Gian La consulta no era algo a lo que quisiera asistir. Tenía miedo de emocionarme, de volver a quebrarme como lo había hecho afuera, así que me quedé sentado frente al escritorio mientras a Alba le hacían la ecografía.—¿Ese es mi bebé? —jadeó Alba de pronto.Cerré los ojos, odiando mi latido acelerado y mis ganas de levantarme para ver a mi hijo, para tomar la mano de Alba mientras escuchábamos el latido del corazón. Antes de todo esto, lo habría dado todo por ver juntos la nueva vida que habíamos creado con tanto amor, pero ya no había cabida para eso.—Sí, señorita, ese es su bebé. Está muy fuerte. ¿Quiere escuchar su corazón?—No —respondió ella—. No quiero incomodar a…—Hágalo, reprodúzcalo —pedí, aún con los ojos cerrados.—De acuerdo, señor Lefebvre. Lo pondré.Casi de inmediato, un hermoso sonido resonó en el consultorio. Fue inevitable que se me llenaran los ojos de lágrimas y que sollozara en silencio, sin que Alba ni la doctora me vieran. Quería verlo, disfrutar del momen
Alba Me costó al menos una semana de ruegos por teléfono y una recomendación de la doctora para convencer a Gian de que ya era momento de retomar el contacto con mi familia. Él seguía tan enfurecido conmigo que no creía que tuviera derecho a ver a esas personas que me ayudaron en mi «infame venganza». No obstante, tuvo que acceder por el bien del bebé, para que yo no me sintiera tan sola, rodeada de personas que no conocía y que vigilaban todos mis pasos cuando se me ocurría hacer algo tan simple como salir a tomar un respiro fuera del departamento. Incluso esas cosas me ocasionaban problemas, ya que Gian no deseaba que nadie me viera.—Dios, qué nervios —murmuré mientras trataba de ponerme los pendientes.Primero vería a mi padre y a Gabi, y al día siguiente a mi madre y a mis hermanas. Tenía muchas ganas de recibirlos a todos a la vez, pero tampoco podía estirar demasiado la cuerda.Hice una mueca ante mi reflejo. Me decepcionaba saber que en mis ojos no brillaba la dulce espera, q
AlbaNi mi padre ni Gabi le hicieron preguntas a Gian y lo dejaron ir por temor a que él los echara, pero se les notaba en las caras que no estaban del todo cómodos al verlo salir. —No sabes cuánto esperé este momento, aunque me hubiera gustado más que fuera en otras circunstancias —dijo papá mientras me abrazaba.—¿Estás bien, cariño? —inquirió Gabi, acariciando mi hombro—. ¿Él no te hizo daño?—No, no lo hizo —mentí—. La situación es mala, pero estoy bien. —No creo del todo que estés bien. Ese malnacido te tiene controlada todo el tiempo. —Es algo que yo me busqué —repuse con tristeza—. Ya me resigné a esto, a que por ahora tengo que hacer caso de todo lo que me diga. —¡Eso no es justo! —exclamó Gabi, indignada—. Cometiste errores, claro, pero ¿por qué él no se mira su propia nariz?—Supongo que porque es narcisista —bromeé—. No, en realidad se siente muy herido. Pero no me importa; ahora solo quiero estar cerca de ustedes y que mi bebé nazca sano.—Nacerá saludable —afirmó
GianGiré muchas veces en mi cama sin lograr dormir. Cuando comprendí que no podría pegar ojo, me levanté y salí de mi habitación en busca de agua a la cocina.«Tu hermana se comprometió». Las palabras que mi madre me había dicho se repetían constantemente en mi mente. No me importaba lo que hiciera Cristel con su vida, pero sentía una profunda repulsión al pensar que ella, siendo quien había iniciado todo, saliera bien librada, mientras yo me hundía en el infierno. ¿Por qué ella no sufría como yo? ¿Por qué nadie podía entender mi dolor y apoyaban a esas dos traidoras? Sí, yo también era un traidor, pero estaba pagando el precio más alto. Era un suplicio estar lejos de Alba, ver crecer su vientre y no poder tocarla, negarme el simple placer de observar cada ecografía.—Te odio, te odio —murmuré al pensar en mi hermana—. Espero que tu felicidad se derrumbe como la mía.Tomé un trago del agua que me había servido, sintiendo que el líquido me deslizaba por la garganta. En momentos como
AlbaDurante todo el camino al hospital, Gian permaneció callado y pensativo. Sus palabras sobre la cesárea resonaban en mi mente, pero tenía miedo de protestar por temor a que se enfureciera y ordenara que me hicieran dar a luz ese mismo día.Mi bebé pateó, y toqué suavemente mi vientre cuando llegamos al hospital.—¿Se está moviendo? —preguntó Gian.—Sí —respondí sin apartar la mirada de mi vientre, al cual le estaban saliendo bultos—. Está muy activo.—Es un niño sano.De nuevo, puso la mano sobre mi vientre, lo que hizo que mi corazón se acelerara. —Sí, él será bien criado —murmuré.Gian apartó la mano bruscamente. Alcé la mirada y me encontré con su expresión consternada y molesta.—No lo digo para ofenderte —le aclaré—. Los dos nos hemos equivocado, pero estoy segura de que, a pesar de ello, haremos un buen trabajo juntos.No me respondió, sino que volvió a mirar mi vientre. Su expresión no cambió, pero volvió a posar las manos sobre nuestro hijo y asintió.—Sí, tienes razón. L
GianA pesar de no querer creerlo, estaba sucediendo. Alba y nuestro hijo corrían peligro por mi culpa, por haber hecho algo que llevaba meses tratando de evitar. La simple idea de que ella rehiciera su vida con otro hombre me volvió loco y no me dejó pensar en las consecuencias de mis acciones. Alba, aunque siempre se mostraba dócil ante mí, todavía era susceptible a mis amenazas.—Doctora, por favor —rogué en la puerta de la habitación—. Necesito pasar, soy su padre, pareja de Alba.—Alba no quiere que usted esté dentro; eso solo la alterará. Y no, no me intente mentir, ustedes no son pareja.—Por favor —imploré—. Tengo derecho.—Ella tiene mayor derecho a que se respete su voluntad en el parto. Y no lo quiere a usted. En cuanto al cobro de honorarios, de ser necesario, se le apoyará con opciones de seguros médicos, así que…—No, no puedo permitir eso. Yo me haré responsable de todos los gastos.—De todos modos, no puede exigir entrar. Ella sigue muy alterada; apenas pudimos control
AlbaHice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado
AlbaAún no me acostumbraba del todo a este edificio. Cristel me había regalado el departamento por mi cumpleaños y, aun así, no se venía aún a vivir conmigo. Ella decía que quería esperar, y en mí guardaba la esperanza de que quisiera casarse conmigo.Muchas veces fantaseaba con nuestra boda, pero en otras ocasiones tenía pensamientos intensivos y se colaba un hombre a la ecuación. Yo era bisexual, pero con más tendencia a gustar de hombres hasta que llegó Cris a mi vida.Antes de ella, yo no me planteaba el matrimonio con una mujer; añoraba mi vestido blanco y a mi esposo de negro. Fui una tonta por pensar que los hombres eran mi camino, estuve en el sitio equivocado.Las dos nos subimos al auto y charlamos sobre cosas triviales durante el camino, lo típico. Mi nerviosismo me dio tregua cuando Cristel me dijo que lo importante éramos nosotras, que su hermano no debía opinar.Y le creía. Cristel siempre me ponía por encima de todos.Finalmente, llegamos al restaurante, el cual no era