Capítulo 6. Miren quién llegó

A la semana siguiente, decidí volver a la piscina. Pero esta vez, el lugar no estaba vacío. Un grupo de nadadores estaba entrenando y sus movimientos coordinados creaban ondas en el agua cristalina. Me acerqué al borde de la piscina, absorta en observarlos y fue allí, cuando estaba tan concentrada en el ritmo de los deportistas que no noté la presencia de alguien hasta que fue demasiado tarde.

De repente, sentí un empujón fuerte y desequilibrante en la espalda, y antes de poder reaccionar, me encontré cayendo hacia adelante, sumergiéndome bruscamente en el agua fría.

Con suerte, no me topé con uno de los nadadores, aunque el impacto de mi caída provocó un gran chapoteo que perturbó la práctica.

La interrupción fue suficiente para llamar la atención del entrenador, un hombre corpulento con una expresión severa, quien se volvió hacia mí con el ceño fruncido y los ojos llenos de irritación.

Se acercó al borde de la piscina, señalándome con un dedo acusador mientras su voz resonaba por todo el lugar.

—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! —gritó, con su tono cargado de frustración—. ¡Estás interrumpiendo el entrenamiento! ¡¿Acaso no sabes que este es un espacio para los atletas?!

Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba explicar, jadeando, que había sido empujada, pero ese hombre no parecía dispuesto a escuchar. Sus palabras siguieron lloviendo sobre mí y dejé de escucharlo cuando me fijé en unas risas provenientes de un grupo de personas ubicadas en la gradería.

Salí de la piscina, sintiendo mi ropa empapada pegarse a mi cuerpo por la humedad. Con la mirada llena de rabia, me giré hacia Carolina y sus amiguitas, quienes parecían estarse divirtiendo de la situación. Sus risas y miradas burlonas eran la confirmación de que habían planeado todo esto para humillarme. La furia y la impotencia se mezclaban en mi pecho.

También vi a Valeria, claramente alegre pero con una expresión de fingida preocupación en su rostro. Se acercó a mí, con una sonrisa apenas contenida, y preguntó:

—¿Te encuentras bien?

Su tono era tan falso como su angustia. Las palabras se me atoraron en la garganta mientras intentaba mantener la calma y no darles el gusto de verme aún más afectada.

Así que me giré y me fui sin decir nada, porque sabía que si abría la boca solo saldrían insultos. Caminé por el pasillo, sintiendo cada gota de agua escurriéndose por mi piel, desesperada por llegar a la residencia y cambiarme lo más pronto posible antes de mi próxima clase.

Mientras avanzaba, el frío se colaba por mi ropa empapada, y cada paso resonaba en el silencio del pasillo vacío. Ya iba a mitad de camino cuando, al doblar una esquina, vi a Lucas caminando en dirección contraria. Nos topamos de frente.

Él llevaba su expresión habitual de arrogancia, y una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios al verme en ese estado. Mi corazón se aceleró, pero no por miedo, sino por la ira que seguía creciendo dentro de mí. Sentí un calor abrasador en mi pecho, con la furia burbujeando bajo la superficie, mientras nuestros ojos se encontraban y esa sonrisa suya solo alimentaba mi rabia.

Él se detuvo frente a mí y preguntó con tono burlón:

—¿Qué pasa, nadaste tan rápido que no te diste cuenta de que seguías vestida?

—Púdrete —respondí con frialdad, empujándolo ligeramente para apartarlo de mi camino.

—Vaya, alguien está de mal humor hoy —dijo con sarcasmo.

—Oh, perdón por arruinar tu día de chistes sin gracia —respondí con una sonrisa falsa, lanzándole una mirada de desdén antes de irme.

Sin embargo, un comentario suyo hizo que casi mi corazón se detuviera.

—Por cierto, lindas bragas.

Me detuve en seco. Había olvidado por completo que estaba usando un short blanco. El agua lo había hecho tan transparente que mi ropa interior roja quedaba completamente expuesta. Sentí cómo el rubor comenzaba a instalarse en mi rostro y me avergoncé a más no poder. Dios, ¿no pude haber elegido hoy un color que no fuera tan llamativo?

Pero no me giré, sabía perfectamente la sonrisa que tendría aquel engreído. En lugar de eso, caminé más rápido hacia mi habitación, sintiendo la mirada de Lucas clavada en mi espalda, y con cada paso intenté ignorarlo y concentrarme en llegar lo antes posible.

Al entrar en mi habitación, cerré la puerta de golpe y me apoyé contra ella, respirando hondo para calmarme.

Luego, me dirigí rápidamente al armario y busqué algo que ponerme. Opté por unos jeans ajustados oscuros y una camiseta de manga corta color negro. Me sequé el cabello con una toalla y me aseguré de que mi aspecto fuera lo más presentable posible antes de salir de nuevo.

Con ropa seca y una apariencia más adecuada, me dirigí al edificio de humanidades con la esperanza de llegar a tiempo.

Cuando llegué, los pasillos estaban casi desiertos y temía que la puerta del salón ya estuviera cerrada.

Para mi mala suerte, así fue. Me asomé para ver al profesor escribiendo en el pizarrón, de espaldas a mí. Si entraba en silencio, lo más probable es que él ni siquiera se diera cuenta. Con cuidado, abrí la puerta lo justo para deslizarme dentro y cerrarla sin hacer ruido.

Pero mi dicha no duró tanto, porque una voz masculina resonó desde el fondo del aula, atrayendo la atención de todos.

—Miren quién llegó.

Me detuve en seco, y el profesor se volteó lentamente, con sus ojos encontrando los míos en la entrada. El aula entera se sumió en un silencio expectante mientras todas las miradas se posaban sobre mí.

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