Tras pasar un día entero con mi ahora mejor amiga, regresé a la residencia bajo la luz tenue de la noche, deseando fervientemente que Carla estuviera en la habitación para poder conversar.Al abrir la puerta, me encontré con una oscuridad absoluta. Con un movimiento rápido, encendí la linterna de mi celular y la dirigí hacia la lámpara de la mesita de noche. Al instante, la luz reveló la figura de una pelirroja en pijama, profundamente dormida. Su rostro sereno, bañado en el suave resplandor, evocaba una tranquilidad que contrastaba con la inquietud que aún me acompañaba.Lo positivo era que sabía exactamente dónde se encontraba, lo que me daba cierta calma. Lo complicado era que Carla estaba desconectada momentáneamente, y despertarla sin más probablemente significaría arriesgarme a un puñetazo.Así que, en este instante, lo único que podía hacer era lo mismo que ella: descansar y esperar que mañana fuera un día mejor.Con un suspiro, me dejé caer en la cama, sintiendo el suave acolc
—Lo siento, de verdad —dije, con las palabras brotando de mi corazón—. No quise preocuparte. A veces, las cosas se me escapan de las manos y no sé cómo manejarlo.Observé cómo sus ojos, antes llenos de frustración, ahora buscaban comprenderme. Era un pequeño paso, pero en ese momento significaba mucho.—¿Me estás diciendo que ni siquiera sabes qué sucedió? —preguntó Carla, arqueando una ceja y sosteniendo su mirada sobre mí con incredulidad. Su tono era agudo, una mezcla justa de desconcierto y desafío, y su expresión me hizo vacilar.Abrí la boca, buscando las palabras para explicarme, cuando el sonido de una llamada nos interrumpió. Miré la pantalla. Era Sara. Raro. De hecho, hasta me sorprendió; pues siempre había preferido los mensajes de texto. Le hice una mueca a Carla, indicándole que debía atender, y ella asintió, así que contesté.Deslicé el dedo por la pantalla y, antes de que pudiera decir nada, Sara soltó en un tono que casi sonaba a grito ahogado:—La foto se ha publicado
El escándalo a nuestro alrededor se intensificó, murmullos llenos de especulación estallaban entre los demás, pero en ese momento, todo se redujo a la mirada de Lucas, que me atravesaba como un rayo. ¿Qué había provocado su furia? La pregunta retumbaba en mi mente mientras intentaba desentrañar el caos que se estaba desatando en mi interior.Se acercó a mí a grandes zancadas, cerniéndose sobre mi diminuta figura con toda la presencia intimidante de un depredador.—¿Crees que puedes hacer lo que te dé la gana y no habrá consecuencias? —gruñó Lucas, con un tono que destilaba fastidio. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, desafiándome a responder.Solté un bufido burlón, sin poder contener el sarcasmo. Su expresión se ensombreció aún más ante mi insolencia y su enojo alcanzó nuevas cotas.—¿Te estás poniendo así por una simple foto? —dije con desdén, incapaz de resistir la provocación—. Solo puedo imaginar lo que harías si...Pero antes de que pudiera terminar de hablar, me inte
A cada paso que daba, el mundo se reducía a la persecución, la amenaza que representaba eclipsaba todo pensamiento racional. En ese momento de frenesí, no actuaba con deliberación, sino con emociones crudas: ira, miedo y un impulso incontrolable de defender a Sara y a mí misma de su malevolencia.Cuando finalmente lo alcancé en el pasillo, con el corazón latiendo como un tambor de guerra, arrojé el arma improvisada con todas mis fuerzas. El portalápices de metal voló de un lado a otro, dando vueltas violentamente por el aire.El tiempo pareció ralentizarse mientras observaba el objeto como un proyectil mortal dirigido hacia el desprevenido Lucas con una precisión infalible.Dejé de respirar cuando el portalápices se estrelló contra la parte superior de su espalda. La fuerza del impacto lo detuvo en seco, con el cuerpo rígido e inmóvil.En esa fracción de segundo, me di cuenta de que había logrado mi objetivo: la manifestación física de mi negativa a dar marcha atrás.No pretendía muti
