Empecé a caminar, con la mente acelerada, pensando en las implicaciones que tendría mi acto y lo que acababa de presenciar. Tenía muchísimas preguntas rondando mi cabeza, pero todas estaban sin respuesta. Carla y Sara me siguieron de cerca, su presencia era una especie de amortiguador reconfortante contra la incertidumbre que no me dejaba en paz.¿Qué era ese chico? Su mirada ardía con una intensidad que casi podía tocarse, un enojo que parecía atravesar el aire y hacía que todos se encogieran en su presencia. ¿Por qué se creía que debíamos convertirnos en alfombras para que él pudiera pasar por encima, sin más consideración que la de un rey despreciando a sus súbditos? Era un enigma en cada gesto, una tormenta en sus ojos, y algo en ellos, junto a los de Carolina, parecía transformarse, como si un filtro invisible distorsionara la realidad. ¿Eran lentes de contacto ultra tecnológicos que alteraban el color de ojos a su antojo? ¿O era alguna enfermedad que les robaba la calma, llevánd
No sabía por qué no les estaba contando exactamente lo que había visto. Quizá una parte de mí temía enfrentar lo que él y lo que ese gentío realmente eran, o quizá dudaba de que ellas pudieran creerme. Después de todo, ¿cómo explicar que había visto el azul profundo de sus ojos tornarse en un amarillo inquietante, casi como si alguna fuerza desconocida hubiera tomado el control? Pensarlo ya era bastante difícil, y contarlo en voz alta me hacía sentir aún más vulnerable, atrapada entre la necesidad de confiar en mis amigas y el temor de que me tomaran por una loca.—¿Qué te dijo? —preguntó Sara, con un tono lleno de preocupación.—Nada nuevo, solo que me haría la vida imposible —respondí, encogiéndome de hombros como si no tuviera mayor importancia.—¿Podrás lidiar con eso? —Carla frunció el ceño, observándome con desconfianza.Parecía que ambas se habían comido el cuento simplificado que les acababa de dar.—¿Qué? —Sara miraba entre nosotras, aterrada—. No deberías soportar ningún tip
Carla cruzó los brazos y me miró con una sonrisa burlona, como si hubiera ganado alguna especie de juego. Sus ojos brillaban con una satisfacción casi infantil, mientras Sara me observaba en silencio, incómoda pero entretenida. Era evidente que esta especie de conflicto entre nosotras le ofrecía un alivio temporal, una pausa de sus propias preocupaciones.—No te pongas así —dijo Carla, bajando un poco el tono, aunque su expresión aún reflejaba ese toque de diversión—. Nadie está diciendo que hayas hecho algo malo.Respiré profundo, controlando el impulso de responderle con sarcasmo. Lo último que quería era seguir dándole el gusto de hacerme perder los estribos.—Solo digo —continuó ella, alzando una ceja con fingida inocencia— que reconocer las cosas no te hace más débil. A veces es mejor admitirlo.—Admitir qué exactamente? —repliqué, tratando de mantener la calma, pero sintiendo cómo la tensión se acumulaba.Carla se encogió de hombros, dejando que sus palabras flotaran en el aire,
—Bueno, si lo vamos a hacer, será con estilo. Propongo que al menos tengamos un plan.—¿Un plan? —dije, alzando una ceja—. No estamos armando una película, Carla.Ella puso los ojos en blanco, exagerada como siempre.—Piensa en esto: si Lucas o su grupo vuelven a molestarnos, no nos quedamos de brazos cruzados. Al menos, podríamos defendernos de forma inteligente.Sara asintió lentamente, y se puso seria.—La verdad, algo de preparación no estaría de más. No estoy diciendo que nos convirtamos en una especie de milicia —se apresuró a añadir—, pero creo que no estaría mal saber cómo reaccionar, sobre todo con Valeria y sus amigas de por medio.Las palabras de Sara sonaron con firmeza, como si finalmente hubiera decidido plantarse y no ceder más terreno. Recordé que le había dicho que no dejara que esas arpías la pisotearan, y ahora parecía que había tomado mis consejos en serio.Reflexioné un instante, dejando que esa sensación de claridad se asentara profundamente.—Entonces, acordamos
Pero entonces algo en el rostro de Lucas me detuvo en seco. No era su típica expresión arrogante ni el atractivo que solía rodearlo, sino algo que no esperaba para nada: marcas de golpes esparcidas en su piel, ligeras pero muy visibles. Había una pequeña hinchazón sobre la ceja, un hematoma oscureciéndose en la mejilla y una sombra violácea en el pómulo.Parecía casi fuera de lugar, como si se tratara de otra persona. Aquellas magulladuras desentonaban con la imagen de seguridad que siempre proyectaba. No pude evitar preguntarme qué había pasado. Por un segundo, olvidé mis propios planes, intrigada por esa señal inesperada de vulnerabilidad en alguien que siempre parecía intocable.Se suponía que él era quien solía dejar a los demás en ese estado, como aquel chico al que había lanzado contra los casilleros, pero ahora, sorprendentemente, él era quien lucía herido. Sentí un desconcierto difícil de ocultar. ¿Qué había pasado? ¿Quién o qué había sido capaz de darle vuelta a la situación?
