8.

Alba

—A la habitación no —le pedí mientras nos íbamos deshaciendo de la ropa.

—¿Por qué no? —me retó Gian—. Eso lo vuelve más excitante.

—Respeta mis límites.

—Sé que lo que diré es un tópico, pero los límites están para cruzarlos.

Aquellas palabras, en lugar de irritarme, me encendieron aún más. No sabía qué tenía Gian Lefebvre, pero me costaba demasiado resistir a la tentación.

De pronto, él me soltó, pero me dejó ayudarlo a deshacerse de su camisa. La poca luz que entraba por el ventanal y el tacto me hacían intuir que, bajo la ropa, había un torso demasiado deseable.

—Alba —pronunció mi nombre con voz ronca y suave, como una caricia. Sí, mi nombre sonaba jodidamente erótico en sus labios.

No pude controlar el impulso y me arrodillé ante él, bajando sus pantalones en el proceso. Cuando mi mejilla sintió la calidez de su enorme miembro, solté un gemido.

—Me fascina tu iniciativa, ma chère —gruñó mientras se inclinaba un poco para deshacerme la coleta. No esperé más y, por fin, prob
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