientras miraba a la nada y dejaba que el agua me cayera sobre el cuerpo. Si dejaba de abrazarme a mis piernas, iba a romperme.La única persona que podía lograr que me recuperara era mi Alba, pero ella se había enamorado de Gian. —Te odio, te odio, Gian, te odio, me traicionaste, maldito hijo de puta —sollocé.Maldecía la hora en que accedí a volver a realizar ese juego morboso. Debí prever que Alba sentía debilidad por los hombres, que en cualquier momento podía dejarme por él, pero... ¿cómo putas iba a imaginar que Gian quería a Alba? Él nunca se había enamorado de nadie, no demostraba sentimientos por ninguna mujer, solo por mamá y por mí.¿Cómo pude dejar que mi ansiedad volviera a ganarme? Me habría perdido de deliciosos orgasmos con semejantes visiones, pero aún tendría el amor de Alba. Ahora ella estaba entre los brazos de él, disfrutando del amor que nació entre ambos. —Alba, Alba, Alba —gimoteé. La extrañaba demasiado; lleva