Alba
—Amor, te presento a Gian, mi hermano —dijo Cristel, sacándome de mis libidinosos pensamientos.
—Es un gusto conocerte por fin, Alba —contestó él con una voz tan gruesa, sensual y seductora que pensé que me desmayaría.
Gian me sujetó por la mano derecha y la alzó para besarla, ocasionando que mi respiración se detuviera. No entendía qué diablos era lo que me estaba sucediendo, pero desde luego no podía permitir que se descontrolara. Yo amaba a mi novia, tenía claro que ningún hombre volvería a hacerme caer en sus redes por más que me atrajera.
«Maldita sea, ¿por qué no soy lesbiana como Cristel?».
Mi chica era lesbiana, no sentía ninguna clase de atracción por los hombres, pero yo sí, y eso ahora me parecía un defecto.
—Lo mismo digo, señor Lefebvre —respondí, retirando la mano para alejarme de ese fuego tentador y del cosquilleo insano que me causaba. Echar por la borda mi relación no estaba en mis planes.
Aquel señor Lefebvre, lo hizo sonreír.
—Llámame por mi nombre, por favor —pidió.
—Discúlpala, es que luces algo viejo —bromeó Cristel, pasándome el brazo por la cintura.
La mandíbula de Gian se tensó, y no supe si fue por el apelativo viejo o por la manera en que ella me sujetaba, puesto que sus ojos se dirigieron a la zona.
—Solo tengo treinta y cinco años, cariño.
—Pero nosotras tenemos veintitrés, así que sí eres viejo. —Cristel le sacó la lengua.
—Cristel, no digas esas cosas —la reprendí entre dientes.
—Calma, ma chère —dijo él.
Pasé saliva, pues comprendía lo que significaba y también porque ese acento francés me hizo arder más. Esto iba a terminar muy mal para mi pobre cuerpo si no se terminaba pronto.
¿Acaso extrañaba tanto tener un pene entre las piernas?
—¿Por qué no vamos de una buena vez a la mesa? —preguntó Cris, ajena a las miradas que Gian y yo nos dedicábamos.
Sabía reconocer cuando un alguien se sentía atraído por mí, pero este hombre iba más allá. Parecía que de un momento a otro saltaría sobre mí sin importarle su hermana, cosa que era una bandera roja del tamaño del planeta.
La carta estaba en francés, pero me las arreglé para seleccionar algo antes de que llegara el mesero. La mirada de Gian, que estaba sentado al lado de mí, permanecía fija en la carta, pero de pronto sentí una mano acariciar mi pierna, lo que erizó toda mi piel.
Y no era la de Cristel, ella estaba a mi izquierda, al lado del barandal, con vista al agua.
Pensé en apartarme, pero me quedé quieta, paralizada por el miedo, el enfado y la excitación que me ocasionaba el toque delicado y sensual de ese hombre. ¿Se podía ser más descarado? No, tal vez no.
Me daba mucha rabia sentirme tan excitada y tan húmeda como consecuencia de ello. Era irreal lo que este tipo me estaba haciendo, quizá pronto despertaría.
—¿Ya eligieron algo? —indagó Gian, quitando su mano para subirla a la carta.
En ese momento, Cristel volteó a verlo.
—Sí, hermano, ya elegí.
—¿Y tú, Alba? —me dijo a mí, mirándome con cierta burla.
«Elegí golpearte, pero mi cerebro es incapaz de reaccionar», pensé con ironía, pero terminé sonriendo.
—Sí, también ya elegí.
Él dejó escapar un soplido, como si tratara de calmarse. Luego me miró con tanta intensidad, que percibí que sus ojos no eran marrones, sino de un gris muy oscuro.
¿En dónde estaban los celos de Cristel cuando los necesitaba? ¿Y dónde estaba la gente? ¿Acaso a nadie le gustaba comer afuera?
