AlbaNi mi padre ni Gabi le hicieron preguntas a Gian y lo dejaron ir por temor a que él los echara, pero se les notaba en las caras que no estaban del todo cómodos al verlo salir. —No sabes cuánto esperé este momento, aunque me hubiera gustado más que fuera en otras circunstancias —dijo papá mientras me abrazaba.—¿Estás bien, cariño? —inquirió Gabi, acariciando mi hombro—. ¿Él no te hizo daño?—No, no lo hizo —mentí—. La situación es mala, pero estoy bien. —No creo del todo que estés bien. Ese malnacido te tiene controlada todo el tiempo. —Es algo que yo me busqué —repuse con tristeza—. Ya me resigné a esto, a que por ahora tengo que hacer caso de todo lo que me diga. —¡Eso no es justo! —exclamó Gabi, indignada—. Cometiste errores, claro, pero ¿por qué él no se mira su propia nariz?—Supongo que porque es narcisista —bromeé—. No, en realidad se siente muy herido. Pero no me importa; ahora solo quiero estar cerca de ustedes y que mi bebé nazca sano.—Nacerá saludable —afirmó
GianGiré muchas veces en mi cama sin lograr dormir. Cuando comprendí que no podría pegar ojo, me levanté y salí de mi habitación en busca de agua a la cocina.«Tu hermana se comprometió». Las palabras que mi madre me había dicho se repetían constantemente en mi mente. No me importaba lo que hiciera Cristel con su vida, pero sentía una profunda repulsión al pensar que ella, siendo quien había iniciado todo, saliera bien librada, mientras yo me hundía en el infierno. ¿Por qué ella no sufría como yo? ¿Por qué nadie podía entender mi dolor y apoyaban a esas dos traidoras? Sí, yo también era un traidor, pero estaba pagando el precio más alto. Era un suplicio estar lejos de Alba, ver crecer su vientre y no poder tocarla, negarme el simple placer de observar cada ecografía.—Te odio, te odio —murmuré al pensar en mi hermana—. Espero que tu felicidad se derrumbe como la mía.Tomé un trago del agua que me había servido, sintiendo que el líquido me deslizaba por la garganta. En momentos como
AlbaDurante todo el camino al hospital, Gian permaneció callado y pensativo. Sus palabras sobre la cesárea resonaban en mi mente, pero tenía miedo de protestar por temor a que se enfureciera y ordenara que me hicieran dar a luz ese mismo día.Mi bebé pateó, y toqué suavemente mi vientre cuando llegamos al hospital.—¿Se está moviendo? —preguntó Gian.—Sí —respondí sin apartar la mirada de mi vientre, al cual le estaban saliendo bultos—. Está muy activo.—Es un niño sano.De nuevo, puso la mano sobre mi vientre, lo que hizo que mi corazón se acelerara. —Sí, él será bien criado —murmuré.Gian apartó la mano bruscamente. Alcé la mirada y me encontré con su expresión consternada y molesta.—No lo digo para ofenderte —le aclaré—. Los dos nos hemos equivocado, pero estoy segura de que, a pesar de ello, haremos un buen trabajo juntos.No me respondió, sino que volvió a mirar mi vientre. Su expresión no cambió, pero volvió a posar las manos sobre nuestro hijo y asintió.—Sí, tienes razón. L
GianA pesar de no querer creerlo, estaba sucediendo. Alba y nuestro hijo corrían peligro por mi culpa, por haber hecho algo que llevaba meses tratando de evitar. La simple idea de que ella rehiciera su vida con otro hombre me volvió loco y no me dejó pensar en las consecuencias de mis acciones. Alba, aunque siempre se mostraba dócil ante mí, todavía era susceptible a mis amenazas.—Doctora, por favor —rogué en la puerta de la habitación—. Necesito pasar, soy su padre, pareja de Alba.—Alba no quiere que usted esté dentro; eso solo la alterará. Y no, no me intente mentir, ustedes no son pareja.—Por favor —imploré—. Tengo derecho.—Ella tiene mayor derecho a que se respete su voluntad en el parto. Y no lo quiere a usted. En cuanto al cobro de honorarios, de ser necesario, se le apoyará con opciones de seguros médicos, así que…—No, no puedo permitir eso. Yo me haré responsable de todos los gastos.—De todos modos, no puede exigir entrar. Ella sigue muy alterada; apenas pudimos control
