Sara estaba al tanto de todo lo que había estado sucediendo; le había contado cada detalle para que también estuviera alerta. Justo ahora, iba caminando hacia el lugar donde debíamos encontrarnos para conversar. Ella me había pedido que la acompañara a tomar algunas fotografías, ya que, se había quedado sin ideas y el concurso estaba a la vuelta de la esquina. Necesitaba inspiración, y sabía que nuestras charlas solían ayudarla a desbloquear su creatividad.
Había mucho viento, pero ninguna nube a la vista. El sol pegaba con fuerza, haciendo que cualquier corriente de aire que rozara mi rostro se sintiera como vapor. Era sofocante, y cada paso que daba parecía más pesado que el anterior.
Quedamos en vernos en las instalaciones deportivas, el mismo lugar al que fui cuando me empujaron a la piscina. Estaban bastante alejadas del resto del campus para evitar el bullicio y no molestar a quienes tuvieran clases. Al acercarme, pude apreciar lo bien cuidado que estaba todo: el césped verde y suave, los árboles altos ofreciendo algo de sombra, y las pistas deportivas impecables. La universidad tenía una belleza serena, con senderos bordeados de flores y arbustos cuidadosamente podados. La brisa cálida agitaba las hojas de los árboles, creando un susurro constante que casi podía calmar mis pensamientos agitados.
Al llegar, vi a Sara sentada en una mesa de picnic bajo uno de los grandes árboles. Su pelo se movía suavemente con el viento, y me dio la bienvenida con una sonrisa que iluminó su rostro. Se había vestido con una camiseta ligera y unos vaqueros cómodos, perfectos para una sesión de fotos improvisada. La cámara descansaba sobre la mesa frente a ella, y su mochila estaba abierta, revelando un desorden de lentes y accesorios fotográficos.
—Pensé que era solo un hobby —dije, acercándome.
Sara se ruborizó ligeramente y miró hacia abajo, ajustando una correa de su cámara con una expresión que mezclaba timidez y orgullo.
—Lo es —admitió, con una sonrisa nerviosa—. Pero la verdad es que me apasiona mucho.
Estaba por preguntarle otra cosa, pero su actitud demostraba que no quería hablar más del tema, así que lo dejé allí. Empecé a observar el paisaje: el césped en perfectas condiciones, y algunos tenistas en acción en las canchas cercanas. Todo parecía tranquilo y ordenado.
Miré otra vez en dirección a mi amiga, pero algo en el fondo llamó mi atención. Tres chicas estaban golpeando con unos mazos, unas bolas que atravesaban unos arcos sujetos firmemente al suelo. La escena parecía sacada de otro tiempo, casi surrealista.
Pude ver sus rostros y me di cuenta de que eran nuevamente ellas: Valeria, Carolina y la chica cuyo nombre aún desconocía y, la verdad, prefería dejar así.
Estaban vestidas casi idénticas, todas de blanco, con pantalones y gorras del mismo color. La diferencia era que solo Valeria y Carolina jugaban, mientras la otra colocaba las bolas para ser tiradas. Parecía que esa era su única función: encargarse de recoger y poner. De cierta forma, era humillante, ¿no? no había rotación en sus tareas; repetía la misma acción una y otra vez, sin participar realmente en el juego.
Noté como la coordinación de sus movimientos mostraba que no era la primera vez que jugaban juntas. Había algo en la manera en que se movían, en la sincronización casi perfecta de sus acciones, que transmitía una especie de armonía inquietante. El contraste entre su juego meticuloso y el entorno tranquilo y sereno me dejó una sensación extraña.
—¿Qué es lo que hacen? —pregunté, señalando en su dirección.
Sara siguió mi mirada, observando a las chicas por un momento antes de responder.
—Oh, eso es croquet —dijo, con una mezcla de interés y conocimiento—. Es un deporte bastante antiguo, si no me equivoco. Solía ser bastante popular en jardines de mansiones y eventos sociales del siglo XIX. Aparentemente, aún hay quienes lo disfrutan.
Ella resopló y añadió:
—Tantos deportes, y justo eligen ese.
—¿Y qué tiene? —pregunté, intrigada.
Ella alzó los hombros, mirando nuevamente hacia las chicas.
—El croquet era únicamente para personas de la nobleza. Tiene toda esa connotación elitista. Supongo que les gusta sentirse especiales, o algo así.
—Vaya m****a —murmuré, haciendo una mueca de desagrado.
No me sorprendió esa información. El espectáculo que montaron la vez pasada en la entrada no fue porque sí; evidentemente, se creían superiores.
—Bueno, en fin, ¿a dónde quieres ir a tomar tus fotografías? —le pregunté, tratando de cambiar de tema.
Sara se acercó a mí, mirando a su alrededor como si temiera que alguien pudiera escucharla. Su comportamiento me intrigó.
—En la parte trasera del campus, hay una cancha de fútbol —dijo en un susurro, con los ojos brillando de emoción contenida—, pero es un tanto extraña.
Fruncí el ceño, tratando de entender a qué se refería.
—¿Extraña? —repetí, con curiosidad.