Mi corazón cada vez latía más rápido, causando que mi estómago doliera y que tal vez no aceptara comida. Aun así, mantuve la compostura y me volví hacia mi novia para romper el silencio.
Pero antes de que pudiera hablar, él lo hizo.
—Alba, cuéntame un poco sobre ti —solicitó con tono amable, pero me puso los nervios de punta. Cristel sonrió emocionada y decidí que no le rompería la ilusión.
Me volví hacia Gian y di mi respuesta, la cual parecía esperar con ansias.
—Honestamente, no soy una persona muy interesante. —Me encogí de hombros—. El 70 % de las cosas buenas que Cristel haya podido decirte es mentira.
Gian sonrió y dejó escapar una pequeña risa mientras bajaba la vista, un gesto demasiado sexi para mi gusto.
—Dios, Alba, no te menosprecies, eres muy buena —me reprendió Cristel con tono cariñoso—. Por eso estoy enamorada de ti.
Sonreí como una idiota, pero mi expresión se esfumó al ver cómo él negaba ligeramente con la cabeza y sonreía mientras daba un sorbo a su vino, uno del cual no conocía el nombre y ni me interesaba saberlo.
Cristel sí era fanática del vino, incluso los Lefebvre producían vinos en Francia, concretamente en Burdeos, una de las regiones vinícolas más conocidas en el mundo.
—Soy una desorganizada, Cristel siempre tiene que empujarme a mantener en orden el departamento —conté sin reparos.
Me daba mucha vergüenza exponerme de esa manera, pero no veía otra salida para que él dejara eso tan raro que estaba haciendo.
—No me gustan los vestidos y soy fan de la comida chatarra —proseguí, esperando que él se horrorizara—. Y sí, eructo, muy fuerte.
—Nena, ¿qué te ocurre? —me preguntó Cristel, riéndose de manera nerviosa.
—Oh, lo siento, a veces soy muy honesta y digo datos innecesarios —respondí.
—¿Sabes? Me gustan esos datos innecesarios —dijo Gian, mirándome con más interés—. Me agradan las personas honestas como tú.
—Puede que esté mintiendo —refuté con cinismo.
—No lo creo.
—Iré al baño en lo que viene la comida —murmuró Cristel. Gian se levantó como todo un caballero, y desde mi silla se veía tremendamente alto.
Bueno, es que era alto. Muy alto para mi presión arterial.
—Te acompaño, amor. —Traté de levantarme, pero ella me obligó a mantenerme sentada.
—No, necesito ir sola —murmuró y yo me temí haberla dejado en ridículo. Parecía molesta.
Permanecí quieta, viendo cómo se iba, y mi vista volvió hacia mi copa a medio tomar.
Estaba perdida.
Alba —Eres una mujer auténtica —dijo Gian de manera encantadora mientras se volvía a sentar. Mi intención era solo responder con gracias y monosílabos, pero...—Me encantas más de lo que pensé. Su mano de nuevo se posó en mi pierna, pero esta vez lo observé furiosa.—¿A qué juegas, Gian? —siseé—. Estoy con tu hermana y nos acabamos de conocer. —¿Y? Eso no impide que me gustes —contestó con descaro y siguió subiendo la mano.—Suéltame —exigí con la respiración agitada—. Voy a gritar. Pero no hizo caso a mi amenaza y siguió con aquellas caricias que me tenían prendida. —Cuéntame, Alba, ¿te gusta el sexo con ella? —indagó con un tono bajo y ronco. Yo me mordí los labios, presa de la adrenalina y la excitación. Mi novia estaba a unos cuantos metros y tenía a su hermano tocándome con descaro. A pesar de mi enojo, no me aparté, quería que siguiera. —Mucho —farfullé. —Se nota, estás radiante —sonrió—. Pero creo que yo podría ser mejor. —N-No... Gian subió más su mano y dejó de mir