Empecé a caminar, con la mente acelerada, pensando en las implicaciones que tendría mi acto y lo que acababa de presenciar. Tenía muchísimas preguntas rondando mi cabeza, pero todas estaban sin respuesta. Carla y Sara me siguieron de cerca, su presencia era una especie de amortiguador reconfortante contra la incertidumbre que no me dejaba en paz.¿Qué era ese chico? Su mirada ardía con una intensidad que casi podía tocarse, un enojo que parecía atravesar el aire y hacía que todos se encogieran en su presencia. ¿Por qué se creía que debíamos convertirnos en alfombras para que él pudiera pasar por encima, sin más consideración que la de un rey despreciando a sus súbditos? Era un enigma en cada gesto, una tormenta en sus ojos, y algo en ellos, junto a los de Carolina, parecía transformarse, como si un filtro invisible distorsionara la realidad. ¿Eran lentes de contacto ultra tecnológicos que alteraban el color de ojos a su antojo? ¿O era alguna enfermedad que les robaba la calma, llevánd
No sabía por qué no les estaba contando exactamente lo que había visto. Quizá una parte de mí temía enfrentar lo que él y lo que ese gentío realmente eran, o quizá dudaba de que ellas pudieran creerme. Después de todo, ¿cómo explicar que había visto el azul profundo de sus ojos tornarse en un amarillo inquietante, casi como si alguna fuerza desconocida hubiera tomado el control? Pensarlo ya era bastante difícil, y contarlo en voz alta me hacía sentir aún más vulnerable, atrapada entre la necesidad de confiar en mis amigas y el temor de que me tomaran por una loca.—¿Qué te dijo? —preguntó Sara, con un tono lleno de preocupación.—Nada nuevo, solo que me haría la vida imposible —respondí, encogiéndome de hombros como si no tuviera mayor importancia.—¿Podrás lidiar con eso? —Carla frunció el ceño, observándome con desconfianza.Parecía que ambas se habían comido el cuento simplificado que les acababa de dar.—¿Qué? —Sara miraba entre nosotras, aterrada—. No deberías soportar ningún tip
Carla cruzó los brazos y me miró con una sonrisa burlona, como si hubiera ganado alguna especie de juego. Sus ojos brillaban con una satisfacción casi infantil, mientras Sara me observaba en silencio, incómoda pero entretenida. Era evidente que esta especie de conflicto entre nosotras le ofrecía un alivio temporal, una pausa de sus propias preocupaciones.—No te pongas así —dijo Carla, bajando un poco el tono, aunque su expresión aún reflejaba ese toque de diversión—. Nadie está diciendo que hayas hecho algo malo.Respiré profundo, controlando el impulso de responderle con sarcasmo. Lo último que quería era seguir dándole el gusto de hacerme perder los estribos.—Solo digo —continuó ella, alzando una ceja con fingida inocencia— que reconocer las cosas no te hace más débil. A veces es mejor admitirlo.—Admitir qué exactamente? —repliqué, tratando de mantener la calma, pero sintiendo cómo la tensión se acumulaba.Carla se encogió de hombros, dejando que sus palabras flotaran en el aire,
—Bueno, si lo vamos a hacer, será con estilo. Propongo que al menos tengamos un plan.—¿Un plan? —dije, alzando una ceja—. No estamos armando una película, Carla.Ella puso los ojos en blanco, exagerada como siempre.—Piensa en esto: si Lucas o su grupo vuelven a molestarnos, no nos quedamos de brazos cruzados. Al menos, podríamos defendernos de forma inteligente.Sara asintió lentamente, y se puso seria.—La verdad, algo de preparación no estaría de más. No estoy diciendo que nos convirtamos en una especie de milicia —se apresuró a añadir—, pero creo que no estaría mal saber cómo reaccionar, sobre todo con Valeria y sus amigas de por medio.Las palabras de Sara sonaron con firmeza, como si finalmente hubiera decidido plantarse y no ceder más terreno. Recordé que le había dicho que no dejara que esas arpías la pisotearan, y ahora parecía que había tomado mis consejos en serio.Reflexioné un instante, dejando que esa sensación de claridad se asentara profundamente.—Entonces, acordamos