Capítulo 11. Pegamento

Seguía mirando a esa estúpida, idiota, engreída... todas las palabras descalificativas que pudieran existir para describir a Carolina cruzaban mi mente, pero no dije nada, porque de repente, el término "pegamento" rebotó en mi cabeza una y otra vez. ¿Sara acababa de decir que el slime se hacía con pegamento? ¡¿Pegamento?!

Mi rabia se transformó en una mezcla de incredulidad y preocupación. Recordé cómo esa sustancia se había sentido pesada y pegajosa, y el pensamiento de que contenía pegamento me hizo entrar en pánico. Como dijo ella, si no salíamos de ahí rápidamente, el slime se secaría, y quitarlo sería mucho más difícil.

Sentí un nudo en el estómago mientras la realidad de la situación me golpeaba con fuerza.

Sara, aún intentando tirarme del brazo, me sacó de mi ensimismamiento. Asentí rápidamente, dándome cuenta de que necesitábamos movernos. No podía dejar que esa rubia maleducada disfrutara más de su pequeña victoria. Con el corazón latiendo a mil por hora y la rabia aún burbujeando bajo la superficie, finalmente me dejé llevar por mi amiga, decidida a encontrar una solución a este desastre.

Todos, absolutamente todos, nos estaban viendo mientras casi corríamos a resguardarnos en la residencia.

Las miradas curiosas y divertidas nos seguían, haciendo que cada paso se sintiera como una eternidad. Sentí el calor de la humillación subir por mi cuello y enrojecer mis mejillas, pero me obligué a caminar firmemente, evitando caerme y que ese fuera otro motivo más para generar risa.

Sorprendentemente, Sara manejó bien la situación. No sé si fue por la gran mezcla de emociones que experimentó en tan poco tiempo, pero no mostraba la vergüenza que yo esperaba. En lugar de eso, su rostro manifestaba una profunda preocupación.

¿Qué pasaría si no lográbamos quitarnos esto del cabello? Dios, no quería ni imaginarlo. El pensamiento de tener que cortarnos siquiera un mechón me aterrorizaba. Miré de reojo a Sara, cuyo rostro reflejaba la misma inquietud que sentía.

Prometo que si esto termina con tijeras en nuestras manos, la ridícula que nos hizo esto, pagará. Al menos, deberá raparse la mitad de la cabeza y yo me encargaré de que eso se cumpla. La imagen en mi mente me dio un pequeño consuelo en medio del caos, no permitiría que esta humillación quedara así como si nada. Con cada paso hacia la residencia, esa promesa ardía más fuerte en mí.

Cuando finalmente llegamos, ignorando las miradas inquisitivas de los que nos encontramos en el camino, nos dirigimos directamente al baño. Cerré la puerta tras nosotras y ambas nos miramos en el espejo, evaluando el desastre pegajoso que cubría nuestras cabezas.

——¡Maldita desgraciada! —grité, sintiendo la frustración y el enojo fluir libremente, mientras golpeaba el mesón del lavabo con fuerza, desahogándome.

Sara se acercó a mí, poniendo una mano en mi hombro con gesto de comprensión.

—Necesitamos removerlo inmediatamente —dijo con determinación—. Pero, ¿cómo lo hacemos? No podemos simplemente arrancarlo.

Miré a mi alrededor, buscando alguna solución, pero no se me ocurría nada.

De repente, vi a Sara levantar la cabeza como si recordara algo.

—Espera, creo que sé qué hacer. —dijo con un destello de esperanza en sus ojos—. A la hija de una vecina le sucedió lo mismo una vez. Recuerdo que su mamá salió como loca a comprar vinagre y también creo que la escuché decir algo sobre agua caliente.

Apenas la oí decir eso, salí corriendo hacia la cocina común, sin siquiera esperar a que ella terminara de hablar. Mis pasos resonaban en el pasillo mientras mi mente se centraba en una sola cosa: encontrar vinagre.

La cocina estaba vacía, lo cual fue una suerte. Abrí los armarios con desesperación, revisando cada estante hasta que finalmente encontré una botella de lo que necesitaba.

La sujeté con fuerza y corrí de vuelta al baño. Al llegar, vi que Sara ya estaba preparando las duchas, asegurándose de que el calentador de agua estuviera encendido.

—¿Cuáles son los pasos? —pregunté, aún agitada—. ¿Primero el vinagre, luego el agua, los combinamos, o cómo?

Ella abrió la boca para responder, pero su rostro mostró una mezcla de confusión y duda.

—No lo sé —admitió finalmente, mordiéndose el labio—. No recuerdo exactamente cómo lo hizo, fue hace mucho.

Nos miramos con frustración. La incertidumbre era desesperante, pero no podíamos darnos el lujo de perder tiempo.

—Vamos a intentarlo todo —dije, dispuesta a probar cualquier cosa.

Ambas nos metimos en los cubículos correspondientes, dejando la botella de vinagre en la mitad, al alcance de ambas. El agua ya estaba caliente, así que solo giramos el pomo para dejarla correr.

Tomé un poco de vinagre y lo vertí sobre mi cabello, masajeando con cuidado. El olor fuerte invadió el pequeño espacio, pero me obligué a concentrarme en el proceso y fue así como sentí cómo la nueva sustancia comenzaba a aflojar el slime.

—¡Sara, empieza con el vinagre! —grité por encima del ruido del agua.

Podía oírla hacer lo mismo en su cubículo. Después de unos minutos, enjuagué con el agua caliente, observando cómo todo caía sobre los azulejos.

—¡Está funcionando! —exclamó Sara con alivio en su voz.

Repetimos el proceso varias veces y aunque estábamos agotadas y el olor del vinagre era casi insoportable, la satisfacción de ver nuestros cabellos limpios era una gran motivación para seguir.

Finalmente, mis dedos no tocaron ningún residuo amarillento. Sentí un alivio inmenso mientras me pasaba las manos por el cabello, asegurándome de que todo el slime había desaparecido. Miré a Sara, quien también parecía haber logrado deshacerse de la sustancia pegajosa.

—Nunca pensé que estaría tan feliz de tener el pelo limpio —dijo, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Nos reímos, liberando la tensión acumulada, y supe que, aunque este había sido un desastre, habíamos salido victoriosas. Pero la promesa de hacer pagar a Carolina por lo que nos había hecho seguía firme en mi mente.

Mientras me secaba el cabello con la toalla, mis ojos se desviaron hacia mi celular que reposaba sobre la encimera, junto a mi ropa manchada y la cual ya había dado por perdida. Eran las 6:30, lo que significaba que las clases habían terminado hacía media hora y yo estaba claramente llegando tarde para la cita que tenía concertada con Lucas.

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