Alba—¿Qué te pareció mi hermano? —indagó Cristel de camino a casa. Aún seguía algo contrariada, por lo que me encogí de hombros, fingiendo desinterés. —¿Quieres una respuesta políticamente correcta? Me pareció amable.—¿Qué? —Lo siento, no me agradó —susurré—. Pero da igual, no es con él con quién estoy, sino contigo. —¿Por qué no te agradó? —preguntó preocupada—. Se comportó muy bien contigo. —No es que no me agradará —suspiré—, es solo que no tengo muchas opiniones al respecto. Me pareció amable, pero presuntuoso, no tiene nada que ver contigo. ¿Contenta? —No, yo quiero que se lleven bien. —Hizo un puchero.—Nos llevaremos bien.«Mientras mantenga sus manos alejadas de mi clítoris», pensé con culpa. ¿Cómo pude ponerle el cuerno en sus narices? Me sentía una pésima persona, la peor de las novias. ¿Debía decírselo? Mi conciencia me decía que sí, que debía ser honesta, pero amaba tanto lo que teníamos, que no quería que se terminara.No, no podía decírselo. Solo debía procurar q
AlbaPodría decirse que mi trabajo en la librería me gustaba mucho, me hacía olvidar mis problemas, y el olor de los libros nuevos me agradaba sobremanera. Mi madre no estaba de acuerdo con mi trabajo, en realidad, no estaba de acuerdo con nada en mi vida. Ella argumentaba que debía ser enfermera, y hacía casi un año había culminado mi carrera, pero no quise continuar, no deseaba seguir los planes de ella de entrar a trabajar a ese hospital privado y conquistar al doctor Parker, el director; ese tipejo que ya estaba entrado en sus años y que era bastante pervertido... igual que cierto cuñado mío.Gian Lefebvre no salía de mi mente por más que lo intentaba, y no solo por las cuestiones satisfactorias y repugnantes, sino que no paraba de cuestionarme por su actuar, el porqué se atrevió a hacer tal cosa. No, no podía ser normal masturbar a alguien a primera vista, mucho menos cuando esa persona no era tu cita. Gian Lefebvre estaba mal de la cabeza, y yo lo estaba más por haberlo permi
Gian—Hoy no. La respuesta de Cristel me hizo apretar los puños y los dientes.—¿Por qué? —pregunté con brusquedad, y ella frunció el ceño—. ¿Por qué no puede venir a cenar? —Porque tengo que estudiar, no tengo tiempo. Además, Alba sale tarde; se queda a hacer los cortes de caja. —¿No eres ni siquiera capaz de recogerla? —le recriminé—. ¿Qué clase de novia eres? ¿Es así como dices amar a...?—Alto, no te permito cuestionar mi amor por Alba —dijo, furiosa—. Muchas veces he querido regalarle un auto, pero no se deja. A duras penas aceptó el departamento. —Aun así...—No quiere que la recoja —me interrumpió—. Me cuesta trabajo, pero ella quiere su espacio, tengo que respetarlo. Ahora, si me disculpas...—Seré yo quien vaya —le anuncié. —Buena suerte, hermanito —se rio—. Ella te detestó, no aceptará venir. «No lo creo; disfrutó mucho a mi lado», pensé con burla. —Puedo hacerla cambiar de opinión.—Ten cuidado con lo que haces, Gian —me advirtió, girando sobre sus pies en las escale
Alba—A la habitación no —le pedí mientras nos íbamos deshaciendo de la ropa.—¿Por qué no? —me retó Gian—. Eso lo vuelve más excitante.—Respeta mis límites.—Sé que lo que diré es un tópico, pero los límites están para cruzarlos.Aquellas palabras, en lugar de irritarme, me encendieron aún más. No sabía qué tenía Gian Lefebvre, pero me costaba demasiado resistir a la tentación. De pronto, él me soltó, pero me dejó ayudarlo a deshacerse de su camisa. La poca luz que entraba por el ventanal y el tacto me hacían intuir que, bajo la ropa, había un torso demasiado deseable.—Alba —pronunció mi nombre con voz ronca y suave, como una caricia. Sí, mi nombre sonaba jodidamente erótico en sus labios.No pude controlar el impulso y me arrodillé ante él, bajando sus pantalones en el proceso. Cuando mi mejilla sintió la calidez de su enorme miembro, solté un gemido.—Me fascina tu iniciativa, ma chère —gruñó mientras se inclinaba un poco para deshacerme la coleta. No esperé más y, por fin, prob
