¿Qué carajos?
Era cierto, frente a nosotras se alzaban grandes muros que impedían ver directamente la cancha. Me acerqué un poco para apoyar mi mano en uno de los muros, intentando escuchar cualquier sonido proveniente de dentro.
De repente, Sara me haló del brazo con una expresión de alarma en su rostro.
—¡Ya vienen! —susurró, con urgencia.
No logré ver a los chicos vigilantes, pero el tono de voz de Sara y su repentina preocupación eran suficientes para ponerme nerviosa. Nos escondimos rápidamente tras un arbusto cercano, tratando de pasar desapercibidas.
Sara se quedó en una posición estratégica, oculta detrás de la vegetación, y pudo observar a aquellos guardianes desde una perspectiva que yo no podía alcanzar. Mientras yo seguía presionando para que nos fuéramos, insistiendo en que no teníamos nada que hacer allí, Sara miró su reloj con detenimiento.
—Es la hora del almuerzo —murmuró, apenas audible para no llamar la atención—. Son las doce en punto.
Me sorprendí al ver cómo, a medida que el minutero avanzaba, los chicos vigías comenzaron a alejarse de sus puestos. Era como si estuvieran siguiendo un horario estricto, y al parecer, la hora del almuerzo era su señal para retirarse hacia una de las áreas de descanso, desapareciendo por completo de la vista.
—Entonces, ahora que se han ido, podríamos... —comencé a decir, pero Sara ya se había movido, haciendo una seña para que la siguiera.
Nos acercamos al muro con más libertad, sabiendo que la vigilancia había cesado por el momento. La tensión en el aire se disipó un poco, y mi curiosidad sobre lo que podría haber detrás de esos muros se intensificó.
La superficie de estos era bastante lisa y sólida, pero noté que había un pequeño espacio entre un muro y la estructura de un cobertizo cercano que podría ofrecer una visión parcial del interior. Me subí a un banco cercano para alcanzar mejor el borde del muro.
Me agaché y me estiré lo más que pude, tratando de mirar a través del espacio estrecho que se había formado. Desde esa posición elevada, podía distinguir vagamente sombras y movimientos en el interior de la cancha, pero no podía ver claramente lo que estaba ocurriendo. La perspectiva no era ideal, y el calor del sol me hacía sudar mientras intentaba obtener una vista más clara.
—¿Puedes ver algo? —me preguntó Sara, inclinándose para mirar también.
—No mucho —respondí, frunciendo el ceño—. Hay algo de movimiento, pero no puedo distinguir qué está pasando exactamente.
Sara miró alrededor y su expresión se tornó pensativa.
—¿Crees que podríamos intentar otra cosa? Quizás haya una forma mejor de verlo.
Miré a mi alrededor en busca de una solución. Encontré una escalera de mano apoyada contra el cobertizo cercano. Aunque estaba algo oxidada y parecía no haber sido utilizada en un tiempo, parecía lo suficientemente resistente para mi propósito.
—Voy a probar con eso —dije, señalando la escalera—. De esa manera podré ver todo el panorama.
Sara asintió y se acercó para ayudarme a mover la escalera. La apoyé cuidadosamente contra el muro, y luego subí.
—Ten cuidado —me advirtió Sara desde abajo—. No queremos llamar la atención.
Al llegar a la cima de la escalera, me incliné hacia la pared y estiré el cuello. Desde allí, pude ver por encima del muro y finalmente obtener una vista clara del interior de la cancha. Mis ojos se ajustaron al contraste, y pude distinguir lo que estaba ocurriendo.
Lo que vi me hizo reír por lo bajo, llevándome la mano a la boca para evitar que el sonido se escapara. Sara, viendo mi reacción, se puso aún más curiosa.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó en un susurro ansioso.
Le hice un gesto con la mano para que subiera y le hice un espacio en la escalera. Ella trepó con cuidado y, cuando finalmente vio lo que estaba ocurriendo al otro lado del muro, su rostro se transformó automáticamente en una expresión de decepción.
—¿Qué esperabas? —le pregunté, aún con una sonrisa—. Son solo chicos entrenando.
Y era así, porque volví la vista hacia ellos y observé con más detenimiento. Los chicos estaban haciendo ejercicios de calentamiento en grupos pequeños, trotando en círculos y practicando pases de balón con una precisión notable. El entrenador, un hombre alto con un silbato colgando de su cuello, supervisaba cada movimiento con una mirada crítica y daba instrucciones con voz firme.
Uno de los jugadores destacaba entre el resto, no solo por su habilidad, sino por la forma en que los demás lo seguían. Parecía el capitán, y su liderazgo era evidente en la manera en que organizaba a su equipo y corregía sus errores. Su presencia era inconfundible: Lucas.
—Qué fastidio, este tipo aparece en todos lados —murmuré, casi para mí misma.
Sara, que seguía mi mirada, suspiró soñadoramente.
—Es precioso —dijo con un tono anhelante.
