Capítulo 24. ¿No ves que sólo se están besando?

La pelirroja regresó rápidamente a mi lado, y sin decir una palabra, emprendimos nuevamente el camino. Mientras avanzábamos, no pude contener mi curiosidad.

—¿Quién era él? —pregunté, tratando de sonar casual.

—Uno de los chicos con los que tengo sexo—respondió ella con un tono despreocupado.

—Fue muy afectuoso contigo —comenté, recordando el beso en la mejilla y la mano en su cintura.

Carla hizo una mueca y rodó los ojos.

—Sí, a veces suelen confundirse y se vuelven muy cariñosos, pero ya le he dejado las cosas claras. Ya sabes, para que no se ilusionen —dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.

—¿Y por qué no tener una pareja fija? —pregunté, genuinamente curiosa.

Carla me miró como si se cansara de repetir lo mismo.

—Otra vez con eso... —suspiró—. Soy joven y bonita, tengo que vivir todo lo que pueda —respondió con media sonrisa.

La entendía. Estar en una relación amorosa implicaba mucha responsabilidad, especialmente porque podías encontrarte con cualquier tipejo. De cierta manera, estaba de acuerdo con su estilo de vida; de verdad que lo entendía, después de todo, yo misma había tenido algunos encuentros con uno que otro chico. Sin embargo, sentía que era diferente. Lo mío fue pasajero, mientras que para Carla parecía una rutina. Para ella, involucrar sentimientos era casi como cometer un delito.

A medida que nos acercábamos a la fiesta, la música se hacía cada vez más audible, con ritmos electrónicos que se entrelazaban con risas y conversaciones animadas. La energía del lugar era tan evidente incluso antes de cruzar las puertas del salón. Cuando lo hicimos, las luces estroboscópicas y el bajo atronador asaltaron nuestros sentidos y nos adentraron en la multitud de estudiantes.

El salón estaba abarrotado; había tanta gente que no reconocía a nadie, salvo a algunas caras que había visto en los pasillos de la universidad. Carla, sin embargo, saludaba alegremente a todos los que pasaban a nuestro lado, como si estuviera completamente en su elemento. Su familiaridad con el entorno era claro, y se notaba que este tipo de eventos era su terreno.

La opulenta decoración gritaba riqueza. Las lámparas de araña de cristal reflejaban la luz en el lujoso espacio y proyectaban destellos sobre los suelos de mármol. Sofás de terciopelo en tonos joya flanqueaban imponentes chimeneas de piedra, donde las llamas bailaban juguetonamente entre ornamentados mantos dorados. Un DJ en directo pinchaba ritmos hipnóticos tras un escenario de ónice pulido, mientras la pista de baile se iluminaba con focos brillantes.

Camareros con delantales blancos mezclaban licores en barras de acero inoxidable relucientes, con sus cocteleras llenas de hielo tintineando rítmicamente.

Cada paso que daba me llevaba más lejos, adentrándome en un mundo de fiesta desinhibida. Los cuerpos se balanceaban al ritmo hipnótico, perdidos en su propia danza privada. En las sombras, las parejas se entregaban a besos furtivos y manos errantes, apenas ocultas por la multitud caótica. Algunas habían migrado a los sofás de felpa, donde se desparramaban lascivamente, con las extremidades entrelazadas mientras sucumbían al dulce abrazo de la lujuria. Contra las paredes, unos chicos encontraban privacidad, con sus bocas juntas en besos apasionados mientras los dedos vagaban por debajo de la ropa, avivando las llamas del deseo.

La audacia de todo aquello hizo que un escalofrío recorriera mis venas. Allí, en el corazón de nuestra estimada institución, el decoro y la propiedad habían quedado a un lado, reemplazados por impulsos primarios y placeres carnales.

Carla me puso una bebida en las manos y se inclinó hacia mi oído, ya que la música alta no nos dejaba hablar con normalidad.

—Tengo dos reglas —dijo, y ahora me miró directamente a los ojos—. La primera es que cuando vengo con mis amigas, siempre estamos juntas.

Asentí, más que de acuerdo con eso. No conocía a nadie aquí y me sentía un tanto extraña entre la multitud.

—¿Y la segunda? —pregunté, curiosa.

—Que si alguna está interesada en algún chico, debe decirlo. Así, en caso de que desaparezca de aquí, ya sabremos con quién está y es entonces cuando la primera regla se deshace —añadió, sonriendo con complicidad.

Su lógica tenía sentido, se preocupaba por la persona a su lado, pero también por ella misma. Reprimí una risa ante su plan y asentí con la cabeza. Carla, satisfecha con mi aceptación, me dio una palmada en el brazo.

—¡Vamos a bailar! —dijo, tirando de mí y llevándome hacia la pista.

Sin pensarlo dos veces nos abrimos paso entre la multitud y el ritmo palpitante de la música nos atrapó, nuestros cuerpos se movieron instintivamente al unísono. Giramos y giramos, perdidas en el momento, mientras desconocidos pasaban a nuestro lado en un borrón de color y luz.

Carla me agarró de las manos y me acercó para que hiciéramos un movimiento sincronizado de cadera. Me reí y mi voz se elevó por encima del estruendo mientras jugábamos al ritmo. Su sonrisa radiante y su energía contagiosa alimentaron la mía y juntas nos entregamos a la música, dejando que fluyera a través de nosotras como fuego líquido.

De repente, algo llamó mi atención. Dos personas en una esquina me hicieron detener mi baile bruscamente. Era una pareja besándose apasionadamente. La chica, de cabello castaño, llevaba un vestido delicado, muy similar a los que solía usar alguien que conocía. Aunque su rostro me era vagamente familiar, no podía recordar con claridad dónde la había visto antes.

Carla, al notar que había dejado de moverme, se acercó rápidamente.

—¿Qué pasa? —preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado mientras me observaba con curiosidad.

Yo señalé a las dos figuras en la esquina.

—Mírala... —dije, tratando de darle forma a la sensación de reconocimiento que me invadía.

—¿Qué tiene? Es algo que los seres humanos suelen hacer cuando les atrae alguien. ¿No ves que sólo se están besando? —dijo, con un tono que utilizaría para hablarle a alguien estúpido.

Justo cuando iba a responderle, la chica se separó del hombre. Me quedé paralizada al reconocerla: era Valeria, nada menos que Valeria... pero el hombre con el que estaba definitivamente no era Lucas.

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