AlbaA partir de ese día, evité casi todo contacto con Cristel. Ella tampoco me buscaba demasiado, por lo que me resultó sencillo, aunque no por eso menos doloroso. La extrañaba a morir; necesitaba verla, abrazarla, sentir que todo estaría bien.Ahora podía entender a uno de mis ex, a quien dejé por una infidelidad con otra chica. No lo dejé hablar ni expresar que me quería, que todo fue un error, algo del momento.—Dios, no, no, no; estoy muy mal —susurré mientras dejaba caer el bolígrafo sobre la mesa. Estaba intentando hacer mi lista del supermercado y no podía, solo pensaba en Cristel, en lo mal que me hacía que estuviéramos tan distantes.Y también pensaba en Gian demasiado para mi gusto. No podía parar de fantasear, de tener sueños húmedos en los que él me volvía loca de lujuria, donde su miembro salía y entraba en mí. Muchas veces quise tocarme pensando en eso, pero mi cuerpo consciente obedecía, cumpliendo la orden que me dio de no tocarme a mí misma.Él tampoco me había cont
AlbaCuando abrí los ojos, no pude evitar gruñir. Papá me había dejado acostada sobre su cama, y tanto él como Gabrielle estaban enredados en el sofá, dormidos a pierna suelta. Los amaba mucho, pero eran unos tontos por darme la cama a mí.Los contemplé con cariño desde la puerta de la habitación. Lucían hermosos, enamorados, pacíficos. A ese nivel de tranquilidad quería llegar yo con una pareja, con mi Cris.«O Gian».Fruncí el ceño ante mi pensamiento intrusivo y, furiosa, me metí de nuevo a la habitación para quitarme el pantalón de pijama y ponerme de nuevo mis vaqueros. En ese momento recordé que me había despertado un poco y Gabrielle me prestó aquello.La puerta comenzó a ser tocada de forma frenética, lo que me alertó, pero no fui yo quien abrió. Fue Gabi, quien corrió.—¡Cris! —exclamó, lo que hizo que mi corazón se acelerara y me diera un vuelco al estómago.—Dime, por favor, que está aquí —rogó mi novia con desesperación, como si hubiera estado llorando.—Sí, tranquila, amo
AlbaGian finalmente me condujo de nuevo hasta la sala. Él estaba muy relajado y me hablaba sobre aquel supuesto regalo. Yo trataba de seguirle la corriente y contestaba a todo con entusiasmo. Se había encargado de llevarme a un baño para que quedara presentable de nuevo. Por supuesto, volvimos a sucumbir a la pasión; me lo hizo tan duro que mi entrepierna ya dolía y mis piernas temblaban. ¿Por qué no lo dejaba parar a pesar de la culpa? Cristel estaba con su madre en la sala, esperándonos a ambos. La mujer me miró fijamente a los ojos y luego sonrió. Parecía amable, no altiva, pese a ser guapísima y elegante. Era como una versión mayor de Cristel, solo que tenía los ojos gris oscuro de Gian. —Buenas noches —saludé y ella se acercó para darme un beso en cada mejilla. Su costoso y delicado perfume se apoderó de mis fosas nasales. Era un Chanel, estaba segura. —Buenas noches, cariño, es un placer conocerte. Soy Nerea —dijo sonriente. Esa mujer, a diferencia de mi madre, er