Gian—Hoy no. La respuesta de Cristel me hizo apretar los puños y los dientes.—¿Por qué? —pregunté con brusquedad, y ella frunció el ceño—. ¿Por qué no puede venir a cenar? —Porque tengo que estudiar, no tengo tiempo. Además, Alba sale tarde; se queda a hacer los cortes de caja. —¿No eres ni siquiera capaz de recogerla? —le recriminé—. ¿Qué clase de novia eres? ¿Es así como dices amar a...?—Alto, no te permito cuestionar mi amor por Alba —dijo, furiosa—. Muchas veces he querido regalarle un auto, pero no se deja. A duras penas aceptó el departamento. —Aun así...—No quiere que la recoja —me interrumpió—. Me cuesta trabajo, pero ella quiere su espacio, tengo que respetarlo. Ahora, si me disculpas...—Seré yo quien vaya —le anuncié. —Buena suerte, hermanito —se rio—. Ella te detestó, no aceptará venir. «No lo creo; disfrutó mucho a mi lado», pensé con burla. —Puedo hacerla cambiar de opinión.—Ten cuidado con lo que haces, Gian —me advirtió, girando sobre sus pies en las escale
Alba—A la habitación no —le pedí mientras nos íbamos deshaciendo de la ropa.—¿Por qué no? —me retó Gian—. Eso lo vuelve más excitante.—Respeta mis límites.—Sé que lo que diré es un tópico, pero los límites están para cruzarlos.Aquellas palabras, en lugar de irritarme, me encendieron aún más. No sabía qué tenía Gian Lefebvre, pero me costaba demasiado resistir a la tentación. De pronto, él me soltó, pero me dejó ayudarlo a deshacerse de su camisa. La poca luz que entraba por el ventanal y el tacto me hacían intuir que, bajo la ropa, había un torso demasiado deseable.—Alba —pronunció mi nombre con voz ronca y suave, como una caricia. Sí, mi nombre sonaba jodidamente erótico en sus labios.No pude controlar el impulso y me arrodillé ante él, bajando sus pantalones en el proceso. Cuando mi mejilla sintió la calidez de su enorme miembro, solté un gemido.—Me fascina tu iniciativa, ma chère —gruñó mientras se inclinaba un poco para deshacerme la coleta. No esperé más y, por fin, prob
AlbaA partir de ese día, evité casi todo contacto con Cristel. Ella tampoco me buscaba demasiado, por lo que me resultó sencillo, aunque no por eso menos doloroso. La extrañaba a morir; necesitaba verla, abrazarla, sentir que todo estaría bien.Ahora podía entender a uno de mis ex, a quien dejé por una infidelidad con otra chica. No lo dejé hablar ni expresar que me quería, que todo fue un error, algo del momento.—Dios, no, no, no; estoy muy mal —susurré mientras dejaba caer el bolígrafo sobre la mesa. Estaba intentando hacer mi lista del supermercado y no podía, solo pensaba en Cristel, en lo mal que me hacía que estuviéramos tan distantes.Y también pensaba en Gian demasiado para mi gusto. No podía parar de fantasear, de tener sueños húmedos en los que él me volvía loca de lujuria, donde su miembro salía y entraba en mí. Muchas veces quise tocarme pensando en eso, pero mi cuerpo consciente obedecía, cumpliendo la orden que me dio de no tocarme a mí misma.Él tampoco me había cont
AlbaCuando abrí los ojos, no pude evitar gruñir. Papá me había dejado acostada sobre su cama, y tanto él como Gabrielle estaban enredados en el sofá, dormidos a pierna suelta. Los amaba mucho, pero eran unos tontos por darme la cama a mí.Los contemplé con cariño desde la puerta de la habitación. Lucían hermosos, enamorados, pacíficos. A ese nivel de tranquilidad quería llegar yo con una pareja, con mi Cris.«O Gian».Fruncí el ceño ante mi pensamiento intrusivo y, furiosa, me metí de nuevo a la habitación para quitarme el pantalón de pijama y ponerme de nuevo mis vaqueros. En ese momento recordé que me había despertado un poco y Gabrielle me prestó aquello.La puerta comenzó a ser tocada de forma frenética, lo que me alertó, pero no fui yo quien abrió. Fue Gabi, quien corrió.—¡Cris! —exclamó, lo que hizo que mi corazón se acelerara y me diera un vuelco al estómago.—Dime, por favor, que está aquí —rogó mi novia con desesperación, como si hubiera estado llorando.—Sí, tranquila, amo