La clase parecía extenderse interminablemente. La profesora Esther hablaba de algún tema que, en otro momento, me habría interesado, pero ahora no estaba lo suficientemente concentrada.Intenté enfocarme, mirar la pizarra, tomar notas, pero la tinta de mi bolígrafo no parecía tener sentido. Los garabatos en mi cuaderno eran solo eso: líneas sin estructura, sin propósito. Me sentía fuera de lugar, atrapada entre dos mundos. El aula, con su ambiente impersonal, y el campo de batalla emocional que aún no dejaba de girar en mi mente. Cada vez que mis ojos se deslizaban por el cuaderno, los recuerdos de Lucas volvían a invadir mi espacio. Ese rostro marcado por algo mucho más oscuro de lo que cualquier magulladura podría sugerir.El timbre de la clase resonó como un alivio. Me levanté casi mecánicamente, sin ganas de socializar, solo moviéndome hacia la salida como si mis piernas no tuvieran voluntad propia. El pasillo me recibió con el bullicio habitual, el ir y venir de estudiantes, pero
Carla seguía charlando como si no hubiera dejado caer una bomba hace un segundo. Sonreía, comentando algo sobre las clases que tenían juntos y lo interesante que le parecía las asignaturas compartidas, pero apenas podía seguirle el ritmo. No sé si era porque me costaba creer lo que acababa de escuchar o porque, en el fondo, estaba tratando de averiguar si de verdad iba en serio con ese chico o si todo era otra de sus típicas bromas.La miré un poco más de cerca, buscando alguna señal en su expresión, algún indicio en sus ojos que me dijera que solo estaba jugando, pero no. Todo en su actitud reflejaba sinceridad. Y él... él también parecía un poco desconcertado, aunque trataba de no demostrarlo.—Bueno, si ya se conocen, entonces no tengo que presentarlos —dijo, encogiéndose de hombros y cruzando los brazos con una sonrisa satisfecha, como si hubiera logrado algo importante.Me limité a asentir, todavía sin saber bien qué decir. De repente, la situación se sentía extraña, como si estu
Asistí a las clases siguientes con la misma rutina de siempre, tratando de concentrarme mientras, de reojo, escaneaba el aula, los pasillos, cualquier rincón que pudiera mostrar algo distinto, alguna señal de que el ambiente había cambiado. Sin embargo, la realidad seguía siendo la misma: rostros conocidos, conversaciones triviales y, en general, una normalidad imperturbable que se mantenía intacta.No sabía bien qué esperaba ver. Quizá una pelea que estallara en medio de la multitud, algún murmullo que se tornara en un rumor importante, algo que rompiera con lo predecible. Pero nada, absolutamente nada fuera de lo común se cruzó en mi camino.Así que me refugié en lo único que siempre lograba centrarme: mis estudios.Con el atardecer envolviendo los ventanales de la biblioteca, me adentré en ese lugar como si fuera un santuario. La penumbra teñía el ambiente de un tono cálido y casi místico, y cada paso que daba se deslizaba suavemente en el silencio profundo que reinaba entre las es