Capítulo 28. Lo conocía muy bien, por desgracia

—¿Qué demonios…? —empecé a decir, pero las palabras se me quedaron en la garganta mientras el suelo continuaba su vertiginosa rotación. Los fuertes brazos de Lucas me envolvieron, estabilizando mi cuerpo vacilante mientras yo luchaba por comprender el extraño fenómeno que se desarrollaba ante mis ojos incrédulos. En medio de la turbulenta escena, no pude evitar acercarme más a él, ansiando la estabilidad que solo su toque proporcionaba.

Mi mente se apresuraba a encontrarle sentido a aquel inesperado suceso. Me llevé una mano a la frente, intentando despejar la bruma que nublaba mis pensamientos. ¿Estaba borracha? no, seguro que no, no había bebido lo suficiente como para perder el equilibrio de esa manera, sobre todo teniendo en cuenta mi tolerancia. Y, sin embargo, la sensación desorientadora persistía, dejándome mareada y desequilibrada.

—¿Es tu primera vez aquí? —la voz de Lucas atravesó el estruendo, sus palabras estaban cargadas de diversión mientras me sujetaba firmemente por la cintura para que no me cayera.

Al mismo tiempo, percibí el calor que emanaba de su cuerpo. Su presencia parecía crear un capullo de calidez a nuestro alrededor. La sensación era extrañamente reconfortante, parecida a la de estar cerca de una chimenea crepitante o a la de estrechar contra el pecho a un cachorro contento.

—Por supuesto que es tu primera vez aquí, de lo contrario me habría dado cuenta de que hay una belleza impresionante como tú entre mis invitados —comentó él con una sonrisa juguetona, mientras su mano descendía por mi espalda para extenderse contra la curva de mi cadera.

Pero antes de que pudiera responder, todo empezó a volverse borroso y a desenfocarse. Mi visión se fragmentó en formas y colores distorsionados, mientras mis piernas se debilitaban, amenazando con ceder bajo mis pies. El pánico se apoderó de mí cuando me di cuenta de que estaba perdiendo el conocimiento, me falló la voz mientras me preparaba para decirle a Lucas que cerrara la boca. Lo último que recordaba era su expresión de sorpresa y el sólido consuelo de sus brazos a mi alrededor mientras la oscuridad me reclamaba, arrastrándome hacia abajo.

No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero unos momentos después, volví en sí lentamente. Mis párpados se abrieron con dificultad, revelando un pestañeo débil de luces y sombras. Traté de enfocar mi vista, pero todo seguía siendo un caos de luces titilantes y destellos que no lograba identificar. Un susurro suave de música llegaba a mis oídos, pero se iba desvaneciendo, como si estuviera alejándome de la fiesta en la que me encontraba.

Mis ojos se volvieron a cerrar, nuevamente de forma involuntaria, mientras me esforzaba por recuperar fuerzas. Sentí un cambio en la textura del suelo debajo mí, más suave e irregular, y luego, al abrir los ojos de nuevo, pude distinguir a lo lejos las hojas de los árboles moviéndose suavemente al ritmo del viento. Un portón gigantesco apareció ante mi mirada, su silueta imponente recortada contra el fondo de la noche. La escena se desdibujaba una vez más, pero entendí que estaba siendo transportada fuera del bullicio de la fiesta, hacia un lugar más tranquilo.

Antes de poder entender lo que sucedía, mis párpados se cerraron de nuevo, esta vez sin resistencia, a medida que me entregaba a esa comodidad absoluta, pues una sensación envolvente y cálida me rodeó. Percibí como los brazos de Morfeo me acunaban con una suavidad indescriptible, como si estuviera flotando sobre algodón. La oscuridad volvió a cubrirlo todo, y me dejé llevar, cayendo profundamente en ese dulce letargo.

El calor suave de unos rayos de sol me despertó lentamente, como una caricia tibia sobre mi piel. Al principio, pensé que era parte de un sueño, pero la intensidad de la luz que se filtraba a través de mis párpados cerrados me obligó a fruncir el ceño. Aún sin abrir los ojos, algo me resultaba extrañamente fuera de lugar. ¿Por qué sentía el sol directamente en mi cara? Por la posición de mi cama, eso nunca debería suceder. Si bien la ventana estaba literalmente al lado, no debería recibir el sol de manera directa, especialmente no la mía.

Todo era demasiado extraño.

Con el ceño aún fruncido, me obligué a abrir los ojos lentamente. La luz era cegadora, pero logré entrever que atravesaba una cortina casi translúcida. Parpadeé varias veces, tratando de adaptarme al resplandor, y observé cómo los rayos de sol se filtraban suavemente por las telas ligeras que cubrían la ventana. No eran las cortinas de mi habitación. El material era más fino, más delicado, y el ambiente tenía una calidez ajena a la fría penumbra a la que estaba acostumbrada.

Mi desconcierto creció cuando moví las manos bajo la manta. No era mi manta. En lugar del tejido familiar y ligero, me cubría un edredón grueso y pesado, con una textura lujosa que no reconocía. La suavidad aterciopelada de la tela contra mi piel me dio una sensación de bienestar, pero al mismo tiempo, aumentó mi inquietud. ¿Desde cuándo había sido reemplazada mi manta por un edredón? Moví un poco el cuerpo y noté cómo me hundía en el colchón, que también se sentía distinto, más suave y envolvente de lo que recordaba.

El silencio del lugar era perturbadoramente pacífico, tan diferente del ruido y la música que llenaban el ambiente antes de...¿desmayarme?

A medida que mi visión se despejaba, comencé a percibir detalles de la habitación en la que me encontraba. El ambiente era lujoso, pero sin ostentaciones excesivas. Las paredes estaban pintadas en un tono neutro, elegante y discreto, y el mobiliario, aunque sencillo, reflejaba una calidad indiscutible. Frente a mí, una pared de paneles de madera clara sostenía un par de cuadros modernos, cuyas imágenes abstractas parecían complementarse con la serenidad del entorno.

El suelo estaba cubierto por una alfombra suave, y en la esquina opuesta a la ventana, había un pequeño escritorio y una silla que complementaban la atmósfera relajada y ordenada de la habitación.

Pero lo que realmente me llamó la atención fue lo que sucedió después.

Giré lentamente la cabeza al notar que algo se estaba removiendo contra el colchón. El sobresalto me hizo sentir un nudo en el estómago, y mi mirada se dirigió con cautela hacia la fuente del movimiento.

Era alguien, definitivamente era alguien y lo conocía muy bien, por desgracia.

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