Nunca imaginé que dejar mi pequeño pueblo para estudiar una carrera universitaria cambiaría mi vida tan drásticamente. Creí que me estaba embarcando en una aventura de aprendizaje y crecimiento personal, pero pronto me encontré atrapada en un campus donde la ley del más fuerte parecía ser la única regla vigente. La situación no me hacía ni un poco de gracia, especialmente cuando un imbécil problemático de apariencia atractiva intentaba detenerme cada vez que me metía en sus asuntos. Tenía mis razones para involucrarme. Había sido testigo de múltiples actos extraños y perturbadores, y nadie parecía dispuesto a darme una explicación. Mi curiosidad, mi necesidad de entender, me impulsaban a seguir adelante. No soy muy buena para quedarme quieta cuando algo no tiene sentido. Sin embargo, cometí un error, un grave error, cuando en una noche de intensa lluvia y con la luna llena vi algo que jamás olvidaría.
Leer másNo sé cómo lo conseguí, pero de alguna manera logré apartarlo de allí. El ambiente era asfixiante, y no podía dejar que esa discusión, que ya comenzaba a atraer miradas indiscretas, escalara aún más. Notaba a la gente observándonos con una curiosidad incómoda, ysentí cómo mi paciencia flaqueaba ante la presión de ser el centro de tanta atención inesperada.Lucas, por supuesto, no facilitó las cosas. Con esa actitud despreocupada y altanera que parecía ser su marca personal, sugirió un "atajo" para alejarnos del bullicio. Como si tuviera algún tipo de autoridad en la situación, me dirigió hacia un sendero bastante iluminado y solitario que bordeaba el lago, un camino que parecía llevarnos al otro extremo del mundo.—¿De verdad crees que este es el mejor lugar para hablar? —pregunté, mientras trataba de no tropezar con las raíces de los árboles que sobresalían del suelo.Lucas iba unos pasos delante de mí, con sus manos metidas en los bolsillos y con esa postura relajada que parecía ig
Me quedé en silencio por un momento, observando a Lucas, y sin saber exactamente por qué, algo extraño se apoderó de mí. Él estaba allí, con esa actitud tan arrogante, pero había algo más que su actitud altiva. Su mirada parecía no dejar de perseguir cada uno de mis movimientos, como si estuviera esperando algo de mí, algo que no sabía si podía o quería dar.—No es de tu incumbencia —respondí, con la voz más fría que pude reunir, tratando de ocultar la sensación que había comenzado a burbujear dentro de mí.Sus ojos brillaban con una intensidad que hacía que mi pulso se acelerara sin razón aparente. Estaba claro que algo en la forma en que lo miraba, como si estuviera desentrañando cada rincón de mi ser, me afectaba más de lo que quería admitir.¿Qué era lo que realmente quería? ¿Estaba celoso? ¿O simplemente disfrutaba provocando la tensión entre nosotros?—Está bien, me gustaría que fuéramos a un restaurante italiano —dijo Manuel de repente, como si aquello de verdad fuera a ocurrir
—No hace falta que la humilles —escuché a mi lado una voz tranquila, aunque teñida de reproche.Me giré de inmediato, encontrándome con Manuel recostado despreocupadamente contra una mesa cercana, una bebida en la mano y esa expresión neutral que parecía usar como escudo.—¿Disculpa? —arqueé una ceja, utilizando mi tono afilado como una daga.Él tomó un sorbo de su vaso, dejando que el momento se prolongara antes de contestar.—Suficiente tiene con ser la… ¿cómo fue que lo dijiste? Ah, sí, la sirvienta de ese grupo —replicó con una calma exasperante, como si simplemente estuviera comentando acerca del clima.No pude evitar resoplar, la burla y la molestia estaban escapando de mis labios.—Creí que no sabías decir más de unas cuantas palabras —espeté, cruzándome de brazos mientras lo miraba con ira.Él esbozó una media sonrisa, esa que parecía estar a punto de soltar una risa o un pensamiento que nunca decía en voz alta.—Tal vez no hablo mucho —replicó, inclinando ligeramente la cabez
—¿Creen que me queda mejor el rojo o el naranja? —preguntó Carla, sosteniendo dos bikinis minúsculos con la emoción de quien cree que está por desfilar en una pasarela.Todavía no entendía cómo nos habíamos dejado convencer para acompañarla a ese lago perdido en medio de la nada, donde aparentemente todos los estudiantes iban a celebrar alguna tradición de la que yo ni siquiera me había enterado. Pero según la pelirroja, había una "gran fiesta", y eso era más que suficiente para lanzarse de cabeza.—El rojo está bien —respondió Sara con un tono tranquilo, sin apartar la vista del espejo mientras ajustaba su tankini.Tenía una habilidad única para verse increíble con un atuendo que apenas mostraba piel, equilibrando lo elegante con lo práctico.Yo, en cambio, había optado por algo en el medio: un conjunto de dos piezas que no llamaba mucho la atención, pero tampoco era completamente recatado. Era cómodo y pasaba desapercibido, justo lo que buscaba. Carla, sin embargo, era otro asunto,
—No quiero que me abofetees de nuevo, solo estoy reclamando mi premio —había dicho él.Y lo hizo tan bien que aún podía sentir el calor de sus manos en mis mejillas, su boca sobre la mía, y su lengua...—¿En qué estás pensando?La voz de Carla irrumpió como un balde de agua fría, arrancándome de golpe de aquel torbellino.Estaba tirada en mi cama, con la vista fija en el techo de nuestra habitación, intentando en vano borrar las sensaciones que se habían quedado grabadas en mi piel. Su proximidad, su mirada, todo.—¿Qué? —dije, sin moverme, aunque el tono algo agudo de mi respuesta la hizo levantar una ceja.Ella me miraba desde el borde de su cama con esa expresión suya que decía “te conozco demasiado para que me mientas”. Sabía que había notado mi distracción, pero no podía decirle la verdad. No podía contarle que estaba reviviendo cada segundo de lo que había sucedido con Lucas, como si mi mente se deleitara en torturarme.Lo peor de todo era que no sabía cómo sentirme al respecto.