—Sí —respondió, asintiendo lentamente—. Está rodeada por unos muros muy altos, tan altos que no permiten ver lo que sucede adentro desde fuera. Es como si quisieran ocultar lo que pasa allí.
—O quizás está deshabilitada —sugerí.
Ella negó con la cabeza rápidamente.
—No, he escuchado voces de chicos e incluso el silbato del entrenador. No está deshabilitada, solo... parece que no quieren que nadie sepa qué ocurre ahí.
Desde que puse un pie en el campus, estaba claro que todo era muy misterioso. La estructura de la universidad, con sus edificios antiguos y corredores laberínticos, irradiaba una atmósfera de secretos. Los profesores parecían saber más de lo que dejaban entrever, y muchos de los alumnos tenían un aire de superioridad que resultaba inquietante. Y luego estaba lo que me había estado sucediendo estos últimos días, desde el incidente en la piscina hasta el caos en mi habitación. Era como si una red de enigmas y tensiones invisibles envolviera a todo el lugar.
—Entonces, vamos a verla —dije, tomando la iniciativa de ir.
Pero Sara me detuvo, agarrando mi brazo con un gesto urgente.
—Espera, hay algo más que necesito decirte —dijo en voz baja, mirándome con seriedad—. La última vez que intenté acercarme, vi a dos chicos en los extremos de la cancha, como si estuvieran vigilando. No parecía una simple casualidad.
Me quedé quieta, procesando su advertencia. Esto solo añadía más misterio al asunto.
—¿Vigilando? —pregunté, queriendo asegurarme de haber entendido bien.
Sara asintió y tenía en su rostro una expresión de preocupación y curiosidad.
—Sí, como si quisieran asegurarse de que nadie se acerque demasiado. No sé qué hacen ahí dentro, pero está claro que no quieren que nadie lo sepa.
¡Hola! aquí les traigo un nuevo capítulo para ustedes y espero que sigan disfrutando tanto como yo lo hago escribiendo, recuerden comentar que me encanta leerlos, besitos.
¿Qué carajos?Era cierto, frente a nosotras se alzaban grandes muros que impedían ver directamente la cancha. Me acerqué un poco para apoyar mi mano en uno de los muros, intentando escuchar cualquier sonido proveniente de dentro.De repente, Sara me haló del brazo con una expresión de alarma en su rostro.—¡Ya vienen! —susurró, con urgencia.No logré ver a los chicos vigilantes, pero el tono de voz de Sara y su repentina preocupación eran suficientes para ponerme nerviosa. Nos escondimos rápidamente tras un arbusto cercano, tratando de pasar desapercibidas.Sara se quedó en una posición estratégica, oculta detrás de la vegetación, y pudo observar a aquellos guardianes desde una perspectiva que yo no podía alcanzar. Mientras yo seguía presionando para que nos fuéramos, insistiendo en que no teníamos nada que hacer allí, Sara miró su reloj con detenimiento.—Es la hora del almuerzo —murmuró, apenas audible para no llamar la atención—. Son las doce en punto.Me sorprendí al ver cómo, a m
Me di cuenta de por qué Lucas tenía el cuerpo que tenía. Era futbolista, y su físico evidenciaba años de entrenamiento y disciplina. Los músculos en sus piernas y brazos estaban bien definidos, y su agilidad en el campo era impresionante. Cada movimiento, desde los pases hasta las carreras, demostraba una técnica afinada y una dedicación inquebrantable al deporte.—¿Debería enfocarme solo en Sebastián o tomar fotos de todos los jugadores? —preguntó Sara en voz baja mientras ajustaba la cámara para capturar la dinámica en el campo.Miré alrededor para evaluar la situación y luego respondí:—Creo que sería mejor capturar un poco de todo. Las fotos de los entrenamientos en general podrían darle un buen contexto a las imágenes, no solo de Sebastián. Además, él se dará cuenta de que estuviste espiándolo y fotografiándolo.Ella negó con la cabeza.—Las fotos publicadas serán anónimas. Solo el staff sabrá quién es quién, así que no habrá problema.—Bien, entonces como quieras —respondí con u
—¿A qué te refieres? —preguntó Sara, frunciendo el ceño.Me puse las manos en el rostro, sintiendo la presión acumulada en mi cabeza.—Ya no sé ni lo que digo —murmuré, dejando caer las manos a los lados—. Vayamos por algo de comer. Necesito distraerme un poco.Nos dirigimos a la cafetería común, un lugar que siempre me había encantado. No solo ofrecía una variedad deliciosa de comida tipo buffet, sino que también la arquitectura era impresionante. Al cruzar las puertas, el aire acondicionado nos envolvió en un fresco abrazo, alejándonos del calor sofocante del exterior.Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura, y las mesas de mármol blanco brillaban bajo la luz suave de las lámparas colgantes. Grandes ventanales con cortinas de terciopelo rojo permitían la entrada de luz natural, creando un ambiente cálido y acogedor. Las sillas tapizadas en cuero negro y los detalles dorados en la decoración añadían un toque de sofisticación que hacía que el lugar se sintiera lujos
