Capítulo 27. Sigues buscándome, Elena

—¡Cállate! —le espeté, mi paciencia se estaba agotando—. No quiero oír ni una palabra más de tu sucia boca. Eres imposible, ¿lo sabías?

Lo miré con enojo, mi ira ardía a fuego lento. ¿Cómo podía una persona estar tan exasperantemente segura de sí misma, acerca de lo que decía? ¿esa era la manera en la que las chicas caían rendidas a sus pies?

—Eres incluso más tentadora cuando te enfadas conmigo.

Su actitud despreocupada y su comentario impertinente solo aumentaron mi irritabilidad y deseé que se retractara. Pero él simplemente se encogió de hombros, con una sonrisa pícara en sus labios.

—Oye, solo estoy afirmando hechos. Tu espíritu fogoso solo aumenta tu atractivo. —Su voz se convirtió en un susurro ronco, haciendo que mi piel se erizara—. Me pregunto cuán intenso sería el sexo entre nosotros...

No soportaba seguir escuchándolo, las provocativas imágenes que ya se desplegaban en mi mente eran demasiado incitantes para ignorarlas. Con un gruñido de frustración, giré sobre mis talones, con la intención de huir de la opresiva atmósfera que Lucas parecía irradiar como una fuerza increíble. Pero el destino, o más bien sus hábiles dedos, tenían otros planes.

Antes de que pudiera dar dos pasos, su mano se cerró alrededor de mi brazo con una fuerza de sujeción que detuvo mi retirada. Me di la vuelta, con el corazón martilleándome en el pecho, y me encontré cara a cara con su mirada penetrante. Su toque envió descargas eléctricas por mis venas, y sentí que mi determinación comenzaba a deshacerse como un hilo arrancado de un tapiz.

—Últimamente nos topamos mucho, ¿no? —su voz tenía un matiz que mezclaba diversión y desafío, como si disfrutara del juego en el que ambos estábamos atrapados.

Le devolví la mirada, con la cabeza llena de pensamientos contradictorios, y solté con firmeza:

—Tienes razón, acordemos que, de ahora en adelante, debemos evitarnos el uno al otro tanto como sea humanamente posible.

Sus ojos brillaron con un destello de malicia, y la sonrisa que se dibujó en su rostro sugería que, para él, este era solo el comienzo de algo más.

—Oh, creo que te parecerá muy difícil, cariño —respondió Lucas, con un tono lleno de sarcasmo—. Sigues buscándome, Elena.

Puse los ojos en blanco, tratando de ignorar el revoloteo en mi estómago ante sus palabras.

—Eso es absurdo. No tengo ningún interés en ti, más allá de evitar tus insinuaciones molestas.

Él inclinó la cabeza y me observó atentamente.

—Mentirosa —susurró, y su aliento cálido chocó contra mi rostro—. Tu cuerpo cuenta una historia diferente cada vez que nos encontramos.

Me invadió una oleada de fastidio al asimilar sus palabras, unida a la descarada intensidad de su mirada, así que aparte su mano de mi brazo de un ligero golpe.

—¿De verdad vas a quedarte aquí parloteando tonterías cuando antes estabas a punto de empezar una orgía?

Las palabras se me salieron de la boca, porque justo en ese instante lo recordé rodeado de chicas y parecía estar disfrutándolo.

La sonrisa burlona de Lucas se ensanchó ante mi arrebato y sus ojos brillaron con picardía.

—Oh, te diste cuenta, ¿verdad? —ronroneó, con voz baja y suave como el terciopelo—. Me encantan las buenas fiestas, especialmente cuando hay tanta energía reprimida en la sala —Se quedó callado por un momento, como si estuviera pensando en si era pertinente decir lo que pasaba por su mente—. Y tú —agregó, con su mirada recorriendo deliberadamente mi cuerpo—. Parece que posees una cantidad impresionante de ella.

—Dile eso a tu novia, que se lo estaba pasando bien con otro chico —dije con desdén—. Parece que está tan entusiasmada por compartir como tú.

Lucas resopló y una risa burlona escapó de sus labios ante mi comentario.

—¿Se supone que eso debe molestarme? —preguntó.

—¿Debería?

Los ojos de Lucas revelaron una especie de diversión, que sinceramente, no entendía.

—Difícilmente —dijo arrastrando las palabras. Él se rio entre dientes, un sonido bajo e indulgente que me provocó escalofríos a pesar de mis mejores esfuerzos por no afectarme—. Me subestimas, cariño. Si crees que estoy celoso de las pequeñas aventuras de Valeria —continuó, con un tono que destilaba confianza—. Créeme... esta noche mis intereses están en otra parte —ronroneó y su mirada se detuvo en mis labios antes de volver a mirarme a los ojos.

Me moví incómoda bajo su intenso escrutinio, mi bravuconería inicial flaqueó ante el incesante coqueteo de Lucas. Sus palabras, cargadas de insinuaciones y un deseo apenas disimulado, me dejaron sintiéndome expuesta y vulnerable, aunque traté de ocultarlo lo mejor que pude.

—Creí que eras del tipo que no compartía —Confesé, mirándolo a los ojos.

Una lenta y enigmática sonrisa se extendió por su rostro mientras asentía con la cabeza.

—Lo soy —confirmó—. Pero a veces... se hacen excepciones.

Sus palabras me hicieron estremecer levemente y pude sentir el calor de su cuerpo filtrándose en el mío. Traté de dar un paso atrás, pero su brazo me rodeó la cintura y me acercó a él.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, con voz firme a pesar de la agitación que se estaba gestando en mi interior.

Con la confusión grabada en sus atractivos rasgos, Lucas frunció el ceño ante mi pregunta.

—¿Qué estoy haciendo aquí? Es mi fiesta, Elena —afirmó con total naturalidad, como si la explicación fuera obvia.

Si hubiera sabido el lugar al que Carla me había traído, nunca habría aceptado asistir. En retrospectiva, fue una locura confiar en su criterio, especialmente cuando sabía, de alguna manera, la complicada historia que yo tenía con el tipo frente a mí. Pero no, tenía que dejarme convencer y encontrarme enredada en este momento tenso con él.

Justo cuando estaba a punto de replicarle, sentí como el suelo debajo de nosotros comenzó a moverse y a girar, provocando que la habitación se convirtiera en un caos dentro de mi mente. Aturdida, me tambaleé hacia adelante y mis dedos instintivamente buscaron el equilibrio apoyándose en el amplio pecho de Lucas.

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