Mis manos temblaban ligeramente mientras guardaba mis cosas, pero me aseguré de que no lo notara. No iba a darle la satisfacción de verme afectada. Mantuve los ojos clavados en mi mochila, asegurándome de no mirarlo. Ni siquiera de reojo.Cuando finalmente me colgué la mochila al hombro y di un paso hacia la puerta, su voz me detuvo.—Elena.Cerré los ojos un instante, intentando reunir paciencia, antes de girarme hacia él. Ahí estaba, apoyado en el respaldo de su silla, con una sonrisa de suficiencia.—¿Qué? —pregunté, con tono cortante.Él se encogió de hombros, como si no supiera exactamente de qué estaba hablando, aunque ambos lo sabíamos perfectamente.—¿Qué? —repitió, imitando mi tono con una sonrisa aún más amplia— ¿No se te olvida algo?Mi respiración se aceleró y apreté los dientes, el sabor amargo de la derrota aún se encontraba en mi boca. Era difícil no mirar su expresión que sabía que lo tenía todo, que no le importaba lo que yo pensara.—¿De verdad vas a hacer esto ahora
Me levanté lentamente de la silla, tomando el mando de la presentación con más firmeza de lo que me sentía, aunque por dentro un torbellino de nervios me amenazaba con desbordarme. Estaba decidida a ganar, pero cada paso me hacía sentir más y más vulnerable, como si cada centímetro que avanzaba me acercara a un precipicio.Lucas caminó a mi lado, con ese paso relajado y confiado que siempre me ponía de los nervios. Sabía que no se sentía tan tenso como yo. Para él, esto no era más que otra actividad en su interminable lista de desafíos. Pero yo tenía mucho más en juego. No solo era exponer una parte de un importante proyecto, era algo mucho más grande, algo que me mantenía al borde de perder el control.La exposición avanzaba con cada palabra que salía de mi boca, aunque ni siquiera sabía si estaba hablando bien. Sentía las palmas de las manos húmedas, pero no me atreví a secarlas. Lucas seguía a mi lado, esperando su turno, y el peso de su presencia era tan abrumador como un ladrillo
Sacudí ligeramente la cabeza, convencida de que mis oídos me habían jugado una mala pasada.—¿Qué has dicho? —pregunté, intentando mantener un tono neutral, aunque la incredulidad se asomaba inevitablemente en mi voz.Lucas se inclinó hacia adelante, apoyando un codo en la mesa y con esa sonrisa que siempre parecía estar al borde de la burla, solo que esta vez...parecía más coqueta de lo normal.—Un beso. ¿Te lo repito más despacio?Giré la cabeza al frente, ignorando deliberadamente su sonrisa de suficiencia. Estaba decidida a no darle más combustible para su show.—Sabes lo que es un beso, ¿no? —continuó con esa voz que parecía siempre a punto de soltar una carcajada—. Es cuando dos personas unen sus labios, y...—Basta —lo interrumpí, sin apartar la vista de la pizarra, aunque sabía que su sonrisa se había ensanchado.—Oh, entonces sí sabes lo que es. Me alegra —murmuró, inclinándose hacia mí con una cercanía que solo él podía hacer parecer natural—. Porque no quiero uno corto. —Su
Estaba sentada en la cafetería, picando una ensalada que ni siquiera recordaba haber pedido. Cada bocado se sentía automático, como si mi cuerpo estuviera funcionando por inercia mientras mi mente volvía, una y otra vez, a la escena de esta mañana. ¿Qué demonios había pasado conmigo? ¿Qué me había poseído para admirarlo así, para tocarlo? Ni aunque alguien me ofreciera todo el dinero del mundo, habría creído capaz de hacer algo como eso. Y, sin embargo, ahí estaba el recuerdo, fresco y tan molesto como él."Debí haberme golpeado la cabeza al dormir", pensé, masticando con más fuerza de la necesaria. Eso tendría más sentido que la posibilidad de que, en algún rincón oculto de mi cerebro, hubiera algo que no odiaba de Lucas.—Fue un caos total, ¿no crees? —dijo una voz frente a mí.Parpadeé, sacada bruscamente de mis pensamientos. Miré a la pelirroja que hablaba, pero apenas procesé lo que había dicho.—Sí, y sin señal no podíamos saber qué estaba sucediendo realmente. Lo mismo te suced