La miré de inmediato, como la niña de "El Exorcista", girando la cabeza en un rápido movimiento.
—¿Te gusta? —le pregunté, tratando de contener mi sorpresa.
Ella asintió con entusiasmo.
—Muchísimo.
No podía creer lo que estaba escuchando. Por un momento, me quedé sin palabras. Luego, traté de procesar la información.
Justo cuando estaba a punto de decirle algo más, Sara me interrumpió con una sonrisa.
—Definitivamente Sebastián es uno de los hombres más guapos que he conocido.
—¿Sebastián? —pregunté, confundida. No conocía a nadie con ese nombre.
Sara notó mi desconcierto y rápidamente aclaró:
—Sí, el chico que te dije durante las clases que me atraía.
Por alguna razón, que aún desconocía, suspiré aliviada al saber que no era Lucas quien le gustaba a Sara.
Me sentí un poco rara por haberme...¿preocupado?, pero al menos ahora sabía que su atención estaba en alguien más.
—Ah, claro, Sebastián —dije, tratando de sonar casual—. Bueno, me alegra que no sea... —me detuve a mitad de la frase, dándome cuenta de que no quería revelar más de lo necesario—. Me alegra que te apasione tanto la fotografía, porque creo que es momento de que empiece la acción.
Desvié el tema rápidamente, intentando salir de allí lo más pronto posible. Sara captó la indirecta y sacó su cámara con rapidez.
—Tienes razón —dijo, ajustando el lente—. Vamos a tomar algunas fotos y larguémonos de aquí antes de que los otros chicos lleguen o incluso los jugadores nos descubran.
Me di cuenta de por qué Lucas tenía el cuerpo que tenía. Era futbolista, y su físico evidenciaba años de entrenamiento y disciplina. Los músculos en sus piernas y brazos estaban bien definidos, y su agilidad en el campo era impresionante. Cada movimiento, desde los pases hasta las carreras, demostraba una técnica afinada y una dedicación inquebrantable al deporte.—¿Debería enfocarme solo en Sebastián o tomar fotos de todos los jugadores? —preguntó Sara en voz baja mientras ajustaba la cámara para capturar la dinámica en el campo.Miré alrededor para evaluar la situación y luego respondí:—Creo que sería mejor capturar un poco de todo. Las fotos de los entrenamientos en general podrían darle un buen contexto a las imágenes, no solo de Sebastián. Además, él se dará cuenta de que estuviste espiándolo y fotografiándolo.Ella negó con la cabeza.—Las fotos publicadas serán anónimas. Solo el staff sabrá quién es quién, así que no habrá problema.—Bien, entonces como quieras —respondí con u
—¿A qué te refieres? —preguntó Sara, frunciendo el ceño.Me puse las manos en el rostro, sintiendo la presión acumulada en mi cabeza.—Ya no sé ni lo que digo —murmuré, dejando caer las manos a los lados—. Vayamos por algo de comer. Necesito distraerme un poco.Nos dirigimos a la cafetería común, un lugar que siempre me había encantado. No solo ofrecía una variedad deliciosa de comida tipo buffet, sino que también la arquitectura era impresionante. Al cruzar las puertas, el aire acondicionado nos envolvió en un fresco abrazo, alejándonos del calor sofocante del exterior.Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura, y las mesas de mármol blanco brillaban bajo la luz suave de las lámparas colgantes. Grandes ventanales con cortinas de terciopelo rojo permitían la entrada de luz natural, creando un ambiente cálido y acogedor. Las sillas tapizadas en cuero negro y los detalles dorados en la decoración añadían un toque de sofisticación que hacía que el lugar se sintiera lujos
Era cierto, él no se caracterizaba por su paciencia y amabilidad. Desde el primer momento que lo conocí, su actitud había sido la de alguien que disfrutaba ejerciendo su autoridad. Sus comentarios sarcásticos y burlones eran su forma de comunicación más habitual, siempre buscando la manera de hacer sentir a los demás inferiores o incómodos.Había presenciado cómo usaba su posición para intimidar a quienes se interponían en su camino, y su temperamento explosivo no era ningún secreto entre quienes lo conocían.Carolina no tardó mucho en regresar, esta vez con una carpeta en las manos. Desde mi lugar, logré distinguir que dentro de ella había los mismos papeles con textura peculiar que Valeria nos había tendido, aquellos en los que Sara y yo habíamos puesto nuestras huellas. La conexión entre la carpeta y el enfado de Lucas se hizo más clara en mi mente. Su novia había dicho que Carolina se encargaba de esos documentos, pero ahora parecía que había algo más en juego o quizá no estaba ha