GianMi mente estaba tan dispersa que apenas prestaba atención a la presentación entusiasta de uno de mis socios minoritarios. Todos estaban felices porque mi cadena de hoteles no hacía más que incrementar su popularidad: las ganancias eran óptimas y la tasa de ocupación se mantenía constantemente entre el 90 y el 95%.O al menos en la gran mayoría de los casos, ya que el porcentaje nunca bajaba del 90%, sin importar la época del año. Honestamente, me parecía inverosímil, dado que existen temporadas altas y bajas, pero este fenómeno nos estaba ocurriendo. Aunque, por otro lado, no era extraño si consideraba cuánto me había esforzado por ofrecer todas las atracciones posibles que el terreno permitía. Mis hoteles parecían un crucero en la tierra; un sueño que siempre había deseado, dado que el mar no me gustaba, de hecho, lo odiaba.¿A Alba le gustaría el mar? ¿Le gustaría mi hotel? Ella era la dueña de mis pensamientos, la razón por la que deseaba salir corriendo de la reunión tan inút
AlbaGian sonrió de una forma deslumbrante y caminó hacia mí como si nada más le importara. Una parte de mí quiso correr a buscar a Cristel, pero me quedé quieta, deseando que ocurrieran muchas cosas esta noche; cosas imposibles, a decir verdad.¿Cómo haríamos para huir de la gente?—Has venido, ma chère —saludó mientras besaba mi mano. Yo le sonreí a medias.—Feliz cumpleaños, cuñado —murmuré. Un destello de ira brilló en sus ojos.—Gracias, Alba —contestó, amable pero seco. Me pregunté por qué nadie venía a rescatarme de una buena vez, por qué nadie nos interrumpía para venir a hablarnos—. Y gracias por el regalo, me hizo muy feliz.—No fue nada —respondí, avergonzada. Gian acarició su corbata un momento y sonrió más—. Es algo muy simple.—Me gustan las cosas sencillas y hermosas.—Pues no lo parece —bromeé, mirando a mi alrededor. Él soltó una ligera risita.—Vamos, Cristel te tiene algo —dijo en voz más alta de lo normal—. Soy su cómplice.Fruncí el ceño y negué con la cabeza.—No,
AlbaGian finalmente me condujo de nuevo hasta la sala. Él estaba muy relajado y me hablaba sobre aquel supuesto regalo. Yo trataba de seguirle la corriente y contestaba a todo con entusiasmo. Se había encargado de llevarme a un baño para que quedara presentable de nuevo. Por supuesto, volvimos a sucumbir a la pasión; me lo hizo tan duro que mi entrepierna ya dolía y mis piernas temblaban. ¿Por qué no lo dejaba parar a pesar de la culpa? Cristel estaba con su madre en la sala, esperándonos a ambos. La mujer me miró fijamente a los ojos y luego sonrió. Parecía amable, no altiva, pese a ser guapísima y elegante. Era como una versión mayor de Cristel, solo que tenía los ojos gris oscuro de Gian. —Buenas noches —saludé y ella se acercó para darme un beso en cada mejilla. Su costoso y delicado perfume se apoderó de mis fosas nasales. Era un Chanel, estaba segura. —Buenas noches, cariño, es un placer conocerte. Soy Nerea —dijo sonriente. Esa mujer, a diferencia de mi madre, era
Alba Al final de la velada, me sorprendió ver que Cristel estaba demasiado ebria como para conducir, así que Lucrecia se ofreció a llevarme. Yo acepté gustosa, pero Gian intervino. —Yo puedo llevarla; no quiero que te desvíes, Luc —le dijo Gian con tono amable. Lucrecia arqueó una ceja un momento, pero luego se relajó y asintió. —De acuerdo, cariño, cuídense. Lucrecia se despidió de ambos con un beso y se fue en busca de Nerea, con quien ya me había despedido y con la que quedé para almorzar en unos días. —Vamos, Alba —susurró Gian. Mis entrañas se contrajeron de deseo, pero traté de ignorarlo y lo seguí. Nadie nos miraba extrañado. Al parecer todos confiaban en Gian y en su reputación intachable. Si tan solo supieran lo que hicimos... Para mi sorpresa, Gian no hizo nada conmigo durante el camino a mi departamento. El hombre se mantuvo callado, tampoco intentó tocarme ni nada parecido; sin embargo, percibía una enorme tensión, una electricidad tan fuerte que me era imposib