Era cierto, él no se caracterizaba por su paciencia y amabilidad. Desde el primer momento que lo conocí, su actitud había sido la de alguien que disfrutaba ejerciendo su autoridad. Sus comentarios sarcásticos y burlones eran su forma de comunicación más habitual, siempre buscando la manera de hacer sentir a los demás inferiores o incómodos.Había presenciado cómo usaba su posición para intimidar a quienes se interponían en su camino, y su temperamento explosivo no era ningún secreto entre quienes lo conocían.Carolina no tardó mucho en regresar, esta vez con una carpeta en las manos. Desde mi lugar, logré distinguir que dentro de ella había los mismos papeles con textura peculiar que Valeria nos había tendido, aquellos en los que Sara y yo habíamos puesto nuestras huellas. La conexión entre la carpeta y el enfado de Lucas se hizo más clara en mi mente. Su novia había dicho que Carolina se encargaba de esos documentos, pero ahora parecía que había algo más en juego o quizá no estaba ha
El colchón se amoldó a mi cuerpo, proporcionando un alivio temporal mientras la gravedad de la situación seguía presionando en mi mente.Justo entonces, el sonido familiar de mi teléfono rompió el silencio. Saqué el celular del bolsillo y vi el nombre "Mamá" en la pantalla. Una sonrisa se dibujó en mi rostro de inmediato, iluminando el momento con un rayo de esperanza. Contesté la llamada, sintiendo una calidez reconfortante solo al escuchar su voz.—Hola, mamá —dije, tratando de mantener mi voz lo más normal posible, aunque sabía que ella podría percibir cualquier rastro de inquietud.—Hola, mi niña. Solo quería saber cómo estás —respondió su voz familiar y llena de cariño, la cual siempre lograba calmarme.Aunque tenía 22 años, ella seguía tratándome como si fuera pequeña. La manera en que su tono se suavizaba y se llenaba de ternura, me hacía sentir como si estuviera de nuevo en casa, protegida y querida. Lo entendía; para los padres, sus hijos siempre serían sus bebés a quienes cui
Pero la que se llevó una sorpresa fui yo cuando me di cuenta de que la chica con el labial corrido y la ropa arrugada era Carla. Ella levantó una ceja y abrió los ojos como si estuviera en shock al encontrarme allí. En un instante, su asombro se transformó en molestia.—¿Qué rayos haces aquí? —preguntó, con un tono lleno de irritación, como si yo fuera la intrusa en esta situación absurda.—¿Qué rayos hago yo aquí? —respondí, con mi indignación creciendo—. ¡Esta es mi habitación! ¡Aquí duermo!Carla me miró de arriba abajo, como si evaluara mi presencia.—¿No deberías estar en clases? —dijo, con fastidio.—Me cambiaron el horario —contesté, cruzando los brazos—. ¿Y tú? ¿No deberías estar estudiando en lugar de estar casi cogiéndote a un tipo, que probablemente ni siquiera conoces, en un dormitorio compartido?—No sabía que ibas a estar aquí —respondió, como si eso justificara todo.Se dio la vuelta, tomando la mano del desconocido, y cerró la puerta tras de sí, dejándome en una mezcla
Hice una mueca, tratando de ocultar mi frustración.—Lo último que quiero hacer ahora es buscar una prenda para que te vayas de fiesta, Carla.—Habrá aperitivos, alcohol y muchos chicos sexys. Necesito toda la ayuda que pueda obtener porque estoy super indecisa sobre qué vestidito usar. ¡Vamos, por favor! —imploró, juntando las manos y haciendo un puchero que añadía un toque dramático a su petición.Ignorando sus alaridos, me dirigí hacia la puerta con firmeza. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ella apareció frente a mí, bloqueando la salida con un gesto de súplica.—No me dejes en esto sola —dijo con un tono de desesperación.La apunté con un dedo, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de mí.—Me estás haciendo enojar, Carla —hablé con dureza, con la esperanza de que entendiera lo seria que era mi advertencia.De repente, su teléfono vibró. Lo sacó de su bolsillo trasero con un movimiento rápido y, con un suspiro, me dijo que necesitaba atender la llamada. Traté de apartarla
Me resultaba difícil creer que no supiera todo acerca del lugar en el que estudiaba y vivía. Aunque muchas cosas sobre la universidad aún eran un misterio para mí, pensaba que al menos cosas tan básicas como estas debería conocerlas.—¿No se supone que también es tu primer año? —pregunté, frunciendo el ceño con incredulidad. Carla se irguió, dejando de buscar en su armario y girándose para mirarme.—Sí, lo es —respondió con una sonrisa traviesa—, pero he hecho algunos amigos de años superiores que me han mostrado todos los rincones secretos. —Hizo una pausa, su mirada se iluminó con entusiasmo—. Además, estos eventos no son tan publicitados. Solo los que están en el círculo correcto lo saben.—¿Por eso mencionaste algo de una tarjeta? —dije, comenzando a entender—. O sea, ¿que son fiestas... privadas?Ella asintió, y sus ojos empezaron a brillar con complicidad.—Exacto. Son exclusivas y muy selectas. No cualquiera puede entrar. Necesitas una invitación o, en este caso, una tarjeta es