El colchón se amoldó a mi cuerpo, proporcionando un alivio temporal mientras la gravedad de la situación seguía presionando en mi mente.Justo entonces, el sonido familiar de mi teléfono rompió el silencio. Saqué el celular del bolsillo y vi el nombre "Mamá" en la pantalla. Una sonrisa se dibujó en mi rostro de inmediato, iluminando el momento con un rayo de esperanza. Contesté la llamada, sintiendo una calidez reconfortante solo al escuchar su voz.—Hola, mamá —dije, tratando de mantener mi voz lo más normal posible, aunque sabía que ella podría percibir cualquier rastro de inquietud.—Hola, mi niña. Solo quería saber cómo estás —respondió su voz familiar y llena de cariño, la cual siempre lograba calmarme.Aunque tenía 22 años, ella seguía tratándome como si fuera pequeña. La manera en que su tono se suavizaba y se llenaba de ternura, me hacía sentir como si estuviera de nuevo en casa, protegida y querida. Lo entendía; para los padres, sus hijos siempre serían sus bebés a quienes cui
Pero la que se llevó una sorpresa fui yo cuando me di cuenta de que la chica con el labial corrido y la ropa arrugada era Carla. Ella levantó una ceja y abrió los ojos como si estuviera en shock al encontrarme allí. En un instante, su asombro se transformó en molestia.—¿Qué rayos haces aquí? —preguntó, con un tono lleno de irritación, como si yo fuera la intrusa en esta situación absurda.—¿Qué rayos hago yo aquí? —respondí, con mi indignación creciendo—. ¡Esta es mi habitación! ¡Aquí duermo!Carla me miró de arriba abajo, como si evaluara mi presencia.—¿No deberías estar en clases? —dijo, con fastidio.—Me cambiaron el horario —contesté, cruzando los brazos—. ¿Y tú? ¿No deberías estar estudiando en lugar de estar casi cogiéndote a un tipo, que probablemente ni siquiera conoces, en un dormitorio compartido?—No sabía que ibas a estar aquí —respondió, como si eso justificara todo.Se dio la vuelta, tomando la mano del desconocido, y cerró la puerta tras de sí, dejándome en una mezcla
Hice una mueca, tratando de ocultar mi frustración.—Lo último que quiero hacer ahora es buscar una prenda para que te vayas de fiesta, Carla.—Habrá aperitivos, alcohol y muchos chicos sexys. Necesito toda la ayuda que pueda obtener porque estoy super indecisa sobre qué vestidito usar. ¡Vamos, por favor! —imploró, juntando las manos y haciendo un puchero que añadía un toque dramático a su petición.Ignorando sus alaridos, me dirigí hacia la puerta con firmeza. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ella apareció frente a mí, bloqueando la salida con un gesto de súplica.—No me dejes en esto sola —dijo con un tono de desesperación.La apunté con un dedo, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de mí.—Me estás haciendo enojar, Carla —hablé con dureza, con la esperanza de que entendiera lo seria que era mi advertencia.De repente, su teléfono vibró. Lo sacó de su bolsillo trasero con un movimiento rápido y, con un suspiro, me dijo que necesitaba atender la llamada. Traté de apartarla
Me resultaba difícil creer que no supiera todo acerca del lugar en el que estudiaba y vivía. Aunque muchas cosas sobre la universidad aún eran un misterio para mí, pensaba que al menos cosas tan básicas como estas debería conocerlas.—¿No se supone que también es tu primer año? —pregunté, frunciendo el ceño con incredulidad. Carla se irguió, dejando de buscar en su armario y girándose para mirarme.—Sí, lo es —respondió con una sonrisa traviesa—, pero he hecho algunos amigos de años superiores que me han mostrado todos los rincones secretos. —Hizo una pausa, su mirada se iluminó con entusiasmo—. Además, estos eventos no son tan publicitados. Solo los que están en el círculo correcto lo saben.—¿Por eso mencionaste algo de una tarjeta? —dije, comenzando a entender—. O sea, ¿que son fiestas... privadas?Ella asintió, y sus ojos empezaron a brillar con complicidad.—Exacto. Son exclusivas y muy selectas. No cualquiera puede entrar. Necesitas una invitación o, en este caso, una tarjeta es
La pelirroja regresó rápidamente a mi lado, y sin decir una palabra, emprendimos nuevamente el camino. Mientras avanzábamos, no pude contener mi curiosidad.—¿Quién era él? —pregunté, tratando de sonar casual.—Uno de los chicos con los que tengo sexo—respondió ella con un tono despreocupado.—Fue muy afectuoso contigo —comenté, recordando el beso en la mejilla y la mano en su cintura.Carla hizo una mueca y rodó los ojos.—Sí, a veces suelen confundirse y se vuelven muy cariñosos, pero ya le he dejado las cosas claras. Ya sabes, para que no se ilusionen —dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.—¿Y por qué no tener una pareja fija? —pregunté, genuinamente curiosa.Carla me miró como si se cansara de repetir lo mismo.—Otra vez con eso... —suspiró—. Soy joven y bonita, tengo que vivir todo lo que pueda —respondió con media sonrisa.La entendía. Estar en una relación amorosa implicaba mucha responsabilidad, especialmente porque podías encontrarte con cualquier tipejo. De cierta