AlbaEl dolor cada vez era más insoportable. Había pedido la epidural, pero todo se estaba dando tan rápido que el anestesiólogo dijo que definitivamente no habría tiempo para que hiciera efecto.—Nena, tú puedes —me dijo papá, sujetándome la mano—. Creo en ti, eres la mujer más valiente del jodido mundo.—Gracias por estar aquí —le dije cuando pasó una de las contracciones—. Perdóname por traumatizarte.Sí, me quedaba claro que para ninguno de los dos era cómodo esto. Una cosa era que me hubiese cambiado los pañales cuando era bebé y otra muy distinta que estuviera viendo cómo mi vagina se volvía gigante para dejar pasar a mi hijo.Gian estaba callado, a pocos metros de la cama. De vez en cuando lo miraba y notaba un dolor inhumano en su mirada. Tenerlo cerca me lastimaba mucho, pero tampoco podía negarle el poder contemplar el nacimiento de Aian; así que esta fue la solución más adecuada que encontré y la que más me tranquilizó.—Puja —me indicó la doctora—. Ya viene, preciosa, ya vi
AlbaMi pequeño se lanzó a mis brazos en cuanto crucé la puerta. Me había extrañado mucho, pero yo lo había extrañado aún más.—Mi precioso, ya estoy aquí —le dije, como siempre.—Dios mío, qué bueno que llegas. Me duelen los oídos —bromeó mamá, acercándose a donde estábamos—. No paraba de decir que ya quería verte.—Lo siento, mamá —me disculpé, avergonzada—. Te juro que intenté llegar más temprano, pero el tráfico estaba terrible.—Por Dios, Alba, solo bromeaba —se rio—. Sabes que amo cuidar a mi nieto. Espero con ansias los viernes.—Y yo, por el contrario, los odio un poco —admití—. Sé que Gian tiene derecho a llevárselo, pero lo extraño mucho. —Te entiendo —suspiró—. Pero recuerda que accediste a ello, así que no vale quejarse.—Pensé que sería menos duro — confesé—. Pero bueno, lo hecho, hecho está.—Sí, hija, lo hecho, hecho está.—Mami, quiero cenar una hamburguesa —dijo mi bebé.—Oh, no. Eso lo comerás cuando te vayas con papá. He preparado otra cosa.Aian protestó, pero no
AlbaHice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado
AlbaAún no me acostumbraba del todo a este edificio. Cristel me había regalado el departamento por mi cumpleaños y, aun así, no se venía aún a vivir conmigo. Ella decía que quería esperar, y en mí guardaba la esperanza de que quisiera casarse conmigo.Muchas veces fantaseaba con nuestra boda, pero en otras ocasiones tenía pensamientos intensivos y se colaba un hombre a la ecuación. Yo era bisexual, pero con más tendencia a gustar de hombres hasta que llegó Cris a mi vida.Antes de ella, yo no me planteaba el matrimonio con una mujer; añoraba mi vestido blanco y a mi esposo de negro. Fui una tonta por pensar que los hombres eran mi camino, estuve en el sitio equivocado.Las dos nos subimos al auto y charlamos sobre cosas triviales durante el camino, lo típico. Mi nerviosismo me dio tregua cuando Cristel me dijo que lo importante éramos nosotras, que su hermano no debía opinar.Y le creía. Cristel siempre me ponía por encima de todos.Finalmente, llegamos al restaurante, el cual no era